2 Corintios

2 CORINTIOS

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SEGUNDA CARTA A LOS CORINTIOS

PRÓLOGO

(1, 1-11)

2 Corintios 1

Salutación apostólica.

1 Pablo, por la voluntad de Dios apóstol de Cristo Jesús, y el hermano Timoteo, a la Iglesia que está en Corinto, con todos los santos de toda la Acaya [11834] :

2 gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre, y de nuestro Señor Jesucristo [11835] .

Acción de gracias.

3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación [11836] ;

4 el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios [11837] .

5 Porque así como abundan los padecimientos de Cristo para con nosotros, así por Cristo abunda nuestra consolación [11838] .

6 Si sufrimos, es para vuestra consolación y salud; si somos consolados, es para vuestra consolación, que se muestra eficaz por la paciencia con que sufrís los mismos padecimientos que sufrimos nosotros.

7 Y nuestra esperanza sobre vosotros es firme, sabiendo que, así como participáis en los padecimientos, así también en la consolación.

8 Pues no queremos, hermanos, que ignoréis nuestra aflicción, que nos sobrevino en Asia, porque fuimos agravados muy sobre nuestras fuerzas hasta tal punto que desesperábamos aun de vivir [11839] ;

9 pero si tuvimos en nuestro interior esa respuesta de la muerte fue para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en el Dios que resucita a los muertos.

10 Él nos libró de tan peligrosa muerte, y nos librará aún; en Él confiamos que también en adelante nos librará;

11 cooperando igualmente vosotros en favor nuestro por la oración, a fin de que la gracia que nos fue concedida a nosotros a instancias de muchos, sea ocasión para que muchos la agradezcan por nosotros.

I. AUTODEFENSA DEL APÓSTOL

(1, 12 – 7, 16)

Sinceridad del apóstol.

12 Nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, según la cual nos hemos conducido en el mundo, y principalmente entre vosotros, con simplicidad y sinceridad de Dios, no según la sabiduría de la carne, sino con la gracia de Dios.

13 Pues no os escribimos otras cosas que lo que leéis, o ya conocéis, y espero que lo reconoceréis hasta el fin,

14 así como en parte habéis reconocido que somos motivo de vuestra gloria, como vosotros lo sois de la nuestra en el día de nuestro Señor Jesús [11840] .

Cambio de itinerario.

15 En esta confianza quería ir primero a vosotros, para que recibieseis una segunda gracia [11841] ,

16 y a través de vosotros pasar a Macedonia, y otra vez desde Macedonia volver a vosotros, y ser por vosotros encaminado a Judea.

17 Al proponerme esto ¿acaso usé de ligereza? ¿o es que lo que resuelvo, lo resuelvo según la carne, de modo que haya en mí (al mismo tiempo) el sí, sí y el no, no?

18 Mas Dios es fiel, y así también nuestra palabra dada a vosotros no es sí y no.

19 Porque el Hijo de Dios, Jesucristo, el que entre vosotros fue predicado por nosotros: por mí, Silvano y Timoteo, no fue sí y no, sino que en Él se ha realizado el sí.

20 Pues cuantas promesas hay de Dios, han hallado el sí en Él; por eso también mediante Él (decimos) a Dios: Amén, para su gloria por medio de nosotros.

21 El que nos confirma juntamente con vosotros, para Cristo, y el que nos ungió es Dios [11842] ;

22 el mismo que nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.

23 Yo tomo a Dios por testigo sobre mi alma de que si no he ido a Corinto, es por no heriros [11843] ;

24 porque no queremos ejercer dominio sobre vuestra fe, sino que somos cooperadores de vuestro gozo; pues por la fe estáis firmes.

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2 Corintios 2

Objeto de esta carta.

1 Me he propuesto no volver a visitaros con tristeza.

2 Porque si yo os contristo ¿quién será entonces el que me alegre a mí, sino aquel a quien yo contristé?

3 Esto mismo os escribo para no tener, en mi llegada, tristeza por parte de aquellos que debieran serme motivo de gozo, y con la confianza puesta en todos vosotros, de que todos tenéis por vuestro el gozo mío.

4 Porque os escribo en medio de una gran aflicción y angustia de corazón, con muchas lágrimas, no para que os contristéis, sino para que conozcáis el amor sobreabundante que tengo por vosotros.

El apóstol perdona al incestuoso.

5 Si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado a mí, sino en cierta manera –para no cargar la mano– a todos vosotros [11844] .

6 Bástele al tal esta corrección aplicada por tantos.

7 Más bien debéis, pues, al contrario, perdonarlo y consolarlo, no sea que este tal se consuma en excesiva tristeza.

8 Por lo cual os exhorto que le confirméis vuestra caridad.

9 Pues por esto escribo, a fin de tener de vosotros la prueba de que en todo sois obedientes.

10 A quien vosotros perdonáis algo, yo también; pues lo que he perdonado, si algo he perdonado, por amor a vosotros ha sido, delante de Cristo,

11 para que no nos saque ventaja Satanás, pues bien conocemos sus maquinaciones.

Solicitud paternal.

12 Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y habiéndoseme abierto una puerta en el Señor [11845] ,

13 no hallé reposo para mi espíritu; por no haber encontrado a Tito, mi hermano, y despidiéndome de ellos partí para Macedonia.

14 Pero gracias a Dios siempre Él nos hace triunfar en Cristo, y por medio de nosotros derrama la fragancia de su conocimiento en todo lugar,

15 porque somos para Dios buen olor de Cristo, entre los que se salvan, y entre los que se pierden [11846] ;

16 a los unos, olor de muerte para muerte; y a los otros, olor de vida para vida.

17 Y para semejante ministerio ¿quién puede creerse capaz? Pues no somos como muchísimos que prostituyen la Palabra de Dios; sino que con ánimo sincero, como de parte de Dios y en presencia de Dios, hablamos en Cristo [11847] .

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2 Corintios 3

Excelencia del ministerio apostólico.

1 ¿Es que comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O es que necesitamos, como algunos, cartas de recomendación para vosotros o de vuestra parte?

2 Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestro corazón, conocida y leída de todos los hombres;

3 siendo notorio que sois una carta de Cristo mediante nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas que son corazones de carne [11848] .

4 Tal confianza para con Dios la tenemos por Cristo;

5 no porque seamos capaces por nosotros mismos de pensar cosa alguna como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios [11849] .

6 Él es quien nos ha hecho capaces de ser ministros de una nueva Alianza, no de letra, sino de espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu da vida [11850] .

7 Pues si el ministerio de la muerte, grabado con letras en piedras, fue con tanta gloria, que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, la cual era perecedera [11851] ,

8 ¿cómo no ha de ser de mayor gloria el ministerio del Espíritu? [11852]

9 Porque si el ministerio de la condenación fue gloria, mucho más abunda en gloria el ministerio de la justicia.

10 En verdad, lo glorificado en aquel punto dejó de ser glorificado a causa de esta gloria que lo sobrepujó.

11 Por lo cual, si lo que está pereciendo fue con gloria, mucho más será con gloria lo que perdura.

El velo de Moisés y la libertad del apóstol.

12 Teniendo, pues, una tan grande esperanza, hablamos con toda libertad;

13 y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no contemplasen lo que se acaba porque es perecedero.

14 Pero sus entendimientos fueron embotados, porque hasta el día de hoy en la lectura de la Antigua Alianza permanece ese mismo velo, siéndoles encubierto que en Cristo está pereciendo (la Antigua Alianza) [11853] .

15 Y así, hasta el día de hoy, siempre que es leído Moisés, un velo cubre el corazón de ellos.

16 Mas cuando vuelvan al Señor, será quitado el velo [11854] .

17 Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor hay libertad [11855] .

18 Y todos nosotros, si a cara descubierta contemplamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria, en la misma imagen como del Señor que es Espíritu [11856] .

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2 Corintios 4

El apóstol y su ministerio.

1 Por lo cual, investidos de este ministerio, según la misericordia que se nos ha hecho, no decaemos de ánimo [11857] .

2 Antes bien, hemos desechado los vergonzosos disimulos, no procediendo con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino recomendándonos por la manifestación de la verdad a la conciencia de todo hombre en presencia de Dios [11858] .

3 Si todavía nuestro Evangelio aparece cubierto con un velo, ello es para los que se pierden [11859] ;

4 para los incrédulos, en los cuales el dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca (para ellos) la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios [11860] ;

5 porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús [11861] ,

6 pues Dios que dijo: “Brille la luz desde las tinieblas” es quien resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo [11862] .

Confiesa su propia fragilidad.

7 Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros [11863] .

8 De todas maneras atribulados, mas no abatidos; sumergidos en apuros, mas no desalentados;

9 perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no destruidos,

10 siempre llevamos por doquiera en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo [11864] .

11 Porque nosotros, los que (realmente) vivimos, somos siempre entregados a la muerte por causa de Jesús, para que de igual modo la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal.

12 De manera que en nosotros obra la muerte, mas en vosotros la vida.

Consuelo en los sufrimientos.

13 Pero, teniendo el mismo espíritu de fe, según está escrito: “Creí, y por esto hablé”; también nosotros creemos, y por esto hablamos [11865] ;

14 sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos pondrá en su presencia con vosotros.

15 Porque todo es por vosotros, para que abundando más y más la gracia, haga desbordar por un mayor número (de vosotros) el agradecimiento para gloria de Dios.

16 Por lo cual no desfallecemos; antes bien, aunque nuestro hombre exterior vaya decayendo, el hombre interior se renueva de día en día [11866] .

17 Porque nuestra tribulación momentánea y ligera va labrándonos un eterno peso de gloria cada vez más inmensamente;

18 por donde no ponemos nosotros la mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven, eternas [11867] .

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2 Corintios 5

La esperanza de la inmortalidad.

1 Sabemos que si esta tienda de nuestra mansión terrestre se desmorona, tenemos de Dios un edificio, casa no hecha de manos, eterna en los cielos [11868] .

2 Y en verdad, mientras estamos en aquélla, gemimos, porque anhelamos ser sobrevestidos de nuestra morada del cielo [11869] ;

3 pero con tal de ser hallados (todavía) vestidos, no desnudos [11870] .

4 Porque los que estamos en esta tienda suspiramos preocupados, no queriendo desnudarnos, sino sobrevestirnos, en forma tal que lo mortal sea absorbido por la vida.

5 Para esto mismo nos hizo Dios, dándonos las arras del Espíritu [11871] .

6 Por eso confiamos siempre, sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, vivimos ausentes del Señor –

7 puesto que sólo por fe andamos y no por visión–

8 pero con esa seguridad nos agradaría más dejar de habitar en el cuerpo, y vivir con el Señor [11872] .

9 Y por esto es que nos esforzamos por serle agradables, ya presentes, ya ausentes [11873] .

10 Pues todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo, a fin de que en el cuerpo reciba cada uno según lo bueno o lo malo que haya hecho [11874] .

El amor de Cristo, alma del ministerio apostólico.

11 Penetrados, pues, del temor del Señor, persuadimos a los hombres, pero ante Dios estamos patentes, y espero que también estamos patentes en vuestras conciencias [11875] .

12 No es que otra vez nos recomendemos a vosotros, sino que os estamos dando motivo para gloriaros de nosotros de modo que tengáis (cómo replicar) a quienes se glorían en lo exterior y no en el corazón.

13 Porque si somos locos, es para con Dios; y si somos cuerdos, es por vosotros.

14 Porque el amor de Cristo nos apremia cuando pensamos que Él, único, sufrió la muerte por todos y que así (en Él) todos murieron [11876] .

15 Y si por todos murió, es para que los vivos no vivan ya para sí mismos, sino para Aquél que por ellos murió y resucitó.

16 De manera que desde ahora nosotros no conocemos a nadie según la carne; y aun a Cristo si lo hemos conocido según la carne, ahora ya no lo conocemos (así) [11877] .

17 Por tanto, si alguno vive en Cristo, es una creatura nueva [11878] . Lo viejo pasó: he aquí que se ha hecho nuevo.

18 Y todo esto es obra de Dios, quien nos reconcilió consigo por medio de Cristo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación [11879] ;

19 como que en Cristo estaba Dios, reconciliando consigo al mundo, no imputándoles los delitos de ellos, y poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación [11880] .

20 Somos pues, embajadores (de Dios) en lugar de Cristo, como si Dios exhortase por medio de nosotros. De parte de Cristo os suplicamos: Reconciliaos con Dios.

21 Por nosotros hizo Él pecado a Aquel que no conoció pecado, para que en Él fuéramos nosotros hechos justicia de Dios [11881] .

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2 Corintios 6

Cuadro de la vida apostólica.

1 En cumplimiento de esa cooperación, a vosotros exhortamos también que no recibáis en vano la gracia de Dios,

2 porque Él dice: “En el tiempo aceptable te escuché, y en el día de salud te socorrí”. He aquí ahora tiempo aceptable. He aquí ahora día de salud [11882] .

3 Pues no (os) damos en nada ninguna ocasión de escándalo, para que no sea vituperado el ministerio [11883] ;

4 al contrario, en todo nos presentamos como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias [11884] ,

5 en azotes, en prisiones, en alborotos, en fatigas, en vigilias, en ayunos;

6 en pureza, en conocimiento, en longanimidad, en benignidad, en el Espíritu Santo, en caridad no fingida,

7 con palabras de verdad, con poder de Dios, por las armas de la justicia, las de la diestra y las de la izquierda,

8 en honra y deshonra, en mala y buena fama; cual impostores, siendo veraces;

9 cual desconocidos, siendo bien conocidos; cual moribundos, mas mirad que vivimos; cual castigados, mas no muertos;

10 como tristes, mas siempre alegres; como pobres, siendo así que enriquecemos a muchos; como que nada tenemos aunque lo poseemos todo [11885] .

11 Nuestra boca, como veis, se ha abierto a vosotros, oh corintios. Nuestro corazón se ha ensanchado hacia vosotros [11886] .

12 No estáis apretados en nosotros; es en vuestros corazones donde estáis apretados.

13 Así, pues, para pagar con la misma moneda –como a hijos lo digo– ensanchaos también vosotros.

Prevención sobre los paganos.

14 No os juntéis bajo un yugo desigual con los que no creen [11887] . Pues ¿qué tienen de común la justicia y la iniquidad? ¿O en qué coinciden la luz y las tinieblas?

15 ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? [11888] ¿O qué comunión puede tener el que cree con el que no cree?

16 ¿Y qué transacción entre el templo de Dios y los ídolos? Pues templo del Dios vivo somos nosotros, según aquello que dijo Dios: “Habitaré en ellos y andaré en medio de ellos; y Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo [11889] .

17 Por lo cual salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y Yo os acogeré;

18 y seré Padre para vosotros, y vosotros seréis para Mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso”.

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2 Corintios 7

Satisfacción y gozo del apóstol.

1 Teniendo, pues, carísimos, tales promesas, purifiquémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, santificándonos cada vez más con un santo temor de Dios.

2 Dadnos acogida. A nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos explotado [11890] .

3 No lo digo para condenar; pues ya he dicho que estáis en nuestros corazones, para morir juntos, y juntos vivir.

4 Mucha es mi franqueza con vosotros; mucho lo que me glorío de vosotros; estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en medio de toda nuestra tribulación [11891] .

5 Porque llegados nosotros a Macedonia, no tuvo nuestra carne ningún reposo, sino que de todas maneras éramos atribulados; por fuera luchas, por dentro temores.

6 Pero Dios, el que consuela a los humildes, nos ha consolado con la llegada de Tito [11892] ;

7 y no tan sólo con su llegada, sino también con el consuelo que Él experimentó por causa de vosotros, cuando nos contó vuestra ansia, vuestro llanto, vuestro celo por mí; de suerte que creció aún más mi gozo.

8 Porque, aunque os contristé con aquella carta, no me pesa. Y aun cuando me pesaba –pues veo que aquella carta os contristo, bien que por breve tiempo–

9 ahora me alegro; no de que os hayáis contristado, sino que os contristasteis para arrepentimiento; porque os contristasteis según Dios, y así en nada sufristeis daño de nuestra parte.

10 Puesto que la tristeza que es según Dios, obra arrepentimiento para salvación, que no debe apenarnos; en cambio, la tristeza del mundo obra muerte [11893] .

11 Pues ved, esto mismo de haberos contristado según Dios, ¡qué solicitud ha producido en vosotros, y qué empeño por justificaros; qué indignación, qué temor, qué anhelos, qué celo y qué vindicación! En toda forma os mostrasteis intachables en aquel asunto.

Nueva consolación.

12 Así, pues, si os escribí, no fue por causa del que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que vuestra solicitud por nosotros se manifestase entre vosotros en la presencia de Dios [11894] .

13 Por eso nos hemos consolado; y además del consuelo nuestro nos regocijamos aún mucho más por el gozo de Tito; pues su espíritu fue confortado por todos vosotros.

14 Porque si delante de él en algo me precié de vosotros, no quedé avergonzado; sino que así como fue verdad todo lo que hemos hablado con vosotros (reprochándoos), así también resultó verdad el preciarnos de vosotros ante Tito.

15 Y su entrañable afecto para con vosotros va todavía en aumento al recordar la obediencia de todos vosotros, cómo con temor y temblor lo recibisteis.

16 Me alegro de poder en todo confiar en vosotros.

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II. LA COLECTA PARA LOS CRISTIANOS DE JERUSALÉN

(8, 1 – 9, 15)

2 Corintios 8

Doctrina sobre la limosna.

1 Os hacemos también saber, hermanos, la gracia que Dios ha dado a las Iglesias de Macedonia [11895] ;

2 porque en la grande prueba de la tribulación, la abundancia de su gozo y su extremada pobreza han redundado en riquezas de generosidad por parte de ellos.

3 Doyles testimonio de que según sus fuerzas, y aun sobre sus fuerzas, de propia iniciativa,

4 nos pidieron con mucha instancia la gracia de poder participar en el socorro en bien de los santos [11896] ;

5 y no como habíamos esperado, sino que se entregaron ellos mismos primeramente al Señor y luego a nosotros por voluntad de Dios [11897] .

6 Así, pues, hemos rogado a Tito que tal como comenzó, de la misma manera lleve a cabo entre vosotros también esta gracia.

7 Y así como abundáis en todo, en fe, en palabra, en conocimiento, y en toda solicitud, y en vuestro amor hacia nosotros, abundad también en esta gracia.

8 No hablo como quien manda [11898] , sino por solicitud en favor de otros, y para probar la sinceridad de vuestra caridad.

9 Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros por su pobreza os enriquezcáis [11899] .

10 Y en ello os doy consejo, porque esto conviene a vosotros, como quienes os adelantasteis desde el año pasado, no sólo en hacer sino también en querer [11900] .

11 Ahora, pues, cumplidlo de hecho, para que, como hubo prontitud en el querer, así sea también el llevarlo a cabo en la medida de lo que poseéis.

12 Pues cuando hay prontitud se acepta conforme a lo que uno tiene, no a lo que no tiene.

13 No de tal modo que otros tengan holgura, y vosotros estrechez, sino que por razón de igualdad [11901] ,

14 en esta ocasión vuestra abundancia supla la escasez de ellos, para que su abundancia, a su vez, supla la escasez vuestra, de manera que haya igualdad,

15 según está escrito: “El que (recogió) mucho no tuvo de sobra; y el que poco, no tuvo de menos” [11902] .

Recomendación cristiana.

16 Gracias sean dadas a Dios que puso la misma solicitud (mía) por vosotros en el corazón de Tito.

17 Pues no sólo acogió nuestra exhortación, sino que, muy solícito, por propia iniciativa partió hacia vosotros.

18 Y enviamos con él al hermano cuyo elogio por la predicación del Evangelio se oye por todas las Iglesias [11903] .

19 Y no sólo esto, sino que además fue votado por las Iglesias para compañero nuestro de viaje en esta gracia administrada por vosotros para gloria del mismo Señor y para satisfacer la prontitud de nuestro ánimo.

20 Con esto queremos evitar que nadie nos vitupere con motivo de este caudal administrado por nuestras manos [11904] ;

21 porque procuramos hacer lo que es bueno, no sólo ante el Señor, sino también delante de los hombres.

22 Con ellos enviamos al hermano nuestro a quien en muchas cosas y muchas veces hemos probado solícito, y ahora mucho más solícito por lo mucho que confía en vosotros.

23 En cuanto a Tito, él es mi socio y colaborador entre vosotros; y nuestros hermanos son enviados de las Iglesias, gloria de Cristo.

24 Dadles, pues, a la faz de las Iglesias, pruebas de vuestra caridad y de la razón con que nos hemos preciado de vosotros.

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2 Corintios 9

Preparativos para la colecta.

1 Respecto al socorro en favor de los santos no necesito escribiros [11905] .

2 Pues conozco vuestra prontitud de ánimo, por la cual me glorío de vosotros entre los macedonios (diciéndoles), que Acaya [11906] está ya pronta desde el año pasado, y vuestro celo ha estimulado a muchísimos.

3 Envío, empero, a los hermanos, para que nuestra gloria acerca de vosotros no quede vana en este punto y para que, según he dicho, estéis preparados;

4 no sea que si vinieren conmigo macedonios y os hallaren desprevenidos, tengamos nosotros –por no decir vosotros– que avergonzarnos en esta materia.

5 Tuve, pues, por necesario rogar a los hermanos que se adelantasen en ir a vosotros, y preparasen de antemano vuestra bendición ya prometida, de manera que esté a punto como bendición y no como avaricia.

Dador alegre ama Dios.

6 Pues digo: El que siembra con mezquindad, con mezquindad cosechará, y el que siembra en bendiciones, bendiciones recogerá.

7 Haga cada cual según tiene determinado en su corazón, no de mala gana, ni por fuerza; porque dador alegre ama Dios [11907] .

8 Y poderoso es Dios para hacer abundar sobre vosotros toda gracia a fin de que, teniendo siempre todo lo suficiente en todo, os quede abundantemente para toda obra buena [11908] ,

9 según está escrito: “Desparramó, dando a los pobres; su justicia permanece para siempre” [11909] .

10 Y el que suministra semilla al que siembra, dará también pan para alimento, y multiplicará vuestra sementera y acrecentará los frutos de vuestra justicia,

11 de modo que seáis en todo enriquecidos para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios.

12 Porque el ministerio de esta oblación no sólo remedia las necesidades de los santos, sino que también redunda en copiosas acciones de gracias a Dios [11910] .

13 Pues al experimentar este servicio glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al Evangelio de Cristo, y por la liberalidad con que comunicáis lo vuestro a ellos y a todos.

14 Y ellos, a su vez, ruegan por vosotros, amándoos ardientemente a causa de la sobreexcelente gracia de Dios derramada sobre vosotros.

15 ¡Gracias a Dios por su inefable don!

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III. EL APÓSTOL Y SUS ADVERSARIOS

(10, 1 – 13, 10)

2 Corintios 10

La energía apostólica es “para edificación”.

1 Yo mismo, Pablo, os ruego, por la mansedumbre y amabilidad de Cristo, yo que presente entre vosotros soy humilde, pero ausente soy enérgico para con vosotros [11911] ,

2 os suplico que cuando esté entre vosotros no tenga que usar de aquella energía que estoy resuelto a aplicar contra algunos que creen que nosotros caminamos según la carne.

3 Pues aunque caminamos en carne, no militamos según la carne,

4 porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios, para derribar fortalezas, aplastando razonamientos [11912]

5 y toda altanería que se levanta contra el conocimiento de Dios. (Así) cautivamos todo pensamiento a la obediencia de Cristo [11913] ,

6 y estamos dispuestos a vengar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia haya llegado a perfección.

7 Vosotros miráis según lo que os parece. Si alguno presume de sí que es de Cristo, considere a su vez que, así como él es de Cristo, también lo somos nosotros.

8 Pues no seré confundido, aunque me gloriare algo más todavía de nuestra autoridad, porque el Señor la dio para edificación y no para destrucción vuestra.

9 Y para que no parezca que pretendo intimidaros con las cartas –

10 porque: “Sus cartas, dicen, son graves y fuertes; mas su presencia corporal es débil, y su palabra despreciable”–

11 piensen esos tales que cual es nuestro modo de hablar por medio de cartas, estando ausentes, tal será también nuestra conducta cuando estemos presentes.

Comunicación de bienes espirituales.

12 Porque no osamos igualarnos ni compararnos con algunos que se recomiendan a sí mismos. Ellos, midiéndose a sí mismos en su interior y comparándose consigo mismos, no entienden nada [11914] ,

13 en tanto que nosotros no nos apreciaremos sin medida, sino conforme a la extensión del campo de acción que Dios nos asignó para hacernos llegar hasta vosotros.

14 Y hasta vosotros hemos llegado ciertamente en la predicación del Evangelio de Cristo; no estamos, pues, extralimitándonos, como si no llegásemos hasta vosotros.

15 Y según esto, si nos gloriamos (aun en vuestros trabajos) no es fuera de medida en labores ajenas, pues esperamos que con el aumento de vuestra fe que se produce en vosotros, también nosotros creceremos más y más conforme a nuestra medida [11915] ,

16 llegando a predicar el Evangelio hasta más allá de vosotros, no para gloriarnos en medida ajena, por cosas ya hechas.

17 Porque “el que se gloría, gloríese en el Señor”.

18 Pues no es aprobado el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien recomienda el Señor [11916] .

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2 Corintios 11

Ironía con los falsos apóstoles.

1 ¡Ojalá me toleraseis un poco de fatuidad! [11917] Sí, ¡tolerádmela!

2 Porque mi celo por vosotros es celo de Dios, como que a un solo esposo os he desposado [11918] , para presentaros cual casta virgen a Cristo.

3 Sin embargo, temo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así vuestras mentes degeneren de la simplicidad y pureza que han de tener con Cristo.

4 Porque si alguno viene y predica otro Jesús que al que nosotros hemos predicado, o si recibís otro Espíritu que el que recibisteis, u otro Evangelio que el que abrazasteis, bien lo toleraríais [11919] ,

5 y yo estimo que en nada soy inferior a tales superapóstoles.

6 Pues aunque rudo soy en el hablar, no por cierto en el conocimiento, el cual hemos manifestado ante vosotros de todas maneras y en todas las cosas.

A nadie fui gravoso.

7 ¿O acaso pequé porque me humillé a mí mismo para que vosotros fueseis elevados y porque os prediqué el Evangelio de Dios gratuitamente?

8 A otras Iglesias despojé recibiendo (de ellas) estipendio para serviros a vosotros.

9 Y estando entre vosotros y hallándome necesitado, a nadie fui gravoso; pues mi necesidad la suplieron los hermanos venidos de Macedonia; y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso [11920] .

10 Por la verdad de Cristo que está en mí (os juro) que esta gloria no sufrirá mengua en las regiones de Acaya.

11 ¿Por qué? ¿Es que no os amo? Dios lo sabe.

12 Mas lo que hago, seguiré haciéndolo para cortar el pretexto a los que buscan una ocasión de ser como nosotros en el gloriarse.

13 Porque los tales son falsos apóstoles, obreros engañosos que se disfrazan de apóstoles de Cristo [11921] .

14 Y no es de extrañar, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz.

15 No es, pues, gran cosa que sus ministros se disfracen de ministros de justicia. Su fin será correspondiente a sus obras.

El apóstol se compara con sus adversarios.

16 Digo otra vez: Nadie crea que soy fatuo; y si no, aunque sea como fatuo, admitidme todavía que yo también me gloríe un poco.

17 Lo que hablo en este asunto de la jactancia no lo hablo según el Señor, sino como en fatuidad.

18 Ya que muchos se glorían según la carne, también (así) me gloriaré yo [11922] ;

19 pues toleráis con gusto a los fatuos, siendo vosotros sensatos.

20 Vosotros, en efecto, soportáis si alguno os reduce a servidumbre, si os devora, si os defrauda, si se engríe, si os hiere en el rostro.

21 Para deshonra mía digo esto como si nosotros hubiéramos sido débiles. Sin embargo, en cualquier cosa en que alguien alardee –hablo con fatuidad– alardeo también yo.

22 ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son linaje de Abrahán? También yo.

23 ¿Son ministros de Cristo? –¡hablo como un loco [11923] !– yo más; en trabajos mas que ellos, en prisiones más que ellos, en heridas muchísimo más, en peligros de muerte muchas veces más:

24 Recibí de los judíos cinco veces cuarenta azotes menos uno [11924] ;

25 tres veces fui azotado con varas [11925] , una vez apedreado, tres veces naufragué, una noche y un día pasé en el mar;

26 en viajes muchas veces (más que ellos); con peligros de ríos, peligros de salteadores, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los gentiles, peligros en poblado, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos [11926] ;

27 en trabajos y fatigas, en vigilias muchas veces (más que ellos), en hambre y sed, en ayunos muchas veces, en frío y desnudez.

28 Y aparte de esas (pruebas) exteriores, lo que cada día me persigue: la solicitud por todas las Iglesias [11927] .

29 ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién padece escándalo, sin que yo arda?

30 Si es menester gloriarse, me gloriaré de lo que es propio de mi flaqueza [11928] .

31 El Dios y Padre del Señor Jesús, el eternamente Bendito, sabe que no miento.

32 En Damasco, el etnarca [11929] del rey Aretas tenía custodiada la ciudad de los damascenos para prenderme;

33 y por una ventana fui descolgado del muro en un canasto, y escapé a sus manos [11930] .

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2 Corintios 12

Sus visiones y revelaciones.

1 Teniendo que gloriarme, aunque no sea cosa conveniente, vendré ahora a las visiones y revelaciones del Señor.

2 Conozco a un hombre en Cristo, que catorce años ha –si en cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo [11931] .

3 Y sé que el tal hombre –si en cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe–

4 fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras inefables que no es dado al hombre expresar.

5 De ese tal me gloriaré, pero de mí no me gloriaré sino en mis flaquezas.

6 Si yo quisiera gloriarme, no sería fatuo, pues diría la verdad; mas me abstengo, para que nadie me considere superior a lo que ve en mí u oye de mi boca.

7 Y a fin de que por la grandeza de las revelaciones, no me levante sobre lo que soy, me ha sido clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás que me abofetee, para que no me engría [11932] .

8 Tres veces rogué sobre esto al Señor para que se apartase de mí [11933] .

9 Mas Él me dijo: “Mi gracia te basta, pues en la flaqueza se perfecciona la fuerza”. Por tanto con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí [11934] .

10 Por Cristo, pues, me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte [11935] .

Abnegación por la grey.

11 Me volví fatuo [11936] , vosotros me forzasteis; pues por vosotros debía yo ser recomendado, porque si bien soy nada, en ninguna cosa fui inferior a aquellos superapóstoles.

12 Las pruebas de ser yo apóstol se manifestaron entre vosotros en toda paciencia por señales, prodigios y poderosas obras.

13 Pues ¿qué habéis tenido de menos que las demás Iglesias, como no sea el no haberos sido yo gravoso? ¡Perdonadme este agravio!

14 He aquí que ésta es la tercera vez que estoy a punto de ir a vosotros; y no os seré gravoso porque no buscó los bienes vuestros, sino a vosotros; pues no son los hijos quienes deben atesorar para los padres, sino los padres para los hijos [11937] .

15 y yo muy gustosamente gastaré, y a mí mismo me gastare todo entero por vuestras almas, aunque por amaros más sea yo menos amado [11938] .

16 Sea, pues. Yo no os fui gravoso; mas como soy astuto (dirá alguno) os prendí con dolo [11939] .

17 ¿Es que acaso os he explotado por medio de alguno de los que envié a vosotros?

18 Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Por ventura os ha explotado Tito? ¿No procedimos según el mismo espíritu? ¿en las mismas pisadas?

Temores del apóstol.

19 Pero ¿estaréis pensando; desde hace rato, que nos venimos defendiendo ante vosotros? En presencia de Dios hablamos en Cristo, y todo, amados míos, para vuestra edificación.

20 Pues temo que al llegar yo no os halle tales como os quiero, y vosotros me halléis cual no deseáis; no sea que haya contiendas, envidias, iras, discordias, detracciones, murmuraciones, hinchazones, sediciones;

21 y que cuando vuelva a veros me humille mi Dios ante vosotros, y tenga que llorar a muchos de los que antes pecaron y no se han arrepentido de la impureza y fornicación y lascivia que practicaron.

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2 Corintios 13

Amenazas y exhortaciones.

1 Por tercera vez voy a vosotros. “Por el testimonio de dos testigos, o de tres, se decidirá toda cuestión” [11940] .

2 Lo he dicho antes y lo repito de antemano –ausente ahora, como en la segunda visita hallándome presente– a los que antes pecaron y a todos los demás, que si voy otra vez no perdonaré,

3 ya que buscáis una prueba de que Cristo habla en mí, pues Él no es débil con vosotros, pero sí fuerte en vosotros.

4 Porque fue crucificado como débil, mas vive del poder de Dios. Así también nosotros somos débiles en Él, pero viviremos con Él en virtud del poder de Dios en orden a vosotros [11941] .

5 Probaos a vosotros mismos para saber si tenéis la fe. Vosotros mismos examinaos. ¿O no reconocéis vuestro interior como que Jesucristo está en vosotros? A no ser que estéis reprobados [11942] .

6 Espero conoceréis que nosotros no estamos reprobados.

7 Y rogamos a Dios que no hagáis ningún mal, no para que nosotros aparezcamos aprobados, sino para que vosotros hagáis el bien, aunque nosotros pasemos por réprobos.

8 Porque nada podemos contra la verdad, sino en favor de la verdad [11943] .

9 Nos regocijamos cuando nosotros somos flacos y vosotros fuertes. Lo que pedimos (en nuestra oración) es vuestro perfeccionamiento [11944] .

10 Por eso escribo estas cosas ausente, para que presente no tenga que usar de severidad conforme a la potestad que el Señor me dio para edificar y no para destruir [11945] .

EPÍLOGO

11 Por lo demás, alegraos, hermanos, y perfeccionaos; consolaos, tened un mismo sentir, vivid en paz; y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros. Saludaos unos a otros en ósculo santo.

12 Os saludan todos los santos.

13 La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios (Padre) y la comunicación del Espíritu Santo sea con todos vosotros [11946] .

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. Esta segunda epístola fue escrita poco después de la primera, a fines del año 57, en Macedonia, durante el viaje del Apóstol de Éfeso a Corinto. Tito, colaborador de S. Pablo, le trajo buenas noticias de Corinto, donde la primera carta había producido excelentes resultados. La mayoría acataba las amonestaciones de su padre espiritual. No obstante, existían todavía intrigas que procedían de judíos y judío-cristianos. Para deshacerlas les escribió el Apóstol por segunda vez antes de llegarse personalmente a ellos. Santos: los cristianos. Cf. Hch. 9, 13; 1 Ts. 5, 27.

2 s. Notemos la preocupación del Apóstol por enseñarnos siempre a distinguir entre las divinas Personas del Padre y del Hijo (véase Jn. 17, 3; 1 Jn. 1, 3; 1 Co. 3, 6 y nota).

3. Padre de las misericordias y Dios de toda consolación: Recordemos este admirable título que él da a nuestro Padre celestial, tan distinto del de un severo gobernante o de un simple Creador. Cf. Ef. 1, 3; 1 Pe. 1, 3.

4. Lo que aquí dice del consuelo, lo dice de los bienes en 9, 8-11: Dios nos da una y otra cosa sobradamente, para que pueda alcanzar hasta nuestro prójimo, y recibamos así, además del don mismo, el beneficio aun mayor de hacerlo servir para nuestra santificación.

5. Véase un ejemplo de está en 7, 4 ss.

8 s. En Éfeso, donde el platero Demetrio, con apariencia de piedad, promovió un ruidoso alboroto contra el Apóstol, por defender su negocio de imágenes de la diosa Diana (Hch. 19. 23 ss.). La respuesta de muerte: Se cree que el Apóstol alude a una grave enfermedad o a la persecución de 1 Co. 15, 32. S. Pablo no vacila en mostrarnos su flaqueza para enseñarnos, como tantas veces lo hace David en los Salmos, que sólo de Dios viene el remedio, y cuán saludable resulta, para el aumento de nuestra fe, esa comprobación de nuestra debilidad.

14. El día de N. S. Jesús: el día del juicio. Cf. Mt. 7, 22; 1 Co. 3, 13; Fil. 1, 6 y 10; 2 Pe. 3, 12; Judas 6.

15 ss. Los intrigantes le habían acusado de inconstancia, por el simple hecho de haber cambiado el plan de viaje. El Apóstol se defiende diciendo que lo hizo por ser indulgente con ellos (v. 23). Las divinas promesas se han confirmado y cumplido en Cristo que es el absoluto (v. 19). El Amén (v. 20) es nuestra respuesta, profesión de fe y sumisión al llamado de Dios.

21 s. Sto. Tomás, comentando estos versículos en la Suma contra los Gentiles, dice que el sello es la semejanza, la unción, el poder de obras perfectas, y las arras, la esperanza segura del Reino, que actualiza desde ahora en nosotros la beatitud de Dios. Cf. Ef. 1, 13. El P. Prat llama la atención sobre el concurso de las tres Divinas Personas en la obra del Apostolado: “Véase cómo contribuyen las Divinas Personas a dotar a los predicadores de la fe: el Padre, como primer autor de los Dones espirituales: el Hijos como fuente de la vida sobrenatural de esos predicadores, y el Espíritu Santo, como sello de la misión de ellos y como prenda del éxito que alcanzarán”.

23. Si no he ido todavía, etc.: Es de admirar el espíritu sobrenatural y la humildad verdadera de S. Pablo, que lejos de creerse indispensable, se abstiene de ir, convencido de que así convenía más a los fieles en tal caso. Veamos también el altísimo concepto que el Apóstol tiene de la misión del pastor de almas y de la delicadeza con que ha de tratárselas sabiendo que nadie es dueño de la salvación de otros. Véase a este respecto la lección de S. Pedro (1 Pe. 5, 2), y el notable ejemplo de impersonalidad que da Moisés en el episodio de Eldad y Medad (Nm. 11, 29), como también su celo sublime por la pura gloria de Yahvé y el bien de su pueblo, en contra de las ventajas personales que el mismo Dios le ofrece (Nm. 14, 10 ss.).

5. Parece que la excomunión infligida al incestuoso en la primera carta (1 Co. 5, 1-5) ha producido buenos efectos, de modo que la comunidad le puede recibir de nuevo. Esta exclusión se llamó excomunión, no en cuanto quedaba privado de la fracción del pan, sino en cuanto se le excluía de la comunidad de los fieles o Iglesia (Mt. 18, 18 ss.) que era llamada comunión por su vida de fraterna unión en la caridad (Fillion). Cf. Hch. 2, 42 y nota.

12. Tróade, ciudad del Asia Menor, situada cerca de la antigua Troya. Una puerta: una ocasión para predicar el Evangelio.

15 s. La predicación del Evangelio produce distintos efectos, según la rectitud de los oyentes. No hay que olvidar ese gran misterio de que Cristo fue también presentado como piedra de tropiezo y signo de contradicción “para ruina y resurrección de muchos” (Lc. 2, 34; Rm. 9, 33; 1 Pe. 2, 6 s.; Sal. 117, 22 y nota). El que rechaza la Palabra está peor que si no se le hubiera dado (Jn. 12, 48), porque se pedirá más cuenta al que más se le dio (Lc. 12, 48). Recordemos, pues, la necesidad, enseñada por Jesús, de no dar el pan a los perros ni las perlas a los cerdos (Mt. 7, 6). S. Pablo nos enseña que Dios nos prepara de antemano las obras para que las hagamos (Ef. 2, 10). A esas obras hemos de atender, sin creernos con arrestos de quijote capaz de salvar al mundo (cf. Sal. 130 y notas). El efecto de tal suficiencia lo muestra el Señor en Mt. 23, 15. Cf. 8, 10 s.; 1 Co. 1, 30 y nota.

17. Véase sobre este punto 1 Co. 16, 26 y nota.

3. Los frutos que mi predicación del Evangelio ha producido entre vosotros son la mejor recomendación.

5. “Nadie, dice S. Agustín, es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la indulgencia y misericordia de Dios”. Es éste ciertamente uno de los puntos más fundamentales, y muchas veces olvidados, de la espiritualidad cristiana.

6. Como ministro del Nuevo Testamento, el Apóstol está por encima de Moisés, pues en el Antiguo fue dada la Ley, en tanto que Cristo nos trajo la gracia y la ley del espíritu de vida (Rm. 7, 6; 8, 2; Jn. 1, 17; 1 Jn. 1, 1 y 5).

7. Después de conversar con Dios, el rostro de Moisés se revestía de un resplandor tal que el pueblo lo advertía mientras le trasmitía las palabras de Dios. Al terminar cubría su rostro con un velo, que sólo se quitaba cuando volvía a hablar con Dios (Ex. 34, 33).

8 s. El ministerio del Espíritu: la nueva Ley, el Evangelio. A esto opone el Apóstol el ministerio de la condenación (v. 9), esto es, la Ley Antigua. Así lo llama por la falta de cumplimiento de la Ley por parte del pueblo escogido.

14. Todavía hoy, en las sinagogas, el Libro Sagrado está cubierto con un lienzo. S. Pablo refiere este hecho a la triste ceguedad de los judíos, que no habiendo aceptado la luz de Cristo que es la llave de toda la Escritura (Jn. 12, 32 y nota), han quedado sin poder entender sus propios libros santos. Cf. Rm. 11, 25; Hb. 5, 11.

16. Cuando vuelvan al Señor: “Esta última expresión, que en el Éxodo (34, 34) se dice de Moisés cuando se volvía al Señor para hablar con Él, aplica S. Pablo a los judíos cuando por la fe se vuelvan al Señor” (Bover). Véase Rm. 11, 25 ss.; Mt. 23, 39; Jn. 19, 37; Za. 12, 10.

17. “El desacuerdo de los exégetas (sobre este pasaje) no puede ser más completo” (Prat). Por eso pusimos la traducción literal de este texto difícil que, según los Padres griegos se refiere al Espíritu Santo, según otros a Cristo. Éste, al revelarnos el carácter espiritual de su mensaje (Jn. 4, 23 s.) y de nuestro destino, nos ha librado de toda esclavitud de la Ley (Jn. 8, 31 s.; Ga. 4, 31; St. 2, 12). La falsa libertad consiste en querer obrar a impulsos de nuestra voluntad propia, porque “haciendo lo que quería, dice S. Agustín, llegaba adonde no quería”. Cf. Rm. cap. 7.

18. Como aquí vemos, esa transformación nos convierte en imagen del mismo Espíritu que nos conforma. Véase en Rm. 8, 1, cómo nuestra resurrección corporal a semejanza de Cristo será también obra del Espíritu.

1. La misericordia que se nos ha hecho: La vocación sobrenatural del Apóstol a predicar el Evangelio (Hch. 9, 15; 13, 2).

2. Viril retrato del verdadero apóstol.

3. Se refiere al velo de que habló en 3, 12 ss. Para los que se pierden: véase este tremendo misterio tratado nuevamente en 2 Ts. 2, 10.

4. El dios de este siglo: El espíritu mundano ciega sus corazones para que oigan y no entiendan. La imagen de Dios: Cristo es imagen de Dios por tener la misma naturaleza que el Padre, siendo su Hijo unigénito y consubstancial (Hb. 1, 3; Col. 1, 15; Jn. 6, 46; 14, 9; Sb. 7, 26 y nota).

5. Siervos vuestros por Jesús: S. Pablo no cesa de insistir (cf. 1, 23 s. y nota) en la humildísima misión de todo verdadero apóstol, que no ha sido puesto para dominar, ni ser admirado o servido, sino para servir según la expresa instrucción de Cristo, que se presentó Él mismo como sirviente (Lc. 23, 25-27 y nota).

6. Es decir que es el mismo Espíritu Santo quien nos hace descubrir al Padre, en el rostro de Cristo, que es su perfecta imagen (v. 4). Por esto dice S. Juan que el que niega al Hijo tampoco tiene al Padre (1 Jn. 2, 23), y que todo el que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, en Dios permanece y Dios en él (1 Jn. 4, 15). El cristiano, una vez adquirida esta luz, se hace a su vez luz en las tinieblas para manifestar a otros la gloria de Dios. Es lo que Jesús enseña en el Evangelio. Véase Lc. 11, 34 ss.; Ef. 5, 8 s.

7. La fe es un tesoro que llevamos en vasijas de barro, por lo cual a cada rato necesitamos cerciorarnos de que no la vamos perdiendo cada día, sin darnos cuenta, por haberse roto la vasija al contacto del mundo y de su atrayente espíritu, que es contrario al Evangelio y constantemente tiende a deformar la fe, dejándonos sólo la apariencia de ella. De ahí que la fe necesite ser probada como el oro en el crisol (1 Pe. 1, 7; cf. IV Esd. 16, 74), y Dios enseñe también bondadosamente por boca del mismo S. Pablo, la suma conveniencia de que seamos nosotros mismos quienes nos preocupemos por mantener viva esa fe que tan fácilmente se adormece (13, 5; 1 Co. 11, 31). De lo contrario Él se vería obligado a mandarnos pruebas de carácter doloroso, en tanto que nosotros podemos hacerlo con insuperable dulzura por el contacto continuo de nuestro pensamiento con la divina Palabra, la cual nos mantiene atentos a la verdadera realidad, que es la sobrenatural, oculta a nuestros sentidos y tan ajena a las habituales preocupaciones del hombre de hoy. Así es como la divina Palabra libra de las pruebas, según enseñó Jesús. Cf. Jn. 15, 2 s. y nota.

10. Cf. 1, 5. Expuestos todos los días a mil tormentos y a la misma muerte, representamos en nuestros cuerpos la imagen de Jesucristo, paciente y muerto (S. Tomás). Y esto será mientras la cizaña esté mezclada con el trigo, es decir, hasta el fin (Mt. 13, 30 y 39). En vano, pues, pretenderíamos para la Iglesia militante en este mundo un triunfo que sería todo lo contrario de lo que anunció su divino Fundador. Cf. Lc. 18, 8.

13. Véase Sal. 115, 1. Los predicadores y creyentes al Evangelio tienen la misma fe que los justos del Antiguo Testamento: éstos, como dice S. Agustín, creían en el Cristo que había de venir, y nosotros que Él ha venido ya, mas nuestra fe no se detiene en los misterios pasados, sino que abarcando “lo nuevo y lo viejo” (Mt. 13, 52), nos lleva a los misterios de la resurrección, contemplando a Jesús, como dice S. Pedro, en sus pasiones y posteriores glorias (1 Pe. 1, 11).

16. De ahí que el mismo Apóstol nos enseñe que en su debilidad está su fortaleza (10, 10; 1 Co. 1, 25-27; 12, 10).

18. ¡He aquí algo que puede ser definitivo para curarnos de todo amor efímero! Dios quiere lo que es y no parece: la Eucaristía. El hombre, a la inversa, quiere lo que parece y no es (cf. Mt. 15, 8). Por eso busca tanto las obras exteriores, sin comprender que Dios no las necesita y que ellas valen sólo en proporción del amor que las inspira. Como por desgracia no es normal que tengamos siempre ese amor en nosotros, debemos previamente preparar el espíritu por la meditación y la oración, que aumentan la fe y la caridad (4, 7 y nota). Entonces todo lo que hagamos inspirados por ese amor tendrá la certeza de ser agradable a Dios. De ahí la lección fundamental de los Proverbios (4, 23): “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón”. Porque del estado de éste depende el valor de todo lo que hagamos. Sobre la fugacidad de lo visible, cf. 1 Co. 7, 31 y nota.

1. Esta tienda de nuestra mansión terrestre: el cuerpo. Nuestra verdadera habitación es el cielo (v. 2; Fil. 3, 20).

2 ss. “Querríamos llegar a la vida eterna sin pasar por la muerte. Este deseo sólo es realizable con la condición de hallarnos vivos en el momento de la Parusía (1 Ts. 4, 13-18; 1 Co. 15, 50-54)” (Buzy). Cf. la nota en 1 Co. 15, 51.

3. Es decir, anhelamos la glorificación de nuestro cuerpo, mas no a través de la muerte, que nos desnudaría del mismo (v. 2 y nota). Es muy de notar que el Apóstol no nos señala como prueba de amor y esperanza el deseo de la muerte, sino el de la segunda venida de Jesús, y bien se explica, puesto que sólo entonces la visión será plena (Fil. 3, 20 s.; Jn. 3, 2; Ap. 6, 9 ss.; Lc. 21, 28; Rm. 8, 23, etc.). Este misterio en que lo mortal será absorbido por la vida, lo explica el mismo Apóstol en 1 Co. 15, 51-55. Sobre la muerte de los mártires, véase Ap. 2, 10 y nota.

5. Cf. 1, 22. El Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo es el principio vital de la resurrección en Cristo. S. Crisóstomo acentúa la verdad contenida en este v., diciendo: “Dios es el que nos ha creado para este fin, esto es, para hacernos inmortales e incorruptibles, dándonos su Espíritu y su gracia como prenda y arras de esta inmortalidad y gloria venideras”.

8. Continúa el Apóstol insistiendo sobre el mismo admirable misterio de nuestra dichosa esperanza (Tt. 2, 13). Después de mostrarnos que, lejos de ser ella una ambición ilegítima, es un deseo que el mismo Espíritu Santo nos pone en el alma (v. 5), nos muestra ahora, como S. Juan en 1 Jn. 3, 3, la eficacia santificadora de este deseo, único capaz de hacernos despreciar todo afecto terreno (Lc. 17, 32 s. y nota) y preferir el abandono de la presente vida, cosa que se nos hace harto difícil cuando se trata de pasar por la muerte. Sólo la falta de conocimiento de estos misterios puede explicar quizá la sorprendente indiferencia en que solemos vivir con respecto al sumo acontecimiento, tan inefablemente feliz para el fiel cristiano. Cf. Ap. 22, 20 y nota.

9. Como observa Fillion, es este deseo y esta esperanza de gozar de N. S. Jesucristo por toda la eternidad, lo que nos excita poderosamente a hacer desde ahora lo que a Él le agrada.

10. Cristo ha sido, en efecto, constituido por el Padre como Juez de vivos y muertos. Cf. Hch. 10, 40; Rm. 14, 10; 1 Pe. 4, 5 s.; Ap. 19, 11 ss. La concreta referencia a nuestros cuerpos, que se hace en este versículo, contribuye grandemente a la preparación señalada en la nota anterior. Ya no se trata solamente de la hora de nuestra muerte y el misterioso destino del alma sola, sino del inmenso acontecimiento del retorno de Jesús como Juez, cuando vendrá “como ladrón de noche” (1 Ts. 5, 2 y nota) a salvar a los suyos y destruir las cabezas de sus enemigos (Sal. 109, 5 s. y nota), “como vasos de alfarero” (Sal. 2, 9; 1 Co. 15, 25). Esta reflexión, la más grave que un hombre puede hacerse en la presente vida, explica la insistencia con que el mismo Juez, hablándonos como Salvador, nos dice amorosamente: “no sea que volviendo de improviso os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad! (Mc. 13, 36 s.).

11. Ante Dios estamos patentes: Los apóstoles no necesitan protestar de su sinceridad ante Dios que conoce sus corazones, pero sí delante de los hombres (1 Co. 2, 14), cuyo Juicio carnal difícilmente entiende la lógica sobrenatural del Evangelio, en el cual tanto se escandalizaban de Jesús (Lc. 7, 23 y nota). De ahí que el Apóstol tenga que ser cuerdo para con ellos, como les dice en el v. 13 (cf. 1 Co. 14, 32 y nota), dejando para el trato con Dios aquella locura que no tiene límites ante el misterio del amor con que somos amados (v. 14 y nota).

14. El amor que Cristo nos mostró, muriendo por nosotros y haciendo que su muerte nos redimiese como si cada uno de nosotros hubiese muerto como Él, es algo tan inmenso que reclama irresistiblemente nuestra correspondencia. “Al que así nos amó, cómo no amarlo”, dice S. Agustín, y lo repite un himno de la Liturgia (Adeste fideles). Este es el pensamiento que según el Apóstol nos lleva a enloquecer de gozo (v. 13).

16. Según la carne, esto es, según miraba cuando no conocía a Cristo. Se refiere al tiempo antes de su conversión. Mas ahora, dice, ha comenzado nuestra resurrección en Cristo. “No dudamos con desconfianza, ni aguardamos con incertidumbre, sino que habiendo empezado a recibir el cumplimiento de nuestra promesa, empezamos a ver las cosas venideras con los ojos de la fe, y alegrándonos de la futura exaltación de nuestra naturaleza, de modo que lo que creemos ya es como si lo tuviéramos (S. León Magno).

17. Sobre esta nueva creatura, véase Jn. 3, 5 y nota; Ef. 4, 13 ss. “El intento de hacer vida «cristiana», tomando como base la vida natural propia, es impracticable; pues el plano de la vida de Cristo, frente a la forma humana de vida, es totalmente diferente y nuevo. El «nuevo hombre» se forma mediante la transposición del hombre natural a nueva forma de vida fundada en la vida de Cristo. Pero si esta nueva forma de vida ha de lograrse, debe realizarse una real transposición de sí mismo. Debe realizarse, por así decir, una incorporación mediante la cual se establezca la unión con esa otra nueva vida” (P. Pinsk). Cf. Rm. 6, 6; Ef. 4, 22; Col. 3, 9.

18 ss. Tan sólo Dios pudo renovarlos; no hay redención hecha por hombres; no hay redención sino en Cristo. S. Crisóstomo, contemplando el amor de Dios en la obra de la reconciliación, exclama: “¿Qué ha dejado de hacer Dios para que lo amemos? ¿Qué no ha hecho? ¿Qué ha omitido? ¿Qué mal nos ha hecho nunca? Gratuitamente le hemos ofendido y deshonrado, habiéndonos Él colmado de innumerables beneficios. De mil modos nos llamaba y atraía, y en vez de hacerle caso proseguimos en ultrajarle y ofenderle, y ni aun así quiso vengarse, sino que corrió tras nosotros y nos detuvo cuando huimos… Después de todo esto apedreamos y matamos a los profetas y perpetramos otros infinitos crímenes Y ¿qué hizo Él entonces? No envió más profetas, no ángeles, no patriarcas, sino a su mismo Hijo… y después de matado el Hijo, persevera exhortando, rogando, y nada omite para que nos convirtamos”.

19 s. Nótese la sublimidad de la misión confiada al verdadero predicador evangélico: al ofrecer a los hombres la reconciliación conquistada por Cristo, es como si el mismo Dios hablase por su boca (v. 20). Cf. 1 Pe. 4, 11.

21. Para que fuéramos justicia: “Para que este beneficio nuestro fuera simplemente posible, era menester que Cristo se compenetrare e identificase tan íntimamente con nosotros, que nuestro pecado pudiera llamarse suyo. Y esto significa por nosotros: en representación nuestra, Cristo se hizo como la personificación de toda la Humanidad; y como la Humanidad entera era como una masa de puro pecado, Cristo vino a ser como la personificación de nuestro pecado” (Bover). Cf. Ez. 4, 4 y nota.

2. En el tiempo aceptable, etc.: Es una cita tomada de Is. 49, 8, según los Setenta, donde, como observa Crampon, se refiere a la liberación de Israel (cf. 1 Co. 10, 11 y nota). También observa el mismo autor que allí estas palabras se dirigen no al pueblo, sino al Siervo de Yahvé, es decir, al Mesías, en respuesta a su oración. De ahí que S. Pablo las aplique igualmente a sí mismo y a los que ejercen el ministerio, como se ve en todo lo que sigue.

3. Para que no sea vituperado el ministerio: Señala el Apóstol cómo la fe sufre detrimento porque las almas le imputan a ella las fallas de los pastores. De ahí la tremenda responsabilidad de los que haciendo profesión de difundir la buena doctrina, le sirven, al contrario, de tropiezo.

4 ss. He aquí el retrato auténtico de la vida apostólica, que se completa con el trazado por el mismo S. Pablo en 1 Co. 4, 1 ss., con una elocuencia que no necesita comentario, pero sí mucha meditación.

10. Lo poseemos todo: Véase 1 Co. 3, 22 y nota.

11 ss. El gran Apóstol después del claro desahogo que precede, trata de despertar un eco de caridad fraterna en el mezquino corazón de aquellos corintios, que es el mismo de todos nosotros.

14 ss. Para muchos cristianos el trato con los paganos era peligroso. No quedaba otro remedio que huir de la ocasión próxima de pecado. S. Jerónimo cree que S. Pablo prohíbe aquí los matrimonios con los infieles.

15. Belial o Beliar: palabra que significa la causa de los malos: nombre de Satanás, príncipe de los demonios.

16. Cita libre de Lv. 26, 12, hecha en forma análoga; pues, como observa Fillion, se ve aquí un eco de la promesa hecha a Israel en Ez. 37, 27 (cf. 2 Sam. 7, 14; Is. 43, 6; 52, 11; Jr. 31, 9; 32, 38; 51, 45; Ez. 20, 34 y 41; Os. 1, 10). Para el cristiano es aún más íntima y ya presente la habitación de Dios en su alma, que debe alejarlo con repugnancia de toda contaminación exterior (1 Co. 3, 16; 6, 19). “Si en vez de mirar a Dios como un objeto exterior a mí, lo considero en mí, hallo ya cumplida y colmada mi oración, pues nunca soñaría yo en llegar a pedirle que habitase en mí y me transformase a la imagen de su Hijo Jesús. Eso es lo que ya ha hecho Él conmigo, y continúa haciéndolo a cada instante por la gracia de su bondad ‘a causa del excesivo amor con que nos ama’ (Ef. 2, 4 ss.). Basta esa consideración inicial: ‘yo estoy ya divinizado por la gracia’, para que inmediatamente el alma entre en la paz, superando por un lado toda inquietud o escrúpulo, y por otro lado evitando con el mayor esfuerzo posible todos los peligros de pecado, y quedando así en el estado de ánimo propicio para crecer en la fe y en el amor. He aquí lo que hemos de recordar especialmente cuando nos sentimos incapaces de orar”.

2. El Apóstol, que tanto ama a los corintios, les pide nuevamente amor y confianza.

4. Como vemos en el v. 6 s., S. Pablo se refiere al gran consuelo que tuvo con la llegada de Tito. Bello ejemplo de lo que el mismo Apóstol enseña en 1, 5.

6. Tito, llegado de Corinto, lo consuela relatándole los preciosos frutos de la 1ª Epístola.

10. De la contrición cristiana del corazón, nacen santos (cf. Mt. 5, 5; Hch. 11, 18; 1 Pe. 2, 19); de la tristeza del siglo, que es la consecuencia del abuso de los bienes, salen, en cambio, hombres débiles, malignos, suicidas. Cf. Si. 38, 18 ss.

12. Del que lo padeció: Se supone que alude al padre del incestuoso de 1 Co. 5, 1 ss. Algunos piensan que se refiere a otro caso, o quizás al mismo Pablo que había sido ofendido por uno o algunos de la comunidad.

1. Empieza la segunda parte de la carta, que trata de la organización de una colecta para los cristianos de Jerusalén. El Apóstol misionero es aquí organizador de obras de beneficencia cristiana. Es de notar que huye como con repugnancia de nombrar el dinero. Aquí, por ejemplo, llama a la colecta “gracia de Dios”, en el v. 19, “beneficio”, en 9, 5, “bendición”, como para mostrar que “más dichoso es dar que recibir” (Hch. 20, 35). Véase Ga. 2, 10.

4. Los santos: los cristianos (1, 1 y nota). La colecta estaba destinada para alivio de los judío-cristianos de Jerusalén, cuna de la religión cristiana y primera residencia de los apóstoles.

5. Primeramente al Señor: Como hace notar Fillion, el Apóstol destaca la rectitud de intención sobrenatural de aquellos fieles, mostrando que antes de tomar la empresa de ningún hombre (1 Co. 1, 12 s.), se habían entregado a Dios, por lo cual sus obras eran de verdadera caridad. Cf. 1 Co. 13, 1 ss.

8. En 9, 7 vemos por qué S. Pablo no quiere obrar como quien manda.

9. Notemos que no habla de hacernos ricos por la riqueza del poderoso Redentor, sino ante todo por su pobreza. Nunca quiso Él ser rico, para que nadie pudiese atribuir su predicación al afán de lucro. “Si los discípulos hubieran tenido riquezas, dice S. Jerónimo, creeríamos que predicaron, no por la salvación de los hombres, sino por aumentar sus haberes”.

10. En este caso práctico nos muestra precisamente el Apóstol cómo lo que importa es tener siempre la buena disposición en el corazón (Pr. 4, 23 y nota), pues, habiendo ésta, la ejecución de las buenas obras vendrá en el momento oportuno, cuando Dios nos muestre su voluntad para que las hagamos, ya que es Él mismo quien las prepara (Ef. 2, 10).

13 ss. Esta igualdad es el equilibrio de que habla en el v. 14, según lo confirma en 9, 12 y en Rm. 15, 27, es decir, de manera que “en esta ocasión” los corintios participen de los bienes espirituales de los santos de Jerusalén a quienes ayudan con sus bienes materiales. Claro está que este elevado pensamiento de S. Pablo no impedía, antes bien favorecía una generosidad material tan amplia como libre, según nos muestran los Hechos de los Apóstoles (Hch. 4, 34 s. y notas). Cf. 1 Co. 9, 11; Ga. 6, 6.

15. Véase Ex. 16, 18. Se refiere al maná que caía del cielo en forma que a nadie faltaba y a nadie sobraba. Los que recogían mucho no tenían más que los que recogían poco, por donde se ve que la superabundancia era estéril como la del avaro que se llena de lo que él no puede aprovechar e impide que lo aprovechen los otros. Véase lo que sucedía a este respecto con el mismo maná (Ex. 16, 19 s.) Cf. Si. 27, 1 y nota.

18. Este hermano parece ser S. Lucas, aunque podría tratarse también de Bernabé o Silas, y aun de alguno de los que acompañaban a S. Pablo en Hch. 20, 4. Sobre el v. 19 cf. Hch. 15, 22 s. y notas.

20. En la administración de fondos y limosnas el ministro de Dios debe cuidarse aún de la apariencia de enriquecerse a sí mismo. Por lo cual S. Pablo delega en otros tales funciones.

1. Delicada fórmula que muestra cuánto confía el Apóstol en la fidelidad de los hijos que había engendrado por el Evangelio, lo cual no le impide hablarles con toda franqueza (v. 3 ss.).

2. Acaya: nombre de la provincia cuya capital era Corinto.

7. En 1 Co. 13, 3 ha mostrado el Apóstol que sin el amor nada valen las obras. El que ama da con gusto, porque está deseando dar (Flm. 14; Hb. 13, 17; Si. 35, 11). “Si podéis dar, dad; si no podéis mostraos afables. Dios recompensa la bondad de corazón del que nada tiene que dar. Nadie diga, pues, que no tiene; la caridad no necesita bolsa” (S. Agustín) Cf. 12, 15; Rm. 12, 8 y nota.

8. El mismo Dios nos da, tanto los bienes para la limosna cuanto el deseo de darla. Véase 1, 4 y nota; 8, 16; Ef. 2, 10; Fil. 2, 13.

9. Véase Salmo 111, 9 y nota.

12. La gratitud más agradable a Dios consiste en glorificarle a Él que es el Padre de quien proceden todos los bienes (St. 1, 17). No es cristiana la costumbre de colocar placas recordatorias para honrar a los hombres que han hecho obras de beneficencia, puesto que el honor sólo ha de ser para Dios (Sal. 148, 13 y nota). Por lo demás, lejos de favorecerles se les hace el mayor daño, pues Jesús enseña que el que buscó y aceptó aplauso ya tuvo su recompensa y no tendrá otra (Mt. 6, 1-5).

1. San Pablo se defiende categóricamente contra algunos agitadores, que sembraban desconfianza ridiculizándolo por su fragilidad corporal y lo que llamaban “su lenguaje despreciable” (v. 10), que contrastaba con la elocuencia de su pluma. Véase 11, 6.

4. Aprendamos que no hemos de combatir al mundo con sus propias armas, ni en su propio terreno, sino con las armas espirituales y en el terreno del espíritu. En aquél siempre seremos vencidos, porque en el mundo seguirá dominando Satanás (Jn. 14, 30); en éste venceremos con la omnipotencia de Dios. Véase Fil. 4, 13; Rm. 13, 12; 2 Co. 13, 10; Ef. 6, 13-17.

5. Cautivamos todo pensamiento, empezando por el propio. Cuando el tentador nos presenta la idea de un pecado revestido de toda la belleza que él sabe ponerle, sea de soberbia o de concupiscencia, sentimos que estamos espontáneamente inclinados a dar nuestra aprobación, y sólo la condenamos después de reflexionar que tiene que ser cosa mala, puesto que está prohibida por Dios. Esta experiencia que todos hemos hecho, debería alarmarnos hasta el extremo, pues nos demuestra la debilidad de nuestro entendimiento. Y desde entonces ¿qué fe podemos tenerle, como guía de nuestros actos, a un entendimiento que formula juicios favorables a lo que Dios condena? Por eso S. Pablo nos dice que nos renovemos en el espíritu de nuestra mente (Ef. 4, 23) y seamos transformarlos por la renovación de nuestra mente (Rm. 12, 2), o sea, como aquí dice, cautivando todo pensamiento a la obediencia de Cristo. Entonces podremos ser árbol bueno, y de suyo los frutos serán buenos todos (Mt. 12, 33). Cf. Lc. 6, 44 s.; 11, 13 y 28 y 34. Esto se entiende fácilmente, pues ¿cómo vamos a odiar un acto, mientras lo miramos como cosa deseable? ¿Cómo vamos, por ejemplo, a juzgar con el criterio de la Verdad cristiana una ofensa recibida del prójimo, mientras conservamos nuestra lógica humana, que nos dice que una ofensa necesita reparación porque eso es lo justo?. El mismo Cristo nos está diciendo que lo justo y lo lógico no es eso sino todo lo contrario, es decir, el perdonar una, y siete, y quinientas veces por día a cuantos nos ofendan; y que sólo así podremos pretender que Dios nos perdone nuestras deudas si “nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Para eso el Evangelio nos enseña que necesitamos nada menos que nacer de nuevo (Jn. 3, 3), y S. Pablo no hace sino desarrollar esa doctrina explicándonos que la renovación ha de ser por el conocimiento y según la imagen de Cristo, como Cristo lo es del Padre (Col. 3, 10) y que para poder imitar a Cristo en sus actos es necesario que primero nos pongamos de acuerdo con Él en sus pensamientos, y como Él es signo de Contradicción y opuesto a esa lógica nuestra; nada válido haremos en el orden de la conducta, mientras no hayamos “cautivado todo nuestro pensamiento a la obediencia de Cristo” (véase 1 Co. caps. 1-3).

12. No sin ironía fustiga el Apóstol a ciertos sujetos, cuya única fuerza consistía en ensalzarse a sí mismos.

15. Admirable ejemplo de la comunicación de bienes espirituales. Cf. 1 Co. 12, 2 y nota.

18. Por eso S. Pablo no se preocupa del juicio ajeno, ni tampoco del propio, como lo vimos en 1 Co. 4, 3 ss. y nota.

1. Fatuidad: En sentido irónico les pide que lo dejen hablar de sí mismo como suelen hacer los otros. Bien puede él hacerlo sin ser sospechoso de vanagloria, puesto que tanto les ha probado amarlos con santo celo, con el celo de Dios (v. 2), y que su amor está en vivo contraste con la frialdad de los corintios y con la hipocresía de los falsos apóstoles.

2. A un solo Esposo: es decir, no os busco para mí, sino para Él. Bellísima expresión de fidelidad que hallamos también en boca del Bautista, cuando declara que no es el Esposo, sino simple amigo de Éste (Jn. 3, 28-30). Vemos también aquí, como en el Cantar de los Cantares, que no sólo la Iglesia en su conjunto (Ef. 5, 27 ss.; Ap. 19, 6 ss.), sino también cada alma es personalmente la esposa de Cristo. Cf. 17, 14; 1 Co. 11, 3 y notas.

4 s. Bien lo toleraríais. Es exactamente lo que dice Jesús en Jn. 5, 43 para mostrar que los falsos profetas son mejor recibidos que los verdaderos. Superapóstoles: Claro está que S. Pablo habla con ironía, y no se refiere en manera alguna a Pedro, Santiago y Juan como algunos han pensado, sino a sus jactanciosos adversarios, los falsos apóstoles (v. 13), según lo confirma todo el contexto. Vemos aquí, como en muchos otros pasajes, el gran peligro de apartarse de la primitiva y verdadera tradición apostólica, sobre todo si perdemos la primitiva sencillez propia de Cristo (v. 3), para caer en manos de los falsos apóstoles. Véase la fuerza con que habla de esto en Ga. 1, 6 ss.

9. Aquellos críticos cobraban remuneraciones por el ministerio que ejercían en Corinto, en tanto que Pablo jamás pidió dinero por la predicación del Evangelio, sino que se sustentaba con el trabajo de sus manos (Hch. 20, 34) Cf. 3 Jn. 7.

13 ss. Véase 2 Ts. 2, 7 ss.; 1 Jn. 2, 18; Mt. 7, 15; 1 Tm. 4, 1; 2 Tm. 3, 5; 4, 3 ss.; 11 Pe. 3, 3; Judas 18.

18. Los continuos ataques obligan al Apóstol a hablarles de sí mismo, pero no por vanidad, como sus adversarios, sino para sostener su autoridad apostólica. La continua ironía de su lenguaje, tan ajena a su habitual mansedumbre, muestra cuán a disgusto se ve obligado a descender a tal defensa.

23. Hablo como un loco: S. Pablo extrema el sarcasmo, diciendo que habría que estar loco para afirmar que tales hombres son ministros de Cristo. A continuación añade el Apóstol una impresionante lista de sus aventuras que podría formar un film maravilloso, titulado: el aventurero de Cristo. En los pasajes que citamos más adelante pueden verse muchos de ellos, tan apasionantes, que han tentado la pluma de muchos biógrafos buenos y malos, siendo solamente de lamentar que el interés biográfico y anecdótico, o el de la erudición histórica, hayan primado por lo general sobre el de la admirable doctrina sobrenatural revelada y predicada por el Apóstol y sobre el carácter netamente bíblico del personaje dentro de ese plan de Dios que lo suscita a él solo, sin que forme parte de los Doce (Ga. 2, 7 ss.; Rm. 1, 1 ss.; Ef. 3, 8 ss., etc.), para descubrir los más recónditos arcanos de su eterna misericordia. Cf. 6, 5; Hch. 16, 23; Rm. 3, 36; 1 Co. 15, 30-32.

24. La Ley permitía dar cuarenta azotes, y para no sobrepasar ese número, los judíos por precaución daban solamente 39. Tal era el premio que reciba de los hombres, por los cuales se desvivía haciéndoles el bien. Véase Dt. 25, 3.

25. Véase Hch. 14, 19; 16, 22; 27, 2 y 41.

26 s. Véase por su orden: Hch. 13, 4 ss.; Rm. 15, 9; Ga. 1, 17; Hch. 9, 23; 13, 50; 14, 5; 17, 5; 1 Ts. 2, 15; Hch. 14, 5; 19, 23; 27, 42; Ga. 2, 4; 1 Ts. 2, 9; 2 Ts. 3, 8; 1 Co. 4, 11; Fil. 4, 12.

28. Llama, exteriores las pruebas que le afectan personalmente, y sobrepone a ellas la lucha espiritual en que lo mantiene su celo por las Iglesias y por cada alma.

30. He aquí un pensamiento genuinamente paulino: no gloriarse de las virtudes sino de la flaqueza, porque esto es lo que provoca la misericordia de Dios a ayudarnos. Cf. 12, 9 s. y notas.

32. Etnarca: Gobernador de un distrito o pueblo.

33. S. Pablo nos enseña a no perder, en una estéril muerte, la vida que Dios nos ha dado para glorificarle. Cf. Ap. 2, 10 y nota.

2. S. Pablo habla de sí mismo en tercera persona, para destacar que en tales visiones, todo fue obra de Dios. sin mérito alguno de su parte. El tercer cielo: Los rabinos distinguían tres cielos: el atmosférico, el astral, y el empíreo. S. Pablo se refiere al último, pero entendiéndolo como cielo espiritual, la morada de Dios. Cf. Sal. 113 b, 6 y nota.

7. Un aguijón: más exactamente una espina en la carne. como un dolor prolongado. Algunos entienden que el Apóstol alude a una enfermedad o dolencia física (cf. Ga. 4, 13); otros piensan en la rebeldía de la concupiscencia de la que habla en Rm. 7, 23.

8. Tres veces rogué: Es para que no nos desalentemos en nuestras peticiones. Es lo que Jesús enseña en las parábolas del amigo (Lc. 11, 5 ss.) y de la viuda (Lc. 18, 1-8).

9. En la flaqueza se perfecciona la fuerza: S. Pablo ha entendido bien a Cristo en el misterio de la pequeñez, según el cual Dios da a los débiles y pequeños lo que niega a los grandes y a los fuertes (mejor dicho, a los que se creen tales). Con sumo gusto se niega a sí mismo, para que así, hallándolo bien vacío, pueda llenarlo más totalmente la fuerza del Dios esencialmente poderoso y activo, que sólo desea vernos dispuestos a recibir, para podernos colmar (Sal. 80, 11 y nota). No es otra la doctrina de la vid y los sarmientos (Jn. 15, 1 ss.), según la cual éstos no pueden tener ni una gota de savia que no les venga del tronco, o sea de Cristo, “de cuya plenitud recibimos todos” (Jn. 1, 16).

10. Sobre esta paradoja, que no puede explicarse sino por el misterio de la gracia, véase 4, 16 y nota. De aquí sacó Santa Teresa de Lisieux su célebre y profunda sentencia: “Amad vuestra pequeñez”, idea que parecería tanto más paradójica cuanto que no se trata aquí de la pobreza o humildad en lo material sino de nuestra incapacidad para las grandes virtudes, de nuestra insignificancia y debilidad espiritual, que nos obliga a vivir en permanente reconocimiento de la propia nada y en continua actitud de mendigos delante de Dios. Pero ahí está lo profundo. Porque si Él nos dice, por boca de su Hijo Jesús, que nos quiere niños y no gigantes, no hemos de pretender complacerle en forma distinta de lo que Él quiere, creyendo neciamente que vamos a hacer o a descubrir algo más perfecto que su voluntad. Esta presunción que el mundo ciego suele elogiar llamándola “la tristeza de no ser santo” encierra; como vemos, una total incomprensión del Evangelio.

11. Me volví fatuo: Véase 11, 1 ss. y notas, sobre el sentido de esa insensatez frente a tales falsos apóstoles.

14. No busco los bienes vuestros, sino a vosotros: Cualquiera que ama entenderá esto. Podemos hacer la experiencia de preguntar a una madre, la más ignorante campesina, cuál de sus hijos le da mayor gusto: si el que le da muchos regalos, o el que le dice que ha estado todo el día pensando en ella. No dudará en declarar que se siente mil veces más feliz con este último, que le dedica sus pensamientos, es decir, algo de sí mismo. He aquí por qué María vale más que Marta. Si en cambio hacemos la pregunta a un simple negociante, dirá sin duda que prefiere los regalos a los pensamientos. Por eso el que no ama, no entiende nada de Dios, dice S. Juan, porque Dios es amor (1 Jn. 4, 8). El que no ama, no concibe otra norma que la lógica comercial del “do ut des”. Y eso es precisamente lo que Jesús quiso destruir con el ejemplo de su amor, pagando Él, inocente, para que no pagásemos nosotros, los culpables. Eso es lo que quiso inculcarnos en el sermón de la montaña, cuando impuso como obligatoria la Ley de la caridad, tan distinta de aquella norma de la justicia humana (Mt. 7, 2 y nota). Si bien miramos aquí está sintetizado todo el problema de la espiritualidad. Por lo demás, S. Pablo ha dejado antes bien establecido que, al buscar las almas, no las pretende para él sino para el Esposo. Cf. 11, 2 y nota.

15. Vemos cómo el Apóstol cumplía él mismo lo que nos enseña en 9, 7.

16 s. Contesta a la última y más insolente calumnia. Los falsos doctores decían que si bien el Apóstol no se enriquecía por sí mismo, lo hacía por medio de sus compañeros en el apostolado, Tito y otros, que organizaban la colecta para los pobres de Jerusalén.

1. La Ley de Moisés exigía tres o por lo menos dos testigos, para condenar a un acusado, (Dt. 19, 15; Mt. 18, 16).

4. Nosotros, como miembros suyos, participamos de sus debilidades, de sus abatimientos y penas; mas participaremos también de su poder, y de esto os daremos pruebas muy claras, juzgando y castigando a los incorregibles (Santo Tomás). Cf. 1, 5.

5. Éste es el verdadero examen de conciencia sobre la fe viva, pues sin ella no podremos tener ninguna virtud sobrenatural. El Apóstol insiste en que sea cada uno quien haga tal examen de sí mismo (1 Co. 11, 28 y 31), pues el Espíritu Santo da testimonio a nuestra conciencia sobre nuestra sinceridad (Rm. 9, 1), y las almas no han de ser esclavos en su fe, sino libres (1, 23; 1 Co. 12, 2). ¿O no reconocéis, etc.?: Como enseña el mismo Apóstol, Cristo ha de habitar en nosotros si nuestra fe es verdadera (Ef. 3, 17). Nótese la gravedad con que S. Pablo exige a los cristianos este estado de espíritu, al extremo de agregar las palabras: a no ser que estéis reprobados. Cf. Jn. 14, 20; 17, 26; Rm. 8, 10 y 39; 1 Jn. 5, 20.

8. Véase las notas en 10, 4 y 11, 2; Hb. 11, 36 ss.

9. He aquí uno de esos alardes de la inmensa caridad del Apóstol, que llega a olvidarse totalmente de sí mismo, como en Rm. 9, 3.

10. Para edificar y no para destruir: es decir, que S. Pablo quería adoctrinarlos siempre positivamente, dándoles un mayor conocimiento de Cristo para aumento de su fe y de su caridad, sin verse obligado a interrumpir su enseñanza con reprimendas dolorosas para su corazón de pastor.

13. La comunicación del Espíritu Santo: “El Padre es amor; el Hijo, gracia; el Espíritu Santo, comunicación”; así reza la Antífona del 3er. nocturno en el Oficio de la Santísima Trinidad. Porque Él habitará en nosotros y estará siempre con nosotros (Jn. 14, 16 s.). Sin Él las maravillas del Padre y de Cristo existirían objetivamente, pero fuera de nosotros. No serían nuestras. Antes de la inmolación de Jesús “aun no había Espíritu” (Jn. 7, 39). Él es, pues, la comunicación, la entrega efectiva del bien que nos ganó Cristo. ¿Y cuál es ese bien? La divinidad misma, dice S. Pedro (2 Pe. 1, 4), o sea, todo lo que Él había recibido del Padre: “La gloria que Tú me diste, Yo se la he dado a ellos, para que sean uno como nosotros” (Jn. 17, 22). Y agrega: “Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad” (ibíd. v. 23) y “el amor con que me has amado sea en ellos y Yo en ellos” (ibíd. v. 26). Esto, que Jesús nos conquistó y mereció, es lo que el Espíritu Santo realiza comunicándonos eso que el Padre dio a Jesús: la calidad de hijo (Ef. 1, 5; Jn. 1, 12 s.; Rm. 8, 29; Ga. 4, 4 ss.; 1 Jn. 3, 1 ss.), y su propia gloria que es la máxima promesa (2 Pe. 1, 3-4), con su misma vida eterna (Jn. 17, 2), que algún día poseeremos en cuerpo y alma (Fil. 3, 20 s.; Lc. 21, 28; Rm. 8, 23) y que se nos anticipa en la Comunión (Jn. 6, 57 y nota). ¡Parece mentira que podamos creer estas cosas sin morir de felicidad! Tal es lo que imploramos cada día en el Padrenuestro al pedir el pan supersustancial (Mt. 6, 11 y Lc. 11, 3, texto griego).