1 Timoteo

1 TIMOTEO

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PRIMERA CARTA A TIMOTEO

1 Timoteo 1

Saludo apostólico.

1 Pablo, apóstol de Cristo Jesús, por el mandato de Dios nuestro Salvador, y de Cristo Jesús, nuestra esperanza [12238] ,

2 a Timoteo, verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz, de parte de Dios Padre, y de Cristo Jesús nuestro Señor.

Contra los doctores judaizantes.

3 Al irme a Macedonia te pedí que te quedaras en Éfeso para mandar a ciertas personas que no enseñen diferente doctrina,

4 ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que sirven más bien para disputas que para la obra de Dios por medio de la fe [12239] .

5 El fin de la predicación es el amor de un corazón puro, de conciencia recta y cuya fe no sea fingida [12240] ;

6 de la cual desviándose algunos han venido a dar en vana palabrería.

7 Deseaban ser maestros de la Ley, sin entender ni lo que dicen ni lo que con tanto énfasis afirman [12241] .

8 Sabemos que la Ley es buena, pero si uno la usa como es debido,

9 teniendo presente que la Ley no fue dada para los justos [12242] , sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los facinerosos e irreligiosos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas,

10 fornicarios, sodomitas, secuestradores de hombres, mentirosos, perjuros, y cuanto otro vicio haya contrario a la sana doctrina,

11 la cual es según el Evangelio de la gloria del bendito Dios, cuya predicación me ha sido confiada.

El apóstol da gracias por su vocación.

12 Doy gracias a Aquel que me fortaleció, a Cristo Jesús, Señor nuestro, de haberme tenido por fiel, poniéndome en el ministerio;

13 a mí, que antes fui blasfemo y perseguidor y violento, mas fui objeto de misericordia, por haberlo hecho con ignorancia, en incredulidad;

14 y la gracia de nuestro Señor sobreabundó con fe y amor en Cristo Jesús [12243] .

15 Fiel es esta palabra y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo [12244] .

16 Mas para esto se me hizo misericordia, a fin de que Jesucristo mostrase toda su longanimidad en mi, el primero, como prototipo de los que después habían de creer en Él para (alcanzar la) vida eterna [12245] .

17 Al rey de los siglos, al inmortal, invisible, al solo Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos [12246] . Amén.

Fidelidad en el ministerio.

18 Este mandato te transfiero, hijo mío, Timoteo, conforme a las profecías hechas anteriormente sobre ti, a fin de que siguiéndolas milites la buena milicia,

19 conservando la fe y la buena conciencia, la cual algunos desecharon naufragando en la fe;

20 entre ellos Himeneo y Alejandro, a los cuales he entregado a Satanás para que aprendan a no blasfemar [12247] .

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1 Timoteo 2

Orad por todos los hombres.

1 Exhorto ante todo a que se hagan súplicas, oraciones, rogativas y acciones de gracias por todos los hombres [12248] ,

2 por los reyes y por todas las autoridades, para que llevemos una vida tranquila y quieta, en toda piedad y honestidad.

3 Esto es bueno y grato delante de Dios nuestro Salvador,

4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad [12249] .

5 Pues hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús [12250] ,

6 que se entregó a sí mismo en rescate por todos, según fue atestiguado en su mismo tiempo.

7 Para este fin he sido yo constituido heraldo y apóstol –digo la verdad, no miento– doctor de los gentiles en la fe y la verdad.

Oración de los varones y conducta de las mujeres.

8 Deseo, pues, que los varones oren en todo lugar, alzando manos santas sin ira ni disensión [12251] .

9 Asimismo que las mujeres, en traje decente, se adornen con recato y sensatez, no con cabellos rizados, u oro, o perlas, o vestidos lujosos [12252] ,

10 sino con buenas obras, cual conviene a mujeres que hacen profesión de servir a Dios.

11 La mujer aprenda en silencio, con toda sumisión.

12 Enseñar no le permito a la mujer, ni que domine al marido, sino que permanezca en silencio [12253] .

13 Porque Adán fue formado primero y después Eva.

14 Y no fue engañado Adán, sino que la mujer, seducida, incurrió en la transgresión;

15 sin embargo, se salvará engendrando hijos, si con modestia permanece en fe y amor y santidad [12254] .

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1 Timoteo 3

Cómo han de ser los obispos.

1 Fiel es esta palabra: si alguno desea el episcopado, buena obra desea [12255] .

2 Mas es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, modesto, hospitalario, capaz de enseñar [12256] ;

3 no dado al vino, no violento sino moderado; no pendenciero, no codicioso,

4 que sepa gobernar bien su propia casa, que tenga sus hijos en sumisión con toda decencia;

5 –pues si uno no sabe gobernar su propia casa ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?– [12257]

6 no neófito, no sea que –hinchado– venga a caer en el juicio del diablo.

7 Debe, además, tener buena reputación de parte de los de afuera, para que no sea infamado ni caiga en algún lazo del diablo.

Diáconos y diaconisas.

8 Así también los diáconos tienen que ser hombres honestos, sin doblez en su lengua, no dados a mucho vino, no codiciosos de vil ganancia,

9 y que guarden el misterio de la fe en una conciencia pura.

10 Sean probados primero, y luego ejerzan su ministerio si fueren irreprensibles [12258] .

11 Las mujeres igualmente sean honestas, no calumniadoras; sobrias, fieles en todo [12259] .

12 Los diáconos sean maridos de una sola mujer; que gobiernen bien a sus hijos y sus propias casas.

13 Porque los que desempeñaren bien el oficio de diácono, se ganan un buen grado, y mucha seguridad en la fe que es en Cristo Jesús.

El misterio de la piedad.

14 Esto te escribo, aunque espero ir a ti dentro de poco,

15 para que, si tardare, sepas cómo debes portarte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad [12260] .

16 Y sin duda alguna, grande es el misterio de la piedad [12261] :

Aquel que fue manifestado en carne,

justificado en espíritu,

visto de ángeles,

predicado entre gentiles,

creído en (este) mundo,

recibido en la gloria.

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1 Timoteo 4

Anuncia los falsos doctores.

1 Sin embargo, el Espíritu dice claramente que en posteriores tiempos habrá quienes apostatarán de la fe, prestando oídos a espíritus de engaño y a doctrinas de demonios [12262] ,

2 (enseñadas) por hipócritas impostores que, marcados a fuego en su propia conciencia,

3 prohíben el casarse y el uso de manjares que Dios hizo para que con acción de gracias los tomen los que creen y han llegado al conocimiento de la verdad [12263] .

4 Porque todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada hay desechable, con tal que se tome con acción de gracias [12264] ,

5 pues queda santificado por medio de la Palabra de Dios y por la oración.

Avisos y consejos para Timoteo.

6 Proponiendo estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido de cerca.

7 Las fábulas profanas e (historias) de viejas deséchalas y ejercítate para la piedad.

8 Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso; pero la piedad es útil para todo, teniendo la promesa de la vida presente y de la venidera [12265] .

9 Fiel es esta palabra, y digna de ser recibida de todos.

10 Pues para esto trabajamos y luchamos, porque ponemos nuestra esperanza en el Dios vivo, que es salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen.

11 Predica y enseña estas cosas.

12 Que nadie te menosprecie por tu juventud; al contrario, sé tú modelo de los fieles en palabra, en conducta, en caridad, en fe, en pureza.

13 Aplícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza, hasta que yo llegue [12266] .

14 No descuides el carisma que hay en ti y que te fue dado en virtud de profecía, mediante imposición de las manos de los presbíteros [12267] .

15 Medita estas cosas, vive entregado a ellas de modo que sea manifiesto a todos tu progreso.

16 Vigílate a ti mismo y a la doctrina; insiste en esto. Haciéndolo, te salvarás a ti mismo y también a los que te escuchan.

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1 Timoteo 5

Del trato con los ancianos.

1 Al anciano no le reprendas con aspereza, sino exhórtale como a padre; a los jóvenes, como a hermanos;

2 a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas con toda pureza.

Las viudas.

3 A las viudas hónralas si lo son de verdad [12268] .

4 Pero si una viuda tiene hijos o nietos, aprendan éstos primero a mostrar la piedad para con su propia casa y a dar en retorno lo que deben a sus mayores, porque esto es grato delante de Dios [12269] .

5 La que es verdadera viuda y desamparada tiene puesta la esperanza en Dios y persevera en súplicas y en oraciones noche y día.

6 Mas la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta.

7 Intima esto para que sean irreprensibles.

8 Si alguien no tiene providencia para los suyos, y particularmente para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo.

9 Como viuda sea inscrita solamente aquella que tenga sesenta años y haya sido mujer de un solo marido [12270] ,

10 que esté acreditada por buenas obras: si educó hijos, si practicó la hospitalidad, si lavó los pies a los santos, si socorrió a los atribulados, si se dedicó a toda buena obra.

11 Mas no admitas a las viudas jóvenes; pues cuando se disgustan del primer amor con Cristo, desean casarse [12271] ,

12 y se hacen culpables porque le quebrantaron la primera fe.

13 Aprenden, además, a ser ociosas, andando de casa en casa; y no sólo ociosas, sino chismosas e indiscretas, hablando de lo que no deben.

14 Quiero, pues, que aquellas que son jóvenes se casen, tengan hijos, gobiernen la casa, y no den al adversario ningún pretexto de maledicencia;

15 porque algunas ya se han apartado yendo en pos de Satanás.

16 Si alguna cristiana tiene viudas, déles lo necesario, y no sea gravada la Iglesia, para que pueda socorrer a las que son viudas de verdad [12272] .

¿Cómo proceder con los presbíteros?

17 Los presbíteros que dirigen bien sean considerados dignos de doble honor, sobre todo los que trabajan en predicar y enseñar [12273] .

18 Pues dice la Escritura: “No pondrás bozal al buey que trilla” y “Digno es el obrero de su jornal”.

19 Con ira un presbítero no admitas acusación si no es por testimonio de dos o tres testigos.

20 A aquellos que pequen repréndelos delante de todos, para que los demás también cobren temor [12274] .

21 Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús y de los ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicio, no haciendo nada por parcialidad.

22 A nadie impongas las manos precipitadamente, y no te hagas cómplice de pecados ajenos. Guárdate puro.

23 No bebas más agua sola, sino toma un poco de vino a causa del estómago y de tus frecuentes enfermedades [12275] .

24 Los pecados de ciertos hombres son manifiestos ya antes de (nuestro) juicio, aunque en algunos siguen también después [12276] .

25 Asimismo, también las obras buenas son manifiestas. Y (en cuanto a) las que no lo son, no podrán quedar ocultas.

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1 Timoteo 6

Deberes de los siervos.

1 Todos los que están bajo el yugo de la servidumbre tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que el nombre de Dios y la doctrina no sean blasfemados [12277] .

2 Y los que tienen amos creyentes, no por ser hermanos les tributen menos respeto, antes sírvanles mejor, por lo mismo que son fieles y amados los que reciben su servicio. Esto enseña y a esto exhorta.

Contra las doctrinas malsanas.

3 Si uno enseña otra cosa y no se allega a las palabras saludables de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es según la piedad [12278] ,

4 éste es un hombre hinchado que no sabe nada, antes bien tiene un enfermizo afecto por cuestiones y disputas de palabras, de donde nacen envidias, contiendas, maledicencias, sospechas malignas,

5 altercaciones de hombres corrompidos en su mente y privados de la verdad, que piensan que la piedad es una granjería [12279] .

6 En verdad, grande granjería es la piedad con el contento (de lo que se tiene).

Contra la avaricia.

7 Porque nada trajimos al mundo, ni tampoco podemos llevarnos cosa alguna de él.

8 Teniendo pues qué comer y con qué cubrirnos, estemos contentos con esto.

9 Porque los que quieren ser ricos caen en la tentación y en el lazo (del diablo) y en muchas codicias necias y perniciosas, que precipitan a los hombres en ruina y perdición [12280] .

10 Pues raíz de todos los males es el amor al dinero; por desearlo, algunos se desviaron de la fe y se torturaron ellos mismos con muchos dolores [12281] .

Exhortación a la perseverancia.

11 Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y anda tras la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre.

12 Lucha la buena lucha de la fe; echa mano de la vida eterna, para la cual fuiste llamado, y de la cual hiciste aquella bella confesión delante de muchos testigos.

13 Te ruego, en presencia de Dios que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús –el cual hizo bajo Poncio Pilato la bella confesión [12282]

14 que guardes tu mandato sin mancha y sin reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo [12283] ,

15 que a su tiempo hará ostensible el bendito y único Dominador, Rey de los reyes y Señor de los señores [12284] ;

16 el único que posee inmortalidad y habita en una luz inaccesible que ningún hombre ha visto ni puede ver. A Él sea honor y poder eterno [12285] . Amén.

Admonición a los ricos.

17 A los que son ricos en este siglo exhórtalos a que no sean altivos, ni pongan su esperanza en lo inseguro de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente de todo para disfrutarlo;

18 que hagan el bien; que sean ricos en buenos obras, dadivosos, generosos,

19 atesorándose un buen fondo para lo porvenir, a fin de alcanzar la vida verdadera.

Cuidar el depósito de la fe.

20 Oh, Timoteo, cuida el depósito, evitando las palabrerías profanas y las objeciones de la seudociencia [12286] .

21 Por profesarla algunos se han extraviado de la fe. La gracia sea con vosotros [12287] .

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. Timoteo, hijo de padre pagano y madre judía, era el discípulo más querido de Pablo, socio en su segundo viaje apostólico y compañero durante el primer cautiverio en Roma. Después de ser puesto en libertad, Pablo le llevó al Asia Menor, donde le confió la dirección de la Iglesia de Éfeso. Esta primera carta, escrita probablemente hacia el año 65, quiere alentar al Obispo Timoteo en su lucha contra las falsas doctrinas y darle instrucciones referentes al culto y a las cualidades de los ministros de la Iglesia, por lo cual constituye una lección permanente de espíritu pastoral, dada por el mismo Espíritu Santo, junto con la segunda a Timoteo, que es un doloroso cuadro de la apostasía, y la de Tito, análoga a la presente y que contempla más el ordenamiento particular de cada Iglesia, que hoy llamaríamos diócesis.

4. Alude tal vez a los judíos que, llevando consigo las tablas genealógicas, se jactaban de su descendencia de Abrahán, y cuyo orgullo provocaba muchas disputas dentro de la comunidad. Hay aquí una lección contra el orgullo de raza o familia, que, como todos los orgullos, es necedad, según lo muestra el Apóstol en Ga. 6, 3 y 1 Co. 4, 7. El mismo S. Pablo nos dice que entre los creyentes no había muchos poderosos ni muchos nobles (1 Co. 1, 26), cosa explicable por lo que Jesús señala el especial peligro en que los ricos están de caer en el amor del mundo, que no es compatible con el amor de Dios (1 Jn. 2, 15). De ahí que el mismo Señor eligiese también en general a hombres modestos, y figurase Él mismo como hijo del carpintero (Mt. 13, 55; Mc. 6, 3), siendo como era Hijo de Dios y descendiente del Rey David. El orgullo por la descendencia carnal de Abrahán es claramente condenado por el Señor (Jn. 8, 33-47) y por el Bautista (Mt. 3, 9), y también reprueba Jesús el apego a las tradiciones humanas, porque son otros tantos ídolos que rivalizan con Dios (Mt. 15, 2 ss.; Mc. 7, 3 ss.). Muy al contrario, los pecados de los antepasados son aludidos a menudo, tanto por Dios en sus reconvenciones (2 Cro. 30, 7 s.; Bar. 2, 33; Nm. 32, 8; Hb. 3, 9, etc.), cuanto por los mismos israelitas en sus actos de contrición (2 Cro. 29, 6; Ne. 9, 29; Dn. 9, 8; cf. Lm. 3, 42 y nota). El único buen orgullo genealógico que vemos en la Biblia –donde tanto nos humilla la común descendencia de Adán–, es el que invoca Tobías como una responsabilidad “porque somos hijos de santos” (Tob. 2, 18). Por lo demás, si observamos “cómo se escribe la historia”, veremos que el orgullo racista de pertenecer a esa prosapia de Abrahán (como lo deseaba S. Ignacio de Loyola para tener la misma sangre que Jesús), la más ilustre de la tierra por su elección directa de parte de Dios, se ha convertido hoy, según el reiterado anuncio de los profetas, en “fábula y ludibrio de la tierra” (Donoso Cortés). Sin embargo, no se excluye en este pasaje una posible referencia a los gnósticos, cuya especialidad consistía en hacer genealogías de los ángeles y eones. Véase 4, 7; 2 Tm. 2, 23; Tt. 3, 9.

5. No se puede expresar más terminantemente la diferencia del mensaje de amor que Cristo nos trajo de su Padre, con cualquier otra legislación puramente preceptiva. Dios no da órdenes como un simple soberano que exige obediencia, sino como un Padre que busca hijos amantes, según lo expresa Cristo e el gran mandamiento que no reclama sino amor. Véase Mt. 22, 37 ss.; Rm. 13, 10; Ga. 5, 14 y nota. Como comentario a tan preciosa norma que S. Pablo da al Obispo Timoteo sobre la predicación, nada mejor que las siguientes líneas de un piadoso obispo alemán: “El concepto de un Dios legislador no es cosa singular del cristianismo y está en todas las religiones, aun las más groseras. En cambio, el sublime dogma revelado de un Dios Padre que no necesita de nuestros favores, que amó a los hombres hasta entregarles su Hijo único, y que sólo nos pide un amor, que Él mismo nos da con su santo Espíritu, para llegar a divinizamos como Él, eso sí que es exclusivo del cristianismo. De ahí que lo que debe enseñarse y predicarse para transformar sustancialmente los espíritus es sobre todo esa concepción espiritual de Dios. Por eso dijo Jesús que la vida eterna consiste en conocer al Padre y a su Hijo y Enviado el Cristo. Porque el saber las reglas morales no basta para cumplirlas si no hay ese amor que nace del conocimiento espiritual de Aquel que es amable sobre todas las cosas”.

7. Característica no sólo de los falsos doctores de entonces, sino también de los charlatanes modernos, que hablan de la religión cristiana sin estudiar sus fuentes.

9. La Ley no fue dada para los justos: Sobre esta notable doctrina véase Ga. 5, 18 y 22 y notas.

14. La gracia… sobreabundó: Es decir: más poderoso que nuestra miseria y nuestras culpas fue a amor triunfante de Cristo, que se sobrepuso a toda consideración de justicia y no reparó en medios con tal de salvarnos. Véase Sal. 50, 9 y nota.

15. Es la maravillosa doctrina expuesta por el Salvador en Mt. 9, 10 ss.; 18, 11; Lc. 19, 10, etc. Como muy bien observa Mons. Sheen, “en otras religiones se necesita ser bueno para poder acercarse a Dios. No así en la cristiana”. “Jesucristo ha venido a tomar nuestras debilidades para armarnos con su fuerza; a revestirse de la humanidad para darnos la divinidad; a aceptar las humillaciones para hacernos dignos de los honores; a sufrir las pesadumbres para alcanzarnos la paciencia” (S. Pedro Crisólogo).

16. Para estímulo de todos los pecadores y convertidos “obreros de la hora undécima” (Mt. 20, 8), S. Pablo no pierde ocasión de destacar la gratuita misericordia que con él se tuvo al confiarle una misión única en la revelación del misterio escondido de Cristo (Ef. caps. 1 y 3), a pesar de haber perseguido a la Iglesia (Ga. 1, 13) y de no pertenecer siquiera al grupo de los doce que conocieron y siguieron al Señor (Hch. 1, 15 ss.). Pablo se nos presenta así como el primogénito de los convertidos. De ahí la explosión de gratitud y alabanza en el v. 17.

17. Sobre este punto esencial, cf. Rm. 16, 27.

20. Sobre Himeneo cf. 2 Tm. 2, 17 s. Sobre Alejandro cf. 2 Tm. 4, 14. En un caso se trataba de mala doctrina, y en otro de oposición a la buena. Tal es quizá lo que S. Pablo llama blasfemia, pues antes habla de naufragio en la fe (v. 19). Entregado a Satanás: según S. Crisóstomo, para que Satanás los castigara en su cuerpo a fin de que no perecieran eternamente. Cf. 1 Co. 5, 5 y nota.

1. Pasa a dar instrucciones sobre el culto, y destaca la importancia de rogar por los que tienen la tremenda responsabilidad del mando (v. 2 a.).

4. Aquí se nos revela el fondo del corazón de Dios. Su voluntad salvífica era ya conocida en el Antiguo Testamento (Ez. 18, 23; 33, 11 y notas). Cristo al confirmarla (Lc. 19, 10; Mt. 18, 11; 21, 31; Jn. 3, 17), nos descubrió que esa salvación nos llega, como aquí dice S. Pablo, mediante el conocimiento de la verdad contenida en la Palabra del Padre que nos fue traída por el Hijo (Jn. 15, 15; 17, 17), mostrándonos así que en su doctrina no hay nada esotérico ni secretos exclusivos para los iniciados. Véase Mt. 10, 27.

5. “Sólo Jesucristo, por derecho propio, por representación propia, por méritos propios, es el Mediador entre Dios y los hombres. Los santos, y singularmente la Virgen María, lo son en cuanto son asociados a la mediación única de Jesucristo” (Bover).

8. Levantar las manos era la hermosa actitud del orante en el Ant. Testamento (1 R. 8, 22; Ne. 8, 6; 2 M. 3, 20). Sin ira ni disensión: es decir, que para orar necesitamos antes perdonar a todo enemigo, tal como Jesús lo exige al que presenta una ofrenda ante el altar (Mt. 5, 23 ss.). En todo lugar: Véase Jn. 4, 21 ss.; Mt. 6, 6.

9 s. ¿No parece esto escrito a propósito para grabarlo visiblemente en los muros de todos los templos? A fuerza de leer esta palabra de Dios, se penetrarán de ella las almas rectas (2 Tm. 3, 16 s.).

12. “En la primitiva Iglesia era permitido a cada uno de los fieles que se sintiera impulsado a ello, dirigir la palabra a la asamblea congregada para asistir a los divinos oficios. También se les permitía orar en voz alta (1 Co. 14, 26 ss.). Las mujeres reclamaban para sí igual derecho (1 Co. 11, 1 s.); pero S. Pablo se lo rehúsa (1 Co. 14, 34 s.)” (Don Penco). La prohibición aquí dada se refiere en primer lugar a la predicación. Por eso, la Iglesia jamás permitió que mujeres tomasen la palabra desde la cátedra. Esto no excluye que privadamente puedan instruir a otros en el Evangelio, como vemos en el hermoso caso de Priscila (Hch. 18, 26 y nota) y en las catequistas de hoy.

15. La vocación de la mujer es la maternidad que también puede extenderse, en sentido espiritual, a las almas que se entregan al apostolado o al servicio de los que sufren. Cf. Ez. 3, 19 y nota.

1. S. Agustín, comentando este pasaje, hace notar que S. Pablo dice obra y no honra, porque la Escritura acentúa especialmente la humildad que hemos de guardar en todo alto cargo. Cf. Si. 3, 20; 7, 4; 31, 8; Lc. 22, 24-27; Fil. 2, 7 s. y notas.

2. En la antigüedad cristiana no había aún precepto de celibato para los obispos y presbíteros, sino que se ordenaban también casados; mas estaban excluidos de la ordenación los casados en segundas nupcias. Esto quiere expresar el término marido de una sola mujer. Cf. Tt. 1, 7; 1 Co. 7, 25-40.

5. Aplicando esto también a lo espiritual, dice S. Crisóstomo: “Más cercanos y más próximos somos nosotros de nosotros mismos que de cualquier prójimo. Pues si a nosotros mismos no nos persuadimos ¿cómo pensamos persuadir a otros?… ¿Cómo es posible que el que no guarda ni protege su alma tenga cuidado de la ajena y procure convertirla y mejorarla?”

10. Sean probados primero: En la vida de S. Vicente de Paul, cuya Misa proclama que “promovió el decoro del orden eclesiástico” (colecta del 19 de julio), se refiere que formaba a su clero al lado suyo, entregándoles, desde jovencitos, la Sagrada Escritura para formarlos en la piedad y poniéndolos en contacto con los pobres para probarlos en la caridad.

11. Se trata aquí probablemente de las mujeres de los diáconos (v. 8).

15. “En el Antiguo Testamento era el templo lo que llevaba ordinariamente el nombre de Casa de Dios. Sin embargo, desde el Libro de los Números 12, 7, esta locución es empleada en sentido figurado para representar la familia espiritual de Jehová, es decir, su pueblo. Así también aquí. Cf. Hb. 10, 21; 1 Pe. 2, 5; 4, 17. La Iglesia: En la acepción más amplia, la asamblea de los fieles de todos los países… Al destacar así la grandeza de la Iglesia, el Apóstol insinúa con qué celo deben servirla sus ministros” (Fillion). En cuanto a la jerarquía, su sagrada misión consiste ante todo en transmitir fielmente y plenamente a la grey de Cristo las palabras de la Verdad eterna (Mt. 28, 20; Hch. 3, 22; Mal. 2, 7 ss.), que S. Pablo llama “el depósito” (6, 20 y nota). En efecto, la palabra jerarca viene de “hierarches” = guarda, custodio de un santuario o de cosas sagradas. “Jerarquía”, “Hierarjía” es el oficio de un “hierarjes”, de un “custodio de cosas sagradas”… La palabra no figura entre los clásicos griegos, pero se la encuentra en inscripciones. Su uso corriente se debe a los escritos de Dionisio Seudo-Areopagita, presumiblemente de la época de Justiniano” (S. Huber). San Pablo insiste en el carácter esencialmente sobrenatural de la función de los “presbíteros” (2 Tm. 2, 4 y nota), y Pío XI quiso extenderlo aún a las actividades de la Acción Católica, que son consideradas como participación en el apostolado jerárquico, al alejarlas de toda intervención de orden meramente político o temporal.

16. El v. 16 parece ser una estrofa de un himno cristiano que resume en versos el misterio de Cristo, llamándolo misterio de la piedad (fe) digno de toda veneración. Manifestado en carne: véase Jn. 1, 14. Justificado en Espíritu: El Espíritu Santo testificó la santidad de Jesús (Jn. 16, 8 ss.), y completó su obra en el día de Pentecostés y en las variadas manifestaciones carismáticas de que gozaban los fieles (1 Co. 14). Visto de ángeles: ¿Podría esto ser un eco de Ef. 3, 10, como supone Bover? Cf. Ef. 6, 12.

1 ss. En 2 Tm. 3, 1 ss., vuelve S. Pablo a hablar gravemente de la apostasía con relación a los “postreros días” en tanto que aquí se refiere como observa Fillion a un porvenir más o menos próximo y no a los últimos tiempos.

3. Es de notar la suavidad del Apóstol que, después de tan tremenda introducción (vv. 1 y 2), no se refiere a miserias y fallas de nuestra concupiscencia sino a la inversa a los que imitando a los fariseos quieren imponer otro yugo que el de Cristo, sabio recurso de Satanás para alejar del amor “con apariencia de piedad” (2 Tm 3, 5). Ya en los primeros tiempos observaban esto las Constituciones Apostólicas diciendo que el que no ama a Cristo es porque considera su yugo “más pesado que el hierro”. La secta de los encratitas y otros gnósticos consideraban el matrimonio como un estado pecaminoso y obligaban a sus adeptos a abstenerse también de comer carne es decir, imponiendo un ascetismo inventado por ellos (Col. 2, 16 ss.) mientras su conciencia les permitía a ellos todos los excesos (v. 2). Véase lo que dice Jesús en Lc. 11, 46. S. Pablo nos previene contra tales hipocresías, enseñándonos que la palabra de Dios y las oraciones de los fieles quitan a las cosas materiales la maldición, fruto del pecado (v. 4 y 5). Aprendamos de aquí a no sentarnos ni levantarnos de la mesa sin hacer oración al Padre de quien todo lo recibimos (6, 17; Col. 2, 17; St. 1, 17). Véase una bella fórmula en Hch. 2, 46 y nota.

4 ss. Todo lo que Dios ha creado es bueno: “Una sola cosa interesa y es que el Nombre de Dios sea honrado y glorioso”. Si miramos nuestro cuerpo y sus alimentos sistemáticamente como cosa odiosa en sí misma, no veremos en ellos dones de Dios, como en verdad son, sino otros tantos lazos que Él nos pusiera para hacernos pecar. ¿Cómo podríamos honrarlo entonces, y agradecerle esos alimentos que Él nos da con abundancia (cf. 6, 17) y los santifica con su palabra? (v. 6) ¡No! Lo que hay que cuidar es el tomarlos con gratitud, como aquí enseña el Apóstol, y en el nombre de Cristo (Ef. 5, 20), es decir, de modo que esos dones nos sirvan para honrar a tal Padre (1 Co. 10, 31), y que nunca jamás los bienes que Él nos hace puedan sernos instrumentos de ingratitud y pecado, como sería si los tomáramos con gula, mirándolos por sí mismos como un bien que sedujese nuestro corazón, y así llegasen a ser como ídolos, rivales de Aquel que nos los dio. Esta reflexión fundamental se aplica a todos los bienes temporales que nos agradan en esta vida. Del Padre proceden todos los bienes (St. 1, 17), y es Él mismo quien nos enseña que la carne desea contra el espíritu (Ga. 5, 17), y por lo cual no hemos de poner nuestro corazón en los dones sino en el amante Padre que nos lo dio, de modo que ellos nos sirvan santamente para agradecerle y amarlo más. Las cosas en sí mismas no son odiosas, porque ellas no pecaron, sino que sufren de estar sometidas “mal de su grado” (Rm. 8, 20 ss.) a una naturaleza que cayó por culpa del pecado nuestro (Gn. 3, 17 s.). No son ellas lo odioso, sino nuestro ánimo malvado, que tiende a valerse de ellas para apartarse de su Creador. S. Pablo condena aquí, pues, lo mismo que en el v. 3, el ascetismo de los falsos doctores que se sienten más santos que Dios. Lo mismo vemos en Col. 2, 16-23.

8. No prohíbe los ejercicios corporales, deportes, gimnasia, etc., pero los pone en su lugar: Primero, el ejercicio del espíritu que “sirve para todo” (Sb. 10, 12 y nota); luego, el deporte que “sirve para pocas cosas”. Sería conveniente colocar este texto en todas las canchas, estadios, rings, hipódromos, etc., y recordar que el término gimnasia viene del griego gymnós, esto es, “desnudo”, y que la decadencia y corrupción de Israel vino de imitar los gimnasios de los griegos y sus costumbres paganas (1 M. 1, 15; 2 M. 4, 9 y notas).

13 ss. Los discípulos de S. Pablo se alimentaban con la Sagrada Escritura para poder luego trasmitirla a los fieles: es el mismo programa que Santo Tomás expresa en su fórmula: “Contemplata aliis tradere”: transmitir a otros lo que hemos contemplado. Cuando oramos, dice S. Agustín, hablamos a Dios, mas cuando leemos la Sagrada Escritura, Dios nos habla a nosotros. Si el discípulo se encuentra en presencia del maestro, ¿se pondrá a hablar todo el tiempo, o le convendría escuchar? Bello programa para un culto eucarístico bíblico que dijese como Samuel: “Hablad Señor, que vuestro siervo escucha” (1 Sam. 3, 10), y se dedicase como María (Lc. 10, 39 ss.) a oír hablar a Jesús (Mt. 17, 5), que nos ofrece las Palabras del Padre (Jn. 15, 15), para santificarnos (Jn. 17, 17) y darnos paz (Sal. 84, 9), mostrándonos su Corazón (Lc. 6, 45) como a los que lo oyeron en su tiempo (Lc. 10, 24), pues para eso dice San Juan que escribió su Evangelio (1 Jn. 1, 3 s.).

14. En virtud de profecía: cf. 1, 18. Sobre la imposición de las manos cf. 2 Tm. 1, 6.

3. Verdaderas viudas son las que, conservando su estado de castidad y de luto, están desamparadas y necesitan socorro.

4. Aprendan éstos: Saludable lección: Los hijos y nietos no deben abandonar a padres o abuelos, ni entregarlos sin necesidad a la asistencia pública.

9. El Apóstol se refiere a aquellas viudas que se prestaban, como diaconisas, para el servicio de la Iglesia. Su cargo consistía en asistir al bautismo de las mujeres, que era de inmersión (Col. 2, 12 y nota), en atender a los pobres y huérfanos, y en otras obras de caridad. En el Concilio de Calcedonia se resolvió reducir a cuarenta años la edad mínima para recepción de esas viudas.

11. Las viudas que estaban al servicio de la Iglesia no debían casarse en segundas nupcias. Por lo cual habla del Apóstol de la violación de la fe, y aun del voto que quizás habían hecho, cosa frecuente en las viudas jóvenes que llevadas por su sentimentalismo buscaban a Cristo para consolar su viudez y luego lo dejaban, posponiéndolo al mundo y a Satanás (v. 15). Por eso S. Pablo les dice que se casen directamente (v. 14). Es indudable la semejanza del estado de las viudas con el de las religiosas de hoy. Algunas de ellas vivían en común.

16. Nótese el alto concepto de caridad que tenían las comunidades cristianas. Hacerse cargo del sustento de las viudas pobres les parecía natural obligación, cuando no tenían quien las amparase. Los sacerdotes o diáconos reservaban para los pobres una porción de los ingresos, otra porción para el culto, y otra para el propio sustento. A los paganos les impresionaba fuertemente ese ejemplo de amor fraternal que no velan en sus templos y sacerdotes.

17. Doble honor: El Apóstol exhorta a contribuir el sustento de los sacerdotes, y no dejarlos en la miseria (cf. 2 Co. 8, 13 y nota). Nótese que en primer lugar son recomendados los que trabajan en predicar y enseñar. Véase 1 Co. 1, 17; 9, 14; Hch. 6, 2; Dn. 12, 3.

20. Delante de todos: Admiremos la libertad de espíritu que aconseja S. Pablo en esta actitud que él mismo usó en Ga. 2, 11 ss., y que coincide con la pública actitud del divino Maestro (Mt. 7, 15 ss.; 14, 3; 23, 1-37; Lc. 11, 37-54; 12, 1 ss. y nota; Juan caps. 5-10, etc.), y con lo que más de una vez han declarado los Sumos Pontífices combatiendo la pusilanimidad: “La Iglesia no ha de temer nada sino la ignorancia”. Cf. Hch. 15, 39; Ef. 5, 12 y nota.

23. Delicado rasgo de caridad apostólica, que contraste con 4, 1-3. ¿Por qué no lo curó Pablo, por quien tantos milagros habla hecho Dios? Llama la atención de los comentadores el que, terminado el tiempo de los Hechos de los Apóstoles, ninguno de ellos haga en adelante mención de prodigios ni de carismas visibles que en aquel tiempo eran cosa normal en los que recibían el Espíritu Santo. Cf. Hch.2, 8; 5, 12; 8, 17 y nota, etc.

24. Normas para el examen de los que aspiran a órdenes sagradas. “Tan hábiles son ciertos hombres en disimular sus pecados, que difícilmente les afectan las consecuencias desagradables de éstos ante la opinión pública. Que Timoteo tenga pues los ojos bien abiertos para no tomar con demasiada facilidad por inocentes a los presbíteros culpables” (Fillion).

1-2. Los cristianos esclavos o servidores han de obedecer con todo respeto a sus amos paganos y evitar que éstos atribuyan a la Ley de Dios la desobediencia de ellos. Tampoco descuide el esclavo sus deberes para con el amo cristiano. La adopción de la fe cristiana no dispensa a los súbditos de la obediencia, aunque siervos y amos son hermanos en la fe. Véase la nota y citas de Ef. 6, 5 ss.

3. La doctrina que es según la piedad: es decir, que es sobrenatural y no se detiene en lo terreno. Cf. Tt. 1, 1. La apostasía de Babilonia (Ap. 17, 2) consistirá precisamente en esa actitud mundanal (Jn. 14, 30 y nota) de poner a Dios principalmente como agente de bienes temporales, convirtiendo la “vida eterna” traída por Jesús en programa de puros valores humanos, sea con carácter de cultura o de bienestar económico o de influencia política, etc. La conducta de los santos apóstoles Pedro y Pablo será siempre un modelo para nosotros, como dice el Prefacio de los Apóstoles. A ellos hemos de imitar (Hb. 13, 7), pues “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Hb. 13, 8); cf. Ga. 1, 4 y nota. Benedicto XV se refiere muy severamente a los predicadores que “tratan cosas que sólo tienen de sagrado el lugar donde se predican”, y agrega: “Y acontece no pocas veces que de la exposición de las verdades eternas se pase a la política, sobre todo si algo de esto cautiva más la atención de los oyentes. Parece que una sola cosa ambicionan: agradar a los oyentes y complacerles. A estos tales les llama S. Pablo halagadores de oídos (2 Tm. 4, 3). De ahí esos gestos nada reposados y descensos de la voz unas veces, y otras, esos trágicos esfuerzos; de ahí esa terminología propia únicamente de los periódicos; de ahí esa multitud de sentencias sacadas de los escritos de los impíos y no de la Sagrada Escritura ni de los santos Padres” (Encíclica Humani Generis Redemptionem).

5. Que piensan que la piedad es una granjería: dirígese contra los que predicaban para hacer ganancias, “sorprendiendo a los simples con sus apariencias para reducirlo todo a su provecho” (Scio). No hay cosa más repugnante que la mezcla de piedad y negocio (cf. Dt. 22. 11). Por eso S. Pablo muestra a su querido discípulo en qué consiste la verdadera granjería de los apóstoles (v. 6 ss.). El negociar con la religión so capa de piedad como los plateros de Éfeso (Hch. 19, 27 y nota), o los sacerdotes de Bel (Dan 14, 1-21), o como los de Israel que obligaron a los reyes Joás y Josías a fiscalizar los dineros del culto (2 R. 12, 4-8; 22, 4 y 9), es lo más abominable para Dios, tanto por la doblez que ello encierra (Jn. 1, 47; Dt. 22, 9; Mt. 15, 8; 23, 24, etc.), cuanto por el desprecio de su Majestad y la burla de su amor que implica el posponerlo a Él, el Sumo Bien, y colocarlo al servicio de mezquinos negocios del momento, sean financieros o políticos. Cf. Si. 46, 22 y nota.

9. Los que quieren ser ricos: S. Pablo nos da en esto una gran luz en orden práctico. No dice “los que tienen bienes”. Éstos, con tal que cuiden muchísimo de no poner el corazón en su hacienda (Sal. 61, 11 y nota; Lc. 12. 34; 18, 24 s., etc.), pueden aún ser objeto de una bienaventuranza (Si. 31, 8 ss., y nota), pero lo serán precisamente si no corren tras el oro, como allí dice el Eclesiástico, o sea si no están dominados por la ambición de enriquecimiento que hoy parece ser el ideal de tantas vidas (Si. 27, 1 s. y nota). S. Pablo muestra aquí que no sólo la conducta peligra, con esto, sino también la fe (v. 10), lo que no es de extrañar pues que el amor al dinero es idolatría. (Ef. 5, 5; Col. 3, 5). De ahí que se caiga también en lo que vimos en el v. 5, con lo cual la “fe que queda ya no es más que una sombra vana que sólo sirve para más ofender a Dios”. Esto, aparte de los dolores que el Apóstol les anuncia (v. 10). “¿Por qué –se pregunta un autor– hay tan pocos hombres que se retiren de los negocios cuando ya no necesitan más? Porque sus vidas están vacías espiritualmente, y les aterra el no saber con qué llenarlas. Hay una vocación que llenaría una y mil vidas: dedicarse a conocer la Palabra de Dios”. Nótese, en efecto, que es éste un campo sin límites (Si. 24, 38 y nota), propio del verdadero sabio (Si. 39, 1 y nota) y del mayor santo (Lc. 10, 42), y sin embargo al alcance de todos, especialmente de los más pequeños (Lc. 10, 21). Cf. Sal. 118, 97 ss. y notas.

10. “Por amor a las riquezas transitorias el avaro sacrifica las riquezas celestiales e imperecederas. Tiene ojos y no ve; abandona los bienes verdaderos por los falsos, lo que dura por lo que pasa, el cielo por la tierra; trueca tesoros infinitos por la pobreza, la gloria por la miseria, lo cierto por lo dudoso, el bien por el mal, la alegría real por la aflicción. Recoge por fuera nimiedades y se empobrece interiormente; se aficiona a bagatelas que desaparecen, elige la tierra y es esclavo de infierno” (S. Cirilo de Jerusalén).

13. La bella confesión: como observa Pirot, estas palabras que se encuentran en todos los manuscritos, hacen pensar, más que en el martirio del Señor, en un testimonio oral dado por Él (v. 12). El contexto (v. 15) muestra que se trata de Jn. 18, 37, donde Jesús, en medio de la suma humillación de aquel momento, hizo la majestuosa declaración de sus derechos a la realeza, que entonces no ejerció porque su reino no era de este mundo (Jn. 18, 36). Cf. Jn. 14, 30; Ga. 1, 4; Ap. 11, 15.

14. Porque Él, como dice S. Pablo, es el Príncipe de los Pastores y cuando aparezca traerá para los que hayan sido fieles la corona inmarcesible (1 Pe. 5, 4). Cf. Ap. 22, 12.

15 s. A su tiempo hará ostensible: presentándose en su Parusía “con gran poder y gloria” (Lc. 21, 27) y visible a todos (Ap. 1, 7) “como el relámpago fulgurando desde una parte del cielo resplandece hasta la otra” (Lc. 17. 24), en contraste con su primera venida, como lo dijo a los fariseos (Lc. 17, 20 y nota). Rey de los reyes, etc.: así nos lo muestra también el Apocalipsis en su segunda venida (Ap. 19, 16).

16. Posee la inmortalidad: también como Hombre, porque ya murió y resucitó inmortal (Rm. 6, 9; Hb. 7, 16 y 23 ss.). A Él etc.: Cf. Sal. 109, 3 y nota.

20. Con esta expresión cuida el depósito nos da Pablo el verdadero concepto de la Tradición, mostrándonos que ella consiste en conservar fielmente lo mismo que se nos entregó en un principio, y que lo que importa, no es el tiempo más o menos largo que tiene una creencia o una costumbre, sino que ella sea la misma que se recibió originariamente. Sin esto ya no habría tradición, sino rutina y apego a esas “tradiciones de hombres” que tanto despreciaba Jesús en los fariseos (Mt. 15, 3-6). De ahí el empeño de S. Pablo porque se conservase lo mismo que se hahía recibido (4, 6) sin abandonarlo aunque un ángel del cielo nos dijese algo distinto (Ga. 1, 6 ss.). Véase la definición de la tradición por S. Vicente de Leríns: “lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos”. Cf. 2 Ts. 2, 14 y nota; 1 Jn. 2, 24.

21. En el v. 9 s. (cf. notas) señalase un peligro para la fe: la ambición de riqueza. Aquí se nos muestra otro: la falsa ciencia (Col. 2, 8 y nota; 1 Jn. 2, 24).