Santiago

SANTIAGO

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EPÍSTOLAS CATÓLICAS

La carta de Santiago es la primera entre las siete Epístolas no paulinas que, por no señalar varias de ellas un destinatario especial, han sido llamadas genéricamente católicas o universales, aunque en rigor la mayoría de ellas se dirige a la cristiandad de origen judío, y las dos últimas de S. Juan tienen un encabezamiento aún más limitado. S. Jerónimo las caracteriza diciendo que “son tan ricas en misterios como sucintas, tan breves en palabras como largas en sentencias”.

El autor, que se da a sí mismo el nombre de “Santiago, siervo de Dios y de nuestro Señor Jesucristo”, es el Apóstol que solemos llamar Santiago el Menor, hijo de Alfeo o Cleofás (Mt. 10, 3) y de María (Mt. 27, 56), “hermana” (o pariente) de la Virgen. Es, pues, de la familia de Jesús y llamado “hermano del Señor” (Ga. 1, 19; cf. Mt. 13, 55 y Mc. 6, 3).

Santiago es mencionado por S. Pablo entre las “columnas” o apóstoles que gozaban de mayor autoridad en la Iglesia (Ga. 2, 9). Por su fiel observancia de la Ley tuvo grandísima influencia, especialmente sobre los judíos, pues entre ellos ejerció el ministerio como Obispo de Jerusalén. Murió mártir el año 62 d. C.

Escribió esta carta no mucho antes de padecer el martirio y con el objeto especial de fortalecer a los cristianos del judaísmo que a causa de la persecución estaban en peligro de perder la fe (cf. la introducción a la Epístola a los Hebreos). Dirígese por tanto a “las doce tribus que están en la dispersión” (cf. 1, 1 y nota), esto es, a todos los hebreo-cristianos dentro y fuera de Palestina (cf. Rm. 10, 18 y nota).

Ellos son de profesión cristiana, pues creen en el Señor Jesucristo de la Gloria (2, 1), esperan la Parusía en que recibirán el premio (5, 7-9), han sido engendrados a nueva vida (1, 18) bajo la nueva ley de libertad (1, 25; 2, 12), y se les recomienda la unción de los enfermos (5, 14 ss.).

La no alusión a los paganos se ve en que Santiago omite referirse a lo que S. Pablo suele combatir en éstos: idolatría, impudicia, ebriedad (cf. 1 Co. 6, 9 ss.; Ga. 5, 19 ss.). En cambio, la Epístola insiste fuertemente contra la vana palabrería y la fe de pura fórmula (1, 22 ss.; 2, 14 ss.), contra la maledicencia y los estragos de la lengua (3, 2 ss.; 4, 2 ss.; 5, 9), contra los falsos doctores (3, 1), el celo amargo (3, 13 ss.), los juramentos fáciles (5, 12).

El estilo es conciso, sentencioso y extraordinariamente rico en imágenes, siendo clásicas por su elocuencia las que dedica a la lengua en el capítulo 3 y a los ricos en el capítulo 5 y el paralelo de éstos con los humildes en el capítulo 2. Más que en los misterios sobrenaturales de la gracia con que suele ilustrarnos S. Pablo, especialmente en las Epístolas de la cautividad, la presente es una vigorosa meditación sobre la conducta frente al prójimo y por eso se la ha llamado a veces el Evangelio social.

Santiago 1

1 Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: salud [12494] .

Valor de las pruebas.

2 Tenedlo, hermanos míos, por sumo gozo, cuando cayereis en pruebas de todo género,

3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia [12495] .

4 Pero es necesario que la paciencia produzca obra perfecta, para que seáis perfectos y cabales sin que os falte cosa alguna.

Pedid la sabiduría.

5 Si alguno de vosotros está desprovisto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da liberalmente sin echarlo en cara, y le será dada [12496] .

6 Mas pida con fe, sin vacilar en nada; porque quien vacila es semejante a la ola del mar que se agita al soplar el viento [12497] .

7 Un hombre así no piense que recibirá cosa alguna del Señor [12498] .

8 El varón doble es inconstante en todos sus caminos [12499] .

Los motivos de gloria.

9 Gloríese el hermano: el humilde, por su elevación [12500] ;

10 el rico, empero, por su humillación, porque pasará como la flor del heno [12501] :

11 se levanta el sol con su ardor, se seca el heno, cae su flor, y se acaba la belleza de su apariencia. Así también el rico se marchitará en sus caminos.

Tentación.

12 Bienaventurado el varón que soporta la tentación porque, una vez probado, recibirá la corona de vida que el Señor tiene prometida a los que le aman [12502] .

13 Nadie cuando es tentado diga: “Es Dios quien me tienta”. Porque Dios, no pudiendo ser tentado al mal, no tienta Él tampoco a nadie [12503] .

14 Cada uno es tentado por su propia concupiscencia, cuando se deja arrastrar y seducir.

15 Después la concupiscencia, habiendo concebido, pare pecado; y el pecado consumado engendra muerte [12504] .

Todo bien es un don de Dios.

16 No os engañéis, hermanos míos carísimos:

17 De lo alto es todo bien que recibimos y todo don perfecto, descendiendo del Padre de las luces, en quien hay mudanza ni sombra (resultante) de variación [12505] .

18 De su propia voluntad Él nos engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus creaturas [12506] .

Vivir la palabra.

19 Ya lo sabéis, queridos hermanos. Mas todo hombre ha de estar pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse [12507] ;

20 porque ira de hombre no obra justicia de Dios [12508] .

21 Por lo cual, deshaciéndoos de toda mancha y resto de malicia, recibid en suavidad la palabra ingerida (en vosotros) que tiene el poder de salvar vuestras almas.

22 Pero haceos ejecutores de la palabra, y no oidores solamente, engañándoos a vosotros mismos [12509] .

23 Pues si uno oye la palabra y no la practica, ese tal es semejante a un hombre que mira en un espejo los rasgos de su rostro [12510] :

24 se mira, y se aleja (del espejo), y al instante se olvida de cómo era.

25 Mas el que persevera en mirar atentamente la ley perfecta, la de la libertad, no como oyente olvidadizo, snio practicándola efectivamente, éste será bienaventurado en lo que hace [12511] .

26 Si alguno se cree piadoso y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, vana es su piedad.

27 La piedad pura e inmaculada ante el Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y preservarse de la contaminación del mundo [12512] .

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Santiago 2

Cómo mira Dios la acepción de personas.

1 Hermanos míos, no mezcléis con acepción de personas la fe en Jesucristo, nuestro Señor de la gloria [12513] .

2 Si, por ejemplo, en vuestra asamblea [12514] entra un hombre con anillo de oro, en traje lujoso, y entra asimismo un pobre en traje sucio,

3 y vosotros tenéis miramiento con el que lleva el traje lujoso y le decís: “Siéntate tú en este lugar honroso”; y al pobre le decís: “Tú estate allí de pie” o “siéntate al pie de mi escabel” [12515] ,

4 ¿no hacéis entonces distinción entre vosotros y venís a ser jueces de inicuos pensamientos?

5 Escuchad, queridos hermanos: ¿No ha escogido Dios a los que son pobres para el mundo, (a fin de hacerlos) ricos en fe y herederos del reino que tiene prometido a los que le aman? [12516]

6 ¡Y vosotros despreciáis al pobre! ¿No son los ricos los que os oprimen y os arrastran ante los tribunales?

7 ¿No son ellos los que blasfeman el hermoso nombre que ha sido invocado sobre vosotros? [12517]

8 Si en verdad cumplís la Ley regia [12518] , conforme a la Escritura: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, bien obráis;

9 pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado y sois convictos como transgresores por esa Ley.

10 Porque si uno guarda toda la Ley, pero tropieza en un solo (mandamiento), se ha hecho reo de todos.

11 Pues Aquel que dijo: “No cometerás adulterio”, dijo también: “No matarás”. Por lo cual, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho transgresor de la Ley [12519] .

12 Hablad, pues, y obrad como quienes han de ser juzgados según la Ley de libertad.

13 Porque el Juicio será sin misericordia para aquel que no hizo misericordia. La misericordia se ufana contra el juicio [12520] .

La fe no vive sin las obras.

14 ¿De qué sirve, hermanos míos, que uno diga que tiene fe, si no tiene obras? ¿Por ventura la fe de ese tal puede salvarle?

15 Si un hermano o hermana están desnudos y carecen del diario sustento,

16 y uno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos y saciaos”, mas no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿qué aprovecha aquello?

17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta como tal.

18 Mas alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras”. Pues bien, muéstrame tu (pretendida) fe sin las obras, y yo, por mis obras, te mostraré mi fe [12521] .

19 Tú crees que Dios es uno. Bien haces. También los demonios creen, y tiemblan [12522] .

El ejemplo de Abrahán y de Rahab.

20 ¿Quieres ahora conocer, oh hombre insensato, que la fe sin las obras es inútil? [12523]

21 Abrahán, nuestro padre, ¿no fue justificado acaso mediante obras, al ofrecer sobre el altar a su hijo Isaac? [12524]

22 Ya ves que la fe cooperaba a sus obras y que por las obras se consumó la fe [12525] ;

23 y así se cumplió la Escritura que dice: “Abrahán creyó a Dios, y le fue imputado a justicia”, y fue llamado “amigo de Dios”.

24 Veis pues que con las obras se justifica el hombre, y no con (aquella) fe sola.

25 Así también Rahab la ramera ¿no fue justificada mediante obras cuando alojó a los mensajeros y los hizo partir por otro camino? [12526]

26 Porque así como el cuerpo aparte del espíritu es muerto, así también la fe sin obras es muerta.

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Santiago 3

El terrible mal de la lengua.

1 Hermanos míos, no haya tantos entre vosotros que pretendan ser maestros, sabiendo que así nos acarreamos un juicio más riguroso [12527] ;

2 pues todos tropezamos en muchas cosas. Si alguno no tropieza en el hablar, es hombre perfecto, capaz de refrenar también el cuerpo entero.

3 Si a los caballos, para que nos obedezcan ponemos frenos en la boca, manejamos también todo su cuerpo.

4 Ved igualmente cómo, con un pequeñísimo timón, las naves, tan grandes e impelidas de vientos impetuosos, son dirigidas a voluntad del piloto.

5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. Mirad cuán pequeño es el fuego que incendia un bosque tan grande [12528] .

6 También la lengua es fuego: es el mundo de la iniquidad. Puesta en medio de nuestros miembros, la lengua es la que contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda [12529] de la vida, siendo ella a su vez inflamada por el infierno.

7 Todo género de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos se doma y se amansa por el género humano [12530] ;

8 pero no hay hombre que pueda domar la lengua: incontenible azote, llena está de veneno mortífero.

9 Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a semejanza de Dios.

10 De una misma boca salen bendición y maldición. No debe, hermanos, ser así.

11 ¿Acaso la fuente mana por la misma vertiente agua dulce y amarga?

12 ¿Puede, hermanos míos, la higuera dar aceitunas, o higos la vid?

[12531] Así tampoco la fuente salada puede dar agua dulce.

Mansedumbre de la sabiduría.

13 ¿Hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Muestre sus obras por la buena conducta con la mansedumbre (que es propia) de la sabiduría.

14 Pero si tenéis en vuestros corazones amargos celos y espíritu de contienda, no os gloriéis al menos, ni mintáis contra la verdad [12532] .

15 No es ésa la sabiduría que desciende de lo alto, sino terrena, animal, diabólica.

16 Porque donde hay celos y contiendas, allí hay desorden y toda clase de villanía.

17 Mas la sabiduría de lo alto es ante todo pura, luego pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, sin parcialidad, sin hipocresía [12533] .

18 Fruto de justicia, ella se siembra en paz, para bien de los que siembran la paz.

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Santiago 4

¿De dónde las guerras?

1 ¿De dónde las guerras, de dónde los pleitos entre vosotros? ¿No es de eso, de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? [12534]

2 Deseáis y no tenéis; matáis y codiciáis, y sin embargo no podéis alcanzar; peleáis y hacéis guerra. Es que no tenéis porque no, pedís.

3 Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de saciar vuestras pasiones [12535] .

Dios tiene celos del mundo.

4 Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Quien, pues, quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios [12536] .

5 ¿O pensáis que en vano dice la Escritura: “El Espíritu que (Dios) hizo morar en nosotros ama con celos?”

6 Mayor gracia nos otorga (con ello). Por eso dice: “A los soberbios resiste Dios, mas a los humildes da gracia” [12537] .

7 Someteos, pues, a Dios; al diablo resistidle, y huirá de vosotros [12538] .

8 Acercaos vosotros a Dios [12539] y Él se acercará a vosotros. Limpiaos las manos, pecadores; purificad vuestros corazones, hipócritas.

9 Sentid vuestra miseria, lamentaos y llorad. Truéquese vuestra risa en llanto y vuestro regocijo en pesadumbre.

10 Abajaos delante del Señor y Él os levantará.

No juzgar.

11 No habléis mal, hermanos, unos de otros. El que murmura de su hermano o juzga a su hermano, de la Ley murmura y juzga a la Ley. Y si tú juzgas a la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino que te eriges en juez.

12 Uno solo es el Legislador y Juez: el que puede salvar y destruir. Tú, en cambio, ¿quien eres que juzgas al prójimo? [12540]

“Si Dios quiere”.

13 Ahora a vosotros los que decís: “Hoy o mañana iremos a tal ciudad y pasaremos allí un año y negociaremos y haremos ganancias” [12541] ,

14 ¡vosotros que no sabéis ni lo que sucederá mañana! Pues ¿qué es vuestra vida? Sois humo que aparece por un momento y luego se disipa.

15 Deberíais en cambio decir: “Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto o aquello”.

16 Mas vosotros os complacéis en vuestras jactancias. Maligna es toda complacencia de tal género.

17 Pues, a quien no hace el bien, sabiendo hacerlo, se le imputa pecado [12542] .

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Santiago 5

¡Ay de los ricos!

1 Y ahora a vosotros, ricos: Llorad y plañíos por las calamidades que os tocan [12543] .

2 La riqueza vuestra es podrida, vuestros vestidos están roídos de polilla;

3 vuestro oro y vuestra plata se han enmohecido y su moho [12544] será testimonio contra vosotros, y devorará vuestra carne como un fuego. Habéis atesorado en los días del fin.

4 He aquí que ya clama el jornal sustraído por vosotros a los trabajadores que segaron vuestros campos, y el clamor de los segadores ha penetrado en los oídos del Señor de los ejércitos [12545] .

5 Sobre la tierra os regalasteis y os entregasteis a los placeres: ¡habéis cebado vuestros corazones en día de matanza! [12546]

6 Habéis condenado, habéis matado al justo, sin que éste se os opusiera.

Bienaventurados los pobres.

7 Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Parusía del Señor. Mirad al labrador que espera el precioso fruto de la tierra aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia de otoño y de primavera [12547] .

8 También vosotros tened paciencia: confirmad vuestros corazones, porque la Parusía del Señor está cerca [12548] .

9 No os quejéis, hermanos, unos contra otros, para que no seáis juzgados; mirad que el juez está a la puerta.

10 Tomad ejemplo, hermanos, en las pruebas y la paciencia de los profetas que hablaron en nombre del Señor.

11 Ved como proclamamos dichosos a los que soportan. Oísteis la paciencia de Job y visteis cuál fue el fin del Señor; porque el Señor es lleno de piedad y misericordia [12549] .

Instrucciones.

12 Pero ante todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo ni por la tierra, ni con otro juramento alguno; que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no, para que no incurráis en juicio [12550] .

13 ¿Hay entre vosotros alguno que sufre? Haga oración. ¿Está uno contento? Cante Salmos [12551] .

Unción de los enfermos, confesión y oración.

14 ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Haga venir a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él ungiéndole con óleo en nombre del Señor [12552] ;

15 y la oración de fe salvará al enfermo, y lo levantará el Señor; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados [12553] .

16 Por tanto, confesaos unos a otros los pecados y orad unos por otros para que seáis sanados: mucho puede la oración vigorosa del justo [12554] .

17 Elías, que era un hombre sujeto a las mismas debilidades que nosotros, rogó fervorosamente que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por espacio de tres años y seis meses [12555] .

18 Y de nuevo oró; y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.

19 Hermanos míos, si alguno de vosotros se extravía de la verdad y otro lo convierte,

20 sepa que quien convierte a un pecador de su errado camino salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados [12556] .

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. A las doce tribus: véase la nota introductoria. La mención del número total de las tribus indica que Santiago, designado Apóstol “de la circuncisión”, como Pablo para los gentiles (Ga. 2, 8 y 9), entendía abarcar aquí a los cristianos procedentes de toda la casa de Jacob, es decir, tanto a los del antiguo reino meridional de Judá, que volvió de Babilonia con las tribus de Judá y de Benjamín, cuanto a los del reino de Israel que, formado por las diez tribus del norte, con capital en Samaria, fue llevado cautivo a Asiria y permaneció desde entonces en dispersión (2 R. 17, 6; 25, 12 y notas). Hasta qué punto esas diez tribus llegaron a tener noticias de Jesucristo es cosa que Dios parece haber querido dejar en la penumbra (cf. Rm. 10, 18 y nota), quizá con miras a la futura salvación de las doce tribus que S. Pablo anuncia como un misterio en Rm. 11, 25 s.; cf. Ez. 37, 15 ss.; 4 Esd. 13, 39 ss. Entretanto es de notar que Jesús empezó su predicación en tierras de Zabulón y Neftalí (Mt. 4, 15; Is. 9, 1) y que los Once (excluido ya Judas Iscariote) son todos llamados galileos por el Ángel (Hch. 1, 11).

3. Paciencia en sentido de perseverancia, resistiendo frente a las tentaciones y tribulaciones. Cf. Ro 5, 3; 2 Pe. 1, 5-7.

5. Sin echarlo en cara: sin zaherir a nadie. Notemos la suavidad inefable de esta actitud: al revés de un padre gruñón que, antes de darnos el dinero que necesitamos, nos reprochase porque no sabemos ganarlo etc. (quitándonos así las ganas de recurrir a él). Nuestro divino Padre, que es aquel “Padre admirable” del hijo pródigo (Lc. 15, 20 ss.), no se sorprende, ni menos se fastidia ni se incomoda de que le pidamos mucho de ese “dinero” insuperable que es la sabiduría, ni encuentra mal que no seamos capaces de tenerla ni de adquirirla por nosotros mismos. No desdeñemos el maravilloso ofrecimiento que aquí se nos hace gratuitamente, de ese divino don de la sabiduría “con la cual nos vienen todos los bienes” (Sb. 7, 11). Repitámosle sin cesar, con o sin palabras, la súplica de Salomón: “Dame aquella sabiduría que tiene su asiento junto a tu trona” (Sb. 9, 4). ¿No es ella acaso el mismo Cristo, que es la Sabiduría del Padre y se hizo carne (Sb. 7, 26 ss. y notas) y cuyo don espiritual nos enseña Él mismo a pedir en el Padrenuestro al decir: “Danos cada día nuestro pan supersustancial” (cf. Lc. 11; 3; Mt. 6, 11). Sepamos bien que esta sabiduría es la que el mundo desprecia llamándola necedad (cf. v. 27 y nota); la que los fariseos pretenden poseer ya con su prudencia, sin necesidad de pedirla; y la que el Padre nos prodiga cuando nos hacemos como niños (Lc. 10, 21).

6. Sin vacilar: significa, por una parte, sin dudar o sea creyendo firmemente que la bondad de Dios nos la concederá. Esta fe o confianza es la condición previa de toda oración y es también la medida de todo lo que recibimos en ella (Sal. 32, 22 y nota; Mt. 7, 7; 21, 22; Mc. 11, 24; Lc. 11, 9; Jn. 14, 13; 16, 23 s. etc.). Pero el Apóstol se refiere especialmente al que no tiene ánimo dividido (v. 8), es decir, al que no vacila en querer recibir la sabiduría, en desearla y buscarla (Sb. 6, 14 ss.), lo cual presupone la rectitud del que quiere la verdad, sean cuales fueren sus consecuencias, y presupone la humildad del “pobre en el espíritu’ (Mt. 5, 1) que se reconoce falto de sabiduría (v. 5). Un caso ejemplar de esto fue el de S. Justino, que después de buscar en vano la verdad pasando por todas las escuelas de la filosofía (cf. Col. 2, 8), la halló en el Libro de la Sagrada Escritura, cuyas palabras de divina eficacia lo llenaron de admiración y amor hacia Cristo, convirtiéndolo a Él que es la misma Sabiduría encarnada. La vacilación en desear la sabiduría y buscarla en las Palabras de Dios viene del apego a nuestras obras –pero no sólo a los vicios sino también a nuestras rutinas o pretendidas virtudes– y muestra que esas obras son malas, pues el que huye de la luz es porque obra mal (Jn. 3, 20). En esto precisamente consiste, dice Jesús, el juicio que Él vino a hacer (Jn. 3, 19). De ahí la gravedad de lo que revela en Jn. 12, 48 al decir que lo desprecia el que no quiere oír sus amorosas palabras. ¿Es de extrañar que Dios tome como un desprecio el rechazo del tesoro de la sabiduría que nos ofrece gratis? (Is. 55, 1 ss.; Ap. 22, 17). ¿No significa eso decirle que se guarde sus lecciones pues nosotros ya sabemos más que Él?

7. Véase 4, 3.

8. Consecuencia del v. 6. La fidelidad es una voluntad que cree. Si vacila pues la fe, vacilará la voluntad y por tanto la constancia en el obrar.

9. Por su elevación, esto es por el privilegio especial con que Él exalta a los pequeños y humildes, como lo vemos especialmente en el Sermón de la Montaña (Mt. 5, 1 ss.) y en el Magnificat (Lc. 1, 49 ss. y notas). El rico sólo puede gloriarse si reconoce como humillante su posición. Por aquí se ve a qué distancia solemos estar de estas verdades sobrenaturales.

10. “El rico ponga su gloria en la humildad, pensando humildemente de sí mismo y considerando que estas riquezas, en cuanto le granjean la veneración y el respeto de los hombres, le hacen pobre y despreciable a los ojos de Dios” (S. Agustín). Cf. Si. 14, 18; Is. 40, 6; 1 Pe. 1, 24.

12. Recapitula lo dicho en el v. 2. Cf. Job, 5, 17 ss. Aquí se encierra toda la espiritualidad del dolor. Y también una gran luz contra los escrúpulos, pues nos muestra el abismo que hay entre tentación y pecado, al punto de ser ella una bendición para los de corazón recto.

13. No pudiendo Dios ser tentado al mal, claro está que no podría tentar a otros sin dejar de ser Él mismo la fuente de todo bien. Cuanto Él hace es infinitamente santo por el solo hecho de ser suyo (Mt. 19, 16 y nota). El hecho de que a veces no lo veamos, muestra hasta dónde está caída nuestra naturaleza y cómo la carne lucha contra el espíritu (Ga. 5, 17).

15. Habiendo concebido: es decir, cuando la tentación ha ganado el corazón, ya es seguro el triunfo del maligno. De ahí la lección de Jesús en Lc. 22, 40 y 46 y lo que Él nos enseñó a pedir en el Padrenuestro. Véase Lc. 11, 4. Engendra muerte: cf. 1 Co. 15, 56.

17. Cosa bien natural y al mismo tiempo bien admirable. Del padre procede todo cuanto recibe un hijo, y así viene de nuestro divino Padre también todo el bien que recibimos y nunca el mal (v. 13). Véase en Hch. 2, 46 y nota una bella oración de agradecimiento. Jesús es el primero en proclamar que todo lo recibe de su Padre (Jn. 3, 35; 5, 19 ss., etc.). El Apóstol, para colmar nuestro consuelo, recuerda aquí la inmutabilidad del Padre, como diciendo que no corremos ningún peligro de perder tal Bienhechor. Cf. Jn. 10, 29; Ef. 2, 4 y nota. Siempre será Él la “luz sin tiniebla alguna” (1 Jn. 1, 5).

18. Nótese el vigor de la expresión: la palabra de la verdad nos engendra de nuevo (1 Pe. 1, 23). Tal es la virtud propia de esa palabra, al entrar en nuestra alma como semilla de vida (Mt. 13, 1 ss.), que, como añade el Apóstol en el v. 21, “esa palabra ingerida” es capaz de salvar nuestras almas (Ro 1, 16).

19. Santiago abunda en estas preciosas normas de sabiduría práctica, que recuerdan los Libros sapienciales. Cf. Pr. 17, 27.

20. La justicia de Dios significa aquí la santidad: todo lo que agrada a Dios (Sal. 4, 6 y nota). La ira del hombre es una rebeldía contra Él, pues encierra una voluntad de protesta contra algo que Él permite. Jesús quería que su voluntad coincidiese siempre con la del Padre (Mt. 26, 39). Véase Ef. 4, 26.

22. Oír la Palabra del Evangelio y no ajustarse a ella es prueba de que no se la ha recibido rectamente, según vemos en los vv. 18 y 21. Así lo enseña Jesús en la parábola del sembrador (Mt. 13, 3 y nota). Cf. Mt. 7, 24; Ro 2, 13.

23 s. Conviene entender bien todo lo que significa esta comparación. Cuando estamos frente al espejo, vemos nuestra imagen con extraordinario relieve, al punto que ella parece existir realmente detrás del cristal. Y sin embargo, apenas nos retiramos, desaparece totalmente, sin dejar el menor rastro, como las aves de que habla el Libro de la Sabiduría no dejan huella alguna de su vuelo en el espacio. Es decir, pues, que necesitamos tener permanentemente la Palabra de Dios, para que ella obre su virtud en nosotros (Col. 3, 16), pues si la olvidamos, nuestra miserable naturaleza vuelve automáticamente a hacernos pensar y sentir según la carne, llevándonos a obrar en consecuencia. Por eso Jesús nos dice que sólo seremos discípulos suyos y conoceremos la verdad, si sus palabras permanecen en nosotros (Jn. 8, 31).

25. La Ley perfecta de la libertad es el Evangelio. cuya verdad nos hace obrar como libres (Jn. 8, 32). Véase la comparación que hace S. Pablo en Ga. 4, 21 ss. Cf. 1 Co. 12, 2 y nota.

27. Nótese que preservarse de la contaminación del mundo no significa solamente abstenerse de tal o cual pecado concreto, sino vivir divorciado en espíritu del ambiente y modo de pensar que nos rodea (cf. v. 5 y nota). Es vivir como peregrino en “este siglo malo” (Ga. 1, 4 y nota) con la mirada vuelta a lo celestial (Jn. 8, 23 y nota).

1 ss. Es de notar la tremenda severidad con que se condena como pecado (v. 9) la acepción de personas, la cual consiste, como se desprende de los vv. siguientes, en dar preferencia a los poderosos del mundo y despreciar a la gente humilde. Es ésta una preocupación que Dios no cesa de inculcarnos a través de toda la sagrada Escritura (cf. Lv. 19, 15; Dt. 1, 17; 16, 19; Pr. 24, 23; Si. 42, 1, etc.). No es otra cosa que lo que S. Juan llama fornicación con los reyes de la tierra (Ap. 17, 2). Santiago escribía esto como Obispo de Jerusalén, pocos años antes de la terrible catástrofe del 70, en que esta ciudad fue definitivamente asolada por los Romanos, es decir, cuando existía ese enfriamiento general de la caridad, que Jesús había anunciado para entonces y también para los últimos tiempos (Mt. 24, 12). Véase el apóstrofe a los ricos en el cap. 5.

2. Asamblea: literalmente: Sinagoga. Véase la nota introductoria. Cf. Hb. 8, 4 y nota.

3. El Apóstol nos hace ver uno de los abismos de mezquindad que hay en nuestro corazón siempre movido por estímulos que no son según el espíritu sino según la carne. Damos gustosos cuando nos seduce el atractivo de la belleza, de la simpatía, de la cultura, inteligencia, posición, etc., o sea, cuando de lo que damos esperamos algo que sea para nosotros deleite o ventaja o estima o aplauso o afecto. Jesús nos enseña no sólo a dar sin esperar nada, a amar y a hacer bien a nuestros enemigos (Lc. 6, 35), sino que nos describe la ventaja que hay en convidar especialmente, no a amigos, parientes y ricos, sino a pobres, lisiados, etc. (Lc. 14, 12 ss.), no ya sólo porque ésos son lógicamente los que necesitan misericordia sino también porque en eso está la gran recompensa que “en la resurrección de los justos” (Lc. 14, 14) dará el Padre a los que son como Él, prodigándonos la misericordia según la hayamos usado con los demás (Mt. 7, 2 y nota); y la misericordia está en dar no según los méritos –que sólo Dios conoce (Mt. 7, 1)–, sino según la necesidad. “Señor –escribía un alma humilde– no me extraño ni me escandalizo de no saber cumplir tu sublime Sermón de la Montaña; sé que mi corazón es fundamentalmente malo. Pero Tú puedes hacer que lo cumpla en la medida de tu agrado, que es la voluntad del Padre, dándome el Espíritu que necesito para ello: tu Santo Espíritu, que conquistaste con tus infinitos méritos” (Lc. 11, 13 y nota).

5. El Apóstol acentúa con su habitual elocuencia la predilección de Dios por los humildes y pequeños, que el divino Maestro enseñó en el Sermón de la Montaña (Mt. 5, 1 ss.; Lc. 6, 20-26), y que S. Pablo expuso en los tres primeros capítulos de 1 Corintios. La explicación de esto la da el presente v. mostrando cómo los pobres en valores mundanos suelen ser los ricos en fe. Cf. 1 Co. 1, 26; 1 Tm. 1, 4; Tt. 3, 9 y notas.

7. El hermoso nombre: el de Jesús, en quien habían sido bautizados (Hch. 2, 38; 8, 16; 10, 48). Sobre el nombre de cristianos, cf. Hch. 11, 26.

8. Ley regia: destaca la majestad del gran mandamiento. Cf. Lv. 19, 18; Mt. 22, 39; Mc. 12, 31; Rm. 13, 10; Ga. 5, 14.

11. Con esta alusión al criterio legalista que nunca alcanza la verdad plena (Ga. 3, 2), Santiago nos ofrece la contraprueba de lo que S. Pablo enseña en Rm. 13, 8-10: sólo en el amor puede estar el cumplimiento de la Ley (cf. Jn. 14, 23 s.). Tal es la Ley regia (v. 8) y Ley de la perfecta libertad (v. 12; 1, 25), la que se ufana contra el juicio (v. 13).

13. “No recuerdo haber leído nunca que el que haya ejercido con agrado la limosna tuviese mala suerte” (S. Jerónimo). Se ufana: no lo teme porque el juicio no la alcanza. Es la bienaventuranza de los misericordiosos (Mt. 5, 7), que a su vez son perdonados (Mt. 7, 2 y nota). Cf. Jn. 5, 24.

18. Lejos de oponerse a la doctrina de S. Pablo sobre la justificación (Rm. 3, 28; 4, 8 ss.), Santiago nos confirma en este pasaje, con la más viva elocuencia, que la fe obra por la caridad, según enseña también S. Pablo en Ga. 5, 6. S. Pablo en los lugares citados opone la ley judía a la fe de Cristo, en tanto que Santiago habla de la fe práctica, animada por la caridad, en oposición a la fe muerta que no produce obras. En 1 Ts. 1, 3 el Apóstol de los gentiles nos dice, como aquí, que recordemos las obras de nuestra fe. Y Santiago no nos habla del que tiene fe sin obras, sino del que dice que tiene fe, pero no obra según la fe (Cf. 2 Tm. 3, 5), con lo cual muestra que se engaña o es un impostor. Si tuviera fe, ella se manifestaría por el amor, y de ahí el desafío del Apóstol: ¡Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras! Cf. Hb. 11, 4.

19. Los demonios creen, dice S. Tomás, pero como unos esclavos que aborrecen a su Señor, cuyos castigos no pueden evitar. Pero así como de nada sirve a los demonios este conocimiento que tienen, porque su voluntad es perversa, de la misma suerte de nada sirve a un cristiano esa creencia si no lo mueve el amor de Dios que se manifiesta en la conducta. Sobre lo que es la verdadera fe, véase Rm. 1, 20; Hb. 11, 1 ss. y notas.

20. Véase v. 18 y nota; Flm. 6.

21. Cf. Gn. 22, 9-18; Rm. 4, 13 ss.

22. Es una vez más la doctrina de Ga. 5, 6. Porque, como vimos en la nota al v. 11, esas obras de que aquí se habla son las del amor y misericordia.

25. Véase Hb. 11, 31. Rahab acogió a los exploradores israelitas en Jericó y así mostró su fe (Jos. 2, 4 ss.).

1. El Maestro es uno solo (Mt. 23, 8). El afán de enseñar a otros implica gran responsabilidad porque la lengua es difícil de domar (v. 8), y de ella, no obstante su pequeñez (v. 3-5), proceden calamidades tan grandes (v. 6). Por lo cual nadie puede ejercer semejante ministerio si no es llamado (1 Co. 12, 8; Ef. 4, 11) y si no enseña las palabras de Cristo (1 Pe. 4, 11; Jn. 10, 27). Cf. Rm. 16, 18; Flp. 3, 2 y 18 s.; Ga. 6, 12; 2 Pe. 2, 1 ss. Véase el ejemplo de Jesús según Hb. 5, 4 ss.

5. “Ningún órgano le sirve tan bien al diablo para matar el alma y llevarnos al pecado” (S. Crisóstomo).

6. El mundo de la iniquidad; pues, como observa S. Basilio, la lengua encierra todos los males, enciende el fuego de las pasiones, destruye lo bueno, es un instrumento del infierno. La rueda: otros: el ciclo, o sea todo el curso de la existencia. Figura semejante a la usada en los horóscopos.

7 ss. El hombre, dice S. Agustín, doma la fiera y no doma la lengua. De manera que sería inútil pretender frenarla por propio esfuerzo (v. 8). El remedio está en entregarse a la moción del Espíritu Santo (Lc. 11, 13; Rm. 5, 5; 8, 14). Entonces, cuando nos inspire el amor en vez del egoísmo, podremos hablar cuanto queramos, oportuna e inoportunamente (2 Tm. 4, 2). No es otro el pensamiento del mismo Obispo de Hipona cuando nos dice en su célebre máxima: “Dilige et quod vis fac”. Ama y haz lo que quieras. Entonces será la misma lengua el mejor instrumento de los mayores bienes (v. 9 ss.). Cf. Si. 28, 14.

12. Véase Mt. 7, 16.

14 ss. Los amargos celos son la envidia y la aspereza; es el espíritu de disensión y discordia. Y donde domina la envidia y la discordia allí viven de asiento todos los vicios (S. Ambrosio).

17 s. Precioso retrato de la tranquila sabiduría celestial. ¡Qué dicha si sacáramos de aquí el fruto de no discutir! Véase, según el texto hebreo, el Sal. 36 y nota. La Palabra de la Sabiduría es semilla (v. 18; Lc. 8, 11; Mc. 4, 14). Es, pues, cuestión de dejarla caer solamente. A los que no la recojan, vano sería querer forzarlos (véase Mt. 13, 19 y 23 y notas), pues les falta la disposición interior (Jn. 3, 19; 12, 48). Quizá no ha sonado aún para ellos la hora que sólo Dios conoce. Cf. Jn. 7, 5 y Hch. 1, 14.

1. S. Gregorio hace notar que cuando el fuego de la concupiscencia se apodera de alguno ya no puede ver el sol de la inteligencia. Es la doctrina de S. Agustín sobre la “mens mundata” (cf. Mt. 5, 8 y nota). Vemos aquí explicado, sin ir más lejos, cómo hombres dirigentes y naciones caen en la monstruosa ceguera de las guerras. Y sabemos que seguirán cayendo, pues las guerras serán la primera señal del fin (Mt. 24, 6 ss.) y los hombres no se convertirán (Ap. 9, 15-21; 16, 9, etc.). Cf. 1 Co. 6, 7.

3. “Dios oye las oraciones de la creatura racional, en cuanto desea el bien. Pero ocurre tal vez que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente, y hasta un verdadero mal. Por eso esta oración no puede ser oída por Dios” (S. Tomás). Cf. 1 Jn. 5, 14. Nótese que el Apóstol dirige sus exhortaciones a quienes se llaman cristianos. Y no excluye a los de todos los tiempos. Cf. 1, 6 s.; Mt. 7, 7.

4. Adúlteros: En el lenguaje de la Biblia la apostasía se llama adulterio, porque la unión del alma con Dios es como un matrimonio, y el esposo que ama de veras es necesariamente celoso (Dt. 32, 21: Sb. 5, 18; Hb. 10, 27, etc.). De ahí que el Espíritu de Dios que mora en nosotros (Jn. 14, 16 s.) tenga celos (v. 5) y no permita que nos entreguemos a las cosas del mundo, porque es verdad revelada que si alguno ama el mundo no puede amar al Padre (1 Jn. 2, 15). Cf. 6, 24 y nota. El Apóstol alude aquí a Ez. 23, 25.

6. Cf. Pr. 3, 34; 1 Pe. 5, 5; Lc. 1, 51-52. Y lo más admirable es que esa humildad es también, según está definido, un don previo del mismo Dios. Véase Denz. 179.

7. ¡Gran secreto! El diablo, con todo su poder, es cobarde. Si nos ve decididos, huye. Cf. Ef. 4, 27.

8 ss. Acercaos a Dios: ¿Por qué camino podemos acercarnos al Omnipotente? S. Agustín responde: “Ved, hermanos míos, un gran prodigio: Dios es infinitamente elevado; si quieres elevarte, se aleja de ti; y si te humillas, desciende hacia ti”. Así lo dice el Apóstol en el v. 9. Notemos cuán fácil es esta humildad en la presencia del Señor, es decir, toda interior, y no con un espíritu de servilismo, sino con la pequeñez de un niñito delante del Padre que lo ama. Cf. 1 Pe. 5, 6.

12. Hay aquí una gran luz para comprender que Dios, autor de la Ley, no está sujeto a ella, y conserva su omnímoda libertad para proceder en todo según su beneplácito. Véase Sal. 147, 9 y nota; Si. 18, 8; Is. 46, 10; Mt. 20, 13; Rm. 9, 15; Ef. 1, 11; Hb. 2, 4, etc. Sobre el juicio del prójimo, véase Rm. 14, 4.

13 ss. Vemos cuán bueno es el decir siempre: si Dios quiere (v. 15; cf. Hch. 8, 21).

17. Cf. Rm. 14, 23. Toda la Escritura nos muestra que la responsabilidad ante Dios es mayor cuando hay más conocimiento (cf. Lc. 12, 47 s.). De ahí la gravísima posición de. los que dirigen. Cf. Si. 3, 20; 7, 4; 31, 8, etc.

1 ss. Llorad y plañíos: ¡Elocuente apóstrofe! (Cf. 1, 9 s.), pues os creéis felices y no sabéis que es todo lo contrario (Ap. 3, 17): lo que llamáis opulencia es podredumbre (v. 2) y será causa de vuestra ruina (vv. 4 y 5). Sobre el mal uso de las riquezas y la avaricia, cf. 2, 5 s.; Is. 58, 3 ss. y notas; Mt. 19, 23 s.; Lc. 6, 24; 1 Tm. 6, 9, etc.

3. El moho por falta de uso es lo que convierte la avaricia en idolatría (Ef. 5, 5; Col. 3, 5). León Bloy la llama “la crucifixión del oro”, el cual, retirado de su fin natural, aparece levantado entre la tierra y el cielo, como un blasfemo remedo de Cristo.

4. Véase Ef. 6, 5 ss. y nota.

5. El día de la matanza, o sea la venida del juez (v. 7). La expectativa de la venganza inminente la extraordinaria fuerza a esta figura. ¡Querer arraigarse en el destierro y hartarse como quien ceba un animal para matarlo en seguida, sin tener siquiera tiempo de gozar la hartura!

7 ss. Después de la severa admonición precedente, el Apóstol alecciona también a los que obedecen (v. 4 y nota), enseñándonos a buscar así la paz social y no el odio. Su lenguaje es todo sobrenatural, como un eco del Sermón de Jesús (Lc. 6, 20 y nota). Compadece a los poderosos (v. 1) y envidia a los que, pareciendo débiles, son los grandes afortunados (Sal. 71, 2 y nota).

8. La Parusía del Señor está cerca: véase Rm. 13, 11; 1 Co. 7, 29; Flp. 4, 5; Hb. 10, 25 y 37; Ap. 1, 3; 22, 7 y 10. Lagrange y Pirot, citando de Maistre a propósito de este último texto, dicen que esa impresión de que Jesús volvería en cualquier momento, “es lo que hizo la fuerza de la Iglesia primitiva. Los discípulos vivían con los ojos puestos en el cielo, velando para no ser sorprendidos por la llegada del Señor, regulando su conducta ante el temor de su juicio… y de esa intensidad de su esperanza vino su heroísmo en la santidad, su generosidad en el sacrificio, su celo en difundir por doquiera la vida nueva, según el Evangelio.

11. Véase Tob. 2, 15.

12. Véase Mt. 5, 34. Según nos lo muestra la conducta del Señor (Mt. 26, 63 ss.) y de S. Pablo (2 Co. 1, 23; Ga. 1, 20) no se condena todo juramento, sino el abuso y la tendencia a prometer presuntuosamente. Véase Mt. 21, 31; Jn. 13, 38 y notas.

13. Norma para todos los momentos de la vida.

14. Es la unción de enfermos o Santa Unción insinuada ya en Mc. 6, 13, como dice el Conc. de Trento. Se supone que el enfermo está en cama, pues no puede salir, y luego se dice: lo levantará (v. 15); pero no se habla en manera alguna de moribundos como muchos piensan; de modo que por falso prejuicio, que hace mirar con temor esta unción, se pierden quizá muchas curaciones tanto corporales como espirituales. En Si. 38, 1-15 vemos que la oración ha de preceder al médico y al farmacéutico. El plural los presbíteros parece indicar sólo la categoría, así como en Lc. 17, 14 Jesús dice: “mostraos a los sacerdotes” (de Israel). Según la tradición judía cada sinagoga tenía, como observa Lagrange, además del jefe o archisinagogo “un consejo de ancianos (presbíteros), prototipo de los que tomarán rango en la Iglesia cristiana” (cf. Hch. 14, 23; 15, 23; 20, 17 y 28; 1 Tm. 5, 17; Tt. 1, 5; 1 Pe. 5, 1). El Concilio Tridentino declaró que no compete a los laicos hacer esta unción.

15. La oración de la fe: en Lc. 5, 20 se dice: “viendo la fe de ellos”. Salvará (sosei) es usado siempre en sentido espiritual (v. 20; 1, 21; 2, 14; 4, 12). ¿Tiene aquí sentido de curación? El v. 16 usa otro verbo que significa literalmente sanar. Lo levantará se refiere indudablemente al lecho. Le serán perdonados: como observa Pirot, “el pensamiento del autor no hace reserva alguna” y comprende todos los pecados graves o leves.

16. Confesaos unos a otros: la expresión “por tanto” vincula este v. al anterior y parece, como piensa Pirot, exhortar al grupo presente junto al enfermo para que antes de orar por él y a fin de valorizar su oración, disponga cada uno su alma (cf. Si. 18, 23) por el arrepentimiento, confesándose pecador delante de todos, como se hace en el Confíteor (cf. 1 Co. 11, 28; 1 Jn. 1, 7-10). Fillion dice que el pronombre allelus (unos a otros) muestra que no se trata aquí de confesión sacramental. Chaine, como otros modernos, lo entiende de una confesión hecha en grupo, como la oración que le sigue, y observa que “no es hecha especialmente a los presbíteros, aunque ellos están presente y la oyen”. Añade que “no está dicho que la confesión sea detallada”, y la relaciona con la institución del “día del perdón” (Lv. 16, 30) que aun conservan los judíos con su nombre de Yom Kippur, en que el Sumo Sacerdote hacía a nombre del pueblo (Lv. 16, 21) una confesión dirigida a Dios (cf. Sal. 32, 5; Dn. 9, 4 ss.; Esd. 9, 6-15; Pr. 28, 13; Si. 4, 26). La Didajé dice también: “Confesarás tus pecados en la asamblea (Iglesia) y no te pondrás en oración con mala conciencia” (4, 14; 16, 1). Lo mismo dice la Epístola de Bernabé (19, 12). Entre los intérpretes antiguos, empero, la mayoría refiere estas palabras de Santiago a la confesión sacramental (S. Crisóstomo, S. Alberto Magno, Sto. Tomás, etc.), mientras una minoría sostiene que se trata de la confesión pública hecha por humildad entre los hermanos con el fin de despertar la contrición y obtener la ayuda espiritual de las oraciones de los otros. Sobre este v. versaron, como recuerda Pirot, las controversias de la Edad Media acerca de la confesión hecha a loa laicos. El Concilio de Trento puso fin a las discusiones condenando solemnemente a quien desconociera como precepto de Jesucristo “el modo de confesar en secreto con el sacerdote, que la Iglesia católica ha observado siempre desde su principio y al presente observa” (Ses. 14, can. 6).

17. Véase 1 R. 17, 1 ss.; 18, 42-45; Lc. 4, 25.

20. Véase Pr. 10, 12.