Hebreos

HEBREOS

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CARTA A LOS HEBREOS

I. SUPERIORIDAD DE LA RELIGIÓN CRISTIANA SOBRE LA LEY ANTIGUA

(1,1 -10,18)

Hebreos 1

Jesucristo igual al Padre [12353] .

1 Dios que en los tiempos antiguos habló a los padres en muchas ocasiones y de muchas maneras por los profetas,

2 en los últimos días nos ha hablado a nosotros en su Hijo, a quien ha constituido heredero de todo y por quien también hizo las edades [12354] ;

3 el cual es el resplandor de su gloria y la impronta de su substancia, y sustentando todas las cosas con la palabra de su poder, después de hacer la purificación de los pecados se ha sentado a la diestra de la Majestad en las alturas,

4 llegado a ser tanto superior a los ángeles cuanto el nombre que heredó es más eminente que el de ellos [12355] .

Cristo superior a los ángeles.

5 Pues ¿a cuál de los ángeles dijo (Dios) alguna vez: “Hijo mío eres Tú, hoy te he engendrado”; y también: “Yo seré su Padre, y Él será mi Hijo”? [12356]

6 Y al introducir de nuevo al Primogénito en el mundo dice: “Y adórenlo todos los ángeles de Dios” [12357] .

7 Respecto de los ángeles (sólo) dice: “El que hace de sus ángeles vientos y de sus ministros llamas de fuego” [12358] .

8 Mas al Hijo le dice: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino [12359] .

9 Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, oh Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría más que a tus copartícipes”.

10 Y también: “Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra, y obra de tu mano son los cielos [12360] ;

11 ellos perecerán, mas Tú permaneces; y todos ellos envejecerán como un vestido;

12 los arrollarás como un manto, como una capa serán mudados. Tú empero eres el mismo y tus años no se acabarán”.

13 Y ¿a cuál de los ángeles ha dicho jamás: “Siéntate a mi diestra hasta que Yo ponga a tus enemigos por escabel de tus pies”?

14 ¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para servicio a favor de los que han de heredar la salvación? [12361]

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Hebreos 2

Exhortación a la perseverancia en la fe.

1 Por lo cual debemos prestar mayor atención a las cosas que (ahora) hemos oído, no sea que nos deslicemos [12362] .

2 Porque si la palabra anunciada por ángeles fue firme y toda transgresión y desobediencia recibió su justa retribución [12363] ,

3 ¿cómo escaparemos nosotros si tenemos en poco una salud tan grande? La cual habiendo principiado por la Palabra del Señor, nos fue confirmada por los que la oyeron;

4 dando testimonio juntamente con ellos Dios, por señales, prodigios y diversos milagros y por dones del Espíritu Santo conforme a su voluntad.

5 Porque no a ángeles sometió Él el orbe de la tierra venidero de que estamos hablando [12364] .

6 Mas alguien testificó en cierto lugar diciendo: “¿Que es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que lo visites? [12365]

7 Lo rebajaste un momento por debajo de los ángeles; lo coronaste de gloria y honor, y lo pusiste sobre las obras de tus manos;

8 todo sujetaste bajo sus pies”. Porque al someter a Él todas las cosas nada dejó que no le hubiera sometido. Al presente, empero, no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas [12366] ;

9 pero sí vemos a Aquel que fue hecho un momento menor que los ángeles: a Jesús, coronado de gloria y honor, a causa de la pasión de su muerte, para que por la gracia de Dios padeciese la muerte por todos.

Jesús “consumado” por los padecimientos.

10 Pues convenía que Aquel para quien son todas las cosas, y por quien todas subsisten, queriendo llevar muchos hijos a la gloria, consumase al autor de la salud de ellos por medio de padecimientos.

11 Porque todos, tanto el que santifica, como los que son santificados, vienen de uno solo, por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos,

12 diciendo: “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea cantaré tu alabanza” [12367] .

13 Y otra vez: “Yo pondré mi confianza en Él”. Y de nuevo: “Heme aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado”.

14 Así que, como los hijos participan de sangre y carne, también Él participó igualmente de ellas, a fin de que por medio de la muerte destruyese a aquel que tiene el imperio de la muerte, esto es, al diablo,

15 y librase a todos los que, por temor de la muerte, durante toda su vida estaban sujetos a servidumbre.

16 Porque en manera alguna toma sobre sí a los ángeles, sino al linaje de Abrahán [12368] .

17 Por lo cual tuvo que ser en todo semejante a sus hermanos a fin de que, en lo tocante a Dios, fuese un sumo sacerdote misericordioso y fiel para expiar los pecados del pueblo [12369] ,

18 pues, en las mismas cosas que Él padeció siendo tentado, puede socorrer a los que sufren pruebas [12370] .

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Hebreos 3

Preexcelencia de Cristo sobre Moisés.

1 Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe que profesamos: Jesús [12371] ;

2 el cual es fiel al que lo hizo (sacerdote), así como lo fue Moisés en toda su casa.

3 Porque Él fue reputado digno de tanta mayor gloria que Moisés, cuanto mayor gloria tiene sobre la casa quien la edificó;

4 dado que toda casa es edificada por alguno, y quien edificó todas las cosas es Dios.

5 Y a la verdad, Moisés fue fiel como siervo, en toda la casa de Él, a fin de dar testimonio de las cosas que habían de ser dichas;

6 mas Cristo lo fue como Hijo, sobre su propia casa, que somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza [12372] .

Advertencia contra la incredulidad.

7 Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: “Hoy, si oyereis su voz [12373] ,

8 no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,

9 donde me tentaron vuestros padres y me pusieron a prueba, aunque vieron mis obras

10 durante cuarenta años. Por eso me irrité contra aquella generación, y dije: siempre yerran en su corazón; no han conocido ellos mis caminos.

11 Y así juré en mi ira: No entrarán en mi reposo”.

12 Mirad, pues, hermanos, no sea que en alguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad, de modo que se aparte del Dios vivo;

13 antes bien, exhortaos unos a otros, cada día, mientras se dice: “Hoy”; para que no se endurezca ninguno de vosotros por el engaño del pecado.

14 Pues hemos venido a ser participantes de Cristo, si de veras retenemos hasta el fin la segura confianza del principio [12374] ,

15 en tanto que se dice: “Hoy, si oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación”.

16 ¿Quiénes fueron los que oyeron y provocaron? No fueron todos los que salieron de Egipto por medio de Moisés.

17 ¿Contra quiénes se irritó por espacio de cuarenta años? ¿No fue contra los que pecaron, cuyos cadáveres cayeron en el desierto?

18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a los rebeldes?

19 Vemos, pues, que éstos no pudieron entrar a causa de su incredulidad [12375] .

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Hebreos 4

La entrada en el reposo de Dios.

1 Temamos, pues, no sea que, subsistiendo aún la promesa de entrar en el reposo, alguno de vosotros parezca quedar rezagado [12376] .

2 Porque igual que a ellos también a nosotros fue dado este mensaje; pero a ellos no les aprovechó la palabra anunciada, por no ir acompañada de fe por parte de los que la oyeron.

3 Entramos, pues, en el reposo los que hemos creído [12377] , según dijo: “Como juré en mi ira: no entrarán en mi reposo”; aunque estaban acabadas las obras desde la fundación del mundo.

4 Porque en cierto lugar habló así del día séptimo: “Y descansó Dios en el día séptimo de todas sus obras”.

5 Y allí dice otra vez: “No entrarán en mi reposo”.

6 Resta, pues, que algunos han de entrar en él; mas como aquellos a quienes primero fue dada la promesa no entraron a causa de su incredulidad

7 señala Él otra vez un día, un “hoy”, diciendo por boca de David, tanto tiempo después, lo que queda dicho arriba: “Hoy, si oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones”.

8 Pues si Josué les hubiera dado el reposo, no hablaría (Dios), después de esto, de otro día [12378] .

9 Por tanto, aun queda un descanso sabático para el pueblo de Dios.

10 Porque el que “entra en su reposo”, descansa él también de sus obras, como Dios de las suyas.

11 Esforcémonos, pues, por entrar en aquel descanso, a fin de que ninguno caiga en aquel ejemplo de incredulidad [12379] .

12 Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz y más tajante que cualquiera espada de dos filos, y penetra hasta dividir alma de espíritu, coyunturas de tuétanos, y discierne entre los afectos del corazón y los pensamientos [12380] .

13 Y no hay creatura que no esté manifiesta delante de Él; al contrario, todas las cosas están desnudas y patentes a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta.

Cristo, sumo sacerdote celestial.

14 Teniendo, pues, un Sumo Sacerdote grande que penetró los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengamos fuertemente la confesión (de la fe) [12381] .

15 Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que sea incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que, a semejanza nuestra, ha sido tentado en todo, aunque sin pecado [12382] .

16 Lleguémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno [12383] .

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Hebreos 5

Misión del sumo sacerdote.

1 Todo Sumo Sacerdote tomado de entre los hombres es constituido en bien de los hombres, en lo concerniente a Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados [12384] ,

2 capaz de ser compasivo con los ignorantes y extraviados, ya que también él está rodeado de flaqueza;

3 y a causa de ella debe sacrificar por los pecados propios lo mismo que por los del pueblo.

4 Y nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón [12385] .

Cristo, sacerdote según el orden de Melquisedec.

5 Así Cristo no se exaltó a Sí mismo en hacerse Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: “Mi Hijo eres Tú, hoy te he engendrado” [12386] .

6 Así como dice cambien en otro lugar: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” [12387] .

7 El cual (Cristo) en los días de su carne, con grande clamor y lágrimas, ofreció ruegos y suplicas a Aquel que era poderoso para salvarle de la muerte; y habiendo obtenido ser librado del temor [12388] ,

8 aunque era Hijo, aprendió la paciencia por sus padecimientos [12389]

9 y, una vez perfeccionado, vino a ser causa de sempiterna salud para todos los que le obedecen [12390] ,

10 siendo constituido por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec [12391] .

Estado imperfecto de los Hebreos.

11 Sobre Él tenemos mucho que decir, y difícil de expresar por cuanto se os han embotado los oídos [12392] .

12 Debiendo ya ser maestros después de tanto tiempo, tenéis otra vez necesidad de que alguien os enseñe los primeros rudimentos de los oráculos de Dios y habéis venido a necesitar de leche, y no de alimento sólido [12393] .

13 Pues todo el que se cría con leche es rudo en la palabra de justicia, como que es niño [12394] .

14 El alimento sólido, en cambio, es para los hombres hechos, para aquellos que por el uso tienen sus sentidos ejercitados para discernir lo bueno de lo malo.

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Hebreos 6

El progreso en la doctrina y la apostasía.

1 Por lo cual, dejando la doctrina elemental acerca de Cristo, elevémonos a la perfección, no tratando de nuevo los artículos fundamentales que se refieren a la conversión de las obras muertas y a la fe en Dios [12395] ,

2 a la doctrina de los bautismos, a la imposición de las manos, a la resurrección de los muertos y al juicio eterno [12396] .

3 Y así procederemos con el favor de Dios [12397] .

4 Porque a los que, una vez iluminados, gustaron el don celestial, y fueron hechos participes del Espíritu Santo [12398] ,

5 y experimentaron la bondad de la palabra de Dios y las poderosas maravillas del siglo por venir,

6 y han recaído, imposible es renovarlos otra vez para que se arrepientan, por cuanto crucifican de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y le exponen a la ignominia pública.

7 Porque la tierra que bebe la lluvia, que cae muchas veces sobre ella, produce plantas útiles para aquellos por quienes es labrada, y participa de la bendición de Dios [12399] ;

8 pero la que produce espinas y abrojos es reprobada y está próxima a la maldición y su fin es el fuego.

Perseverar en la esperanza.

9 Mas de vosotros, carísimos, esperamos cosas mejores y conducentes a la salvación, aunque hablamos de esta manera.

10 Porque no es Dios injusto para olvidarse de vuestra obra y del amor que habéis mostrado a su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndolos aún.

11 Pero deseamos que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin el mismo interés en orden a la plenitud de la esperanza,

12 de manera que no seáis indolentes, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia son herederos de las promesas [12400] .

13 Porque cuando Dios hizo promesa a Abrahán, como no pudiese jurar por otro mayor, juró por sí mismo,

14 diciendo: “Por mi fe, te bendeciré con abundancia, y te multiplicaré grandemente”.

15 Y así, esperando con paciencia, recibió la promesa.

16 Pues los hombres juran por el que es mayor y el juramento es para ellos el término de toda controversia, por cuanto les da seguridad.

17 Por lo cual, queriendo Dios mostrar, con mayor certidumbre, a los que serían herederos de la promesa, la inmutabilidad de su designio, interpuso su juramento;

18 para que mediante dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, tengamos un poderoso consuelo los que nos hemos refugiado en aferrarnos a la esperanza que se nos ha propuesto [12401] ,

19 la cual tenemos como áncora del alma, segura y firme, y que penetra hasta lo que está detrás del velo [12402] ;

20 donde, como precursor, Jesús entró por nosotros, constituido Sumo Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.

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Hebreos 7

El sacerdocio de Melquisedec y el de Leví.

1 Este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, es el que salió al encuentro de Abrahán, cuanto éste volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo [12403] .

2 A él también repartió Abrahán el diezmo de todo; y su nombre se interpreta, primero, rey de justicia, y luego también, rey de Salem, que es rey de paz.

3 El cual, sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de días ni fin de vida, fue asemejado al Hijo de Dios y permanece sacerdote eternamente [12404] .

4 Y considerad cuán grande es éste a quien el patriarca Abrahán dio una décima parte de los mejores despojos.

5 Cierto que aquellos de los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen el precepto de tomar, según la Ley, el diezmo del pueblo, esto es, de sus hermanos, aunque éstos también son de la estirpe de Abrahán;

6 pero aquel que no es del linaje de ellos tomo diezmos de Abrahán y bendijo al que tenía las promesas.

7 Ahora bien, no cabe duda de que el menor es bendecido por el mayor.

8 Y aquí por cierto los que cobran diezmos son hombres que mueren, mas allí [12405] uno de quien se da testimonio que vive.

9 Y por decirlo así, también Leví, el que cobra diezmos, los pagó por medio de Abrahán,

10 porque estaba todavía en los lomos de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro.

Imperfección del sacerdocio levítico.

11 Si, pues, la perfección se hubiera dado por medio del sacerdocio levítico, ya que bajo él recibió el pueblo la Ley ¿qué necesidad aún de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melquisedec y que no se denominase según el orden de Aarón? [12406]

12 Porque cambiándose el sacerdocio, fuerza es que haya también cambio de la Ley.

13 Pues aquel de quien esto se dice, pertenecía a otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar [12407] .

14 En efecto, manifiesto es que de Judá brotó el Señor nuestro, de la cual tribu nada dice Moisés cuando habla de sacerdotes.

15 Esto es todavía mucho más manifiesto si a semejanza de Melquisedec se levanta otro sacerdote,

16 constituido, no según la ley de un mandamiento carnal, sino conforme al poder de una vida indestructible [12408] ;

17 pues tal es el testimonio: “Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”.

18 Queda, por tanto, abrogado el mandamiento anterior, a causa de su flaqueza e inutilidad,

19 pues la Ley no llevaba nada a la perfección, sino que introdujo una esperanza mejor, por medio de la cual nos acercamos a Dios [12409] .

Superioridad del sacerdocio de Cristo.

20 Y por cuanto no fue hecho sin juramento,

21 –pues aquéllos fueron constituidos sacerdotes sin juramento, mas Éste con juramento, por Aquel que le dijo: “Juró el Señor y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre–”

22 de tanto mejor pacto fue constituido fiador Jesús.

23 Y aquéllos fueron muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer,

24 mas Éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio sempiterno.

25 Por lo cual puede salvar perfectamente a los que por Él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos [12410] .

26 Y tal Sumo Sacerdote nos convenía: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos [12411] ,

27 que no necesita diariamente, como los Sumos Sacerdotes, ofrecer víctimas, primero por sus propios pecados, y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez, ofreciéndose a sí mismo [12412] .

28 Pues la Ley constituye Sumos Sacerdotes a hombres sujetos a la flaqueza; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, constituye al Hijo llegado a la perfección para siempre [12413] .

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Hebreos 8

El Sumo Sacerdote del cielo.

1 Lo capital de lo dicho es que tenemos un Pontífice tal que está sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos [12414] ;

2 ministro del santuario y del verdadero tabernáculo, que hizo el Señor y no el hombre.

3 Ahora bien, todo Pontífice es constituido para ofrecer dones y víctimas; por lo cual también Éste debe necesariamente tener algo que ofrecer.

4 Si pues Él habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley [12415] ;

5 los cuales dan culto en figura y sombra de las realidades celestiales, según le fue significado a Moisés cuando se puso a construir el Tabernáculo: “Mira, le dice, que hagas todas las cosas conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte” [12416] .

6 Mas ahora Él ha alcanzado tanto más excelso ministerio cuanto mejor es la alianza de que es mediador, alianza establecida sobre mejores promesas.

Superioridad de la nueva alianza.

7 Porque si aquella primera hubiese sido sin defecto, no se habría buscado lugar para una segunda.

8 Pues en son de reproche les dice: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la casa de Israel y con la casa de Judá [12417] ;

9 o como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano, para sacarlos de la tierra de Egipto; pues ellos no perseveraron en mi pacto, por lo cual Yo los abandoné, dice el Señor.

10 Porque ésta es la alianza que haré con la casa de Israel, después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su mente, y, las escribiré en su corazón; Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo;

11 y no enseñará más cada uno a su vecino, ni cada cual a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos,

12 pues tendré misericordia de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré más”.

13 Al decir una (alianza) nueva, declara anticuada la primera; de modo que lo que se hace anticuado y envejece está próximo a desaparecer [12418] .

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Hebreos 9

Imperfección del culto antiguo.

1 También el primer (pacto) tenía reglamento para el culto y un santuario terrestre;

2 puesto que fue establecido un tabernáculo, el primero, en que se hallaban el candelabro y la mesa y los panes de la proposición –éste se llamaba el Santo– [12419] ;

3 y detrás del segundo velo, un tabernáculo que se llamaba el Santísimo,

4 el cual contenía un altar de oro para incienso y el Arca de la Alianza, cubierta toda ella de oro, en la cual estaba un vaso de oro con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas de la Alianza [12420] ;

5 y sobre ella, Querubines de gloria que hacían sombra al propiciatorio, acerca de lo cual nada hay que decir ahora en particular [12421] .

6 Dispuestas así estas cosas, en el primer tabernáculo entran siempre los sacerdotes para cumplir las funciones del culto;

7 mas en el segundo una sola vez al año el Sumo Sacerdote, solo y no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo;

8 dando con esto a entender el Espíritu Santo no hallarse todavía manifiesto el camino del Santuario, mientras subsiste el primer tabernáculo.

9 Esto es figura para el tiempo presente, ofreciéndose dones y victimas, impotentes para hacer perfecto en la conciencia al que (así) practica el culto,

10 consistentes sólo en manjares, bebidas y diversos géneros de abluciones; preceptos carnales, impuestos hasta el tiempo de reformarlos.

Excelencia del sacrificio de la nueva alianza.

11 Cristo, empero, al aparecer como Sumo Sacerdote de los bienes venideros, entró en un tabernáculo más amplio y más perfecto, no hecho de manos, es decir, no de esta creación [12422] ;

12 por la virtud de su propia sangre, y no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, entró una vez para siempre en el Santuario, después de haber obtenido redención eterna.

13 Porque si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de la vaca santifica con su aspersión a los inmundos y los purifica en la carne [12423] ,

14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, que por su Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mácula a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis a Dios vivo? [12424]

Cristo mediador por su sangre.

15 Por esto Él es mediador de un pacto nuevo a fin de que, una vez realizada su muerte para la redención de las transgresiones cometidas durante el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna.

16 Porque donde hay un testamento, necesario es que se compruebe la muerte del testador.

17 Pues el testamento es valedero en caso de muerte, siendo así que no tiene valor mientras vive el testador [12425] .

18 Por lo cual tampoco el primer (pacto) fue inaugurado sin sangre,

19 sino que Moisés, después de leer a todo el pueblo todos los mandamientos de la Ley, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos y roció con agua y lana teñida de grana e hisopo, el libro y a todo el pueblo,

20 diciendo: “Esta es la sangre del pacto que Dios ha dispuesto en orden a vosotros”.

21 También el tabernáculo y todos los instrumentos del culto, los roció de la misma manera con la sangre.

22 Así, pues, según la Ley casi todas las cosas son purificadas con sangre, y sin efusión de sangre no hay perdón.

Necesidad del sacrificio de Cristo.

23 Es, pues, necesario que las figuras de las realidades celestiales se purifiquen con estos (ritos), pero las realidades celestiales mismas requieren mejores víctimas que éstas [12426] .

24 Porque no entró Cristo en un santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el mismo cielo para presentarse ahora delante de Dios a favor nuestro,

25 y no para ofrecerse muchas veces, a la manera que el Sumo Sacerdote entra en el santuario año por año con sangre ajena.

26 En tal caso le habría sido necesario padecer muchas veces desde la fundación del mundo; mas ahora se manifestó una sola vez en la consumación de las edades, para destruir el pecado por medio del sacrificio de sí mismo [12427] .

27 Y así como fue sentenciado a los hombres morir una sola vez, después de lo cual viene el juicio,

28 así también Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos, otra vez aparecerá, sin pecado, a los que le están esperando para salvación [12428] .

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Hebreos 10

El único y verdadero sacrificio.

1 La Ley no es sino una sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, por lo cual nunca puede con los mismos sacrificios, ofrecidos sin cesar año tras año, hacer perfectos a los que se le acercan.

2 De lo contrario ¿no habrían cesado de ofrecerse? puesto que los oferentes una vez purificados no tendrían más conciencia del pecado.

3 Sin embargo, en aquellos (sacrificios) se hace memoria de los pecados año por año.

4 Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite pecados.

5 Por lo cual dice al entrar en el mundo: “Sacrificio y oblación no los quisiste, pero un cuerpo me has preparado [12429] .

6 Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.

7 Entonces dije: He aquí que vengo –así está escrito de Mí en el rollo del Libro– para hacer, oh Dios, tu voluntad”.

8 Habiendo dicho arriba: “Sacrificios y oblaciones, y holocaustos por el pecado no los quisiste, ni te agradaron estas cosas que se ofrecen según la Ley”,

9 continuó diciendo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”; con lo cual abroga lo primero, para establecer lo segundo.

10 En virtud de esta voluntad hemos sido santificados una vez para siempre por la oblación del cuerpo de Jesucristo.

Eficacia del sacrificio único.

11 Todo sacerdote está ejerciendo día por día su ministerio, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, los cuales nunca pueden quitar los pecados;

12 Éste, empero, después de ofrecer un solo sacrificio por los pecados, para siempre “se sentó a la diestra de Dios”,

13 aguardando lo que resta [12430] “hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies”.

14 porque con una sola oblación ha consumado para siempre a los santificados.

15 Esto nos lo certifica también el Espíritu Santo, porque después de haber dicho:

16 “Este es el pacto que concluiré con ellos, después de aquellos días, dice el Señor, pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente” [12431] ,

17 (añade): “Y de sus pecados y sus iniquidades no me acordaré más”.

18 Ahora bien, donde hay perdón de éstos, ya no hay más oblación por el pecado.

II. EXHORTACIONES DEDUCIDAS DE LAS ENSEÑANZAS PRECEDENTES

(10, 19 – 13, 17)

Fe y paciencia.

19 Teniendo, pues, hermanos, libre entrada en el santuario, en virtud de la sangre de Jesús [12432] ;

20 un camino nuevo y vivo, que Él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne,

21 y un gran sacerdote sobre la casa de Dios [12433] ,

22 lleguémonos con corazón sincero, en plenitud de fe, limpiados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura.

23 Mantengamos firme la confesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que hizo la promesa [12434] ;

24 y miremos los unos por los otros, para estímulo de caridad y de buenas obras,

25 no abandonando la común reunión, como es costumbre de algunos, sino antes animándoos, y tanto más, cuanto que veis acercarse el día [12435] .

Castigo de la apostasía.

26 Porque si pecamos voluntariamente, después de haber recibido el conocimiento de la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados [12436] ,

27 sino una horrenda expectación del juicio, y un celo abrasador que ha de devorar a los enemigos.

28 Si uno desacata la Ley de Moisés, muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos,

29 ¿de cuánto más severo castigo pensáis que será juzgado digno el que pisotea al Hijo de Dios, y considera como inmunda la sangre del pacto con que fue santificado, y ultraja al Espíritu de la gracia? [12437]

30 Pues sabemos quién dijo: “Mía es la venganza; Yo daré el merecido”, y otra vez: “Juzgará el Señor a su pueblo” [12438] .

31 Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.

Perseverancia hasta el fin.

32 Recordad los días primeros, en que, después de iluminados, soportasteis un gran combate de padecimientos [12439] .

33 Por una parte habéis servido de espectáculo por la afrenta y tribulación que padecisteis; por la otra, os habéis hecho partícipes de los que sufrían tal tratamiento.

34 Porque no solamente os compadecisteis de los encarcelados, sino que aceptasteis gozosamente el robo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis una posesión mejor y duradera.

35 No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una grande recompensa,

36 puesto que tenéis necesidad de paciencia, a fin de que después de cumplir la voluntad de Dios obtengáis lo prometido:

37 “Porque todavía un brevísimo tiempo, y el que ha de venir vendrá y no tardará” [12440] .

38 Y “El justo mío vivirá por la fe; mas si se retirare, no se complacerá mi alma en él”.

39 Pero nosotros no somos de aquellos que se retiran para perdición, sino de los de fe para ganar el alma [12441] .

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Hebreos 11

Los grandes ejemplos de fe. Abel, Enoc, Noé.

1 La fe es la sustancia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve [12442] .

2 Por ella se dio testimonio a los padres [12443] .

3 Por la fe entendemos cómo las edades [12444] han sido dispuestas por la Palabra de Dios, de modo que lo existente no tiene su origen en lo visible.

4 Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio más excelente que Caín, a causa del cual fue declarado justo, dando Dios testimonio a sus ofrendas; y por medio de ellas habla aún después de muerto [12445] .

5 Por la fe, Enoc fue trasladado para que no viese la muerte, y no fue hallado porque Dios le trasladó; pues antes de su traslación recibió el testimonio de que agradaba a Dios [12446] .

6 Sin fe es imposible ser grato, porque es preciso que el que se llega a Dios crea su ser [12447] y que es remunerador de los que le buscan.

7 Por la fe, Noé, recibiendo revelación de las cosas que aun no se veían, hizo con piadoso temor un arca para la salvación de su casa; y por esa (misma fe) condenó al mundo y vino a ser heredero de la justicia según la fe [12448] .

Abrahán y Sara.

8 Llamado por la fe, Abrahán obedeció para partirse a un lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba [12449] .

9 Por la fe habitó en la tierra de la promesa como en tierra extraña, morando en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa,

10 porque esperaba aquella ciudad de fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.

11 Por la fe, también la misma Sara, a pesar de haber pasado ya la edad propicia, recibió vigor para fundar una descendencia, porque tuvo por fiel a Aquel que había hecho la promesa.

12 Por lo cual fueron engendrados de uno solo, y ése ya amortecido, hijos “como las estrellas del cielo en multitud y como las arenas que hay en la orilla del mar” [12450] .

13 En la fe murieron todos éstos sin recibir las cosas prometidas, pero las vieron y las saludaron de lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra [12451] .

14 Porque los que así hablan dan a entender que van buscando una patria.

15 Que si se acordaran de aquella de donde salieron, habrían tenido oportunidad para volverse.

16 Mas ahora anhelan otra mejor, es decir, la celestial. Por esto Dios no se avergüenza de ellos para llamarse su Dios, como que les tenía preparada una ciudad.

17 Por la fe, Abrahán, al ser probado, ofreció a Isaac. El que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito,

18 respecto del cual se había dicho: “En Isaac será llamada tu descendencia” [12452] .

19 Pensaba él que aun de entre los muertos podía Dios resucitarlo, de donde realmente lo recobró como figura.

20 Por la fe, Isaac dio a Jacob y a Esaú bendiciones de cosas venideras.

Isaac, Jacob, José.

21 Por la fe Jacob, a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró (apoyado) sobre la extremidad de su báculo [12453] .

22 Por la fe, José, moribundo, se acordó del éxodo de los hijos de Israel, y dio orden respecto de sus huesos.

Moisés.

23 Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido tres meses por sus padres, pues vieron al niño tan hermoso, y no temieron la orden del rey.

24 Por la fe, Moisés, siendo ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija del Faraón [12454] ,

25 eligiendo antes padecer aflicción con el pueblo de Dios que disfrutar de las delicias pasajeras del pecado,

26 y juzgando que el oprobio de Cristo era una riqueza más grande que los tesoros de Egipto; porque tenía su mirada puesta en la remuneración [12455] .

27 Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey, pues se sostuvo como si viera ya al Invisible [12456] .

28 Por la fe celebró la Pascua y la efusión de la sangre para que el exterminador no tocase a los primogénitos (de Israel) [12457] .

29 Por la fe atravesaron el Mar Rojo, como por tierra enjuta, en tanto que los egipcios al intentar lo mismo fueron anegados.

Otros ejemplos de fe.

30 Por la fe cayeron los muros de Jericó después de ser rodeados por siete días.

31 Por la fe, Rahab, la ramera, no pereció con los incrédulos, por haber acogido en paz a los exploradores.

32 ¿Y qué más diré? Porque me faltará el tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los profetas;

33 los cuales por la fe subyugaron reinos, obraron justicia, alcanzaron promesas, obstruyeron la boca de los leones,

34 apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, cobraron fuerzas de su flaqueza, se hicieron poderosos en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos enemigos [12458] .

35 Mujeres hubo que recibieron resucitados a sus muertos; y otros fueron estirados en el potro, rehusando la liberación para alcanzar una resurrección mejor.

36 Otros sufrieron escarnios y azotes, y también cadenas y cárceles.

37 Fueron apedreados, expuestos a prueba, aserrados, muertos a espada; anduvieron errantes, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, faltos de lo necesario, atribulados, maltratados

38 –ellos, de quienes el mundo no era digno–, extraviados por desiertos y montañas, en cuevas y cavernas de la tierra.

39 Y todos éstos que por la fe recibieron tales testimonios, no obtuvieron la (realización de la) promesa,

40 porque Dios tenía provisto para nosotros algo mejor, a fin de que no llegasen a la consumación sin nosotros [12459] .

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Hebreos 12

Jesús, autor y consumador de nuestra fe.

1 Por esto también nosotros, teniendo en derredor nuestro una tan grande nube de testigos, arrojemos toda carga y pecado que nos asedia, y corramos mediante la paciencia la carrera que se nos propone [12460] ,

2 poniendo los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual en vez del gozo puesto delante de Él, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y se sentó a la diestra de Dios.

3 Considerad, pues, a Aquel que soportó la contradicción de los pecadores contra sí mismo, a fin de que no desmayéis ni caigáis de ánimo.

El sentido de las pruebas.

4 Aun no habéis resistido hasta la sangre, luchando contra el pecado,

5 y os habéis olvidado de la consolación que a vosotros como a hijos se dirige: “Hijo mío, no tengas en poco la corrección del Señor, ni caigas de ánimo cuando eres reprendido por Él;

6 porque el Señor corrige a quien ama, y a todo el que recibe por hijo, le azota” [12461] .

7 Soportad, pues, la corrección. Dios os trata como a hijos. ¿Hay hijo a quien su padre no corrija?

8 Si quedáis fuera de la corrección, de la cual han participado todos, en realidad sois bastardos y no hijos.

9 Más aún, nosotros hemos tenido nuestros padres según la carne que nos corregían, y los respetábamos. ¿No nos hemos de someter mucho más al Padre de los espíritus, para vivir?

10 Y a la verdad, aquéllos castigaban para unos pocos días, según su arbitrio, mas Éste lo hace en nuestro provecho, para que participemos de su santidad.

11 Ninguna corrección parece por el momento cosa de gozo, sino de tristeza; pero más tarde da a los ejercitados por ella el apacible fruto de justicia [12462] .

12 Por lo cual “enderezad las manos caídas y las rodillas flojas [12463] ,

13 y haced derechas las sendas para vuestros pies”, a fin de que no se descamine lo que es cojo, antes bien sea sanado [12464] .

Paz y santidad.

14 Procurad tener paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor [12465] .

15 Atended a que ninguno quede privado de la gracia de Dios; que no brote ninguna raíz de amargura, no sea que cause perturbación y sean por ella inficionados los muchos;

16 que no haya ningún fornicario o profanador, como Esaú, el que por una comida vendió su primogenitura [12466] .

17 Pues ya sabéis que aun cuando después deseaba heredar la bendición, fue desechado y no pudo cambiar los sentimientos (de su padre), por más que lo solicitase con lágrimas.

Del monte Sinaí al monte Sión.

18 Porque no os habéis acercado a monte palpable, fuego encendido, nube, tinieblas, tempestad [12467] ,

19 sonido de trompeta y voz de palabras, respecto de la cual los que la oyeron pidieron que no se les hablase más;

20 porque no podían soportar lo mandado: “Aun una bestia que tocare el monte será apedreada”.

21 Y era tan espantoso lo que se veía, que Moisés dijo: “Estoy aterrado y temblando”.

22 Vosotros, empero, os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén celestial, miríadas de ángeles, asamblea general [12468] ,

23 e Iglesia de primogénitos [12469] , inscritos en el cielo, a Dios, Juez de todos, a espíritus de justos ya perfectos,

24 a Jesús, Mediador de nueva Alianza, y a sangre de aspersión, que habla mejor que la de Abel [12470] :

25 Mirad que no recuséis al que habla: si aquellos que recusaron al que sobre la tierra promulgaba la revelación no pudieron escapar (al castigo), mucho menos nosotros, si rechazamos a Aquel que nos habla desde el cielo [12471] :

26 cuya voz entonces sacudió la tierra y ahora nos hace esta promesa: “Una vez todavía sacudiré no solamente la tierra, sino también el cielo” [12472] .

27 Eso de “una vez todavía” indica que las cosas sacudidas van a ser cambiadas, como que son creaturas, a fin de que permanezcan las no conmovibles.

28 Por eso, aceptando el reino inconmovible, tengamos gratitud por la cual tributemos a Dios culto agradable con reverencia y temor [12473] .

29 Porque nuestro Dios es fuego devorador [12474] .

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Hebreos 13

Normas de conducta.

1 Perseverad en el amor fraternal.

2 No os olvidéis de la hospitalidad; por ella algunos sin saberlo hospedaron a ángeles [12475] .

3 Acordaos de los presos como si estuvierais presos con ellos, y de los maltratados, como que también vosotros vivís en cuerpo [12476] .

4 Cosa digna de honor para todos sea el matrimonio y el lecho conyugal sin mancilla, porque a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios [12477] .

5 Sed en vuestro trato sin avaricia, estando contentos con lo que tenéis, puesto que Él mismo ha dicho: “No te abandonaré ni te desampararé” [12478] .

6 De manera que podemos decir confiadamente: “El Señor es mi auxiliador, no temeré; ¿qué me podrá hacer el hombre?” [12479]

Obediencia a las enseñanzas apostólicas.

7 Acordaos de vuestros prepósitos que os predicaron la Palabra de Dios. Considerad el fin de su vida e imitad su fe [12480] .

8 Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos [12481] .

9 No os dejéis llevar de acá para allá por doctrinas abigarradas y extrañas; mejor es corroborar el corazón con gracia y no con manjares, los cuales nunca aprovecharon a los que fueron tras ellos [12482] .

10 Tenemos un altar del cual no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo [12483] .

11 Porque los cuerpos de aquellos animales, cuya sangre es introducida por el Sumo Sacerdote en el santuario (como sacrificio) por el pecado, son quemados fuera del campamento.

12 Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta [12484] .

13 Salgamos, pues, a Él fuera del campamento, llevando su oprobio [12485] .

14 Porque aquí no tenemos ciudad permanente, sino que buscamos la futura [12486] .

15 Ofrezcamos a Dios por medio de Él un continuo sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su Nombre [12487] .

16 Y del bien hacer, y de la mutua asistencia, no os olvidéis; en sacrificios tales se complace Dios.

17 Obedeced a vuestros prepósitos y sujetaos, porque velan por vuestras almas como quienes han de dar cuenta, a fin de que lo hagan con alegría y no con pena, pues esto no os sería provechoso [12488] .

Epílogo.

18 Orad por nosotros, porque confiamos tener buena conciencia, queriendo comportarnos bien en todo.

19 Tanto más ruego que hagáis esto, a fin de que yo os sea restituido mas pronto [12489] .

20 El Dios de la paz, el cual resucitó de entre los muertos al (que es el) gran Pastor de las ovejas, “en la sangre de la Alianza eterna”, el Señor nuestro Jesús [12490] ,

21 os perfeccione en todo bien para que cumpláis su voluntad, obrando Él en vosotros lo que es grato a sus ojos, por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén [12491] .

22 Os ruego, hermanos, que soportéis esta palabra de exhortación, pues os he escrito sólo brevemente.

23 Sabed de nuestro hermano Timoteo que ha sido puesto en libertad; con el cual si viniere presto iré a veros [12492] .

24 Saludad a todos vuestros prepósitos y a todos los santos. Os saludan los de Italia [12493] .

25 La gracia sea con todos vosotros. Amén.

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Comentarios de Mons. Straubinger

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1. ¿Por qué una carta a los Hebreos? Véase la explicación en 8, 4 y nota. Si bien el final de la carta muestra que fue para una colectividad determinada, su doctrina era para los judío-cristianos en general. También Santiago, y S. Pedro se dirigen epistolarmente, y en varios discursos de los Hechos, a todos los Hebreos de la dispersión (St. 1, 1; 1 Pe. 1, 1), muchos de los cuales se hallaban tu peligro de perder la fe y volver al judaísmo, no sólo por las persecuciones a que estaban expuestos, sino más bien por la lentitud de su progreso espiritual (5, 12 y nota) y la atracción que ejercía sobre ellos la magnificencia del Templo y el culto de sus tradiciones. El amor que el Apóstol tiene a sus compatriotas (Rm. 9, 1 ss.) le hace insistir aquí en predicarles una vez más como lo hacía en sus discursos de los Hechos, no obstante su reiterada declaración de pasarse a los gentiles (Hch. 13, 46; 18, 6 y notas). Su fin es inculcarles la preexcelencia de la Nueva Alianza sobre la Antigua y exhortarlos a la perseverancia –pues no los mira aún como maduros en la fe (3, 14 y nota), con la cual tendían a mezclar lo puramente judaico (Hch. 21, 17 ss., etc.)– y a la esperanza en Cristo resucitado (cap. 8 ss.) en quien se cumplirían todas las promesas de los Profetas (Hch. 3, 19-26 y notas). Aun la exégesis no católica, que solía desconocerla por falta del usual encabezamiento y firma, admite hoy la paternidad paulina de esta Epístola, tanto por su espíritu cuanto por indicios, como la mención de Timoteo en 13, 23, y consideran que S. Pedro, al mencionar las Epístolas de S. Pablo (2 Pe. 3, 15 s.), se refiere muy principalmente a esta carta a los Hebreos. El estilo acusa cierta diferencia con el de las demás cartas paulinas, por lo cual algunos exegetas suponen que Pablo pudo haberla escrito en hebreo (cf. Hch. 21, 40) para los hebreos, siendo luego traducida por otro, o bien valerse de un colaborador, hombre espiritual, como por ejemplo Bernabé, que diera forma a sus pensamientos. Fue escrita probablemente en Italia (13, 24), y todos admiten que lo fue antes de la tremenda destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos el año 70, atribuyéndosele comúnmente la fecha de 63-66, si bien algunos observan que, por su contenido, es coetánea de la predicación que Pablo hacía aún a los judíos en tiempo de los Hechos de los Apóstoles, es decir, antes de apartarse definitivamente de aquéllos, para dedicarse por entero a su misión de Apóstol de los gentiles (Hch. 28, 23 ss.; 2 Tm. 4, 17 y notas) y explayarles el misterio escondido del Cuerpo Místico, como lo hizo especialmente en las Epístolas que escribió en su primera cautividad en Roma.

2 s. Hizo las edades (cf. 9, 26; 11, 3): es decir, salió de la eternidad pura en que vivía unido con su Verbo en el amor del Espíritu Santo, para realizar en la creación ad extra el plan de las edades (tus aionas) que conduciría a la glorificación de Cristo-Hombre (cf. Mc. 16, 11 y nota). Impronta (literalmente “carácter”) de su sustancia: consustancialmente igual al Padre. Cf. Sb. 7, 26 y nota. Se ha sentado a la diestra: cf. Sal. 109, 1 y nota.

4. Después de consumada su Hazaña redentora (v. 3) Jesús-Hombre fue, en la gloria del Padre, hecho superior a los ángeles, a los cuales parecía inferior por un momento (2, 6) mientras asumió la naturaleza caída del hombre mortal. Más eminente (cf. Fil. 2, 9): es decir, recibió la gloria de Hijo de Dios también para su Humanidad santísima como dice el v. 5. De ahí que Jesús insistiese antes en llamarse “el Hijo del hombre”. Cf. Lc. 1, 32; Jn. 5, 25 y 27 donde Él alude alternativamente al “Hijo de Dios” y al “Hijo del hombre”.

5. En estas palabras del Sal. 2, 7 “la tradición católica constante y unánime desde el tiempo de los apóstoles (Hch. 4, 27; 13, 33; Ap. 2, 27; 19, 15) ve una profecía relativa directamente al Mesías” (Pirot), es decir, al Verbo, no ya en su generación eterna (Jn. 1, 1 ss.) sino en su Humanidad santísima (cf. v. 2 ss.) glorificada a la diestra del Padre (v. 3). Así lo vemos aplicado en esos pasajes citados por Pirot, y lo confirma la cita que añade el Apóstol: “Él será mi Hijo”, tomada de 2 Sam. 7, 14 y Sal. 88, 27. Cf. 5, 5; Rm. 1, 2 ss. y notas.

6. S. Pablo interpreta este v. del Sal. 96, 7 refiriéndose al triunfo de Cristo en la Parusía, cuando el Padre le introduzca de nuevo en este mundo. Cf. 2, 5-8. Como Sal. 44, 3 ss.; 71, 11; 109, 3, etc., es éste uno de los pasajes de más inefable gozo para el espíritu creyente que, colmado por su “dichosa esperanza” (Tt. 2, 13), pone los ojos en Jesús (3, 1; 12, 2) y piensa despacio en lo que significará verlo de veras aclamado y glorificado para siempre –como en vano esperaríamos verlo en “este siglo malo” (Ga. 1, 4 y nota)– a ese Salvador, tan identificado en su primera venida con el dolor (Is. 53, 3) y la humillación (Fil. 2, 7 s.), que nos cuesta concebirlo glorioso. ¡Y lo será tanto más cuanto menos lo fue antes! Véase Fil. 2, 9; Ap. 5, 9; 1 Pe. 1, 11; Sal. 109, 7.

7. Cf. Sal. 103, 4, tomado, como todas las citas que hace S. Pablo, de la versión griega de los LXX.

8 s. Esta cita constituye un valioso testimonio de la realeza de Jesucristo. Está tomada del Sal. 44, 7 s., para cuya interpretación es un documento preciosísimo, pues muestra que quien habla en este S., es el Padre celestial dirigiéndose a Jesús.

10 ss. Cf. Sal. 101, 26-28; Is. 34, 4; Ap. 6, 14; 20, 11; Hb. 2, 8; 10, 13; Mt. 22, 44; Sal. 109, 1; 1 Co. 15, 25; Ef. 1, 22.

14. Cf. Dn. 7, 10; Ap. 5, 11.

1. De lo dicho en el cap. 1 el Apóstol brinda, como fruto espiritual, esta recomendación que fluye de la superioridad de los nuevos misterios sobre los antiguos, tema que desarrollará en los capítulos siguientes.

2. La palabra anunciada por ángeles: La Ley del Antiguo Testamento. Cf. Hch. 7, 53; Ga. 3, 19.

5. Cf. v. 8; 1, 6 y nota; 1 Co. 15, 25.

6 ss. Alguien: David, en Sal. 8, 5-8, donde este texto, según el hebreo, presenta otros matices que señalamos en las notas respectivas. S. Pablo lo cita según los LXX y lo aplica a Cristo. Lo rebajaste (así también Pirot y otros); cf. 1, 4; Fil. 2, 7 y notas.

8. S. Pablo explica que la omnímoda potestad que pertenece a Jesús no se ejerce ahora plenamente. Es que Jesús anunció que la cizaña estaría mezclada con el trigo basta el fin del siglo (Mt. 13, 38-43), no obstante hallarse Él desde ahora coronado de gloria a la diestra del Padre, como lo dice en el v. 9. Cf. 1, 5; Sal. 109, 1 y 3; Lc. 20, 25; Jn. 18, 36; Rm. 1, 4; 1 Co. 15, 25.

12 s. Cf. Sal. 21, 23; 2 Sam. 22, 3; Sal. 17, 3; Is. 8, 18.

16. “No solamente asumió Cristo la naturaleza humana, sino que, además, en un cuerpo frágil, pasible y mortal, se ha hecho consanguíneo nuestro. Pues si el Verbo se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo (Fil. 2, 7), lo hizo para hacer participantes de la naturaleza divina a sus hermanos según la carne, tanto en este destierro terreno por medio de la gracia santificante cuanto en la patria celestial por la eterna bienaventuranza” (Encíclica de Pío XII sobre el Cuerpo Místico de Cristo).

17. Por disposición de Dios el Hijo se humilló, asemejándose a nosotros para hacerse Mediador entre Dios y los hombres. Sólo de esta manera pudo ser el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, es decir, nuestro Redentor.

18. Difícilmente podría darse un motivo y argumento más concreto para confiar en la protección de Jesús, aun en todas las pruebas temporales. Por lo cual nos exhorta S. Crisóstomo: “Quien se deja agobiar por el dolor y pierde el ánimo en las pruebas, no tiene gloria; quien abrumado por la vergüenza se esconde, no tiene confianza”. Cf. 3, 6; 4, 15; 7, 19; Col. 1, 23 y notas.

1-6. Sigue en los v. 1-6 la comparación entre Moisés y Cristo. Ambos son mediadores, mas el Mediador del Nuevo Testamento supera incomparablemente a Moisés, pues el Padre, fundador de la Alianza de Moisés, la hizo, como hace todas las cosas, por Cristo su Hijo, “por quien creó también los siglos” (1, 2; Judas 5).

6. Insiste sobre la confianza (2, 18 y nota), pero esta vez en el sentido sobrenatural (v. 14).

7 ss. Recuerda aquel lugar de contradicción en el desierto, donde los israelitas murmuraban contra Moisés y contra Dios, porque les faltaba el agua. Cf. Nm. 14, 21 ss.; Sal. 94, 8 ss.; Ex. 17, 7; Nm. 20, 25.

14. S. Pablo enseña aquí que la fe viva es como un nuevo ser espiritual en Cristo y nos hace despreciar las cosas de abajo que nos roban este privilegio por el cual somos verdaderamente divinizados en Cristo. Pero a los Hebreos no les da aquí doctrina tan sobrenatural como a los Efesios, Colosenses, etc., por las razones que vimos en 1, 1 y nota. Cf. Jn. 10, 34; Sal. 81, 6; 2 Pe. 1, 4.

19. A causa de su incredulidad: Conclusión semejante a la que expone en Rm. 11, 30-32. Véase Jn. 16, 9, donde Jesús muestra que el pecado por antonomasia está en no creerle a Él como Enviado del Padre porque si fueran rectos le creerían (Jn. 3, 19; 7, 17 y nota) y esto es todo lo que Dios les pide (Mt. 17, 5; Jn. 6, 29, etc.). Cf. 4, 1; 6, 4 ss. y notas.

1. En el presente capítulo el Apóstol prueba que la promesa de que los israelitas entrarían en el reposo, no se cumplió en aquel pueblo obstinado. De lo contrario, Dios no la habría repetido por medio de David (3, 7-8). Las palabras tienen, pues, un sentido mesiánico y se cumplirán tan sólo en el Nuevo Testamento, siendo la fe la condición para entrar en el reino de Dios.

3. Véase Sal. 94, 11. Los que hemos creído: Nótese con qué insistencia presenta S. Pablo la fe como la llave del reino de Dios. Cf. v. 6; 3, 19 y nota. A esto dedicará también todo el grandioso cap. 11 (cf. 10, 38 y nota).

8 s. Se refiere a las promesas que aún quedan por cumplirse a favor del pueblo de Dios. Cf. 8, 8 ss.; 10, 16 s.; Sal. 104, 8; Hch. 3, 19 ss. y notas.

11. Así como el reposo prometido al pueblo de Dios consiste en el reino mesiánico, hay también un reposo para cada creyente redimido por Cristo en aquel completo abandono que nada busca sino a Él.

12. He aquí un extraordinario testimonio de la fuerza penetrante de la Sagrada Escritura (2 Tm. 3, 16 s. y nota). Por eso dice S. Gregorio Magno: “Es necesario que quienes se dedican al ministerio de la predicación no se aparten del estudio de la Biblia”; y S. Agustín: “Quien no se aplica a oír en su interior la Palabra de Dios será hallado vacío en su predicación externa”. Es lo que no han cesado de inculcar en sus Encíclicas los unimos Pontífices: León XIII en Providentissimus Deus, Benedicto XV en Spiritus Paraclitus y Humani Generis, Pío XII en Divino Afflante.

14. Nueva incitación a permanecer en la fe. En 6, 4 ss. les expondrá las tremendas consecuencias de abandonarla.

15. Para que nuestra confianza en Él no tuviera límites, Jesús quiso ponerse a nuestro nivel experimentando todas nuestras miserias menos el pecado (2, 18 y nota). “Cuando miro a Jesús “no como a mi Juez sino como a mi Salvador” (según reza la jaculatoria), esto me parece a primera vista una grande insolencia, por la cual Él debería indignarse. ¿Qué diría de eso un juez de los Tribunales? … Pero luego recuerdo que esa confianza es precisamente lo que a Jesús le agrada y que en eso consiste la divina paradoja de que “la fe es imputada a justicia”, o sea, es tenida por virtud, como nos lo revela S. Pablo. Entonces comprendo que tal paradoja se explica por el amor que Él tiene a los pecadores como yo y que al creer en ese amor –cosa dura para mi orgullo– lejos de incurrir en aquella insolencia culpable, me coloco en la verdadera posición de odio al pecado. Porque lo único capaz de hacerme odiar eso que tanto atrae a mí natural maldad, es el ver que ello me hace olvidar un bien tan inmenso y asombroso como es el de ser amado sin merecerlo”.

16. Al trono de la gracia: es decir, al Santuario celestial (v. 14). “Recuerdas cuánto consuelo has recibido cada vez que has abierto tu corazón, y desahogado en otro corazón amigo tus íntimos deseos y preocupaciones, tus penas y tus culpas. Eso es lo que aquí se nos enseña a hacer en la oración. Nuestra fe será plena si aprendemos a obrar así con el Padre Celestial, invocando a su Hijo Jesucristo como Mediador”. “¿Cuál oración –pregunta Santo Tomás– puede ser más segura que la dictada por Aquel en quien se hallan todos los tesoros de la sabiduría (Col. 2, 3) y que, según lo dice S. Juan, es nuestro abogado delante del Padre?”. “Puesto que es Cristo quien aboga por nosotros ante su Padre ¿qué mejor que implorar nuestro perdón en los términos que nos ha dictado nuestro abogado?” (S. Cipriano).

1. Requisitos indispensables en el Sumo Sacerdote deben ser la compasión hacia el prójimo y la vocación de Dios. Cristo es el supremo modelo de ambas. Cf. 1 Tm. 1, 16. Pontífice significa el que hace puente, esto es, el mediador entre Dios y los hombres.

4. Aarón el primer Sumo Sacerdote a quien eligió Dios mismo. Cf. Ex. 28, 1; 2 Cro. 26, 18; Sal. 104, 26.

5. “La idea dominante, dice Pirot, es, junto a la perfección personal, la del poder de salvación que le viene desde entonces en calidad de Pontífice según el orden de Melquisedec, es decir, de Pontífice perfecto” (Sal. 2, 7; 109, 4). Claro está que el término personal sólo ha de referirse aquí a la Humanidad santísima de Jesús, ya que la Persona divina del Verbo no podía perfeccionarse. Así lo añade a continuación el mismo autor refutando a disidentes que ponían en duda la divinidad de la Persona de Jesús: “No en cuanto Dios se instruye y se perfecciona Jesús por el sufrimiento, sino en cuanto hombre, venido para salvar a los hombres”. Cf. 1, 5 y nota.

6. Melquisedec, sacerdote y rey de Jerusalén, tipo de Jesucristo (cap. 7). Cf. Sal. 109, 4.

7. Para salvarle de la muerte: No se trata de oraciones por otros, pues “en este pasaje el Apóstol quiere mostrar que Cristo compartió nuestras debilidades” (Pirot). Cf. Mt. 26, 39 ss.; Mc. 14, 35 s.; Lc. 22, 42 ss.; Sal. 68, 21 y nota. Entonces obtuvo ser librado del temor (así S. Ambrosio y muchos modernos) y se hizo, como Él quería, instrumento de propiciación para que el Padre se demostrase justo no obstante haber “disimulado antes los pecados”. Véase sobre esto la asombrosa revelación de Rm. 3, 21 ss. Así se comprende por qué no fue posible librarlo de la muerte, aunque el Padre le habría mandado, si Jesús hubiese querido, más de doce legiones de ángeles. Cf. Mt. 26, 42; Jn. 14, 31 y notas.

8. “El más amado y el más obediente de los hijos se sometió –por evitárnoslo a nosotros– a ese duro camino del castigo, como si Él lo hubiera merecido por desobediencia, o como si su Padre no lo amase y lo tratase rudamente. No falló, empero, el amor del Padre, ni la obediencia del Hijo: fuimos nosotros los que fallamos, y el Amor misericordioso lo que triunfó”.

9. Perfeccionado: ¿Es posible esto? Tratándose de la Humanidad santísima del Señor, solemos inclinarnos a pensar que su Cuerpo fue como el de Adán antes de la caída. Pero S. Pablo insiste en mostrarnos que no es así. Para poder condolerse de nuestra flaqueza (v. 2 y 4, 15) y ser ahora un Pontífice misericordioso (v. 10; 4, 16; 6, 20; 7, 28) tuvo que tener carne mortal, pues vemos que sólo recibió después de resucitado la inmortalidad que le permitió ser hecho Sacerdote para siempre a diferencia de los demás (7, 23-25) y encumbrado sobre los cielos (7, 26) a la diestra del Padre (Sal. 109, 4). Es decir que Jesús, “hecho de mujer” (Ga. 4, 4) y descendiente de Adán (Lc. 3, 37), fue en todo igual a nosotros salvo en el pecado (4, 15), o sea que sin tener pecado heredó y soportó como nosotros las consecuencias del pecado, esto es, la naturaleza sujeta a la muerte, al hambre (Lc. 4, 2), al cansancio (Jn. 4, 6), a la tristeza (Mt. 26, 38), al llanto (Lc. 19, 41; Jn. 11, 35), al miedo (v. 7) y aun a la tentación de Mt. 4, 1 ss., aunque no al pecado ni a nuestra inclinación al mal; y también a la pérdida de fuerzas físicas, pues que lo hicieron ayudar por el Cireneo (cf. Sal. 68, 21). El poderoso grito que dio al morir (Mt. 27, 50), para mostrar que nadie le quitaba la vida sino que Él la entregaba voluntariamente (Jn. 10, 18; 19, 30), fue sin duda milagroso como fue milagrosa la Transfiguración en que Él mostró anticipadamente la gloria que tendrá el día de su Parusía (Mc. 9, 1). Vemos que, aun resucitado, lo confunde Magdalena con un jardinero (Jn. 20, 14 s.) y que sólo entró en la gloria cuando el Padre lo sentó a su diestra (cf. Mc. 16, 11 y nota), dándole como hombre, es decir también en su Cuerpo, la gloria que tenía como Verbo de Dios igual al Padre (v. 5; 1, 5 y notas; Jn. 17, 5; Sal. 2, 7; 109, 1 y 3 y notas). Esta glorificación es la que Él pidió también para nosotros (Jn. 17, 21-26; cf. Jn. 14, 2 s. y notas) y que nos dará el día que venga a ser glorificado también aquí (2 Ts. 1, 10; Sal. 109, 5 ss.) haciéndonos “semejantes al cuerpo de su gloria” (Fil. 3, 20 s.). Este conocimiento de Cristo en su Humanidad que “vino a ser causa de sempiterna salud” es lo que nos une a Él con fe y amor sin límites, mostrándonos que Él es el Santo por excelencia de nuestra admiración y devoción, sin ocurrírsenos más ese pensamiento, que se oye a veces con apariencias de piedad: “Claro está que Jesús hizo maravillas, pero… era Dios”, como diciendo que los ejemplos del Evangelio no son para imitarlos nosotros.

10. Véase 6, 20.

11. Se os han embotado los oídos: Véase Rm. 11, 10; 2 Co. 3, 14 ss.

12. Reproche análogo a éste de los hebreos hace a los gentiles de Galacia (Ga. 4, 9) y de Corinto (1 Co. 3, 1). Hay aquí una indiferencia y lentitud espiritual que impide al Apóstol darles, como quisiera, la plenitud del misterio de Cristo (Cf. 1, 1; 3, 14 y notas).

13 s. ¡Cuidado con tomar esta ceguera como infancia espiritual! Cf. 1 Co. 3, 1 ss. y nota.

1 s. Recordando la necesidad de la perfección en la enseñanza, el Apóstol, como observa Dom Delatte, se esfuerza aquí, no obstante lo dicho antes (5, 11 s. y notas), por arrastrar consigo a sus compatriotas (véase la confesión que él nos hace en Rm. 11, 14). Notemos que considera como rudimentos la necesidad del arrepentimiento para todos (conversión de las obras muertas) y de la fe (Mc. 1, 15; Hch. 2, 38). Habla de bautismos (v. 2), en plural, tal vez porque se hacían tres inmersiones (cf. Col. 2, 12), o abarcando quizás el bautismo de Juan (Hch. 19, 4 y nota) y las abluciones judaicas. Imposición de las manos es el sacramento de la Confirmación (Hch. 8, 17 s.; 19, 6) y del Orden (Hch. 6, 6; 1 Tm. 4, 14, etc.). Sobre la resurrección y juicio eterno (v. 2) cf. Hch. 17, 31; 1 Co. 15; 1 Ts. 4, 12 ss., etc. Parece que el Apóstol alude así a la catequesis primitiva y a la preparación al Bautismo, sosteniendo que un bautizado no puede contentarse ya con la enseñanza de un catecúmeno. Véase sobre estas cosas la “Didajé”, manual cristiano del primer siglo.

2. Más que del juicio eterno prefiere el Apóstol hablarles de eterna salvación (5, 9); eterna redención (9, 12); eterno espíritu (9, 14); eterna herencia (9, 15); eterna alianza (13, 20). Cf. 7, 19 y nota.

3. Es decir que S. Pablo se confirma en ese propósito de ir mas tejos en la exposición de la doctrina, empezando por mostrarles a continuación la gravedad que entraña la apostasía (v. 4 ss.), luego Iris estimula con paternal confianza (v. 9 ss.) reconociendo su caridad, y en fin les muestra como meta la esperanza en Cristo resucitado. Cf. 7, 19; 10, 23 y notas.

4 ss. El Apóstol muestra aquí a los judíos (y lo confirma en 10, 26 s.) el peligro de la apostasía de la fe, la cual comporta el pecado contra el Espíritu Santo, porque rechaza la luz (3, 19 y nota) y que por tanto los dejaría privados de la gracia que viene de la fe, y entregados sin defensa en manos de Satanás, padre de la mentira. Así lo muestra también S. Pablo, respecto de los gentiles, en 2 Ts. 2, 11 s. De ahí la imposibilidad de levantarse de este pecado, que reniega del Bautismo y del Espíritu Santo y es semejante a un nuevo pecado de Adán, que elige libremente a Satanás antes que a Dios. Tampoco puede borrarse por un nuevo Bautismo, porque éste se da una sola vez. A lo mismo parece aludir también S. Juan cuando habla del que comete pecado de muerte (1 Jn. 5, 16 y nota). Hasta aquí llega lo que puede entender el hombre. Más allá es indudable que subsiste el misterio de la infinita y libérrima misericordia de Dios, que puede siempre aplicarla a quien quiera y como quiera, sin dar cuenta a nadie de su conducta (Rm. 9, 15 s.; St. 4, 12). Algunos ven figurada la actitud de tales hebreos, que así retroceden hallándose al borde de la salvación, en la de aquellos que en Cadesbarne, no obstante haber visto los frutos de la Tierra prometida, no quisieron subir hasta ella por incredulidad a la Palabra de Dios (Dt. 1, 25 ss.).

7. Cf. la Parábola del Sembrador (Mt. 13, 1 ss.).

12. Cf. Ap. 13, 10 y nota.

18. Las dos cosas inmutables son la promesa de Dios y su juramento a Abrahán. El v. 20 aludirá al juramento que también Jesús había recibido en Sal. 109, 4, sobre su Sacerdocio para siempre. Cf. 7, 28.

19 s. El velo es la carne mortal de Jesús (10, 20). El velo que ocultaba al Santo de los Santos en el Templo de Jerusalén (9, 3 s.) simbolizaba esa Carne, es decir, la Humanidad santísima de Jesús (cf. 5, 9 y nota) y por eso se rasgó al momento de su muerte (Mt. 27, 51). Era necesario que Él muriese (Hch. 3, 22 y nota) y fuese glorificado para que se cumpliesen las promesas dadas a los Patriarcas (Rm. 15, 8). Como áncora: de aquí que el ancla sea el signo de la esperanza.

1. Sigue la comparación con Melquisedec, rey de Salem (Jerusalén), que es en el Antiguo Testamento tipo de Cristo Sacerdote y Rey (Sal. 109, 3 y 4; Is. 11; Za. 6, 11 ss., etc.). Como aquél, así también Cristo es “rey de paz” y “sin padre”, es decir, sacerdote por vocación de Dios y no por herencia de familia levítica; y así como Melquisedec descuella sobre Abrahán y Leví, así también la Persona de Cristo tiene preeminencia sobre la persona de aquél. Para hacernos comprender su argumentación, el Apóstol aduce los diezmos que Abrahán dio a Melquisedec, mostrando así la superioridad de éste. Cf. Gn. 14, 18 y nota.

3. Sin padre, sin madre, etc.: modelo del sacerdote en general, que no pertenece a ninguna familia sino sólo a Dios. Ni fin de vida: No parece esto afirmar que Melquisedec continúe viviendo (como lo sabemos de Elías y Enoc), sino que su muerte permanece tan ignorada como todas las demás circunstancias de su vida que enumera S. Pablo sobre este misterioso personaje. Algunos lo creían de naturaleza angélica y querían así explicar que “el orden de Melquisedec” se aplicase al sacerdocio de Jesús (5, 6). De todos modos recalca S. Pablo el carácter celestial del divino Pontífice, que fue “nombrado por Dios” (5, 10), que penetró los cielos (4, 14) y dijo a los sacerdotes de Israel: “Vosotros sois de abajo; Yo soy de arriba” (Jn. 8, 23).

8. Aquí: en el sacerdocio de Leví; allí: en el sacerdocio de Melquisedec, donde tenemos un sacerdote inmortal: Cristo.

11. Aarón, el primer Sumo Sacerdote, representa el sacerdocio levítico que no era capaz de ofrecer un don perfecto, cual es hoy el sacrificio eucarístico, memorial de la Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo (1 Co. 11, 25).

13. Porque Cristo, a quien miraban estos vaticinios de David, no fue de la tribu de Leví, de la que eran tomados los sacerdotes, sino de la de Judá, a quien no pertenecía la función sacerdotal. Cf. 8, 4 y 13; Ez. 44, 15 y nota.

16 s. Indestructible (Buzy, traduce: con el privilegio de la inmortalidad): porque Jesús resucitado no es mortal como antes y ya no puede morir (v. 24; Rm. 6, 9). De ahí que sea constituido Sacerdote “para siempre” (vv. 17 y 20). Cf. 5, 6; Sal. 109, 4 y nota.

19. La Ley (dada en Ex. caps. 19 ss.), fue superada por el Evangelio, como doctrina (Mt. 5, 17-48) y como espiritualidad (Ga. 3, 1 ss.). Una esperanza mejor: la Nueva Alianza de los creyentes en Cristo, la Ley de la gracia y las promesas que superan a las esperanzas puramente terrenales de Israel. Véase 11, 10; 12, 18 ss.; 1 Ts. 4, 16 s.; Ga. 4, 24 ss.; Ap. 21, 10. Cf. 8, 8 ss.; 10, 23 ss. Otros traducen en el sentido de que la perfección no vino de la Ley, pero sí vino al introducirse una mejor esperanza (Rm. 5, 2). Junto con esta mejor esperanza Pablo anuncia a los hebreos mejor pacto (8, 6); mejor posesión (10, 34); mejor patria (11, 16); mejor resurrección (11, 35); algo mejor (11, 40); sangre que habla mejor que la de Abel (12, 24). Cf. 6, 2 y nota.

25. ¡Qué consuelo no significa para nosotros el saber que podemos contar permanentemente con la oración todopoderosa de Cristo por nosotros y por nuestro ideal apostólico! Cf. 5, 7 y nota; 10, 4; Jn. 17, 20; Rm. 8, 34. Solemos pensar que a Jesús, por ser Dios, no debemos pedirle que ruegue por nosotros, como si fuera impropia de Él tal cosa. Aquí vemos, con más claridad aún que respecto de los santos y la Santísima Virgen, cómo Jesús no sólo rogó por nosotros en vida (Jn. 17, 9 ss.) y prometió rogar después (Jn. 14, 16) sino que está rogando permanentemente por nosotros, siendo ésta precisamente su misión como Sacerdote (v. 26).

26. Bellísimo retrato sacerdotal de Jesús, a quien S. Pedro llama el Pastor y Obispo de nuestras almas (1 Pe. 2, 25). Cf. 13, 20; Jn. 10, 11.

27. “Este sacrificio único bastó a causa de su valor infinito. Cf. 9; 12, 25-28; 10, 10. En efecto, consistió en la inmolación de Jesucristo mismo. Por primera vez en los escritos del Nuevo Testamento se presenta aquí, abiertamente a Jesús como sacerdote y víctima a un tiempo”. (Fillion).

28. Llegado a la perfección: (así también Pirot). Cf. 5, 9 y nota.

1 ss. La preexcelencia del sacerdocio de Cristo se muestra, además, por el lugar donde ejerce sus funciones, es decir, no en la tierra, en el Sancta Sanctorum, sino en el cielo (9, 11 y 24; 10, 19). Esto quiere decir que, allá en lo Alto, Jesucristo presenta perpetuamente a su Padre el mérito de su pasión y de su muerte consumada ya en la cruz (5, 7 y nota), misterio que repetimos cada día en el sacrificio eucarístico. Inmensa novedad para los destinatarios de esta carta. Según el judaísmo talmúdico, dice Klausner, el Mesías sólo libraría a Israel de la sujeción política, haría prosélitos de los gentiles y juzgaría a las naciones con rectitud y equidad.

4. Pues hay: Fillion hace notar que el griego, a diferencia de la Vulgata, usa el presente (cf. 13, 11) “de donde se concluye, con justificada razón –añade– que el culto judío aun subsistía cuando fue compuesta la Epístola y que ella apareció, por consiguiente, antes de la ruina de Jerusalén. El detalle según la Ley –prosigue– es importante: aquí abajo ya se ofrecía a Dios los sacrificios exigidos por Él; era, pues, menester que el nuevo Pontífice ofreciera el suyo en el cielo”. La actitud de S. Pablo frente al culto judío, continuado en el Templo de Jerusalén hasta su destrucción el año 70, así como su conducta en las sinagogas judías donde él mismo predicaba (Hch. 13, 14 y 44; 14, 1; 18, 4, etc.), confirma la verdad, a menudo olvidada de que el rechazo definitivo de Israel fue al fin del tiempo de los Hechos de los Apóstoles (Hch. 28, 28). Este tiempo le fue acordado a Israel, según la Parábola de la higuera infructuosa (Lc. 6, 13 ss.) para que los judíos de la Dispersión reconocieran, mediante la predicación apostólica, al Mesías resucitado a quien los jefes de la nación judía rechazaron mientras Él vivió (Hch. 3, 17-26 y notas). El mismo Jesús había aludido a esto al anunciar la necesidad de su Muerte y Resurrección (Lc. 24, 44 ss.), pues sin ello la semilla no daría fruto (Jn. 12, 24 y 32), ya que antes de eso “aun no había Espíritu” por cuanto Jesús no había sido todavía glorificado (Jn. 7, 39). De ahí, pues, que durante “esos días anunciados por los Profetas” (Hch. 3, 24), los judíos, aun cristianos, frecuentaran el templo y observaran la Ley, continuando sin embargo las señales milagrosas y los carismas visibles del Espíritu Santo. Mas desoída por Israel la predicación de los apóstoles, no sólo en Jerusalén, sino también en Antioquía de Pisidia (Hch. 13, 14-48), en Tesalónica (Hch. 17, 5-9), en Corinto (Hch. 18, 6) y finalmente en Roma, donde Pablo les habla por última vez de Jesús, “según la Ley de Moisés y los Profetas” (Hch. 28, 23), el Apóstol, al verlos apartarse (ibíd. v. 25), les anuncia solemnemente que “esta salud de Dios ha sido transmitida a los gentiles” (ibíd. 28, 28 ss. y notas), a quienes en adelante explayará principalmente el misterio del Cuerpo Místico escondido desde todos los siglos (Ef. 3, 9; Col. 1, 26).

5. Cf. Ex. 25, 40. En 13, 10 vemos el contraste entre estas figuras materiales y la realidad celestial y espiritual (cf. 13, 9; Jn. 4, 23 s.). En el monte: figura del cielo (v. 2) donde está Cristo el eterno Sacerdote. El Apóstol, “después de haber probado, por la naturaleza del Sacerdocio de Jesucristo, que su teatro es el cielo, lo prueba una vez más por la tipología” (Pirot). Cf. Hb. 9, 23; 10, 1; Col. 2, 17. “En las palabras de S. Pablo hay que dar no pequeña parte a la metáfora. Como sería ridículo afirmar que existe en el cielo un “tabernáculo verdadero” que sirviera de modelo al construido por Moisés, así sería irracional pretender deducir de las palabras del Apóstol que Jesucristo solamente en el cielo consumó su sacrificio. Lo único que inculca S. Pablo es que el sacerdocio y el sacrificio de Jesucristo no son terrenos a la manera de los levíticos, ni están vinculados a un santuario material” (Bover).

8. Vemos aquí que Jesucristo es también mediador de las promesas referentes a la salvación de Israel, a quien fue prometido antes que a los gentiles (10, 16; Ez. 34, 25 y nota; 37, 21-28; 2 Co. 3, 15 s.). Es de notar que las profecías mesiánicas de Jr. 31, 31 ss., que aquí reproduce S. Pablo y que corresponden a Israel y a Judá, son paralelas a las de Is. 59, 20 s., que el mismo reproduce en Rm. 11, 25 ss., como anuncio de la conversión final de Israel (cf. Jr. 30, 3 y nota). Lo mismo vemos en otros pasajes del Nuevo Testamento (10, 29; 12, 26 ss.; Hch. 2, 17 s.; 3, 22 ss.; 15, 16 ss.; Rm. 9, 25 ss., etc. y notas). Se admite comúnmente la aplicación de estas promesas al período actual de la gracia, en que no hay “ni judío ni griego” (Ga. 3, 28 s.).

13. El Apóstol se refiere a los sacrificios antiguos (cf. v. 4; 7, 13 y 19 y notas) y no a las divinas Escrituras del Antiguo Testamento. “Los Libros santos del Antiguo Testamento son Palabra de Dios y parte orgánica de su revelación” (Encíclica “Mit brennender Sorge”).

2 s. Describe el Santuario terrestre, es decir, el tabernáculo, que Moisés hizo por orden de Dios en el desierto, y cuya continuación era el Templo de Jerusalén. Cf. Ex. 25 y 26; 36, 8; Lv. 16. Sobre el velo cf. 6, 19 s. y nota.

4. El detalle de la conservación de la vara de Aarón en el Arca nos es dado solamente por S. Pablo. Nótese la suma veneración con que se guardaban las tablas de la Ley. Con el mismo espíritu solíase conservar antiguamente el sagrado Libro del Evangelio al lado de la Eucaristía. Cf. v. 19.

5. Propiciatorio: Así se llamaba la plancha de oro con que estaba cubierta el Arca de la Alianza. Sobre ella se derramaba la sangre de las víctimas en el día de la Expiación. Cf. v. 12 y nota.

11 s. Los bienes venideros: cf. v. 15. Pirot hace notar la lección de S. Efrén: “Pontífice futuro, no de los sacrificios sino de los bienes”. Después de haber obtenido: otra diferencia entre el Sacerdote celestial y los de la Ley: el Sumo Pontífice entraba una vez al año en el santuario (Santo de los Santos) del Tabernáculo (y luego del Templo único) de Jerusalén; y, después de entrar, derramaba sobre el Propiciatorio sangre de animales por los pecados del pueblo y los suyos (Lv. 16, 14 ss.; Nm. 19, 9 y 17). En cambio Jesucristo, antes de entrar, y por única vez, al Santuario celestial (10, 19), constituido Sacerdote para siempre (5, 9; 6, 20; 8, 2; 10, 21), había derramado como Víctima, en este mundo, su Sangre de infinito valor, y así obtenido redención eterna (v. 12), pues el Padre “lo puso como instrumento de propiciación por medio de la fe en su Sangre” (Rm. 3, 25), con esa eficacia definitiva (10, 10) que no tuvo aquel antiguo Propiciatorio. De aquí deducen los sectarios la objeción de que la misa sería una repetición innecesaria del Sacrificio de Cristo ya consumado en el Calvario y ofrecido en el cielo. La verdad es que Jesús mandó hacer en memoria suya lo que Él realizó en la Cena, y el mismo S. Pablo (1 Co. 11, 20 ss.) y S. Lucas (Hch. 2, 42) nos muestran que, en su cumplimiento, los primeros cristianos “perseveraban en la fracción del pan” y “en la Cena del Señor”. S. Justino y S. Ireneo recogen en igual sentido la tradición primitiva de la Iglesia. Y lo mismo hicieron S. Ignacio Mártir y S. Clemente Romano. El cristiano de fe ilustrada sabe que en la misa no se ofrece una víctima distinta de la que fue inmolada en el Calvario (v. 26) y que todos nuestros ruegos, como los del celebrante, han de unirse a los de la divina Víctima Jesús, el Sumo Sacerdote para siempre, que allí en el Santuario celestial, “con su intercesión incesante, con la aplicación de los frutos de la cruz y con la continuada renovación del sacrificio eucarístico, da cierta perpetuidad moral al sacrificio del Calvario” (Bover).

13. La ceniza de la vaca sacrificada y quemada se mezclaba con agua y se la esparcía sobre los que tenían que purificarse.

14. Por su Espíritu eterno: como observa Pirot, más que el Espíritu Santo parece entenderse aquí el Verbo, o sea la naturaleza divina de Jesús que ofrece al Padre su Humanidad como víctima (cf. Rm. 1, 4; 1 Co. 15, 45; 1 Tm. 3, 16). “Este espíritu, siendo poderoso y eterno, comunica a la efusión de la sangre en la Cruz un valor infinito y una eficacia eterna” (10, 10).

17. El testamento, o sea la promesa (en hebreo berith) de la nueva alianza que tendría por Mediador al Mesías (v. 15; 8, 6-13; 10, 15-18), no pudo entrar en vigor sino por su muerte. Cf. Hch. 3, 22 y nota.

23. Véase este contraste en 8, 5 y 13, 10. Cf. 10, 1.

26. En la consumación de las edades: en esta última edad del mundo, pues su muerte borra los pecados de todas las generaciones. Cf. 1 Co. 10, 11; Ga. 4, 4; 1 Jn. 2, 18.

28. Véase v. 12 y nota. “Aparecerá, no ya para ofrecerse en sacrificio por el pecado, sino para dar la salud eterna a todos aquellos que le esperan con amorosa impaciencia, deseando su eterna libertad” (S. Crisóstomo). Cf. Lc. 21, 28; Rm. 8, 23; Fil. 3, 20 s.; 2 Tm. 4, 8; 1 Pe. 3, 18; 2 Jn. 7.

5 ss. Cita del Sal. 39, 7 s. (según los LXX). Véase allí las notas. El Apóstol ve en esta oración la de Cristo que motiva su presencia en la tierra por el deseo de cumplir la voluntad de su Padre (véase Mt. 26, 42; Jn. 14, 31 y notas). Para ello se ofreció Él como víctima y sufrió todo lo que de Él estaba escrito en el rollo del libro, esto es, en la Escritura. En estas palabras ha de admirarse, pues, la primera oración del “Hijo del hombre” “al entrar en el mundo”, o sea en el momento de la Encarnación del Verbo. Es digno de nuestra mayor atención que la primera oración del Dios Hombre sea tomada del Salterio, como también su última: “en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal. 30, 6; Lc. 23, 46). Véase Jn. 4, 34; 10, 17 s.; Is. 53, 7. Comentando estas palabras misteriosas dice el Papa Pío XI: “Aun en la Cruz no quiso Jesús entregar su alma en las manos del Padre antes de haber declarado que estaba ya cumplido todo cuanto las Sagradas Escrituras habían predicho de Él, y así toda la misión que el Padre le había confiado, hasta aquel último tan profundamente misterioso “sed tengo” que pronunció “para que se cumpliese la Escritura” (Jn. 19, 28). (Encíclica “Ad Catholici Sacerdotii”).

13. Aguardando lo que resta: Véase 2, 8; 2 Ts. 2, 6; Sal. 109, 1-4 y notas.

16. Véase 8, 10 y 12; Jr. 31, 33 s. y notas.

19 s. “Las alusiones y atrevidas metáforas de este pasaje reclaman alguna declaración. Ante todo hay una alusión, que pudiéramos llamar fundamental, al segundo velo del Templo, a través del cual penetraba el Pontífice con la sangre de las víctimas en el Lugar Santísimo. Otra segunda alusión recuerda el velo del Templo que se rasgó de alto a bajo al morir el Redentor. Luego, una osada metáfora presenta la carne del Salvador, rasgada con los clavos y principalmente con la lanza, como el velo rasgado, a través del cual entramos en el Santuario celeste”’ (Bover).

21. La casa de Dios. Cf. 1 Pe. 2, 5; Judas 20.

23. Nuestra esperanza: es decir, la meta que propuso como perfección (7, 19; Tt. 2, 3 y notas) cuyo objeto supremo, Cristo, señala en el v. 25 Cf. 6, 3; 9, 28 y notas.

25. La común reunión: En griego “episynagogué”, palabra sólo usada aquí y en 2 Ts. 2, 1 para indicar la unión de todos en Cristo el día de su venida. Cf. 1 Ts. 4, 16 s. Esta reunión de los fieles es la Iglesia (Mt. 13, 47 ss. y notas). El día: “El día de la segunda venida de Jesucristo, que los primeros cristianos miraban como próximo. Cf. v. 37” (Crampon). Cf. Sal. 117, 24 y nota. Fillion observa que el griego dice: “Ten hemeran, con el artículo: el día bien conocido. Es cosa cierta que el autor ha querido designar aquí el segundo advenimiento de Jesucristo (cf. 1 Co. 3, 13; 1 Ts. 5, 4; 2 Tm. 1, 12 y 18, etc.)”. El mismo autor hace notar el importante papel que la esperanza ocupa en toda esta Epístola destinada a luchar contra el desaliento, y cita 3, 6; 6, 11 y 18 s.; 7, 19, etc. La esperanza mesiánica sería también hoy el lazo de unión para cristianos y judíos (cf. Hch. 23, 6; 26, 6-8; 28, 20), pues entre éstos “se ha llegado poco a poco a negar la creencia en el advenimiento de un Mesías personal, sustituyéndolo por la idea de la misión mesiánica del pueblo de Israel, que habrá de realizarse en la era mesiánica de la humanidad”. Cf. Am. 8, 12 y nota.

26. Véase 6, 4 y nota.

29. S. Pablo insiste en mostrar a los hebreos que es más grave despreciar los dones de la Nueva Alianza en la sangre de Cristo (9, 17 y nota; Lc. 22, 20), por lo mismo que son más preciosos que los de la Antigua. Véase Ct. 8, 6.

30. Cf. Dt. 32, 35 s.; Sal. 134, 14; Rm. 12, 19.

32. Iluminados por Cristo (6, 4; 2 Co. 4, 4; Ef. 1, 18; 2 Tm. 1, 10). Algunos lo refieren concretamente al Bautismo, el cual, por esto se llama también, especialmente en la Iglesia oriental, Sacramento de la Iluminación. “Los iluminados en la primitiva Iglesia eran los bautizados (entonces adultos) que estaban en “novedad de vida” (Rm. 6, 6) porque se habían revestido de Cristo”. Cf. Jn. 12, 46.

37 s. Cita de Hab. 2, 3 s. Brevísimo tiempo: esta idea, frecuentemente expresada (cf. v. 25 y nota; Rm. 13, 11; 1 Co. 1, 7; 1 Ts. 1, 10; 2 Ts. 1, 7 y 10; 2, 13; St. 5, 8; 1 Pe. 4, 7, etc.) ha hecho suponer a algunos que tal vez la defección de Israel (Lc. 13, 6: Hch. 28, 23 ss.; Rm. 11, 30) retardó en el plan divino el cumplimiento de esa promesa. Cf. 2 Pe. 3, 4 y 9; Rm. 11, 25 3. El que ha de venir: Crampon hace notar que el griego “nombra al Mesías: Ho erjómenos (Dn. 7, 13; Za. 9, 9; Mal. 3, 1; Mt. 11, 3; Lc. 7, 19) y aplica el oráculo a los tiempos mesiánicos”, (cf. Jn. 11, 27 y nota). El justo mío vivirá por la fe (v. 38): El justo vive de la fe por todos conceptos: en cuanto sólo la fe puede hacerlo justo según Dios; en cuanto sólo la confianza que da esa fe puede sostenerlo en medio de las persecuciones anunciadas a los creyentes; y en cuanto esa misma fe es la prenda de la promesa de vida eterna. Por tres veces S. Pablo cita este texto, y –cosa admirable– cada vez saca de él una nueva luz. En Rm. 1, 17 presenta la fe del Evangelio como don universal a judíos y griegos, y muestra en consecuencia la inexcusabilidad de los que no lo aceptan. En Ga. 3, 11 presenta la fe en Cristo por oposición a las obras de la Ley, mostrando que ya nadie se justificará por éstas sino por aquélla. Aquí presenta a los hebreos la fe en el sentido de confiada esperanza, como la actitud que corresponde necesariamente a todo el que vive en un período de expectación y no de realidad actual, es decir, el que va persiguiendo un fin y no se detiene en los accidentes del camino sino que mira y goza anticipadamente aquel deseado objeto, que ya poseemos y disfrutamos “en esperanza” (Rm. 5, 2; 8, 24; 12, 12). Los dos maravillosos capítulos que siguen (11 y 12) no son sino el desarrollo de este concepto, de esta visión, a través de innumerables ejemplos, hasta culminar (12, 26 s.) en la cita de Ag. 2, 6 aplicándola al gran cambio que espera a las cosas transitorias (12, 27).

39. Aquellos que se retiran: Alude a la deserción de la esperanza, que señaló en el v. 25. Alma: puede traducirse también vida. Cf. Lc. 21, 19.

1 s. La seguridad que la fe nos proporciona de las cosas invisibles es incomparablemente mayor que la alcanzada por medio de la ciencia humana. De ahí que la fe viva sea el único fundamento (el griego dice sustancia) sobre el cual se puede apoyar la esperanza de los bienes venideros, para lo cual ha de estar animada por el amor, ya que sin éste no desearíamos esos bienes (3, 6; 7, 19; 8, 6; 10, 23, etc.). Muy necesario es, pues, avivar la fe. Tal es el objeto de todo este admirable capítulo y no es otro el de toda la Epístola y aún el de toda la Sagrada Escritura. El único reproche que Jesús hacía a sus discípulos era la falta de fe (Lc. 17, 5 s. y nota). ¡Son tantas y tan distintas de la lógica humana las maravillas que Él nos propone creer en cada página del Evangelio! (Lc. 17, 23 y nota). Por eso la fe es la vida del justo (10, 38) porque, si no es fingida (1 Tm. 1, 5), nos lleva a obrar por amor (Ga. 5, 6). La prueba de lo que no se ve (cf. vv. 3 y 7), es sinónimo de seguridad y certeza, de confianza total, de crédito ilimitado a la Palabra de Dios, aunque a veces nos parezca un crédito en descubierto; de entrega sin condiciones, como la desposada que se juega toda su vida al dejar el hogar de sus padres para entregarse a un extraño (Gn. 2, 24; Ef. 5, 31; Sal. 44, 11 s.) “¡Dichosos los que no vieron y creyeron!” (Jn. 20, 29). ¿Y nosotros? ¿Es así como hemos creído a Cristo? ¿Quién se atrevería a pretenderlo? Mientras así no sea, estamos en falta de fe y necesitamos crecer en ella cada día, a cada instante. Tenemos, pues, que pedirla, porque es un don de Dios (Mc. 9, 23), y buscarla especialmente en las Sagradas Escrituras, pues la fe viene de la palabra (Rm. 10, 17); y no averiguar otra explicación para nuestras tristezas y nuestras faltas de espíritu o de conducta: todas vienen de que no le creemos a Jesús, pues al le creemos, Él habita en nuestros corazones (Ef. 3, 17) y vivimos de Él como el sarmiento de la vid (Jn. 15, 1 ss.). Sobre esto de creerle a Cristo decía con fuerte ironía un predicador: “Conviene recordar bien de memoria todas y cada una de las palabras de Jesús. A lo mejor resulta que son ciertas y que perdemos lo que en ellas se nos promete por no haberlo sabido o no habernos interesado en recordar lo que escuchamos con frialdad y escepticismo”.

2. Testimonio: cf. 5 y 39.

3. Las edades: cf. 1, 2; 9, 26 y nota.

4. El Apóstol va a mostrar a los hebreos muchos ejemplos de fe, aun desde antes de Israel, comenzando por Abel, quien por su fe habla todavía, y cuya sangre clama a Dios (Gn. 4, 8; Mt. 23, 35). Aquí se nos muestra por qué el sacrificio de Abel, figura del Cordero, fue más grato a Dios que el de Caín (Gn. 4, 4).

5. Sobre Enoc, cf. Gn. 5, 24; Si. 44, 16; 49, 16.

6. Crea su ser: “Al que se ha de ir uniendo a Dios, conviénele que crea su ser. Como si dijera: el que se ha de venir a juntar en una unión con Dios, no ha de ir entendiendo ni arrimándose al gusto, ni al sentido ni a la imaginación, sino creyendo su ser, que no cae en entendimiento, ni apetito, ni imaginación ni otro algún sentido, ni en esta vida se puede saber” (San Juan de la Cruz). Para eso no basta la creencia de que hay una deidad creadora del universo (Rm. 1, 20). Eso lo creen también los demonios, y no se salvan (St. 2, 19). Es necesario mirar a Dios tal como Él se ha revelado, es decir, conocerlo tal como Él quiere ser conocido (Jn. 17, 3) para poder pensar bien de Él (Sb. 1, 1) y tenerle entonces esa fe absolutamente confiada que vimos en el v. 1. Tal es lo que entiende el Apóstol al decir “que Él es remunerador de los que le buscan”, o sea, no un simple juez de justicia sino un Salvador que hace misericordia a cuantos confían en Él. Cf. Sal. 32, 22; Lc. 1, 50; Ef. 2, 4; Jn. 3, 16; 6, 37, etc.

7. Por la fe: Construyendo el arca y creyendo a la Palabra de Dios, condenó la incredulidad de sus contemporáneos (Gn. 6, 8-22; Si. 44, 17; 1 Pe. 3, 20). Jesús pone aquella fe y esta incredulidad como ejemplo de lo que ocurrirá con las señales de su segunda Venida (Lc. 17, 26 s.).

8 ss. Cf. Gn. 12, 1-4; 15, 5; 17, 19; 21, 2; 22, 17; 23, 4; 26, 3; 32, 12; 35, 12 y 27; Si. 44, 20-23; Hch. 7, 2-8; Rm. 4, 16-22.

12. Azarías recuerda a Dios esta promesa en Dn. 3, 36, haciéndole presente la escasez del pueblo durante el cautiverio de Babilonia. Según algunos, las estrellas del cielo serían los descendientes fieles de Abrahán, y las arenas del mar los que sólo descienden de él según la carne (Rm. 9, 6 ss.; Ga. 4, 28).

13. En la tierra de Canaán los patriarcas encontraron sólo una figura de la patria que buscaban (v. 16), y se consideraron peregrinos (Gn. 23, 4; 47, 9; 1 Cro. 29, 15) como todos lo somos en esta vida (Sal. 38, 13). S. Ireneo hace notar que entonces no recibieron cumplimiento de las promesas (Gn. 13, 14 ss.; 15, 18; 27, 23, etc.) y tanto Abrahán (Gn. 12, 10) como Jacob (Gn. 42, 10; 43, 1, etc.) tuvieron que recurrir a Egipto a causa del hambre. Y agrega respecto al primero: “y entonces no recibió su herencia en aquella tierra, ni siquiera un palmo, sino que siempre fue en ella peregrino y extranjero. Y cuando murió Sara su esposa, queriendo voluntariamente los heteos darle lugar para sepultarla, no quiso recibirlo sino que compró un monumento a Efrén hijo de Seor, heteo, entregando cuatrocientos ciclos de plata (Gn. 23, 10), prefiriendo atenerse a la promesa de Dios y no queriendo aparecer como que recibía de los hombres lo que le halda prometido Dios, el cual en otro lugar (ib. 15, 18) le habla dicho: “A tu posteridad daré esta tierra desde el río de Egipto hasta el grande río Éufrates”.

19. “Abrahán era figura del Padre celestial e Isaac la de Jesús (Buzy). Isaac es también figura del Señor resucitado, por cuanto Dios lo devolvió a su padre que estaba a punto de inmolarlo como sacrificio (Gn. cap. 22). En esto consistió el ejemplo admirable de la fe de Abrahán, que creyó esperando contra toda esperanza (Rm. 4, 18 ss.). Así creyó la Virgen María al pie de la Cruz (Jn. 19, 25 y nota).

21. Cf. Gn. 47, 31. S. Pablo sigue la versión de los Setenta, cuyo sentido sería que Jacob acataba el señorío de José y es él, como figura, la realeza de Cristo.

24. Moisés es modelo de los que por la fe desprecian los honores y seducciones del mundo. Así lo hizo el mismo Apóstol, Véase Fil. 3, 8; cf. Nm. 11, 28 s.

26. El oprobio de Cristo: S. Pablo toma como tipo de Jesucristo al pueblo de Israel por los oprobios que sufrió en Egipto.

27. Como si viera ya: He aquí el secreto de la esperanza, que permite evadirse del presente doloroso y vivir en el gozo anticipado de lo que se espera, manteniéndose firme en esa confianza y sabiendo que el Padre está presente aunque no se le vea con los ojos de la carne. Cf. Jn. 14, 23.

28 s. Cf. Ex. 12, 21; 14, 22; Jos. 6, 20; 2, 3.

33. Los vv. 33-39 son un resumen de manifestaciones de fe que los lectores de esta Carta conocían bien; por eso no traen nombres. Hay referencias a Daniel cerrando la boca de los leones (Dn. 6, 22); a Jeremías torturado (Jr. 20, 2); a Elías y Eliseo resucitando muertos (1 R. 17; 2 R. 4); a Zacarías lapidado (2 Cro. 24, 21); a Isaías, aserrado por medio (según es tradición judía), etc.

40. El Mesías trajo la salud también para los justos del A. T. Según algunos, Dios habría querido que esperasen para entrar en el cielo hasta que fuese abierto por la Ascensión del Salvador para que sus almas recibiesen con nosotros esa eterna recompensa. Pero aquí se trata de una perfección o consumación definitiva (cf. Ef. 4, 12 s.) y no del destino del alma solamente (cf. Ap. 6, 10). De ahí que S. Crisóstomo, S. Agustín, Estio y otros antiguos y modernos reconozcan aquí la resurrección corporal, que se efectuaría para los justos del A. T. (Dn. 12, 2) como para los del Nuevo (Lc. 14, 14; 1 Co. 15, 23 y 51 ss.; 1 Ts. 4, 16, etc.), al mismo tiempo, esto es, en el Advenimiento de Cristo al juicio. Tenía provisto algo mejor: Esta mejor provisión podría consistir simplemente en esa espera de los antiguos. Véase sin embargo Mt. 27, 52 s. y nota. Algunos deducen de aquí un destino superior para los cristianos que para los justos de la Antigua Alianza, considerando a éstos como “amigos del Esposo” (Jn. 3, 29 y nota), y a la Iglesia como Esposa del Cordero (Ap. 19, 6 ss.). Con todo, en el v. 16 y en 12, 22 vemos que los patriarcas están llamados a la Jerusalén celestial (Ap. 21, 2 y 10). Cf. 10, 25 y notas; 13, 14. Son éstos puntos de escatología, muy difíciles de precisar, que envuelven el misterio de Israel como Esposa de Yahvé y de la Iglesia como Esposa de Cristo, y que Dios parece haber dejado en el arcano (Ga. 6, 16 y nota) hasta el momento propicio en que se han de entender (Jr. 30, 24; Dn. 12, 4 y 9). Compárese al respecto el misterio de los siete truenos (Ap. 10, 4) que es el único que a S. Juan se le mandó sellar (Ap. 22, 10), por lo cual parecería lógico suponer que en él se encierra la llave para la plena inteligencia del plan de Dios según esa grande y definitiva profecía del Nuevo Testamento. Entretanto, algo parece cierto y es: que si el Cordero que subió a lo más alto de los cielos (Ef. 1, 20) será la lumbrera que ilumine la Jerusalén celestial (Ap. 21, 23), los que estemos incorporados a Él (Jn. 14, 3) como su Cuerpo místico (Ef. 1, 23) asimilados “al cuerpo de su gloria” (Fil. 3, 20 s.), tendremos en Él una bendición superior a toda otra. Cf. Jn. 17, 24 y nota.

1 ss. Siguiendo el ejemplo de tan grandes santos que supieron evadirse de sí mismos (11, 27 y nota), pongamos los ojos en Jesús, autor y consumador de la fe. Véase al respecto Sal. 118, 37 y nota y la introducción al Libro de la Sabiduría.

6 s. Todo este pasaje es el más eficaz consuelo en las pruebas de esta vida. “No lleguemos a figuramos, dice S. Crisóstomo, que las aflicciones sean una prueba de que Dios nos ha abandonado y de que nos desprecia, pues son, al contrario, la señal más manifiesta de que Dios se ocupa de nosotros; porque nos purifica de nuestros vicios, y nos facilita los medios de merecer su gracia y protección”. Cf. nuestro estudio sobre “Job, el libro del consuelo”.

11. Cf. 2 Co. 4, 17 s.; Sb. 3, 5; Jn. 16, 20; 1 Pe. 1, 6; St. 3, 18; Is. 35, 3; Job. 4, 4.

12. Cf. Is. 35, 3 ss., de donde está tomada la cita.

13. Los lectores de la carta andaban claudicando entre judaísmo y cristianismo (1, 1 y nota). Por lo cual les amonesta a marchar directamente hacia el fin, que es la salvación en Jesucristo.

14. Vemos una vez más que, para Pablo, la santidad es en el cristiano el estado normal y necesario. Véase 1 Ts. 4, 8 y nota.

16 s. Cf. Gn. 27, 38. No pudo cambiar (v. 17), esto es: Esaú no pudo mover a su padre Isaac a que se arrepintiese de la bendición dada a Jacob ni volviese sobre sus pasos. El desprecio de la privilegiada elección de Dios que significaba la primogenitura (v. 23), es lo que más ofende al amor (Ct. 8, 6 y nota). Véase en Revista Bíblica Nº 39, pág. 29, un estudio intitulado “Primogenitura”, sobre este caso de Esaú.

18 ss. Recuerda los acontecimientos tremendos que se produjeron cuando la manifestación de Dios en el monte Sinaí. Vemos cuánto más suave o la Ley de gracia y de amor traída por Jesús, y cuánto debemos apreciar las palabras de confianza que se nos dan en el Evangelio. Así también es mayor la responsabilidad del que las conculca (10, 29) o las menosprecia desdeñando escucharlas (Jn. 12, 47-48). Cf. v. 25.

22. “El Apóstol señala sucesivamente el teatro de la Nueva Alianza (v. 22) y las promesas que ella aporta (vv. 22-24)… Sobre las promesas gloriosas vinculadas a Sión y a Jerusalén, cf. Sal. 2, 6; 47, 2; 77, 68 ss.; 124, 1; Is. 52, 1; Mi. 4, 7; Ga. 4, 26; Ap. 21, 2 y 10, etc.” (Fillion). Véase el paso del Sinaí al Sión en Sal. 67, 18 y nota.

23. Primogénitos: cf. v. 16 y nota. Según algunos, los justos del Antiguo Testamento. Según Fillion, todos los fieles, porque “en la familia cristiana todos los hijos son primogénitos; pues participan todos de las mismas ventajas, que son la realeza y el sacerdocio”. Véase 1 Pe. 2, 9; Ap. 1, 6; 5, 10 etc.

24. La sangre de Abel clamaba venganza (11, 4; Gn. 4, 10); la sangre de Cristo, en cambio, pide perdón y misericordia, porque es también sangre de una alianza (9, 18; 13, 11 s.) pero mejor que la antigua. Cf. 8, 6; 13, 20 y nota

25. Vemos que la condenación de aquéllos se funda en que no quisieron oír la Palabra. Gran lección para nosotros. El que no oye la divina Palabra no puede amar a Dios, pues no lo conoce. Y si no lo ama, no puede cumplir sus mandamientos (Jn. 14, 23 s.). Leamos, pues, esa carta (la Sagrada Escritura) que Dios –dice S. Gregorio– escribió al género humano; oigamos atentos el Mensaje que Él nos mandó por medio de su Hijo, para que no se apague nuestro amor. Cf. v. 18 ss. y nota; 1 Sam. 12, 15; Jr. 6, 10; 7, 23; Os. 9, 7 y nota; Jn. 12, 48.

26 s. Cita de Ag. 2, 6, según los Setenta, que, coincide con el texto hebreo. En la Vulgata es Ag. 2, 7 (véase allí la nota). El Apóstol acentúa las palabras “una vez todavía” queriendo mostrar a los hebreos que los bienes definitivos que Israel esperaba del Mesías, a quien luego rechazó (cf. Is. 35, 5 y nota), se cumplirán plenamente en Cristo resucitado (13, 20; Hch. 3, 22 y notas). Para entender bien este pasaje, que es la conclusión de todo lo que precede, véase 8, 4; 10, 38 y nota. Cf. Is. 13, 13; Ez. 21, 27; Jl. 3, 16; Mt. 24, 29; 2 Pe. 3, 10 s. Reino inconmovible (v. 28): De él habla el Credo: “cuyo Reino no tendrá fin”.

28. Tengamos gratitud (así el Crisóstomo). Cf. 13, 15 y nota, donde se habla también del culto agradable a Dios en el sentido de alabanza, fruto de la gratitud. Otros vierten: retengamos la gracia (cf. v. 15).

29. Dios consume como un fuego a sus amigos, para fundirlos consigo; a sus enemigos, para destruirlos. Cf. Dt. 4, 24; 9, 3; Is. 33, 14, etc.

2. Alude a Abrahán, Tobías y otros, de los que la Biblia narra que hospedaron a ángeles (Gn. 18, 2 ss.; 19, 1 ss.; etc.). Cf. 1 Pe. 4, 9; Rm. 12, 13; Fil. 2, 14, etc.

3. Consecuencia de la caridad fraterna (v. 1) es acordarse de los que sufren y estar con ellos en espíritu, como hacía S. Pablo (2 Co. 11, 29). Y después de hacer por ellos cuanto el Señor nos muestra (Ef. 2, 10) hemos de saber que no está en nuestra mano el suprimir de la tierra los dolores –sin duda necesarios para prueba de la fe (1 Pe. 1, 6 s.)– y así, sin perder la paz y la alegría, encomendaremos al Padre celestial, según las intenciones de Cristo, a esos hermanos doloridos y desdichados que sufren a ejemplo de Él (1 Pe. 2, 21; 3, 14; 4, 14) y cuya existencia nos consuela a su vez en las pruebas nuestras.

4. Es decir, todos honren el matrimonio respetando el tálamo, sea propio o ajeno, para no ser fornicarios o adúlteros. No puede sostenerse la interpretación de algunos disidentes, según la cual el matrimonio debe ser obligatorio para todos (cf. Tm. 3, 2; Tt. 1, 6). Porque, si bien S. Pablo condena a los que prohíben el matrimonio como si fuese pecado (1 Tm. 4, 3; 1 Co. 7, 25), no es menos cierto que el mismo Apóstol aconseja la virginidad como más conveniente (1 Co. 7, 27 ss.) y el Señor nos enseña que, aunque no todos lo entienden, hay eunucos que se hacen tales a causa del Reino de los cielos (Mt. 19, 12).

5. Cf. Dt. 31, 6; 1 Cro. 28, 20; Jos. 1, 5. Cf. Sal. 33, 4 s.; Fil. 4, 19.

6. Cita del Sal. 117, 6. Este salmo contiene las grandes esperanzas de Israel y Jesús lo cita también en su despedida del Templo (Mt. 23, 39 y nota).

7. Cf. v. 17 y 24. Las expresiones acordaos y fin de su vida muestran que se refiere a los primeros apóstoles, ya mártires entonces, como Esteban (Hch. 7) y Santiago (Hch. 12, 1 s.). El Apóstol destaca una vez más como distintivo y mérito esencial de los pastores el haber transmitido la Palabra de Dios (Hch. 6, 2 y nota). “Mucho se debe a aquellos de quienes se ha recibido la palabra evangélica” (Fillion). Cf. 1 Ts. 5, 12 s.; 1 Pe. 4, 11.

8 s. Si Cristo siempre es el mismo, su Evangelio es invariable, y también las tradiciones apostólicas (1 Tm. 6, 20; Ga. 1, 8 ss. y notas). “Es, pues, falso que se deba modernizar la doctrina de Cristo, y adaptar su mensaje, esencialmente sobrenatural, a una propaganda puramente sociológica o política, como si el Señor fuese un pensador a la manera de tantos otros que se ocuparon de cosas temporales, y no un Profeta divino que nos llamó de parte del Padre a su Reino eterno, prometiendo darnos lo demás por añadidura y dejando al César el reino de este mundo” Cf. Mt. 6, 33; 22, 21; Lc. 12, 14; Jn. 18, 36; 2 Tm. 2, 4, etc.

9. Advertencia semejante a la que hace a los gentiles en 1 Co. 10, 14. Cf. nota.

10. Tenemos un altar: Pirot, refiriéndose a la opinión de los que ven aquí la mesa eucarística, dice: “Es no tener en cuenta la doctrina general de la Epístola, para la cual el sacrificio cristiano es siempre el Sacrificio de la Cruz”. Y añade que los vv. siguientes son la explicación del presente. En efecto, el v. 15 (cf. nota) habla de que ofrezcamos “un continuo sacrificio de alabanza”, y que ello sea por medio de Jesús. Y que sea “fuera del campamento” (v. 13). ¿Cuál es ese campamento? Este mundo, “porque aquí no tenemos ciudad permanente sino que buscamos la futura” (v. 14) es decir, el cielo, donde está desde ahora nuestra habitación (Ef. 2, 6; Fil. 3, 20; Col. 3, 1-3). Así, pues, las Palabras tenemos un altar corresponden a las anteriores: “Tenemos un Pontífice… en los cielos, Ministro del Santuario” (8, 1 s.) al cual Santuario “tenemos libre acceso” por la sangre de Jesús (10, 19), y allí “tenemos un gran Sacerdote sobre la casa de Dios” (10, 21) al cual hemos de llegarnos confiadamente (10, 22). No es otra la opinión de S. Tomás, pues dice: “Este altar, o es la cruz de Cristo en la cual Él se inmoló por nosotros, o es el mismo Cristo en el cual y por el cual ofrecemos nuestras preces”.

12. Fuera de la puerta: el Calvario quedaba entonces fuera del recinto de Jerusalén (Mt. 27, 32; Jn. 19, 17 y 20), esto es, dice Teodoreto, fuera del sistema teocrático.

13. Alusión al “macho cabrío emisario” que simbólicamente llevaba los pecados del pueblo al desierto en el gran día de la Expiación. Salgan así también de su pueblo los hebreos cristianos, disponiéndose a separarse de quienes en Israel no acepten el nuevo sacrificio redentor de Cristo. Este es tal vez el misterioso sentido del Sal. 44, 11 s., cuando dice: Abandona la casa de tu padre, etc. Llevando su oprobio; porque los judíos cristianos eran despreciados por sus compatriotas, como lo fue el Maestro (10, 32 ss.; 11, 26; 12, 11). Cuando recordamos la Pasión de Jesús, sentimos que nada puede ser más deseable para el corazón que ser humillado en compañía del divino Rey escupido, abofeteado y coronado como rey de burlas. Cf. Fil. 2, 7 y nota, Hch. 5, 41.

14. La futura: Alude sin duda a la Jerusalén celestial, como vimos en 11, 40 y nota. Allí está escondida nuestra vida que es Cristo (Col. 3, 4). De allí esperamos que Él venga y en eso ha de consistir nuestra conversación (Fil. 3, 20 s.). Eso hemos de buscar (Col. 3, 1 s.) y saborear anticipadamente en esperanza (Tt. 2, 13). Véase en Jr. 35, 7 ss. el ejemplo de los Recabitas que vivían como peregrinos en la tierra. Cf. 11, 14 y nota.

15. He aquí para todos una gran luz acerca de la oración: El sacrificio de alabanza es lo propio de todo creyente, sacerdote en cierto modo, según enseña San Pedro (1 Pe. 2, 4 ss.); y hemos de ofrecerlo continuadamente y por medio de Él, pues es el Sacerdote del Santuario celestial (5, 9; 6, 20; 7, 24 s.; 8, 2; 9, 11 y 24; 10, 19 s.). Cf. v. 10; Rm. 12, 1 y notas. Dios se digna recibir nuestra alabanza como un obsequio precioso (Sal. 49, 23 y nota; 68, 31 s.). Y no es porque su infinita Majestad divina tenga nada que ganar con que lo alabemos, sino porque ello es, para nosotros y para nuestro bien, el mayor acto de justicia y santidad que podemos hacer: alabar al Único que es digno de alabanza (Sal. 148, 13; Rm. 16, 27 y notas), y tal será el lenguaje de los santos el día de la glorificación final de Cristo (Sal. 149, 6). De ahí que la patente señal del extravío del mundo sea –aunque él naturalmente no lo cree así– haber sustituido la alabanza de Dios por la de los hombres. Tal será el sumo pecado del Anticristo y el misterio de la iniquidad: ocupar el hombre el lugar de Dios como quiso Lucifer (2 Ts. 2, 6 ss.; Is. 14, 12-15 y notas).

17. Como observa Fillion, el v. 7 se refiere a los pastores antiguos, y éste a los de entonces.

19. Esta referencia personal y la mención de Timoteo (v. 23) muestran bien que la Epístola es de S. Pablo aunque no lleve su firma.

20. Alusión a la promesa de Ez. 34, 25 (véase allí la nota). Jesús anunció en Jn. 10, 12 que el buen Pastor pone la vida por sus ovejas y en Lc. 22, 20 enseñó que la Nueva Alianza era en su Sangre derramada. Ahora vemos cómo esa función de “Pastor y Obispo de las almas” (1 Pe. 2, 25), que Cristo resucitado asumirá en la Nueva Alianza (1 Pe. 5, 4), se funda en la sangre que derramó. Fillion hace notar que el epíteto eterna, aplicado a esta alianza, resume lo que el Apóstol ha dicho antes en 8, 8 ss. y 12, 26 s. Merk cita además los siguientes lugares: Is. 63, 11; Za. 9, 11; Is. 55, 3; Jr. 32, 4 y Ez. 37, 26.

21. Es, pues, Dios quien nos hace capaces de cumplir su propia voluntad. Véase Fil. 2, 13; Rm. 5, 5; Judas 24, etc. Hasta entonces los hebreos ignoraban esto, pues no contaban con la Sangre redentora de Cristo (v. 10 ss. y nota). Lo mismo reprocha S. Pablo a los gentiles de Galacia (Ga. 3, 1 ss. y notas), y aun podría reprocharlo a muchos de nosotros cuando piramos a Jesús como un simple moralista, ignorando el misterio de la Redención o inutilizando los méritos que Él nos ganó (Ga. 2, 21), con lo cual, imposibilitados de amar a Cristo porque no tenemos conciencia de lo que le debemos, no pensamos en la amistad con Él y sólo nos preocupamos como el fariseo del Templo (Lc. 18, 9 ss.) de elaborar presuntuosamente virtudes propias como si eso fuera posible sin Él (Jn. 15, 5; cf. Mc. 7; 4 y nota). En la Sagrada Escritura la palabra virtud es aplicada a Dios, pues significa fuerza, y a Él le corresponde plenamente, porque “nadie es bueno sino sólo Dios” (Lc. 18, 19). Cf. Lc. 1, 35; 5, 17; 6, 19; Hch. 8, 10; Rm. 1, 16 y 20; 1 Co. 1, 18; 2 Co. 12, 9, etc.

23. Sabed, etc. Según Santo Tomás, el Apóstol quiere decir a los hebreos que reciban a Timoteo con benevolencia, tanto más cuanto que había sido circuncidado no obstante ser hijo de padre gentil (Hch. 16, 3).

24. Se refiere a los apóstoles aun vivientes (cf. vv. 7 y 17) y a todos los hebreos creyentes. ¿Quiénes serían? Es un punto digno de meditación el que de tantos discípulos directos del Señor incluso los 72 primeros, entre los cuales ha de haber tantas almas escogidas, no nos haya quedado memoria alguna. No anunció Jesús que sus amigos tendrían gloria aquí abajo.