1 Corintios

1 CORINTIOS

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PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS

PRÓLOGO

(1, 1-9)

1 Corintios 1

Salutación apostólica.

1 Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano [11650] ,

2 a la Iglesia de Dios en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, santos por vocación, juntamente con todos los que, en cualquier lugar, invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro, de ellos y de nosotros [11651] :

3 gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo.

4 Doy gracias sin cesar a mi Dios por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido dada en Cristo Jesús;

5 por cuanto en todo habéis sido enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento [11652] ,

6 en la medida en que el testimonio de Cristo ha sido confirmado en vosotros.

7 Por tanto no quedáis inferiores en ningún carisma, en tanto que aguardáis la revelación de Nuestro Señor Jesucristo [11653] ;

8 el cual os hará firmes hasta el fin e irreprensibles en el día de Nuestro Señor Jesucristo.

9 Fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor.

I. REFORMAS DE LOS ABUSOS

(1, 10 – 6, 20)

Personalismos.

10 Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya escisiones entre vosotros, sino que viváis perfectamente unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir.

11 Porque me he enterado respecto de vosotros, hermanos míos, por los de Cloe, que entre vosotros hay banderías.

12 Hablo así porque cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, “yo de Apolo”, “yo de Cefas”. “yo de Cristo” [11654] .

13 ¿Acaso Cristo está dividido? ¿Fue Pablo crucificado por vosotros, o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?

14 Gracias doy a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado fuera de Crispo y Cayo;

15 para que nadie diga que fuisteis bautizados en mi nombre.

16 Bauticé también, verdad es, a la familia de Estéfanas; por lo demás, no me acuerdo de haber bautizado a otro alguno.

La locura del Evangelio.

17 Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y eso no mediante sabiduría de palabras, para que no se inutilice la Cruz de Cristo [11655] .

18 La doctrina de la Cruz es, en efecto, locura para los que perecen; pero para nosotros los que somos salvados, es fuerza de Dios.

19 Porque escrito está: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y anularé la prudencia de los prudentes” [11656] .

20 ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de este siglo? ¿No ha trocado Dios en necedad la sabiduría del mundo?

21 Pues en vista de que según la sabiduría de Dios el mundo por su sabiduría no conoció a Dios, plugo a Dios salvar a los que creyesen mediante la necedad de la predicación.

22 Así, pues, los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría;

23 en tanto que nosotros predicamos un Cristo crucificado: para los judíos, escándalo; para los gentiles, insensatez;

24 mas para los que son llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es poder de Dios y sabiduría de Dios.

25 Porque la “insensatez” de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres [11657] .

Divina paradoja.

26 Mirad, por ejemplo, hermanos, la vocación vuestra: no hay (entre vosotros) muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles,

27 sino que Dios ha escogido lo insensato del mundo para confundir a los sabios; y lo débil del mundo ha elegido Dios para confundir a los fuertes;

28 y lo vil del mundo y lo despreciado ha escogido Dios, y aún lo que no es, para destruir lo que es;

29 a fin de que delante de Dios no se gloríe ninguna carne [11658] .

30 Por Él sois (lo que sois) en Cristo Jesús. Él fue hecho por Dios sabiduría, justicia, santificación y redención para nosotros [11659] ,

31 a fin de que, según está escrito, “el que se gloria, gloríese en el Señor” [11660] .

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1 Corintios 2

San Pablo no predica sino a Cristo, y este crucificado.

1 Yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no llegué anunciándoos el testimonio de Dios con superioridad de palabra o de sabiduría [11661] ,

2 porque me propuse no saber entre vosotros otra cosa sino a Jesucristo, y Éste crucificado.

3 Y, efectivamente, llegué a vosotros con debilidad, con temor, y con mucho temblor [11662] .

4 Y mi lenguaje y mi predicación no consistieron en discursos persuasivos de sabiduría (humana), sino en manifestación de Espíritu y de poder [11663] ;

5 para que vuestra fe no se funde en sabiduría de hombres, sino en una fuerza divina.

La verdadera sabiduría es sobrenatural.

6 Predicamos, sí, sabiduría entre los perfectos; pero no sabiduría de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, los cuales caducan,

7 sino que predicamos sabiduría de Dios en misterio, aquella que estaba escondida y que predestinó Dios antes de los siglos para gloria nuestra [11664] ;

8 aquella que ninguno de los príncipes de este siglo ha conocido, pues si la hubiesen conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria [11665] .

9 Pero, según está escrito: “Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, esto tiene Dios preparado para los que le aman” [11666] .

10 Mas a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu, pues el Espíritu escudriña todas las cosas, aun las profundidades de Dios.

11 ¿Quién de entre los hombres conoce lo que hay en un hombre sino el espíritu de ese hombre que está en él? Así también las cosas de Dios nadie llegó a conocerlas sino el Espíritu de Dios [11667] .

12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios; para que apreciemos las cosas que Dios nos ha dado gratuitamente.

13 Estas las predicamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las aprendidas del Espíritu Santo, interpretando las (enseñanzas) espirituales para (hombres) espirituales [11668] ,

14 porque el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, como que para él son una insensatez; ni las puede entender, por cuanto hay que juzgar de ellas espiritualmente [11669] .

15 El (hombre) espiritual, al contrario, lo juzga todo, en tanto que él mismo de nadie es juzgado [11670] .

16 Pues “¿quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor para darle instrucciones?” Nosotros, en cambio, tenemos el sentido de Cristo [11671] .

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1 Corintios 3

Discordias y bandos.

1 Yo, hermanos, no he podido hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo [11672] .

2 Leche os di a beber, no manjar (sólido), porque no erais capaces todavía, y ni aun ahora sois capaces;

3 siendo como sois todavía carnales; puesto que mientras hay entre vosotros celos y discordias ¿no sois acaso carnales y vivís a modo de hombres?

4 Cuando uno dice: “yo soy de Pablo”; y otro: “yo soy de Apolo”, ¿no es que sois hombres?

5 ¿Qué es Apolo? Y ¿qué es Pablo? Servidores, según lo que a cada uno dio el Señor, por medio de los cuales creísteis.

6 Yo planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento.

7 Y así, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento.

8 El que planta y el que riega son lo mismo; y cada uno recibirá su galardón en la medida de su trabajo.

Responsabilidad de los predicadores.

9 Nosotros somos los que trabajamos con Dios; vosotros sois la labranza de Dios, el edificio de Dios [11673] .

10 Según la gracia de Dios que me ha sido dada, yo, cual prudente arquitecto, puse el fundamento, y otro edifica sobre él. Pero mire cada cual cómo edifica sobre él.

11 Porque nadie puede poner otro fundamento, fuera del ya puesto, que es Jesucristo.

12 Si, empero, sobre este fundamento se edifica oro, plata, piedras preciosas, (o bien) madera, heno, paja,

13 la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la descubrirá, pues en fuego será revelado; y el fuego pondrá a prueba cuál sea la obra de cada uno [11674] .

14 Si la obra que uno ha sobreedificado subsistiere, recibirá galardón [11675] ;

15 si la obra de uno fuere consumida, sufrirá daño; él mismo empero se salvará, mas como a través del fuego [11676] .

16 ¿No sabéis acaso que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?

17 Si alguno destruyere el templo de Dios, le destruirá Dios a él; porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros [11677] .

La sabiduría del mundo es locura ante Dios.

18 Nadie se engañe a sí mismo. Si alguno entre vosotros cree ser sabio en este siglo, hágase necio para hacerse sabio.

19 Porque la sabiduría de este mundo es necedad para Dios. Pues escrito está: “Él prende a los sabios en su misma astucia” [11678] .

20 Y otra vez: “El Señor conoce los razonamiento de los sabios, que son vanos” [11679] .

21 Así pues, que nadie ponga su gloria en los hombres. Porque todo es ciertamente vuestro;

22 sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro [11680] ,

23 mas vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios [11681] .

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1 Corintios 4

Los apóstoles son siervos de Cristo.

1 Así es preciso que los hombres nos miren: como a siervos de Cristo y distribuidores de los misterios de Dios [11682] .

2 Ahora bien, lo que se requiere en los distribuidores es hallar que uno sea fiel.

3 En cuanto a mí, muy poco me importa ser juzgado por vosotros o por tribunal humano; pero tampoco me juzgo a mí mismo [11683] .

4 Pues aunque de nada me acusa la conciencia, no por esto estoy justificado. El que me juzga es el Señor.

5 Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor; el cual sacará a luz los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones, y entonces a cada uno le vendrá de Dios su alabanza.

Los apóstoles son “basura del mundo”.

6 Estas cosas, hermanos, las he aplicado figuradamente a mí mismo y a Apolo, por vuestra causa; para que aprendáis en nosotros a “no ir más allá de lo escrito”; para que no os infléis de orgullo como partidarios del uno en perjuicio del otro.

7 Porque ¿quién es el que te hace distinguirte? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste ¿de qué te jactas, como si no lo hubieses recibido? [11684]

8 Ya estáis hartos; ya estáis ricos; sin nosotros habéis llegado a reinar… y ¡ojalá que reinaseis, para que nosotros también reinásemos con vosotros! [11685]

9 Pues creo que Dios, a nosotros los apóstoles, nos exhibió como los últimos (de todos), como destinados a muerte; porque hemos venido a ser espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres [11686] .

10 Nosotros somos insensatos por Cristo, mas vosotros, sabios en Cristo; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros gloriosos, nosotros despreciados [11687] .

11 Hasta la hora presente sufrimos hambre y sed, andamos desnudos, y somos abofeteados, y no tenemos domicilio.

12 Nos afanamos trabajando con nuestras manos; afrentados, bendecimos; perseguidos, sufrimos [11688] ;

13 infamados, rogamos; hemos venido a ser como la basura del mundo, y el desecho de todos, hasta el día de hoy.

Predicar es engendrar en el Evangelio.

14 No escribo estas líneas para avergonzaros, sino que os amonesto como a hijos míos queridos.

15 Pues aunque tuvierais diez mil pedagogos en Cristo, no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús os engendré yo por medio del Evangelio [11689] .

16 Por lo cual, os ruego, haceos imitadores míos como yo de Cristo.

17 Por eso mismo os envié a Timoteo, el cual es mi hijo querido y fiel en el Señor. Él os recordará mis caminos en Cristo, según lo que por doquier enseño en todas las Iglesias [11690] .

18 Algunos se han engreído, como si yo no hubiese ya de volver a vosotros.

19 Mas he de ir, y pronto si el Señor quiere; y conoceré, no las palabras de esos hinchados, sino su fuerza [11691] .

20 Pues no en palabras consiste el reino de Dios, sino en fuerza.

21 ¿Qué queréis? ¿Que vaya a vosotros con la vara, o con amor y con espíritu de mansedumbre?

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1 Corintios 5

Excomunión de un incestuoso.

1 Es ya del dominio público que entre vosotros hay fornicación, y fornicación tal, cual ni siquiera entre los gentiles, a saber: que uno tenga la mujer de su padre [11692] .

2 Y vosotros estáis engreídos, en vez de andar de luto, para que sea quitado de en medio de vosotros el que tal hizo.

3 Pero yo, aunque ausente en cuerpo, mas presente en espíritu, he juzgado, como si estuviese presente, al que tal hizo.

4 Congregados en el nombre de nuestro Señor Jesús vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús,

5 sea entregado ese tal a Satanás, para destrucción de su carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús [11693] .

6 No es bueno que os jactéis así. ¿Acaso no sabéis que poca levadura pudre toda la masa? [11694]

7 Expurgad la vieja levadura, para que seáis una masa nueva, así como sois ázimos porque ya nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada [11695] .

8 Festejemos, pues, no con levadura añeja ni con levadura de malicia y de maldad, sino con ázimos de sinceridad y de verdad.

Los escandalosos que se llaman hermanos.

9 Os escribí en la carta que no tuvieseis trato con los fornicarios [11696] .

10 No digo con los fornicarios de este mundo en general, o con los avaros, ladrones o idólatras, pues entonces tendríais que salir del mundo.

11 Mas lo que ahora os escribo es que no tengáis trato con ninguno que, llamándose hermano, sea fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con ese tal ni siquiera toméis bocado [11697] .

12 pues ¿qué tengo yo que juzgar a los de afuera? ¿No es a los de adentro a quienes habéis de juzgar? [11698]

13 A los que son de afuera los juzgará Dios: “Quitad al malvado de en medio de vosotros”.

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1 Corintios 6

No haya pleitos entre cristianos, y menos ante jueces paganos.

1 ¿Se atreve alguno de vosotros, si tiene pleito con otro, a acudir a juicio ante los inicuos, y no ante los santos? [11699]

2 ¿No sabéis acaso que los santos juzgarán al mundo? Y si por vosotros el mundo ha de ser juzgado, ¿sois acaso indignos de juzgar las cosas más pequeñas? [11700]

3 ¿No sabéis que juzgaremos a ángeles? ¡Cuánto más unas cosas temporales!

4 Cuando tenéis pleitos sobre negocios temporales, tomad por jueces a los más despreciables de la Iglesia [11701] .

5 Para vuestra confusión os lo digo. ¿O es que acaso entre vosotros no hay ningún sabio, capaz de juzgar entre hermanos,

6 sino que hermano contra hermano pleitea, y esto ante infieles?

7 Ahora bien, si ya es una mancha en vosotros el que tengáis pleitos unos con otros ¿por qué más bien no soportáis la injusticia? ¿Por qué antes no os dejáis despojar? [11702]

8 Pero sois vosotros los que hacéis injusticia y despojáis, y eso a hermanos [11703] .

9 ¿No sabéis que los inicuos no heredarán el reino de Dios? No os hagáis ilusiones. Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas,

10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios.

11 Tales erais algunos; mas habéis sido lavados, mas habéis sido santificados, mas habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios [11704] .

La castidad cristiana.

12 “Todo me es lícito”; pero no todo conviene. “Todo me es lícito”; pero yo no dejaré que nada me domine.

13 “Los alimentos son para el vientre y el vientre para los alimentos”; pero Dios destruirá el uno y los otros. En tanto que el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo [11705] .

14 Y Dios, así como resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder.

15 ¿No sabéis acaso que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré pues los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una ramera? Tal cosa ¡jamás!

16 ¿Ignoráis que quien se junta con una ramera, un cuerpo es (con ella) porque dice (la Escritura): “Los dos serán una carne”?

17 Pero quien se allega al Señor, un mismo espíritu es (con Él) [11706] .

18 Huid, pues, la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre, queda fuera del cuerpo, mas el que fornica, contra su mismo cuerpo peca.

19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis a vosotros? [11707]

20 Porque fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo [11708] .

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II. RESPUESTAS A VARIAS PREGUNTAS

(7, 1 – 15, 58)

A. MATRIMONIO Y VIRGINIDAD

(7, 1-40)

1 Corintios 7

El matrimonio.

1 En cuanto a las cosas que escribisteis, bueno es al hombre no tocar mujer.

2 Mas para evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer, y cada una su marido.

3 El marido pague a la mujer el débito, y así mismo la mujer al marido [11709] .

4 La mujer no tiene potestad sobre su cuerpo, sino el marido; e igualmente, el marido no tiene potestad sobre su cuerpo, sino la mujer [11710] .

5 No os privéis recíprocamente, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para entregaros a la oración; y después volved a cohabitar, no sea que os tiente Satanás por medio de vuestra incontinencia [11711] .

6 Esto lo digo por condescendencia, no como precepto.

7 Quisiera que todos los hombres fuesen así como yo, mas cada uno tiene de Dios su propio don, quien de una manera, y quien de otra.

8 Digo, empero, a los que no están casados y a las viudas: bueno les es si permanecen así como yo.

9 Mas si no guardan continencia, cásense; pues mejor es casarse que abrasarse [11712] .

Matrimonios entre cristianos y paganos.

10 A los casados ordeno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe de su marido [11713] ;

11 y que aun cuando se separare, permanezca sin casarse, o se reconcilie con su marido; y que el marido no despida a su mujer.

12 A los demás digo yo, no el Señor; si algún hermano tiene mujer infiel, y ésta consiente en habitar con él, no la despida [11714] .

13 Y la mujer que tiene marido infiel, y éste consiente en habitar con ella, no abandone ella a su marido.

14 Porque el marido infiel es santificado por la mujer, y la mujer infiel es santificada por el hermano; de lo contrario vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos [11715] .

15 Mas si la parte infiel se separa, sepárese; en tal caso no está sujeto a servidumbre el hermano o la hermana; pues Dios nos ha llamado a la paz.

16 Porque (de lo contrario) ¿sabes tú, mujer, si salvarías a tu marido? ¿O sabes tú, marido, si salvarías a tu mujer? [11716]

Cada cual permanezca en su estado.

17 Cada cual, según el Señor le ha dado, y según Dios le ha llamado, así ande. Esto es lo que establezco en todas las Iglesias.

18 ¿Ha sido llamado alguno siendo circunciso? No se haga incircunciso. ¿Fue uno llamado incircunciso? No se circuncide [11717] .

19 Nada es la circuncisión, y nada la incircuncisión; sino el guardar los mandamientos de Dios.

20 Cada cual persevere en el estado en que fue llamado.

21 ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; antes bien, saca provecho de eso, aun cuando pudieses hacerte libre [11718] .

22 Porque el que fue llamado en el Señor, siendo esclavo, liberto es del Señor; así también el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo.

23 Comprados habéis sido por un precio (grande); no os hagáis esclavos de los hombres [11719] .

24 Hermanos, cada uno permanezca ante Dios en la condición en que fue llamado.

Ventajas de la virginidad.

25 Respecto de las vírgenes, no tengo precepto del Señor; pero doy mi parecer, como quien ha alcanzado la misericordia del Señor para ser fiel [11720] .

26 Juzgo, pues, que en vista de la inminente tribulación, es bueno para el hombre quedar como está [11721] .

27 ¿Estás atado a mujer? No busques desatarte. ¿Estás desatado de mujer? No busques mujer.

28 Si te casares, no pecas; y si la doncella se casare no peca. Pero estos tales sufrirán en su carne tribulaciones, que yo quiero ahorraros.

29 Lo que quiero decir, hermanos, es esto: el tiempo es limitado [11722] ; resta, pues, que los que tienen mujeres vivan como si no las tuviesen;

30 y los que lloran, como si no llorasen; y los que se regocijan, tomó si no se regocijasen; y los que compran, como si no poseyesen;

31 y los que usan del mundo, como si no usasen, porque la apariencia de este mundo pasa [11723] .

32 Mi deseo es que viváis sin preocupaciones. El que no es casado anda solícito en las cosas del Señor, por cómo agradar al Señor;

33 mas el que es casado, anda solícito en las cosas del mundo (buscando), cómo agradar a su mujer, y está dividido [11724] .

34 La mujer sin marido y la doncella piensan en las cosas del Señor, para ser santas en cuerpo y espíritu; mas la casada piensa en las cosas del mundo (buscando), cómo agradar a su marido.

35 Esto lo digo para vuestro provecho; no para tenderos un lazo, sino en orden a lo que más conviene y os une mejor al Señor, sin distracción.

36 Pero si alguno teme deshonor por causa de su (hija) doncella, si pasa la flor de la edad y si es preciso obrar así, haga lo que quiera; no peca. Que se casen.

37 Mas el que se mantiene firme en su corazón y no se ve forzado, sino que es dueño de su voluntad y en su corazón ha determinado guardar a su doncella, hará bien.

38 Quien, pues, case a su doncella, hará bien; mas el que no la casa, hará mejor.

Las viudas.

39 La mujer está ligada todo el tiempo que viva su marido; mas si muriere el marido, queda libre para casarse con quien quiera; sólo que sea en el Señor [11725] .

40 Sin embargo, será más feliz si permaneciere así, según el parecer mío, y creo tener también yo espíritu de Dios [11726] .

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B. ¿ES LÍCITO COMER DE LOS MANJARES CONSAGRADOS A LOS ÍDOLOS?

(8, 1 – 10, 33)

1 Corintios 8

No hay impureza en comer carnes ofrecidas a los ídolos.

1 En cuanto a las carnes ofrecidas a los ídolos, sabemos que todos tenemos ciencia. Pero la ciencia infla, en tanto que la caridad edifica [11727] .

2 Si alguno se imagina que sabe algo, nada sabe todavía como se debe saber [11728] .

3 Pero si uno ama a Dios, ése es de Él conocido.

4 Ahora bien, respecto del comer las carnes ofrecidas a los ídolos, sabemos que ningún ídolo en el mundo existe (realmente), y que no hay Dios sino Uno.

5 Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, sea en la tierra –de esta clase hay muchos “dioses” y “señores”–.

6 Mas para nosotros no hay sino un solo Dios, el Padre, de quien vienen todas las cosas, y para quien somos nosotros; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas, y por quien somos nosotros [11729] .

No escandalizar a los débiles.

7 Mas no en todos hay esta ciencia; sino que algunos, acostumbrados hasta ahora a los ídolos, comen esas carnes como ofrecidas antes a los ídolos, y su conciencia, débil como es, queda contaminada [11730] .

8 Pero no es el alimento lo que nos recomienda a Dios; ni somos menos si no comemos, ni somos más si comemos.

9 Cuidad, empero de que esta libertad vuestra no sirva de tropiezo para los débiles [11731] .

10 Pues si alguno te viere a ti, que tienes ciencia, sentado a la mesa en lugar idolátrico, ¿no será inducida su conciencia, débil como es, a comer de las carnes ofrecidas a los ídolos?

11 Y así por tu ciencia perece el débil, el hermano por quien Cristo murió.

12 Pecando de esta manera contra los hermanos, e hiriendo su conciencia que es flaca, contra Cristo pecáis [11732] .

13 Por lo cual, si el manjar escandaliza a mi hermano, no comeré yo carne nunca jamás, para no escandalizar a mi hermano.

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1 Corintios 9

El ejemplo del apóstol.

1 ¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿No he visto a Jesús nuestro Señor? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor? [11733]

2 Si para otros no soy apóstol, a lo menos para vosotros lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor.

3 Esta es mi defensa contra los que me juzgan.

4 ¿No tenemos acaso derecho a comer y beber?

5 ¿No tenemos derecho de llevar con nosotros una hermana, una mujer, como los demás apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? [11734]

6 ¿O es que sólo yo y Bernabé no tenemos derecho a no trabajar? [11735]

7 ¿Quién jamás sirve en la milicia a sus propias expensas? ¿Quién planta una viña y no come su fruto? ¿O quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño?

8 ¿Por ventura digo esto según el sentir de los hombres? ¿No lo dice también la Ley?

9 Pues escrito está en la Ley de Moisés: “No pondrás bozal al buey que trilla”. ¿Es que Dios se ocupa (aquí) de los bueyes? [11736]

10 ¿O lo dice principalmente por nosotros? Sí, porque a causa de nosotros fue escrito que el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla, con esperanza de tener su parte.

11 Si nosotros hemos sembrado en vosotros los bienes espirituales ¿será mucho que recojamos de vosotros cosas temporales? [11737]

12 Si otros tienen este derecho sobre vosotros ¿no con más razón nosotros? Sin embargo, no hemos hecho uso de este derecho; antes bien, todo lo sufrimos, para no poner obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.

13 ¿No sabéis que los que desempeñan funciones sagradas, viven del Templo, y los que sirven al altar, del altar participan? [11738]

14 Así también ha ordenado el Señor que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio [11739] .

El apóstol no hace uso de sus derechos.

15 Yo, por mi parte, no me he aprovechado de nada de eso; ni escribo esto para que se haga así conmigo; porque mejor me fuera morir antes que nadie me prive de esta mi gloria [11740] .

16 Porque si predico el Evangelio no tengo ninguna gloria, ya que me incumbe hacerlo por necesidad; pues ¡ay de mí, si no predicare el Evangelio! [11741]

17 Si hago esto voluntariamente tengo galardón; mas si por fuerza (para eso) me ha sido confiada mayordomía.

18 ¿Cuál es pues mi galardón? Que predicando el Evangelio hago sin cargo el Evangelio, por no (exponerme a) abusar de mi potestad en el Evangelio.

19 Porque libre de todos, a todos me esclavicé, por ganar un mayor número.

20 Y me hice: para los judíos como judío, por ganar a los judíos; para los que están bajo la Ley, como sometido a la Ley, no estando yo bajo la Ley, por ganar a los que están bajo la Ley;

21 para los que están fuera de la Ley, como si estuviera yo fuera de la Ley –aunque no estoy fuera de la Ley de Dios, sino bajo la Ley de Cristo– por ganar a los que están sin Ley,

22 Con los débiles me hice débil, por ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para de todos modos salvar a algunos [11742] .

23 Todo lo hago por el Evangelio, para tener parte en él.

24 ¿No sabéis que en el estadio los corredores corren todos, pero uno solo recibe el premio? Corred, pues, de tal modo que lo alcancéis [11743] .

25 Y todo el que entra en la liza se modera en todo; ellos para ganar una corona corruptible, y nosotros, en cambio, por una incorruptible [11744] .

26 Yo, por tanto, corro así, no como al azar; así lucho, no como quien hiere el aire;

27 sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo predicado a los demás, yo mismo resulte descalificado [11745] .

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1 Corintios 10

La idolatría en la historia del pueblo de Israel.

1 No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos debajo de la nube, y todos pasaron por el mar [11746] ;

2 y todos en orden a Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar;

3 y todos comieron el mismo manjar espiritual,

4 y todos bebieron la misma bebida espiritual, puesto que bebían de una piedra espiritual que les iba siguiendo, y la piedra era Cristo [11747] .

5 Con todo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios, pues fueron tendidos en el desierto [11748] .

6 Estas cosas sucedieron como figuras para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo como ellos codiciaron [11749] .

7 No seáis, pues, idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: “Sentóse el pueblo a comer y a beber, y se levantaron para danzar” [11750] .

8 No cometamos, pues, fornicación, como algunos de ellos la cometieron y cayeron en un solo día veintitrés mil [11751] .

9 No tentemos, pues, al Señor, como algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes [11752] .

10 No murmuréis, pues, como algunos de ellos murmuraron y perecieron a manos del Exterminador.

11 Todo esto les sucedió a ellos en figura, y fue escrito para amonestación de nosotros para quienes ha venido el fin de las edades [11753] .

12 Por tanto, el que cree estar en pie, cuide de no caer [11754] .

13 No nos ha sobrevenido tentación que no sea humana; y Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que aun junto a la tentación preparará la salida, para que podáis sobrellevarla [11755] .

Los ídolos y la mesa del Señor.

14 Por lo cual, amados míos, huid de la idolatría [11756] .

15 Os hablo como a prudentes; juzgad vosotros mismos de lo que os digo:

16 El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? [11757]

17 Dado que uno es el pan, un cuerpo somos los muchos; pues todos participamos del único Pan.

18 Mirad al Israel según la carne. ¿Acaso los que comen de las víctimas no entran en comunión con el altar?

19 ¿Qué es, pues, lo que digo? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? ¿O que el ídolo es algo?

20 Al contrario, digo que lo que inmolan [los gentiles], a los demonios lo inmolan, y no a Dios, y no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios.

21 No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios [11758] .

22 ¿O es que queremos provocar a celos al Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?

La norma en todo es: dar gloria a Dios.

23 “Todo es lícito”: pero no todo conviene. “Todo es lícito”; pero no todo edifica [11759] .

24 Ninguno mire por lo propio sino por lo del prójimo [11760] .

25 De todo lo que se vende en el mercado, comed sin inquirir nada por motivos de conciencia [11761] ;

26 porque “del Señor es la tierra y cuanto ella contiene” [11762] .

27 Si os convida alguno de los infieles y aceptáis, comed de cuanto os pongan delante, sin inquirir nada por motivos de conciencia.

28 Mas si alguno os dijere: “esto fue inmolado”, no comáis, en atención a aquel que lo señaló, y por la conciencia.

29 Por la conciencia digo, no la propia, sino la del otro. Mas ¿por qué ha de ser juzgada mi libertad por conciencia ajena?

30 Si yo tomo mi parte con acción de gracias ¿por qué he de ser censurado por aquello mismo de que doy gracias?

31 Por lo cual, ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, todo habéis de hacerlo para gloria de Dios [11763] ,

32 y no seáis ocasión de escándalo, ni para los judíos, ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios;

33 así como yo también en todo procuro complacer a todos, no buscando mi propio provecho, sino el de todos para que se salven.

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C. REGLAS PRÁCTICAS PARA LAS ASAMBLEAS CRISTIANAS

(11, 1-34)

1 Corintios 11

La mujer en la Iglesia.

1 Sed imitadores míos tal cual soy yo de Cristo [11764] .

2 Os alabo de que en todas las cosas os acordéis de mí, y de que observéis las tradiciones conforme os las he transmitido.

3 Mas quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, y el varón, cabeza de la mujer, y Dios, cabeza de Cristo [11765] .

4 Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza.

5 Mas toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza; porque es lo mismo que si estuviera rapada [11766] .

6 Por donde si una mujer no se cubre, que se rape también; mas si es vergüenza para la mujer cortarse el pelo o raparse, que se cubra.

7 El hombre, al contrario, no debe cubrirse la cabeza, porque es imagen y gloria de Dios; más la mujer es gloria del varón [11767] .

8 Pues no procede el varón de la mujer, sino la mujer del varón;

9 como tampoco fue creado el varón por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón.

10 Por tanto, debe la mujer llevar sobre su cabeza (la señal de estar bajo) autoridad, por causa de los ángeles [11768] .

11 Con todo, en el Señor, el varón no es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.

12 Pues como la mujer procede del varón, así también el varón (nace) por medio de la mujer; mas todas las cosas son de Dios.

13 Juzgad por vosotros mismos: ¿Es cosa decorosa que una mujer ore a Dios sin cubrirse?

14 ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre deja crecer la cabellera, es deshonra para él?

15 Mas si la mujer deja crecer la cabellera es honra para ella; porque la cabellera le es dada a manera de velo.

16 Si, con todo eso, alguno quiere disputar, sepa que nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco las Iglesias de Dios.

Los ágapes y la Eucaristía.

17 Entretanto, al intimaros esto, no alabo el que vuestras reuniones no sean para bien sino para daño vuestro [11769] .

18 Pues, en primer lugar, oigo que al reuniros en la Iglesia hay escisiones entre vosotros; y en parte lo creo.

19 Porque menester es que haya entre vosotros facciones para que se manifieste entre vosotros cuáles sean los probados [11770] .

20 Ahora, pues, cuando os reunís en un mismo lugar, no es para comer la Cena del Señor;

21 porque cada cual, al comenzar la cena, toma primero sus propias provisiones, y sucede que uno tiene hambre mientras otro está ebrio.

22 ¿Acaso no tenéis casas para comer y beber? ¿O es que despreciáis la Iglesia de Dios, y avergonzáis a los que nada tienen? ¿Qué os diré? ¿He de alabaros? En esto no alabo.

23 Porque yo he recibido del Señor lo que también he transmitido a vosotros: que el Señor Jesús la misma noche en que fue entregado, tomó pan [11771] ;

24 y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Este es mi cuerpo, el (entregado) por vosotros. Esto haced en memoria mía.

25 Y de la misma manera (tomó) el cáliz, después de cenar, y dijo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; esto haced cuantas veces bebáis, para memoria de Mí.

26 Porque cuantas veces comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga [11772] .

27 De modo que quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor [11773] .

28 Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz [11774] ;

29 porque el que come y bebe, no haciendo distinción del Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia condenación.

30 Por esto hay entre vosotros muchos débiles y enfermos, y muchos que mueren [11775] .

31 Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados.

32 Mas siendo juzgados por el Señor, somos corregidos para no ser condenados con el mundo.

33 Por lo cual, hermanos míos, cuando os juntéis para comer, aguardaos los unos a los otros.

34 Si alguno tiene hambre, coma en su casa a fin de que no os reunáis para condenación. Cuando yo vaya arreglaré lo demás.

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D. LOS DONES ESPIRITUALES Y SU USO

(12, 1 – 14, 40)

1 Corintios 12

Los dones espirituales.

1 En orden a las cosas espirituales no quiero, hermanos, que seáis ignorantes [11776] .

2 Bien sabéis que cuando erais gentiles se os arrastraba de cualquier modo en pos de los ídolos mudos [11777] .

3 Os hago saber, pues, que nadie que hable en el Espíritu de Dios, dice: “anatema sea Jesús”; y ninguno puede exclamar: “Jesús es el Señor”, si no es en Espíritu Santo [11778] .

4 Hay diversidad de dones, mas el Espíritu es uno mismo [11779] ,

5 y hay diversidad de ministerios, mas el Señor es uno mismo;

6 y hay diversidad de operaciones, mas el mismo Dios es el que las obra todas ellas en todos.

7 A cada uno, empero, se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien (común) [11780] .

8 Porque a uno, por medio del Espíritu, se le otorga palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia, según el mismo Espíritu [11781] ;

9 a otro, en el mismo Espíritu, fe; a otro, dones de curaciones, en el único Espíritu [11782] ;

10 a otro, operaciones de milagros; a otro, profecía; a otro, discreción de espíritus; a otro, variedad de lenguas; a otro, interpretación de lenguas.

11 Pero todas estas cosas las obra el mismo y único Espíritu, repartiendo a cada cual según quiere [11783] .

Unidad del cuerpo místico en la diversidad de sus miembros.

12 Porque así como el cuerpo es uno, mas tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, forman un mismo cuerpo, así también Cristo [11784] .

13 Pues todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu, para ser un solo cuerpo, ya judíos, ya griegos, ya esclavos, ya libres; y a todos se nos dio a beber un mismo Espíritu.

14 Dado que el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.

15 Si dijere el pie: porque no soy mano, no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo.

16 Y si dijere el oído: porque no soy ojo, no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del cuerpo.

17 Si todo el cuerpo fuera ojo ¿dónde estaría el oído? Si todo él fuera oído ¿dónde estaría el olfato?

18 Mas ahora Dios ha dispuesto los miembros, cada uno de ellos en el cuerpo, como Él ha querido.

19 y si todos fueran un mismo miembro ¿dónde estaría el cuerpo?

20 Mas ahora son muchos los miembros, pero uno solo el cuerpo.

21 Ni puede el ojo decir a la mano: no te necesito; ni tampoco la cabeza a los pies: no tengo necesidad de vosotros.

22 Muy al contrario, aquellos miembros que parecen ser más débiles, son los más necesarios;

23 y los que reputamos más viles en el cuerpo, los rodeamos con más abundante honra; y nuestras partes indecorosas, las tratamos con mayor decoro [11785] ,

24 en tanto que nuestras partes honestas no tienen necesidad de ello; mas Dios combinó el cuerpo, de manera de dar decencia mayor a lo que menos la tenía;

25 para que no haya disensión en el cuerpo, sino que los miembros tengan el mismo cuidado los unos por los otros [11786] .

26 Por donde si un miembro sufre, sufren con él todos los miembros; y si un miembro es honrado, se regocijan con él todos los miembros.

27 Vosotros sois, pues, cuerpo de Cristo y miembros (cada uno) en parte [11787] .

28 Y a unos puso Dios en la Iglesia, primero apóstoles, segundo profetas, tercero doctores, a otros les dio el don de milagros, de curaciones, auxilios, gobiernos y variedades de lenguas.

29 ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos doctores? ¿Son todos obradores de milagros?

30 ¿Tienen todos dones de curaciones? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Son todos intérpretes?

31 Aspirad a los dones más grandes. Pero os voy a mostrar todavía un camino más excelente [11788] .

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1 Corintios 13

Tratado de la caridad.

1 Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe [11789] .

2 Y aunque tenga (don de) profecía, y sepa todos los misterios, y toda la ciencia, y tenga toda la fe en forma que traslade montañas, si no tengo amor, nada soy [11790] .

3 Y si repartiese mi hacienda toda, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, mas no tengo caridad, nada me aprovecha [11791] .

4 El amor es paciente; el amor es benigno, sin envidia; el amor no es jactancioso, no se engríe;

5 no hace nada que no sea conveniente, no busca lo suyo [11792] , no se irrita, no piensa mal;

6 no se regocija en la injusticia, antes se regocija con la verdad;

7 todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta [11793] .

8 El amor nunca se acaba; en cambio, las profecías terminarán, las lenguas cesarán, la ciencia tendrá su fin.

9 Porque (sólo) en parte conocemos, y en parte profetizamos;

10 mas cuando llegue lo perfecto, entonces lo parcial se acabará.

11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; mas cuando llegué a ser hombre, me deshice de las cosas de niño.

12 Porque ahora miramos en un enigma, a través de un espejo; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, entonces conoceré plenamente de la manera en que también fui conocido [11794] .

13 Al presente permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; mas la mayor de ellas es la caridad [11795] .

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1 Corintios 14

Don de lenguas y don de profecía.

1 Aspirad al amor. Anhelad también los dones espirituales, particularmente el de profecía [11796] .

2 Porque el que habla en lenguas, no habla a los hombres sino a Dios, pues nadie le entiende, porque habla en espíritu misterios [11797] .

3 Mas el que profetiza, habla a los hombres para edificación y exhortación y consuelo.

4 El que habla en lenguas, se edifica a sí mismo; mas el que profetiza, edifica a la Iglesia.

5 Deseo que todos vosotros habléis en lenguas, pero más aún que profeticéis; porque mayor es el que profetiza que quien habla en lenguas, a no ser que también interprete, para que la Iglesia reciba edificación.

6 Ahora bien, hermanos, si yo fuera a vosotros hablando en lenguas ¿qué os aprovecharía si no os hablase por revelación, o con ciencia, o con profecía, o con enseñanza?

7 Aun las cosas inanimadas que producen sonido, como la flauta o la cítara, si no dan voces distinguibles ¿cómo se sabrá qué es lo que se toca con la flauta y qué con la cítara?

8 Así también si la trompeta diera un sonido confuso ¿quién se prepararía para la batalla?

9 De la misma manera vosotros, si con la lengua no proferís palabras inteligibles, ¿cómo se conocerá lo que decís? Pues estáis hablando al aire.

10 Por numerosos que sean tal vez en el mundo los diversos sonidos, nada hay, empero, que no sea una voz (inteligible) [11798] .

11 Si, pues, el valor del sonido es para mí ininteligible, será para el que habla un bárbaro, y el que habla un bárbaro para mí [11799] .

12 Así también vosotros, ya que anheláis dones espirituales, procurad tenerlos abundantemente para edificación de la Iglesia.

El don de lenguas requiere interpretación.

13 Por lo cual, el que habla en lenguas, ruegue poder interpretar.

14 Porque si hago oración en lenguas, mi espíritu ora, pero mi mente queda sin fruto.

15 ¿Qué haré pues? Oraré con el espíritu, mas oraré también con la mente; cantaré con el espíritu, mas cantaré también con la mente.

16 De lo contrario, si tú bendices sólo con el espíritu ¿cómo al fin de tu acción de gracias el simple fiel dirá el Amén? puesto que no entiende lo que tú dices [11800] .

17 Tú, en verdad, das bien las gracias, mas el otro no se edifica.

18 Gracias doy a Dios de que sé hablar en lenguas más que todos vosotros;

19 pero en la Iglesia quiero más bien hablar cinco palabras con mi inteligencia, para instruir también a otros, que diez mil palabras en lenguas [11801] .

20 Hermanos, no seáis niños en inteligencia; sed, sí, niños en la malicia; mas en la inteligencia sed hombres acabados.

21 En la Ley está escrito: “En lenguas extrañas, y por otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor”.

22 De manera que el don de lenguas es para señal, no a los creyentes, sino a los que no creen; mas la profecía no es para los incrédulos, sino para los creyentes.

23 Si, pues, toda la Iglesia está congregada, y todos hablan en lenguas, y entran hombres sencillos o que no creen ¿no dirán que estáis locos?

24 Si en cambio todos profetizan, y entra un incrédulo o un hombre sencillo, es por todos convencido y juzgado por todos.

25 Los secretos de su corazón se hacen manifiestos; y así, cayendo sobre su rostro, adorará a Dios, confesando que realmente Dios está en medio de vosotros.

El modo de usar los carismas de cada uno.

26 ¿Qué hacer, hermanos? Pues cuando os reunís, cada uno tiene un salmo, o una enseñanza, o una revelación, o don de lenguas, o interpretación. Hágase todo para edificación [11802] .

27 Si alguno habla en lenguas, que sean dos, o cuando mucho, tres, y por turno; y que uno interprete.

28 Pero si no hay intérprete, calle en la Iglesia, y hable consigo y con Dios.

29 Cuanto a los profetas, hablen dos o tres, y los otros juzguen.

30 Mas si algo fuere revelado a otro que está sentado, cállese el primero.

31 Porque podéis profetizar todos, uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean consolados;

32 pues los espíritus de los profetas obedecen a los profetas [11803] ,

33 puesto que Dios no es Dios de desorden, sino de paz. Como en todas las Iglesias de los santos,

34 las mujeres guarden silencio en las asambleas; porque no les compete hablar, sino estar sujetas, como también lo dice la Ley.

35 Y si desean aprender algo, pregunten a sus maridos en casa; porque es cosa indecorosa para la mujer hablar en asamblea [11804] .

36 ¿O es que la Palabra de Dios tuvo su origen en vosotros, o ha llegado sólo a vosotros? [11805]

37 Si alguno piensa que es profeta o que es espiritual, reconozca que lo que os escribo es precepto del Señor.

38 Mas si alguno lo desconoce, será desconocido él.

39 Así que, hermanos míos, aspirad a la profecía, y en cuanto al hablar en lenguas, no lo impidáis.

40 Hágase, pues, todo honestamente y por orden.

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E. LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS

(15, 1-58)

1 Corintios 15

El hecho de la resurrección de Cristo.

1 Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis [11806] ,

2 y por el cual os salváis, si lo retenéis en los términos que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano.

3 Porque os trasmití ante todo lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;

4 y que fue sepultado; y que fue resucitado al tercer día, conforme a las Escrituras;

5 y que se apareció a Cefas, y después a los Doce [11807] .

6 Luego fue visto por más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales la mayor parte viven hasta ahora; mas algunos murieron ya.

7 Posteriormente se apareció a Santiago, y luego a todos los, apóstoles.

8 Y al último de todos, como al abortivo, se me apareció también a mí.

9 Porque yo soy el ínfimo de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios.

10 Mas por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia que me dio no resultó estéril, antes bien he trabajado más copiosamente que todos ellos; bien que no yo, sino la gracia de Dios conmigo [11808] .

11 Sea, pues, yo, o sean ellos, así predicamos, y así creísteis.

La resurrección de Cristo es prenda de la nuestra.

12 Ahora bien, si se predica a Cristo como resucitado de entre los muertos ¿cómo es que algunos dicen entre vosotros que no hay resurrección de muertos? [11809]

13 Si es así que no hay resurrección de muertos, tampoco ha resucitado Cristo.

14 Y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe.

15 Y entonces somos también hallados falsos testigos de Dios, por cuanto atestiguamos contrariamente a Dios que Él resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es así que los muertos no resucitan.

16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resucitado Cristo;

17 y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe; aun estáis en vuestros pecados.

18 Por consiguiente, también los que ya murieron en Cristo, se perdieron.

19 Si solamente para esta vida tenemos esperanza en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres.

20 Más ahora Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron.

21 Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos [11810] .

22 Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.

23 Pero cada uno por su orden: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía [11811] ;

24 después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado [11812] todo principado y toda potestad y todo poder.

25 Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies” [11813] .

26 El último enemigo destruido será la muerte [11814] .

27 Porque “todas las cosas las sometió bajo sus pies”. Mas cuando dice que todas las cosas están sometidas, claro es que queda exceptuado Aquél que se las sometió todas a Él.

28 Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.

¿Qué sería si no hubiera resurrección?

29 De no ser así ¿qué hacen los que se bautizan por los muertos? Si los muertos de ninguna manera resucitan ¿por qué pues se bautizan por ellos? [11815]

30 ¿Y por qué nosotros mismos nos exponemos a peligros a toda hora?

31 En cuanto a mí, cada día me expongo a la muerte, y os aseguro, hermanos, que es por la gloria que a causa de vosotros tengo en Cristo Jesús, Señor nuestro.

32 Si por, solos motivos humanos luché yo con las fieras en Éfeso ¿de qué me sirve? Si los muertos no resucitan “¡comamos y bebamos! que mañana morimos”.

33 Mas no os dejéis seducir: malas compañías corrompen buenas costumbres.

34 Reaccionad con rectitud y no pequéis; porque –lo digo para vergüenza vuestra– a algunos les falta conocimiento de Dios.

Naturaleza de los cuerpos resucitados.

35 Pero alguien dirá: ¿Cómo resucitan los muertos? y ¿con qué cuerpo vienen?

36 ¡Oh ignorante! Lo que tú siembras no es vivificado si no muere [11816] .

37 Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de ser, sino un simple grano, como por ejemplo de trigo, o algún otro.

38 Mas Dios le da un cuerpo, así como Él quiso, y a cada semilla cuerpo propio.

39 No toda carne es la misma carne, sino que una es de hombres, otra de ganados, otra de volátiles y otra de peces.

40 Hay también cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero, uno es el esplendor de los celestes, y otro el de los terrestres.

41 Uno es el esplendor del sol, otro el esplendor de la luna, y otro el esplendor de las estrellas; pues en esplendor se diferencia estrella de estrella [11817] .

42 Así sucede también en la resurrección de los muertos. Sembrado corruptible, es resucitado incorruptible [11818] ;

43 sembrado en ignominia, resucita en gloria; sembrado en debilidad, resucita en poder;

44 sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual; pues si hay cuerpo natural, lo hay también espiritual [11819] ;

45 como está escrito: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente”, el postrer Adán, espíritu vivificante.

46 Mas no fue antes lo espiritual, sino lo natural, y después lo espiritual.

47 El primer hombre, hecho de tierra, es terrenal; el segundo hombre viene del cielo [11820] .

48 Cual es el terrenal, tales son los terrenales; y cual el celestial, tales serán los celestiales.

49 Y así como hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos la imagen del celestial.

Misterio consolador.

50 Lo que digo, hermanos, es, pues, esto: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción puede poseer la incorruptibilidad.

51 He aquí que os digo un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados [11821]

52 en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados [11822] .

53 Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad [11823] .

Demos gracias a Cristo por su triunfo sobre la muerte.

54 Cuando esto corruptible se haya vestido de incorruptibilidad, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “La muerte es engullida en la victoria [11824] .

55 ¿Dónde quedó, oh muerte, tu victoria? ¿dónde, oh muerte, tu aguijón?” [11825]

56 El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la Ley [11826] .

57 ¡Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!

58 Así que, amados hermanos míos, estad firmes, inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestra fatiga no es vana en el Señor.

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EPÍLOGO

(16, 1-24)

1 Corintios 16

Acerca de la colecta.

1 En cuanto a la colecta para los santos, según he ordenado a las Iglesias de Galacia, haced también vosotros [11827] .

2 El primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte para sí lo que sea de su agrado, reservándolo, no sea que cuando llegue yo, se hagan entonces las colectas [11828] .

3 Y cuando yo haya llegado, a aquellos que vosotros tuviereis a bien, los enviaré con cartas, para que lleven vuestro don a Jerusalén;

4 y si conviene que vaya también yo, irán conmigo.

Planes de viaje.

5 Iré a veros después de recorrer la Macedonia; pues por Macedonia tengo que pasar.

6 Y puede ser que me detenga entre vosotros y aun pase el invierno; para que me despidáis a dondequiera que vaya [11829] .

7 Porque esta vez no quiero veros de paso, y espero permanecer algún tiempo entre vosotros, si el Señor lo permite.

8 Me quedaré en Éfeso hasta Pentecostés;

9 porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y los adversarios son muchos.

10 Si Timoteo llega, mirad que esté entre vosotros sin timidez, ya que él hace la obra del Señor lo mismo que yo.

11 Que nadie, pues, le menosprecie; despedidle en paz para que venga a mí, porque le estoy esperando con los hermanos.

12 En cuanto al hermano Apolo, mucho le encarecí que fuese a vosotros con los hermanos, mas no tuvo voluntad alguna de ir ahora; irá cuando tenga oportunidad.

Exhortaciones y saludos.

13 Velad; estad firmes en la fe; portaos varonilmente; confortaos.

14 Todas vuestras cosas se hagan con amor.

15 Os exhorto, hermanos –porque conocéis la casa de Estéfanas, que es primicias de Acaya y que se han consagrado al servicio de los santos– [11830] ,

16 que también vosotros os pongáis a disposición de ellos y de todo el que colabore y se afane.

17 Me regocijo de la llegada de Estéfanas, Fortunato y Acaico; porque ellos han suplido vuestra falta,

18 recreando mi espíritu y el vuestro. Estimádselo, pues, a hombres como ellos.

19 Os saludan las Iglesias de Asia. Os mandan muchos saludos en el Señor, Aquila y Prisca, junto con la Iglesia que está en su casa [11831] .

20 Os saludan todos los hermanos. Saludaos unos a otros en ósculo santo.

21 Va la salutación de mi propio puño: Pablo [11832] .

22 Si alguno no ama al Señor, sea anatema. ¡Maran-atha! [11833]

23 La gracia del Señor Jesús sea con vosotros.

24 Mi amor está con todos vosotros, en Cristo Jesús.

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Comentarios de Mons. Straubinger

1 s. El Apóstol escribió esta epístola durante su tercer viaje apostólico, en Éfeso, a principios del año 57. Entre los cristianos de Corinto se habían producido disensiones y partidos que se combatían mutuamente: uno de Apolo, otros de Pedro y de Pablo, y hasta uno que se proclamaba partido de Cristo. Además, cundían entre ellos grandes abusos y escándalos, procesos y pleitos, desórdenes en los ágapes, ciertas libertades de las mujeres en la iglesia, y otras cuestiones que llamaban la atención de San Pablo. Ningún otro documento apostólico pinta tan clásicamente las dificultades de la Iglesia en medio de un mundo pagano. Sóstenes parece ser la misma persona de que se habla en Hch. 18, 17. El hermano: así se llamaban entre ellos los discípulos de Cristo.

2. Santificados: “para siempre” (Hch. 10, 10 y 14). Santos por vocación: por la vocación de Dios a todos los creyentes (Rm. 8, 29 ss.) ; 1 Ts. 4, 7 s. y nota).

5. Enriquecidos en Él: “Dios ha bajado, y el hombre ha subido; el Verbo (la palabra) se hizo carne para levantar al hombre y llevarlo a la diestra de Dios” (S. Ambrosio). En la Palabra de Dios y el conocimiento sobrenatural que ella nos trae, ve S. Pablo esas riquezas que nos fueron ganadas por la obra redentora de Cristo. Véase lo que Él mismo dice en Jn. 17, 3 y 17.

7. Véase Lc. 17, 30; Fil. 3, 20; 1 Ts. 2, 19; 3, 13; 2 Ts. 1, 7; 2 Tm. 4, 8; Tt. 2, 13. La revelación, en griego: apocalipsis, es la segunda venida de Cristo, lo mismo que en Ap. 1, 1.

12. Cf. 3, 3 ss. Apolo predicaba en Corinto después de San Pablo (Hch. 18, 4 ss.). Cefas es Pedro, jefe de los apóstoles. Ni de Pablo ni, de Apolo: Esta es una fórmula eterna que nos enseña a no seguir a las personas sino en cuanto son fieles siervos del único Maestro Jesucristo. ¡Con Él sí que debemos ser “personalistas”! (Mt. 15, 3-9; 23, 8; Col. 2, 8; 2 Ts. 3, 6). Véase 1 Ts. 2, 13 y nota; Hch. 16, 34 y nota.

17. Para que no se inutilice la Cruz: para que no se atribuyese las conversiones al poder de la elocuencia, sino a la virtud de la cruz de Jesucristo (S. Tomás). De lo contrario, Cristo habría muerto en vano, como el mismo Pablo dijo a San Pedro (Ga. 2, 21), añadiendo, con enorme elocuencia, que a no quería desperdiciar la gracia de Dios. Los corintios, como buenos paganos, desconocían esa divergencia entre la doctrina cristiana y la sabiduría humana: que el cristianismo no es filosofía ni ciencia, sino virtud de Dios (Col. 2, 8). ¿No nos esforzamos, quizás, demasiado por demostrar la fe, en vez de mostrar la fuerza de la Palabra de Dios? Ella, dice Benedicto XV, “no necesita de afeites o de acomodación humana para mover y sacudir los ánimos, porque las mismas Sagradas Páginas, redactadas bajo la inspiración divina, tienen de suyo abundante sentido genuino; enriquecidas por divina virtud, tienen fuerza propia; adornadas con soberana hermosura, brillan por sí solas” (Encíclica “Spiritus Paraclitus”). Cf. Rm. 1, 16 y nota.

19. Véase Is. 29, 14; Sal. 32, 10. “Por el pecado del primer hombre, de tal manera se declinó y se deterioró el libre albedrío, que nadie desde entonces puede rectamente amar a Dios o creerle, u obrar por amor a Dios lo que es bueno, sino aquel que haya sido socorrido previamente por la gracia de la divina misericordia” (Denz. 199).

25. Esta sabiduría la encontramos, corno observa S. Jerónimo, en primer lugar en la meditación y ciencia de las Sagradas Escrituras, que en medio de las tribulaciones y torbellinos del mundo conservan el equilibrio de nuestra alma. San Pablo la llama “nuestra consolación” (Rm. 15, 4).

29. Carne llama el Apóstol a todo hombre en sí mismo, para recordarnos, con saludable humillación, no sólo nuestro carácter de creaturas, sino también de seres caídos que de nada podrían gloriarse. Véase v. 19; 2, 14 y notas.

30. No es, pues, nuestra sabiduría la fuente de nuestra justificación, como tampoco nuestra bondad nos merece la santificación. “Es el amor de Dios el que derrama y crea la bondad en todas las cosas” (S. Tomás). Cf. v. 4. S. Pablo se aplica esto a sí mismo en 15, 10. Mons. Keppler, el aun llorado obispo de Rottenburgo que unía a su celo de pastor la honda espiritualidad bíblica del exegeta y la vocación apostólica del predicador del Evangelio, nos formuló un día esta verdad profundísima, que penetró para siempre en el espíritu de más de uno de sus discípulos: “En buena cuenta, el hombre quisiera que Dios lo admirase y premiase como reconocimiento de sus méritos. Y resulta al revés, que Dios lo ama a causa de su miseria, y tanto más cuanto más miseria tiene, como hace un padre con el hijo enfermo. El que sienta mortificada su “dignidad” en aceptar, como hombre insignificante, un amor gratuito de misericordia, no podrá entender la pequeñez (que es la verdadera humildad), ni la gracia de la Redención. ¡Y ay de él si, excluyéndose de la misericordia, cree poder contar con merecer un premio según la justicia!” Cf. Mc. 7, 4; Rm. 10, 3 y notas.

31. No dice que no nos gloriemos, sino que nos gloriemos en Dios. Con ello hacemos acto de verdadera infancia espiritual, que es el mejor modo para olvidarse a sí mismo, como lo hace el niño que camina ufanamente apoyado en el fuerte brazo de su padre. Cf. 2 Co. 10, 17; Jr. 9, 23 s.

1. Es imposible poner mayor elocuencia sobrenatural que en estas líneas donde se niega la elocuencia. En lugar de testimonio de Dios dice la Vulgata: testimonio de Cristo. En vez de testimonio, la última edición de Merk señala que el reciente P. 46 (Papyrus Chester Beatty, 1936) cuya antigüedad remonta al siglo II dice misterio. Esta palabra parece corresponder mejor aún al pensamiento del Apóstol, pues él nos dice en el v. 7 que la sabiduría de Dios se predica en misterio. Tal es también lo que Jesús nos enseña al decir que ella se oculta a los sabios y se revela a los niños de lenguaje sencillo (Lc. 10, 21). Véase v. 7 y nota.

3. Pablo no era persona de prestancia. Al contrario, su pequeña estatura y su falta de postura académica le quitaban todo prestigio externo como orador, de manera que se apoyaba únicamente en la virtud de la Palabra de Dios, y no en recursos humanos. Nada prueba mejor que su propio ejemplo la verdad aparentemente paradojal que aquí nos enseña: pues no ha habido desde él, en casi veinte siglos, palabra que arrastre tanto como la de este tímido.

4. Discursos persuasivos: Pío IX exhorta a los predicadores a no ejercer el ministerio evangélico en forma elegante de humana sabiduría, ni con el aparato y encanto profanos de vana y ambiciosa elocuencia, sino en la manifestación del espíritu y la virtud de Dios con fervor religioso, para que, exponiendo la palabra de la verdad, y no predicándose a sí mismo, sino a Cristo crucificado, anuncien con claridad y abiertamente los dogmas de nuestra santísima religión (Encíclica “Qui pluribus”).

6. Entre los perfectos: Véase el sentido de esta expresión en los vv. 3-14 y sus notas.

7. En misterio: cf. v. 1 y nota. La que estaba escondida: aquellas cosas “que desde todos los siglos habían estado en el secreto de Dios” (Ef. 3, 9); especialmente el misterio de la Redención y de la gracia, que comprende el misterio de la Iglesia. Cf. Rm. 16, 15: Col. 1, 25-27.

8. Satanás nunca habría inspirado la traición de Judas (Jn. 13, 27), ni la condenación de Cristo, si hubiera podido conocer su divinidad y el valor de Redención que había de tener su muerte. De ahí que Jesús le ocultase siempre su carácter de Hijo de Dios (Lc. 4, 1 ss.).

9. Cf. Is. 64, 4 y nota. Tiene Dios preparado para los que le aman: Es característico del hombre el hastío o el aburrimiento ante la monotonía o repetición de las mismas cosas. Y es que el hombre fue hecho a imagen de Dios. Bien podría Él desafiar a cualquiera a que encontrara dos crepúsculos iguales. No hay panorama en la creación que no cambie de aspecto con la mañana y con la tarde; con la luna o el sol; con las cuatro estaciones del año. El hombre también cambia con la edad como cambia el día según las horas, y cambian los climas, y las flores se renuevan como los frutos. Y como todas estas cosas de la naturaleza no son sino imágenes de las realidades espirituales (Rm. 1, 20), al mismo tiempo que vemos en su variedad un recuerdo de su fugacidad (7, 31; 2 Co. 4, 18) y una advertencia de que nuestro estado no es normal sino transitorio (Fil. 3, 20; Hb. 13, 14; 1 Jn. 3, 2; Is. 11, 1 ss.; Col. 3, 2), vemos también en ello una figura y una prenda que el divino Padre nos da de la infinita variedad y riqueza de que Él mismo se jacta para colmar, sin hastío, nuestro corazón por todas las edades de la eternidad (Is. 48, 6 ss. y nota). De la misma manera también su Palabra (que es su mismo Verbo o Sabiduría) colma sin medida el corazón de los que cada día buscan en ella su felicidad (Sb. 8, 16; Is. 48, 17; Sal. 36, 4; Si. 24, 38 s. y notas).

11 s. Nadie llegó a conocerlos: Sólo Dios, por su naturaleza, puede conocerse a Sí mismo; sólo su hijo Unigénito, “que es en el seno del Padre” (Jn. 1, 18) lo ve cara a cara; sólo el Espíritu que escudriña las cosas más intimas de Dios (v. 10) penetra y sondea su naturaleza. Ahora bien, ese mismo Espíritu que dentro de Dios conoce las cosas de Dios, es el que nos es dado (v. 12 y 16). Se explica, pues, que ese mismo Espíritu, dentro de nosotros, nos haga conocer también las profundidades de Dios (v. 10). He aquí revelado en uno de sus admirables aspectos, el del conocimiento, el Misterio del Espíritu Santo en nosotros (Jn. 14, 17; Lc. 11, 13 y notas). De Él nos dice Jesús que “nos lo enseñará todo” (Jn. 14, 26). El espíritu de este mundo es, según S. Tomás, la sabiduría del mundo y el amor al mundo, el cual incita al hombre a hacer y gustar lo que es del mundo (Mc. 8, 33). Según otros, es el mismo Satanás príncipe y animador del mundo (Jn. 14, 30). Notemos que ese espíritu sobrenatural se nos da para que apreciemos la gratuidad del don de Dios, pues el criterio de la lógica humana no nos dejaría comprender (v. 14) que Dios puede amarnos hasta tal punto.

13. S. Pablo insiste siempre sobre el origen y valor divino de su predicación. Véase Ga. 1, 1 y 11 s.; Ef. 3, 3. Destacando esta doctrina de que hemos de espiritualizarnos para entender las cosas espirituales –lo cual no significa ser eruditos sino ser niños (Lc. 10, 21)– dice Fillion: “San Pablo va a explicar aquí las palabras entre los perfectos del v. 6. Acaba de decir que en la predicación de los apóstoles todo es espiritual, tanto las palabras como los pensamientos”.

14. El hombre natural: Literalmente, el hombre psíquico. Buzy traduce: el hombre simplemente razonable. No se refiere, pues, al hombre entregado a los vicios, sino a todo hombre natural, a toda naturaleza caída que no haya nacido de nuevo por el Espíritu (Jn. 3, 5 y nota), es decir, a todo el que no es espiritual y no vive la vida sobrenatural de la fe, aunque pueda haber sido bautizado, pues esto le quitó el pecado original, mas no la depravación natural (cf. 1, 19 y nota). Así también los sabios del paganismo, sin la luz de la revelación bíblica, sólo llegaron a ver la virtud como la concibe tristemente Horado: “Virtus est medium vitiorum utrimque reductum”, es decir, como la simple resultante de los vicios opuestos entre sí y limitados unos por otros. Sólo nuestro Dios se nos revela como el Maestro de la virtud positiva, de la cual Él mismo es la fuente, y que Él comunica mediante su propio Espíritu a los que, dejando de ser siervos, se hacen hijos de Él, como vemos en Jn. 1, 12 s. Cf. Rm. 8, 6; Judas 19.

15. El hombre espiritual es capaz de valorar las cosas profanas y las espirituales; el hombre carnal, empero, sólo puede discernir las cosas materiales; porque le falta el espíritu, la luz del Espíritu Santo. Véase 12, 3; Jn. 14, 26; Rm. 15, 13. De nadie es juzgado: es decir, que los hombres en general, simplemente naturales (v. 14 y nota), no son capaces de comprenderlo ni de apreciarlo rectamente. De ahí las persecuciones que Jesús anuncia a todos sus discípulos, no obstante tratarse de hombres benéficos que, en lógica humana, debieran ser amados de todos.

16. ¡Quién ha conocido! etc.: Véase Is. 40, 13: 55, 8 s.; Rm. 11, 34. Nosotros: es decir, los hombres espirituales, a que se refiere el v. 15 (cf. 7, 40). Ésos tienen el instinto sobrenatural que les hace entender las cosas de Dios, porque se las muestra el Espíritu Santo que está en ellos (v. 12 y nota). No son así los corintios, aun carnales, como va a decírselo el Apóstol en 3, 1. Esta permanencia en nosotros del Espíritu Santo, que nos da el sentido de Cristo, es, pues, un punto de suma importancia, y está fundada en la Palabra de Jesús que nos lo prometió para “que quede siempre con vosotros el Espíritu de verdad” (Jn. 14, 16). Observa un autor que ésta ha de ser en el cristiano una situación permanente y, puesto que ya se nos ha dado (Rm. 5, 5), está cumplida la promesa de Lc. 11, 13, y hemos de creer en la ayuda del Espíritu Santo y que en esa fe ha de estar el íntimo resorte de nuestra rectitud, pues, sabiendo que a Dios no podríamos engañarlo, el aceptar esta situación creyendo ingenuamente a la promesa, lejos de ser presunción (como sería si creyésemos tener alguna capacidad propia), nos obliga a mantener nuestra alma bien desnuda en la presencia de Dios “como el que vuela en avión y sabe que la caída sería mortal”.

1 ss. Como a espirituales: Véase 2, 12 ss., y notas. Los corintios, a pesar de la cultura que ostentaban, carecían de la verdadera sabiduría, y en tal sentido el Apóstol los llama niños (cf. Hb. 5, 12-14). Guardémonos de confundir la infancia espiritual con esta imagen usada aquí como señal de ignorancia, puesto que Jesús enseña, muy al contrario, que en ser niños está la mayor santidad (Mt. 18, 1-4) y la más alta sabiduría (Lc. 10, 21 y nota). Discordias (v. 3); cf. 10 ss.

9 ss. Pablo es, pues, el gran arquitecto del Evangelio, el gran expositor de sus bases, y esto no sólo para los de Corinto, sino para todos nosotros. El “otro” (v. 10), que edifica sobre el cimiento, era quizás aquí Apolo (v. 6), pero se aplica a todos los predicadores, de palabra o de pluma. Para esto dice Lacordaire que Santo Domingo, “viendo que el apostolado perecía en la Iglesia”, propuso al Papa Inocencio III, la fundación de una Orden que fuese de Predicadores, es decir, “que tuviese como función perpetua y universal enseñar el Evangelio”. El fundamento sobre el que edifican los predicadores, “es el mismo Jesucristo, su Persona y su obra, pero en cuanto encarna en sí todo el Evangelio, predicado a los Corintios por el Apóstol” (Bover) Cf. 1, 12 y nota. Oro, Plata, piedras preciosas (v. 12) señalan la recia predicación del Evangelio según el Espíritu sobrenatural; madera, heno, paja, su predicación según las enseñanzas de la sabiduría humana, cuya vanidad viene explicando el Apóstol desde los capítulos que preceden (véase Mt. 7, 22 y nota). Cf. Ef. 2, 19-22, donde San Pablo muestra la buena edificación a base de los apóstoles y profetas.

13. El fuego: el día del Señor, o sea la venida de Cristo triunfante, el cual, como dice la Liturgia, vendrá a juzgar a este siglo por medio del fuego. Por el fuego entienden S. Agustín y S. Gregorio, las tribulaciones; o, como dice Allo, “el conjunto de pruebas y juicios” que acompañarán el día del Señor. El griego lleva el artículo (he hemera), el día por excelencia, conforme a otros muchos pasajes, Cf. 1, 8; 4, 3 ss.; Rm. 2, 16 y 13, 12; 2 Ts. 1, 10; 2 Tm. 1, 12 y 18; Hb. 10, 35; 2 Pe. 2, 9, etc.), (Fillion). Bover, comparando este pasaje con 2 Pe. 3, 7, que anuncia la conflagración de los elementos, pregunta: “Esta conflagración ¿debe entenderse en sentido propio o bien en sentido puramente metafórico?” Y agrega: “Esta pregunta merece estotra contrapregunta: ¿contra el sentido propio y verdadero qué dificultad seria puede alegarse o se ha alegado?”

14. Recibirá galardón: Como dice Fillion, “esta recompensa no consistirá solamente en la salvación eterna, común a todos los justos, sino en algunos privilegios particulares”. Véase, por una parte, Ef. 2, 8 s.; Rm. 6, 23; Jn. 4, 10, etc., y, por otra, Mt. 10, 42; 19, 28; Lc. 19, 12; 19, 17; 22, 28-30; 1 Co. 9, 25 y nota; 2 Tm. 4, 7 s.; 1 Pe. 5, 4; Ap. 2, 10; Dn. 12, 3, etc. Nuestro horizonte es, pues, más vasto que la expectativa de la muerte y el destino inmediato del alma sola. Jesús vendrá, como aquí vemos “trayendo su recompensa” (Ap. 22, 12). Cf. 4, 8 ss. y nota; Fil. 3, 20 s.; Rm. 8, 23; Lc. 21, 28; 1 Pe. 1, 5-7, etc.

15. A través del fuego, es decir, a duras penas, después de tanto trabajo perdido. He aquí un tema de profunda meditación. Según S. Gregorio, “esta doctrina se dirige a aquellos predicadores, que semejantes a los adúlteros, que no buscan en sus delitos la fecundidad, sino cómo satisfacer a su sensualidad, predican por vanidad; y llevados de la gloria temporal, no se aprovechan de la gracia, que Dios les ha dado, para engendrar hijos espirituales para Dios, sino que abusan de ella, para hacer una vana ostentación de su saber”. En este fuego suele verse una insinuación del purgatorio. En tal caso no sería el mismo fuego mencionado antes como propio del día del Señor. El P. Sales, citando a Fillion, Cornely, Corluy, etc., hace notar que el Apóstol no habla directamente del purgatorio; primero, porque sólo trata de los predicadores del Evangelio, y luego, porque se refiere al juicio universal.

17. El Espíritu de Dios que nos convierte en templo de Dios, habitando en nosotros (v. 16), ha de ser nuestro maestro (cf. 2, 12), sin lo cual no podemos entender las cosas de Dios ni, en consecuencia, edificar según ellas con oro y piedras preciosas (v. 12). “Destruye, pues, el templo de Dios quien prescinde de escuchar como maestro al Espíritu Santo y pretende edificar sobre el fundamento de Cristo, según su propia iniciativa”.

19. Cf. Jb. 5, 13. Es notable que la cita sea de Elifaz, el mal amigo de Job. Véase la explicación en la nota a Job. 5, 9.

20. Véase Sal. 93, 11 y nota. Todas estas advertencias, como las del cap. 4, han de referirse en primer lugar a los predicadores de que trata aquí el Apóstol. Uno de los grandes secretos prácticos de la vida del cristiano está en comprender cómo se armoniza la caridad con la desconfianza que hemos de tener en los hombres. El más celoso amor de caridad, que desea en todo el bien del prójimo y nos impide hacerle el menor mal, no nos obliga en manera alguna a confiar en el hombre, ni a creer en sus afirmaciones para halagar su amor propio. Así el Evangelio nos libra de ser víctimas de engaño. Véase Jn. 2, 4 y nota.

22. Admirable felicidad. Somos dueños de todas las cosas con tal que pertenezcamos a Dios, porque, como dice S. Buenaventura “el Señor, el Amigo, el Padre no permitirá que falte nada a su servidor, a su amigo, a su hijo”. Cf. 1 Pe. 5, 7.

23. Cristo es del Padre que lo engendró, y que es su Cabeza (11, 3), y así la voluntad de Jesús durante toda la eternidad será estar sometido Él mismo al Padre, junto con todo su reino. Véase en 15, 24-28 la revelación de este sublime misterio.

1 s. El Apóstol es depositario de los misterios de la fe. Por lo tanto no le es lícito predicar sus propias ideas, y tampoco está sometido a juicio humano alguno. Y puesto que nadie debe confiar en los hombres (3, 21) no ha de verse en los apóstoles valores propios, sino mirarlos solamente como agentes cuyo valor depende todo de la fidelidad con que cumplen aquel mandato que consiste en poner al alcance de las almas esos misterios revelados por Dios. Distribuidores (literalmente: ecónomos). Cf. Mt. 24, 45; Lc. 12, 42. Los misterios son “las verdades evangélicas predicadas por los apóstoles y los otros misioneros de Cristo. Cf. 2, 7. No puede tratarse aquí de los sacramentos sino de una manera muy indirecta” (Fillion).

3 ss. Dado que todo apóstol es siervo de Dios (v. 1), sólo por Él debe ser hallado fiel (v. 4), sin importarle los vanos juicios de los hombres (3, 20), ni el juicio propio, que podría ser parcial (2 Co. 10, 18). S. Pablo confirma esto elocuentemente en Rm. 14, 4. Entre los tesoros de doctrina que nos brinda a cada paso la Escritura, he aquí uno que es a un tiempo de virtud sobrenatural y de sabiduría práctica. S. Pablo no descuida su buen nombre, y aun lo defiende a veces con cruda sinceridad (Hch. 20, 33 s.; 2 Co. cap. 11; 1 Ts. 2, 9, etc. Cf. Pr. 22, 1 y nota); pero conoce las lecciones del gran Maestro sobre la falacia de los hombres (Jn. 2, 24 y nota) y sobre la inconveniencia de sus aplausos (Lc. 6, 26). Y entonces les fulmina aquí su despreocupación por el “qué dirán”, con una libertad de espíritu que “en sociedad” sería de muy mal tono y calificada de soberbia, en tanto que no es sino verdadera humildad cristiana que desprecia el mundo, empezando por despreciarse a sí mismo: No me importa nada lo que ustedes piensan de mí, porque no aspiro al elogio; ni creo merecerlo, pues nadie lo merece; ni lo aceptaría si me lo dieran, ni lo creería sincero, etc., por lo cual sólo me interesa “quedar bien” con mi buen Padre celestial, el único sabio, que me juzga con caridad porque me ama, y ha entregado mi juicio a su Hijo (Jn. 5, 22 y nota) que es mi propio abogado (1 Jn. 2, 1), un abogado que se hizo matar por defenderme (1 Jn. 2, 2). Por tribunal humano: literalmente: por humano día: algunos piensan que el Apóstol alude más bien a la dispensación actual; queriendo decir que nada vale juzgar antes que venga el verdadero Juez (v. 5).

7. Es decir: si tienes ventaja sobre otro, ¿quién te la da, sino Dios? Algunos traducen: ¿qué es lo que te distingue a ti? o sea ¿qué tienes tú de propio? Cf. Ga. 6, 3 y nota.

8 ss. Los siguientes vv. son una amarga acusación contra los críticos y murmuradores, que en su altivez desprecian a los mensajeros de Dios. Las antítesis son tan cortantes y sarcásticas, que revelan la profundísima indignación del Apóstol. Habéis llegado a reinar: “Mordiente ironía… Al fin de los tiempos, cada cristiano participará en el Reino de N. S. Jesucristo. Cf. 2 Tm. 2, 12; Ap. 3, 21; 5, 10, etc. ¿Esta época gloriosa habría, pues, comenzado ya para los corintios?” (Fillion). “Al ver la suficiencia de los corintios, se diría que ya habían llegado a la plenitud de la realeza mesiánica” (Crampon). Véase 3, 14; 10, 11y notas; Ap. 1, 6; 5, 10.

9 ss. Traza aquí S. Pablo un cuadro elocuentísimo de cómo todo verdadero apóstol ha de ser despreciado a causa de Cristo, aun por aquellos por quienes se desvela. No es esto sino un comentario de lo que Jesús anunció mil veces como característica de sus verdaderos discípulos, y nos sirve para saber distinguir a éstos, de los falsos que arrebatan el aplauso del mundo. Cf. Lc. 6, 22-26; 2 Tm. 3, 11 s. Espectáculo: como las víctimas del circo, entregadas a las fieras. ¿No los envió Jesús como a “corderos entre lobos”? (Mt. 10, 16). Cf. Hch. 14, 18; 16, 22 ss.; Rm. 8, 36; 2 Co. 1, 9; 11, 23, etc. Para los ángeles: ¡He aquí el consuelo dulcísimo! Mientras los hombres nos desprecian o juzgan mal, los ángeles obran como Rafael en Tob. 12, 12.

10. La ironía culmina en esta antítesis. ¿Vosotros recibís honores y creéis ser discípulos de Cristo? ¡Como si eso fuera posible! Cf. Jn. 5, 44 y nota.

12. Trabajando con nuestras manos: Se refiere al trabajo manual que practicaba S. Pablo para ganarse la vida y para no ser molesto a las Iglesias por él fundadas. Cf. Hch. 18, 3: 20, 34; 1 Ts. 2, 9.

15. Es decir que por medio del Evangelio se engendran en Cristo hijos para que lo sean del Padre (Jn. 1, 12 s.). ¿Puede concebirse misión más alta y divina que semejante predicación? En tal sentido Pablo llama “hijo” a Timoteo (v. 17), como Pedro a Marcos (1 Pe. 5, 13), convertidos por ellos. Cf. Mt. 23, 9.

17. Sobre esta fidelidad de Timoteo cf. Fil. 2, 20.

19 s. Contra esos hinchados de palabras, que ya motejaba de tales el apologista romano Minucio Félix, escribe San Cipriano: “Nosotros somos filósofos de hechos, no de palabras; ostentamos la sabiduría no en el manto de filósofo, sino mediante la verdad”. Su fuerza: (en griego: dynamis). Otros traducen: poder, eficacia, realidades, etc. Debe notarse que es el mismo término que el Apóstol aplica al Evangelio en Rm. 1, 16. El reino de Dios (v. 20) no consiste, pues, en palabras, cuando ellas son de hombres, según esa sabiduría humana que S. Pablo acaba de desahuciar tan inexorablemente en los anteriores capítulos. Pero sí consiste en la Palabra divina, a la cual él mismo, en el citado pasaje, la llama fuerza de Dios para salvar. Esa fuerza de que aquí habla por oposición a las palabras de los hombres, es, pues, la del Verbo, o sea precisamente la palabra del Evangelio, de la cual viene la fe (Rm. 10, 17) y cuya suma eficacia quedó afirmada en el v. 15. Véase Rm. 14, 17, donde S. Pablo nos dice que el Reino de Dios consiste en los frutos que vienen de la Palabra.

1. La mujer de su padre: la madrastra. Como lo anotan los historiadores (Estrabón, Pausanias, etc.), la corrupción de Corinto era proverbial, al punto de que en toda la Grecia se usaba el verbo “corintiar” como sinónimo de vivir de manera disoluta. S. Pablo muestra aquí que algunos cristianos tampoco eran ajenos a esa corrupción (cf. 3, 1), aunque solían ser harto inflados, como vimos en el capítulo precedente.

5. Los tormentos y las vejaciones de Satanás (cf. 1 Tm. 1, 20) deben conducirlo al arrepentimiento para que se convierta y pida perdón. Sobre este castigo temporal para evitar la perdición eterna, cf. 11, 30; 1 Pe. 3, 20; Sb. 12, 10 y notas. Es de recordar que este pecador es perdonado en 2 Co. 2, 5 s. Véase allí el sentido de la excomunión.

6. El incestuoso es como una bacteria peligrosa que puede contagiar a toda la comunidad. Véase Ag. 2, 13 s. y nota.

7. Masa nueva: por la gracia del Bautismo. La levadura simboliza la corrupción, ya desde el Antiguo Testamento. “La razón principal que hacía proscribir el pan fermentado en la octava de Pascua y en las ofrendas (Ex. 29, 2; Lv. 2, 11; 7, 12; 8, 2; Nm. 6, 15) era que la fermentación es una manera de putrefacción” (Vigouroux). Los ázimos (panes sin levadura) se comían en la semana de Pascua. (Cf. Ex 12, 21; 13, 7; Is. 53, 7; Lc. 13, 21; 1 Pe. 1, 19). La Iglesia usa este pasaje en la Liturgia de esa misma semana para movernos a resucitar espiritualmente en Cristo y con Cristo. Véase Rm. 6, 4 ss.; Ef. 4, 22.

9. Esa carta no se encuentra entre los libros canónicos y se la considera perdida (cf. Col. 4, 16 nota), aunque algunos, como el Crisóstomo, pensaban que se trataba de la Epístola presente.

11. Llamándose hermano: Los que son sólo cristianos de nombre, perjudican a la Iglesia más que los paganos. Por lo tanto no debemos tener trato con ellos. Véase las severas normas dadas en Col. 3, 14; 2 Ts. 3, 6 y 14; 2 Jn. 10.

12 s. Gran lección de humildad colectiva, para que no queramos ver siempre el mal fuera de nuestra comunidad. Véase Lm. 3, 42 y nota. Quitad al malvado, etc. (v. 13): es una cita de Dt. 13, 5. Nótese que no es el caso de la cizaña, la cual no debe arrancarse hasta la siega (Mt. 13, 29 s.). La cizaña está en el campo del mundo (Mt. 13, 38), mientras que S. Pablo habla aquí de los que se dicen discípulos de Cristo, en la red (Mt. 13, 47 ss.). En el v. 10 nos dice claramente que no se trata de los del mundo, sino que su severidad se refiere a los nuestros. Cf. 1 Tm. 5, 20.

1. El Apóstol entiende por inicuos a los paganos (cf. v. 9), y llama santos a todos los verdaderos cristianos (cf. 1, 2 y nota). Deberían avergonzarse de ir en busca de jueces paganos en vez de escoger como tales a hermanos cristianos.

2 s. He aquí una de las más estupendas promesas divinas: los santos juzgarán al mundo y a los ángeles. Así lo comentan S. Crisóstomo, Teofilacto, Teodoreto, S. Ambrosio, S. Anselmo y otros expositores antiguos. Fundándose tanto en estos testigos de la tradición, como en el contexto, que habla del establecimiento de un juicio en sentido literal, se dirige Cornelio a Lapide contra los que intentan diluir la promesa en una alegoría y expone que en aquel día del Señor los apóstoles y los que todo lo despreciaron por amor a Cristo estarán sentados más cerca del divino Juez, en calidad de príncipes y asesores del Reino. Más o menos explícitamente se encuentra la misma enseñanza consoladora en Sb. 3, 8; Dn. 7, 9 y 22; Lc. 19, 17 ss.; 22, 30; Judas 14; Ap. 3, 21; 20, 4; etc. Cf. Didajé 10, 7. El P. Sales, con Fillion y otros, considera esto como una extensión de la promesa hecha por Jesús a los apóstoles (Mt. 19, 28 y nota), “a todos los cristianos que hayan vivido su vocación”, si bien es de observar que allí se habla de doce tronos y de las tribus de Israel, en tanto que en otros lugares se habla de juzgar a las naciones (véase Ap. 2, 26 s.). De todas maneras vemos que S. Pablo levanta aquí buena parte del velo que cubre los Novísimos, como lo hace también en 15, 23; 15, 51; 1 Ts. 4, 12 ss.; 2 Ts. 2, 3 ss.; Rm. 11, 23 ss., etc., penetrando resueltamente en el campo de la profecía escatológica. De todo esto se sigue que aquel “día” en que Dios juzgará a la Humanidad y formará “nuevos cielos y nueva tierra” (2 Pe. 3, 13), no ha de medirse con el reloj humano, sino que, como observa S. Agustín, será uno de aquellos de que habla S. Pedro (2 Pe. 3, 8) y cabrán en él muchas cosas que nos son todavía oscuras. Cf. Mt. 24, 3 ss., y notas.

4. Según esto no valdría la pena ocupar en eso a los más sabios. Pero el v. es diversamente interpretado. Fillion cree que S. Pablo habla aquí irónicamente. La solución estaría quizá en la forma interrogativa: ¿Acaso sentáis como jueces a los despreciables? Como si dijera: ¿Es que vais a otros jueces porque no sabéis elegir los vuestros? ¿No tenéis otros mejores?

7. ¿Por que más bien no soportáis la injusticia? Es la doctrina del Sermón de la Montarla, fundamental por lo tanto en el cristianismo, como todo lo que afecta a la caridad (Mt. 5, 39; Lc. 6, 29; Rm. 12, 17; 1 Ts. 4, 6: Tt. 3, 2; St. 4, 2). Vemos así cuánto importa huir de los litigios y de cuántos males nos libraría Dios con ello, tanto en el orden colectivo como en el individual. Y si bien miramos, tal doctrina afecta, más que a nuestros intereses, a nuestro amor propio. Sabemos que hay, por ejemplo, personas de corazón sensible, que con verdadero gusto dan importantes cantidades para los pobres, y que sin embargo se indignan furiosamente de que alguien les tome, sin su permiso, aunque sea una gallina, porque con esto se sienten burlados. ¿No valdría mucho más ante Dios, dejarse quitar la gallina, que entregar una suma, puesto que aquella cosa, materialmente pequeña, requiere una negación de sí mismo, una renuncia a la voluntad de la carne, mucho mayor que lo otro? Porque está claro que si uno no es capaz de dejarse tomar la gallina, menos tendrá la caridad sobrenatural necesaria para hacer una obra mayor; por donde se ve que una gran donación muchas veces no responde a la pura voluntad caritativa, sino que va mezclada con sentimentalismo y propia satisfacción. De ahí lo que el Apóstol nos dice en 4, 5. Sólo Dios conoce lo que vale cada alma, y por eso no hemos de pretender condenarlas ni canonizarlas desde ahora, porque nosotros tendemos a juzgar por las apariencias (Jn. 7, 4). Cf. Mt. 23, 26 y nota.

8. Nótese la fuerza del contraste: lejos de soportar como víctimas. a imitación de Cristo (1 Pe. 2, 19-24), son ellos los victimarios.

11. Tales erais: es decir, cuando paganos (v. 1). Cf. Rm. 1, 18-32; Ef. 2, 12 ss.

13 ss. Decían algunos, a la manera de los materialistas modernos: fornicación y lujuria son cosas tan naturales y necesarias como satisfacer las exigencias del estómago. A ellos responde el Apóstol: En verdad el estómago es para los manjares, pero el cuerpo, como templo del Espíritu santo (v. 19), está destinado para la gloria eterna. La Iglesia rechaza, por consiguiente, el culto de la carne, tan fomentado en los teatros y en la literatura, y esto no porque desprecie el cuerpo (Col. 2, 16 y nota), sino porque respeta la dignidad del mismo. “Si tú dices: tengo derecho a llevar una vida regalada y entre placeres, respóndete el Apóstol: Ya no eres hombre libre y dueño de ti mismo; ya eres esclavo del regalo y del placer” (S. Crisóstomo). El cuerpo es para el Señor, etc.: Es decir, para hacerse uno mismo con Cristo, como miembro de Él. Véase Ez. 18, 4 y nota. Y Él es para el cuerpo, pues será Él quien lo resucitará y glorificará. Cf. Fil. 3, 20 s.

17. Un mismo espíritu, por participar de la divina naturaleza mediante la gracia. Cf. 6, 23; 2 Pe. 1, 4. “De la naturaleza del amor es transformar al amante en el amado; por consiguiente, si amamos lo vil y caduco nos hacemos viles e inestables… Si amamos a Dios nos hacemos divinos” (S. Tomás).

19. “La impureza es un materialismo grosero, un sacrilegio que deshonra los miembros de Cristo, una degradación del propio cuerpo, una profanación que viola el templo del Espíritu Santo, una injusticia que desconoce los derechos de Cristo sobre nosotros” (Bover).

20. Por un precio grande: El texto dice solamente: por un precio: el Apóstol quiere recalcar que en esa compra el precio fue enteramente pagado, de modo que no puede dudarse que ya no somos nuestros. Véase en 7, 23, cómo insiste en esa misma verdad para convencernos de que no podemos esclavizar tampoco a otros hombres. “No contento con purificarnos, el Salvador nos ha enriquecido, pues nos mereció con su muerte la gracia santificante y la felicidad celeste. Por lo tanto, considerando que la Sangre de Cristo ha sido el precio de nuestro rescate, ¿no nos sentimos inducidos a guardarnos más cuidadosamente de toda caída?” (S. Tomás).

3. “Existen algunos que enseñan que la unión del varón y la esposa no está libre de pecado, lo que es herético” (S. Tomás).

4. He aquí algo que probablemente ignora gran parte de los cónyuges. El recordarlo convertiría en caridad lo que antes era pura concupiscencia egoísta.

5. Contestando el Apóstol a las consultas que le habían sido presentadas, expone el ideal del matrimonio cristiano con admirable libertad de espíritu, previniendo a los cónyuges que si Dios los mueve a dejar, por algún tiempo, la cohabitación y dedicarse a la oración, lo hagan siempre atendiendo a la debilidad humana del modo que lo dijo en el v. 2, esto es, para evitar el peligro de la incontinencia, o sea para que la presunción de ostentar ante Dios una virtud heroica, no los haga olvidar la miseria humana y caigan en adulterio u otros actos prohibidos, por evitar aquellos que no lo están. Véase el ejemplo de Tobías, y la promesa que él contiene de las más grandes bendiciones para el hogar (Tob. 6, 18 ss. y nota). Por encima del estado matrimonial, recomienda el Apóstol la virginidad (v. 26 ss. y nota).

9. Abrasarse, es decir, entregarse a malos pensamientos y pasiones “hasta consumirse en el oculto fuego” (S. Agustín).

10 s. Le indisolubilidad del matrimonio es, como se ve, un mandamiento que viene del Señor, y del que no puede dispensar ninguna potestad. Cf. Mt. 5, 32; 19, 9; Mc. 10, 11; Lc. 16, 18.

12. Esta norma que se llama Privilegio Paulino o “privilegio de la fe” (v. 15), se observa aún hoy día cuando uno de los esposos infieles abraza la fe cristiana. Véase el Código de Derecho Canónico, cánones 1120 ss. Admiremos el espíritu de caridad que la inspira: “pues Dios nos ha llamado a la paz”. Se trata de una excepcional y verdadera disolución del vínculo, plenamente reconocida hoy (algunos autores antiguos la negaban) y se refiere, como vemos, al caso de un matrimonio preexistente, entre infieles, que resulta mixto por conversión ulterior de un cónyuge. Mas tal disolución requiere la libre voluntad del cónyuge infiel y no sólo la del creyente, pues sin aquélla éste no sería dueño de su cuerpo (v. 4). Claro está que la voluntad de aquél presupone que admita una convivencia “sin injuria del Creador”, pues de lo contrario el creyente no podría tener aquella paz. También, a la inversa, si el cónyuge creyente ha dado al otro un justo motivo de abandonarlo, la ley canónica declara improcedente este privilegio (canon 1123). Algunos ven aquí sólo un permiso o consejo (S. Agustín. S. Tomás, Cornely), otros un precepto (cf. Van Steenkiste). También discuten los autores si el privilegio se extiende o no a los bautizados en una secta disidente (O. Arendt).

14. El cónyuge convertido, santificado como miembro de Cristo (1, 2; 6, 15 y 19), santifica al otro por la íntima unión que con él tiene (14, 35 y nota). “La limpieza de la mujer fiel vence la inmundicia del varón infiel, y también la limpieza del varón fiel vence la inmundicia de la mujer infiel” (S. Crisóstomo). Es una notable excepción a la ley del contagio (cf. 5, 6 y nota), y coincide con lo que dice S. Pedro sobre la santidad de la misión de los cónyuges (1 Pe. 3, 1 y nota). La caridad aconseja no separarse en este caso, dice S. Agustín, porque la separación dificultaría la salvación de los infieles (cf. v. 36 y nota). Vuestros hijos: Los PP. griegos (Crisóstomo, Teodoreto, etc.) advierten que el cónyuge infiel por su unión con el fiel tiene mayor esperanza de salvación así como los hijos de padres cristianos más seguramente llegan a la fe (Cornely). Los autores coinciden hoy en señalar que S. Pablo, al decir aquí “vuestros”, se refiere no ya a los hijos de aquellos matrimonios mixtos, sino a los de todos los cristianos de Corinto.

16. En este caso ya no podría seguirse sin presunción el caritativo empeño del v. 14. Por donde vemos la suavidad de los caminos que Dios abre a los rectos de corazón, que miran la amistad de Él como la preocupación central de su vida. Cf. Sal. 111, 4 y nota; Mt. 19, 14; Mc. 10, 14; Lc. 18, 16.

18. No se haga incircunciso: Por medio de una operación quirúrgica los judíos helenistas que apostataban de su Dios disimulaban la circuncisión para evitar la burla de los griegos en los gimnasios donde aparecían desnudos (gimnasio viene del griego gymnós, desnudo). Cf. 1 M. 1, 15-16.

21. El cristianismo remedia la lucha de clases y quiere que todos se hagan, voluntariamente, siervos de Cristo y hermanos entre sí.

23. Por un precio (grande): esto es, con la preciosísima Sangre de Jesucristo. Habéis sido hechos libres por Jesucristo, y vuestro espíritu no puede ser esclavo de nadie, por lo tanto, no importa a qué condición social pertenezcáis. Véase 6, 20 y nota; 1 Pe. 1, 18 s.; Jn. 8, 32 ss.

25. Misericordia para ser fiel: He aquí un pasaje que, como muchas otras palabras reveladas, puede escandalizar al criterio humano, naturalmente opuesto al criterio esencialmente divino de la Sagrada Escritura (2, 14 y nota). La Iglesia lo cita, con algunos más (1 Tm. 1, 13; Fil. 1, 29; Ef. 2, 8; 1 Co. 4, 7; St. 1, 17; Jn. 3, 27, etc.), para demostrar que la fidelidad del hombre a Dios, lejos de ser un favor que a Él le hacemos es un favor, el más grande, que recibimos de Él. (Denz, 199).

26 ss. Las ventajas y excelencias de la virginidad por causa de Dios no se pueden destacar mejor que en este incisivo discurso, de un valor que no sufre menoscabo por el cambio de tiempos ni de circunstancias. La inminente tribulación, a saber, las cargas y cruces de la vida matrimonial, las persecuciones y la vanidad y fugacidad de este mundo (cf. v. 31 y nota), cuyo fin siempre puede estar cerca con el ansiado Retorno del Rey de Reyes (Fil. 4, 5; St. 5, 8; Ap. 1, 3; 19, 11 ss.; 1 Ts. 5, 1 ss.; 1 Pe. 4, 7). Sobre esto insiste también en el v. 29: El tiempo es limitado, y en 10, 11: Ha venido el fin de las edades. Como se ve, S. Pablo no presenta la virginidad como precepto (1 Tm. 4, 3), sino que la ofrece como un estado más conveniente y feliz aún en esta vida, de acuerdo con lo que Jesús dijo en Mt. 19, 11 s. Lo mismo dice sobre el estado de viudez en el v. 40.

29. Limitado: El griego usa una expresión náutica que significa cargar las velas; según observa Buzy, es para señalar que no podemos contar con largo tiempo, que estamos próximos a zarpar, lo cual es doblemente cierto, por la brevedad e incertidumbre de nuestra vida y por el eventual retorno del Señor en cualquier momento (v. 26 ss.; Mc. 13, 37 y notas).

31. La apariencia de este mundo pasa: El cristiano pleno, en vez de ser, pues, el tipo da hombre satisfecho, casi prosaico, según se lo imagina el mundo al verlo huir de sus oropeles, es el grande y audaz aventurero, que se juega el todo por el todo frente a lo infinito. Él ve que las bellezas temporales, según la carne, producen emociones intensas, y que lo espiritual no es emotivo sino tranquilo. Pero él sabe que aquello es apariencia, y que esto es “la verdad”; porque “las cosas que se ven son transitorias, mas las que no se ven son eternas” (2 Co. 4, 18). Entonces, al ver que todo esto es una apariencia, una escena como en el teatro, no se resigna a poner todo su destino en tan poca cosa, porque es ambicioso. Y entonces no tarda en descubrir que la realidad está escondida en el misterio (2, 7), y que ese misterio es todo de amor, como el mismo Dios, por lo cual sin el amor no podemos entender nada (1 Jn. 4, 8). Y cuando se entrega del todo al amor, es decir, a la felicidad de ser amado (Ct. 2, 7 y nota), empieza a sentirse satisfecho, tanto en su corazón como en su mente; y a medida que va hallando la sabiduría, va haciéndose cada día más pequeño delante de Dios, como un niñito de pecho, y comprueba alborozado cómo es que el Padre muestra a los pequeños esas cosas que oculta a los que los hombres llaman sabios (Lc. 10, 21). Véase la introducción al libro de la Sabiduría.

33. Está dividido: Tal es sin duda lo común. Podemos sin embargo agregar, para consuelo de los casados que quieren amar a Dios, aquello que Jesús dijo en Lc. 18, 27: “Las cosas imposibles para hombres, posibles para Dios son”. Véase en Hch. 18, 2 y 26 y notas, el caso bellísimo de Aquila y Priscila, los cónyuges amigos de S. Pablo, que vivían sólo para el Evangelio.

39. Que sea en el Señor: esto es, dentro del Cuerpo Místico (Ef. 5, 25 ss.), con un esposo cristiano. De ahí que la Iglesia prohíba los matrimonios mixtos y no los permita sino con ciertas precauciones. La forma externa actual del Matrimonio data del Concilio de Trento.

40. Véase vv. 26, 28 y 32-35. El estado de viudez ha merecido siempre gran respeto en la Iglesia. Cf. 1 Tm. 5, 3 ss., etc.

1 ss. Parte de los sacrificios que los paganos ofrecían a sus ídolos, se vendía en el mercado. Por lo tanto, algunos cristianos se sentían inquietos al comer carne, especialmente cuando eran convidados por algún pagano.

2 s. Quiere decir: nada sabe; y esto no solamente porque la pura ciencia infla (v. 1) y nada vale sin la sabiduría sino también porque son tantos los misterios revelados por Dios en la Escritura, que jamás sabremos de ellos todo cuanto habría que saber. En cambio el que ama (v. 3), o sea el que tiene la caridad que edifica (v. 1), ése es conocido de Dios (v. 3). Y esto es lo que importa: lo que Él conoce; porque la realidad es lo que sucede ante Dios y no lo que ocurre en el campo de la mente nuestra, sujeta a error y que puede ser víctima de la imaginación. Por eso es que las emociones propias no tienen tanto valor en la vida espiritual. Cf. 7, 31 y nota.

6. Un solo Dios, el Padre, etc.: Es ésta una de las grandes luces para el conocimiento del verdadero Dios, que hallamos en la Sagr. Escritura, donde el Padre siempre es llamado Dios por antonomasia (cf. 1, 3; 8, 4 ss.; Jn. 8, 54 y nota; Ef. 4, 6; 1 Tm. 2, 5, etc.) El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor, porque los tres son una sola Divinidad y Dios es amor (1 Jn. 4, 16). El Padre es el Principio del amor (“Caritas Pater”). El Hijo es el Don del amor (“Gratia Filius”), y al mismo tiempo su expresión (Verbo del amor), su conocimiento (la luz del amor que viene a este mundo: Jn. 1, 9; 3, 19; 12, 46), y su contenido mismo: resplandor de la gloria del Padre y figura de su sustancia (Hb. 1, 3), y viene como “Dios con nosotros” o Emmanuel (Is. 7, 14). El Espíritu Santo es el Soplo del amor (“Communicatio Spiritus Sanctus”) y da todavía un paso más que el Verbo Jesús, realizando la divinización de los hombres como hijos de Dios, si ellos aceptan a Jesucristo. El Padre es, diríamos, Dios Amor en Sí. El Hijo es ese Dios Amor con nosotros. El Espíritu Santo es ese Dios Amor en nosotros (Jn. 14, 16), terminando así el proceso divino ad extra, es decir trayéndonos eficazmente, en virtud de la voluntad del Padre que nos dio al Hijo, y de los méritos del Hijo ante el Padre, la participación en la naturaleza divina (2 Pe. 1, 4), el nacimiento de Dios como hijos (Jn. 1, 12-13; Ef. 1, 5), la vida de amistad con el Padre y el Hijo en virtud de ese amor (1 Jn. 1, 3) y la unidad, en fin, consumada con el Padre y el Hijo (Jn. 17, 21-23). Cf. 2 Co. 13, 3 y nota.

7. Contaminada, no por el hecho mismo, sino por la viciada intención del que lo hizo creyendo que era pecado. Vemos aquí la importancia capitalísima y decisiva que tiene ante Dios la rectitud de conciencia. Cf. 10, 25-29; Rm. 14, 14-23.

9. El cristianismo es la religión de la caridad, y no una tabla de derechos y fórmulas. Es, por consiguiente, deber nuestro renunciar a una cosa lícita para salvar un alma. Lo que en sí es cosa indiferente y lícita, puede redundar en perjuicio de otro, si para éste es ocasión de pecado. Véase nota anterior.

12. Pecan contra Cristo porque son culpables de que muera un miembro de su Cuerpo Místico, un alma que Él amó hasta entregarse por ella (Ga. 2, 20) y cuyas ofensas Él mira como hechas a Sí mismo (Mt. 25, 40 y 45).

2. Cf. Ga. 1, 12; 2, 8; Rm. 1, 1 y notas.

5. No se trata de las mujeres casadas con los apóstoles, pues ellos habían abandonado sus familias, y S. Pablo practica y recomienda el celibato (cf. 7, 7 y 25 ss.), sino más bien de mujeres piadosas que los acompañaban y asistían con sus bienes, como lo hicieron con el mismo Señor (Lc. 8, 1-3).

6. Se refiere al trabajo manual o lucrativo para la propia subsistencia, lo cual le quitaría tiempo para el apostolado. Ello no obstante, bien sabemos que Pablo hacía aún esos trabajos, para no ser gravoso a las Iglesias y conservar su libertad de espíritu (v. 12 ss.; 1 Ts. 2, 6-10; 2 Ts. 3, 8 s., etc.).

9 s. Cf. Dt. 25, 4; 1 Tm. 5, 18; 2 Tm. 2, 6.

11 s. Los predicadores del Evangelio merecían como se ve, especial consideración (1 Tm. 5, 17; Hch. 6, 2 y nota).

13. Los apóstoles tienen, pues, derecho a ser sustentados por los fieles a quienes sirven. Cf. Nm. 18, 8 y 31; Dt. 14, 22 ss.; 18, 1 ss. S. Pablo renunció a tal derecho, ganándole la vida con su propio trabajo corporal, como acto ejemplar de caridad.

14. Se refiere a lo dicho por Jesús en Mt. 10, 10 s. y Lc. 10, 7, sobre el sustento de los obreros evangélicos. En cuanto a la generosidad de los fieles por una parte, y el desinterés de los pastores por otra, véase Mt. 10, 8 s.; 1 Pe. 5, 2; Mal. 3, 8 ss. y notas. Cf. Hch. 8, 18 ss. y nota; Dante, Inf. 19, 115 ss.

15. La gloria consiste en haber trabajado gratuitamente por el Evangelio (Hch. 18, 3; 20, 34; 2 Co. 11, 10). Así podía increpar a los que negociaban con las almas (2 Co. 11, 20). Cf. v. 18; Ap. 18, 13.

16. ¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!: Vemos una vez más la importancia capitalísima que los apóstoles atribuyen a la predicación de la Palabra de Dios. Cf. Hch. 6, 2; 1 Tm. 5, 17; 2 Tm. 4, 2. Vale la pena destacar cómo, al cabo de dos mil años, el amor a la verdad ha llevado a un escritor moderno –venido del judaísmo y que explotó antes muchos campos literarios con éxito tan brillante como su estilo– a esta misma conclusión de S. Pablo. En plena mitad del siglo XX, frente a los horrores de la guerra y del odio, tan parecidos a las señales del fin anunciadas por Jesús, René Schwob ha dicho que sólo un campo queda, sólo un asunto tiene sentido para ocupar al escritor de hoy: el comentario al Evangelio. Por lo demás, el Papa Pío XII corrobora el concepto en la Encíclica “Divino Afflante Spiritu”, sobre la Biblia, al decir que, lejos de ser éste un campo ya agotado, está muy al contrario lleno de cosas que quedan por entender y explicar. De modo que puede vaticinarse el alcance insospechado que tendrá, con el favor de Dios, el movimiento bíblico católico que se ha iniciado en muchos países del mundo con una simultaneidad que responde a la sed universal de las almas. Cf. Amos 8, 11; Jn. 21, 25 y notas.

22. Para de todos modos salvar a algunos. La Vulgata dice: para salvarlos a todos. Véase 2 Co. 11, 29; Rm. 11, 14.

24. El Apóstol pinta en los siguientes versículos al cristiano militante, valiéndose de las comparaciones con los famosos juegos ístmicos: carrera (v. 4) y pugilismo (v. 26), donde todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de empeñarnos nosotros, y con tanto mayor razón, por obtener el premio de la eternidad, renunciando a la propia gloria y al propio interés y haciéndolo “todo por el Evangelio” (v. 23). Cf. Mt. 10, 38; 16, 24. La comparación recuerda la que hace Jesús entre el celo de los hijos de las tinieblas y el de los hijos de la luz (Lc. 16, 8).

25. Véase 3, 14 y nota. Las monedas que se conservan de Corinto, traen grabada la corona de aquellos efímeros triunfos, que era de pino, de perejil o de olivo. El apóstol nos lleva a fijar en cambio la atención sobre el premio que nos espera (Fil. 3, 8-14), para alegrarnos desde ahora (Rm. 5, 2; Tt. 2, 13; Lc. 6, 23; 10, 20; Jn. 16, 22) en la esperanza cierta de una felicidad, que si no nos cautiva el corazón es porque apenas tenemos una vaga idea del cielo, e ignoramos las innumerables promesas que Dios nos prodiga en la Sagrada Escritura. David dice que ellas le dieron esperanza. Y eso que aun no conocía todas las del Nuevo Testamento. He aquí algunas para nuestra meditación: 2, 9; 3, 8; 6, 2 s.; 15, 24 ss., y 51 ss.; Rm. 8, 17 s.; Col. 3, 4; Fil. 3, 20 s.; Lc. 22, 29 s.; 2 Tm. 2, 12; 4, 8; 1 Pe. 1, 4; 5, 4; St. 1, 12; 2, 5; Mt. 25, 34; Ap. 2, 10 y 27 s.; 3, 21; 5, 10; 14, 3 s.; 20, 4; caps. 21 y 22; 2 Co. 4, 17; 5, 1; Hb. 9, 15; 10, 34; 11, 10; 12, 28; Dn. 7, 27; 12, 3; 1 Ts. 4, 16 s., etc.

27. He aquí el propósito del ayuno: Sabemos que los deseos naturales de la carne van contra el espíritu (Ga. 5, 17). Es necesario, entonces, que ella esté siempre sometida al espíritu, pues en cuanto le damos libertad nos lleva a sus obras que son malas (Ga. 5, 19 ss.; Jn. 2, 4 y nota). S. Pablo nos revela el gran secreto de que nos libraremos de realizar esos deseos de la carne, si vivimos según el espíritu (Ga. 5, 16; cf. Sal. 118, 11 y nota). Importa ta mucho comprender bien esto, para que no se piense que las maceraciones corporales tienen valor en sí mismas, como si Dios se gozase en vernos sufrir (Col. 2, 16 ss.; Is. 58, 2 ss. y notas). Lo que le agrada ante todo son los “sacrificios de justicia” (Sal. 4, 6 y nota) y los “sacrificios de alabanza” (Hb. 13, 15; 1 Pe. 2, 4-9), es decir, la rectitud de corazón para obedecerle según Él quiere, y no según nuestro propio concepto de la santidad, que esconde tal vez esa espantosa soberbia por la cual Satanás nos lleva a querer ser gigantes, en vez de ser niños como quiere Jesús (Mt. 18, 1 ss.; Lc. 1, 49 ss. y nota) y a “despreciar la gracia de Dios” (Ga. 2, 21), queriendo santificarnos por nuestros méritos, como el fariseo del Templo (Lc. 18, 9), y no por los de Cristo (Rm. 3, 26; 10, 3; Fil. 3, 9, etc.). Bien explica S. Tomás que “la maceración del propio cuerpo no es acepta a Dios, a menos que sea discreta, es decir, para refrenar la concupiscencia, y no grave excesivamente a la naturaleza”. Porque el espíritu del Evangelio es un espíritu de moderación, que es lo que más cuesta a nuestro orgullo.

1 ss. Nuestros padres: Los de Israel, que también lo son nuestros, como hijos que somos también de la promesa hecha a los Patriarcas (Rm. 4, 1 ss.; 9, 6; Ga. 3, 7; Ef. 2, 20, etc.). Alude S. Pablo al éxodo de los israelitas de Egipto bajo Moisés cuando pasaron el Mar Rojo, guiados por una nube que les daba sombra de día y luz de noche (Ex. 3, 21; Sal. 104, 39; Sb. 10, 17; 19, 7 y notas). En orden a Moisés, es decir, fueron incorporados a él, como nosotros a Cristo (cf. Ex. 14, 3). Manjar y bebida: los israelitas, dice S. Juan Crisóstomo, recibieron maná y agua; nosotros, el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El adjetivo todos se repite cinco veces para acentuar que aunque todo Israel recibió aquellas bendiciones, sólo un pequeño número entró en la tierra prometida. Véase la tremenda Parábola del banquete nupcial (Mt. 22, 14). Cf. Mt. 13, 47 ss.

4. Piedra es, desde antiguo, uno de los nombres divinos (Dt. 32, 4; 15, 8; 2 Sam. 2, 22; Sal. 17, 3, etc.). La piedra era Cristo: Así le llama también el Príncipe de los Apóstoles (1 Pe. 2, 4 ss.) y el mismo Pablo en Ef. 2, 20. S. Justino, fundándose en los Evangelios (que él llama “Memorias de los Apóstoles”) escribe a Trifón el judío: “Porque leemos (en ellos) que el Cristo es el Hijo de Dios, lo proclamamos y lo entendemos como Hijo, el mismo que en los libros de los Profetas es llamado la Sabiduría, el Día, el Oriente, la Espada, la Piedra, etc.”. “Era el Mesías quien acordaba a la nación teocrática no solamente el agua para saciar su sed, sino también todas las demás gracias que necesitaba. Nada más bello y nada más real que esta actividad anticipada del Mesías en la historia judía (v. 9; Jn. 12, 41, etc.). Ya un escritor sagrado del Antiguo Testamento había dicho (Sb. 10, 15 ss.) que la divina Sabiduría estaba con los judíos en el desierto; ahora bien, esa Sabiduría es el mismo Verbo de Dios” (Fillion). Cf. nuestra introducción al Libro de la Sabiduría; Si. 4, 15 y notas. Véase también el v. 17 y 12, 12; Judas 5 y notas.

5. Cita de Nm. 14, 16 y 29 según los LXX.

6. Como figuras: así como los israelitas fueron bautizados en la nube y en el mar (vv. 1 y 2) y alimentados con un manjar espiritual (vv. 3 y 4), así también nosotros recibimos las aguas del Bautismo y el Pan del cielo en la Eucaristía. Lo malo: alusión a los israelitas que codiciaron las carnes de Egipto. Pero mientras tenían aún la carne de las codornices entre los dientes, fueron castigados (Nm. 11, 4 ss.).

7. Cita de Ex. 32, 6. En los lugares mundanos de hoy, el baile entre las comidas parecería querer imitar esto al pie de la letra.

8. Cf. Nm. 25, 1 y 9. Fornicar se usa generalmente en la Sagrada Escritura para señalar cuánta infidelidad se esconde en la idolatría (St. 4, 4 s., y nota; Ap. 17, 2; 18, 3. Aquí se refiere a la fornicación con las hijas de Moab. Nm. 25, 1 ss.

9 s. Véase Nm. 21, 5 s.; 11, 1; 14, 1 s.

11. El fin de las edades: Fórmula semejante a la hebrea acharit hayamim (Is. 2, 2); es aplicada, como observa Fillion, por oposición a los tiempos en que aun se esperaba la primera venida del Mesías. Véase expresiones semejantes en Ga. 4, 4; Ef. 1, 10; Hb. 9, 26; 1 Pe. 1, 5; 1 Jn. 2, 18. Así también S. Pablo aplica en forma análoga el anuncio de Is. 49, 8 en 2 Co. 6, 2. Cf. 3, 14; 4, 8 ss.; 2 Tm. 3, 1 y notas.

12. Es decir que no estamos aún confirmados en la gracia (cf. Hb. 8, 8 ss.), y que nuestra carne estará inclinada al mal hasta el fin, por lo cual, aunque ya somos salvos en esperanza (Rm. 8, 4), hemos de saber que sólo podremos vencer nuestras malas inclinaciones recurriendo a la vida según el espíritu (Ga. 5, 16 y nota), y que cada instante en que nos libramos de caer en la carne es un nuevo favor que debemos “a la gracia de la divina misericordia” (Fil. 1, 29; 2, 13 y notas), “para que no se gloríe ninguna carne”, como dijo el Apóstol en 1, 29. Cf. Ef. 2, 9.

13. Es la consoladora doctrina que expone Santiago (St. 1, 13 y nota), añadiendo aún que de la tentación saldremos mejor que antes (St. 1, 12). “El que de la tentación hace que saquemos provecho, de manera que podamos sostenernos, Él mismo nos asiste a todos y nos da su mano para que alcancemos las eternas coronas por gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, con espléndida aclamación” (S. Crisóstomo). Véase Sal. 124, 3 y nota.

14 ss. Para evitar toda especie de idolatría, el Apóstol va a dar instrucciones sobre el misterio eucarístico. Comunión (v. 16); el griego dice koinonía, que la Vulgata traduce “comunicación” y “participación” (cf. v. 17 s.). Con el ejemplo que S. Pablo pone, comparándola con la participación en los sacrificios (vv. 18 ss.), les explica perfectamente este misterio sobrenatural, pues ya los judíos que aún seguían el antiguo culto (v. 18; cf. Hb. 8, 4 y nota), y hasta los paganos en sus sacrificios idolátricos (v. 19 s.), creían que la manducación de la víctima los ponía en comunión con el altar (v. 18). Así vemos toda la realidad sobrenatural de la fracción del pan (cf. Hch. 2, 42 y nota) como verdadera comunión del Pan de vida que es Cristo, y de su Sangre derramada en el Calvario (cf. Jn. 6, 48-58; Mt. 26, 27 y notas), y de ahí que declare el Apóstol la imposibilidad de mezclar ambos altares (vv. 19-21), lo cual notifica aquí a los gentiles de Corinto, como lo hará a los Hebreos en la carta para ellos (Hb. 8, 5; 13, 10 y notas). S. Justino y S. Ireneo atestiguan a este respecto la fe de los primeros cristianos sobre esta unión con Cristo, Víctima da Calvario y Sacerdote Eterno, mediante el misterio eucarístico al cual llama por eso S. Agustín “señal de unidad y vínculo de amor”. La Didajé (escrita a fines del primer siglo cristiano), en su oración eucarística toma este concepto con trascendencia escatológica diciendo: “Así como este pan fraccionado estuvo disperso sobre las colinas y fue recogido para formar un todo, así también de todos los confines de la tierra sea tu Iglesia reunida para el reino tuyo … De los cuatro vientos reúnela, santificada, en tu reino que para ella preparaste, porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos. ¡Venga la gracia! ¡Pase este mundo! ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Maran Atha! Amén”. Cf. 16, 22. Mediante esas comparaciones y la del maná del cielo como alimento espiritual (v. 3) y la bebida espiritual de la Piedra que es Cristo (v. 4 y nota), S. Pablo quiere llevarnos a penetrar el escondido misterio espiritual del “único Pan” (v. 17).

16. El cáliz de bendición: El cáliz eucarístico. Cf. Mt. 26, 27; Hch. 2, 42.

21. En 11, 17 volverá a hablarnos de la fracción del pan, como instituida por el mismo Jesús para memoria del Calvario, y se referirá a los ágapes para condenar los abusos que en ellos se cometían.

23. Sigue el pensamiento de 6, 12.

24. Aquí concreta netamente el Apóstol, en una clara norma de vida (cf. 3, 5 y nota), esa verdadera obsesión que hemos de tener por la caridad fraterna según el Sermón de la Montaña. En 13, 5 nos dice él mismo que la caridad no busca sus propios intereses. Esto no quiere decir que el cristiano quede abandonado y sin recursos, sino todo lo contrario: porque para ellos precisamente dijo Jesús que el Padre les dará todo por añadidura si antes buscan ellos lo que a Dios agrada (Mt. 6, 33). Véase Mt. 6, 8 y nota.

25 ss. S. Pablo vuelve a tomar el hilo dando normas prácticas de cómo comportarse en los banquetes (caps. 8 y 9). Distingue tres casos, mostrando que la licitud en comer no estriba en lo que afecta a los manjares (cf. Col. 2, 16 ss.), sino en la caridad de que antes habló. La regla general es tener consideración con los flacos para no darles ocasión de tropiezo, Cf. Rm. 14, 2 ss.; 15; 2.

26. Nótese con qué hermosa elocuencia y libertad aplica aquí esta cita del Sal. 23, 1.

31. También ésta ha sido llamada regla de oro de la caridad (cf. Mt. 7, 12 y nota). Todo ha de hacerse por agradar a nuestro Padre (cf. Hch. 2, 46; Sal. 34, 28 y nota). Y como lo que más le agrada a Él es que tengamos caridad unos con otros, tal ha de ser nuestra constante preocupación (cf. v. 24 y nota). Recordemos para siempre que aquí estaría la solución –¡la única!– de todos los problemas individuales, sociales e internacionales, y que en vano se la buscará sin la caridad en las grandes asambleas, las habilidades diplomáticas o las técnicas sociológicas. Todo será inútil, dice León XIII en Rerum Novarum, sin “una gran efusión de caridad”. Mas no es tal cosa lo que anuncia Jesús, sino que nos previene que habrá toda suerte de guerras y odios entre hermanos, padres e hijos (Mt. 24, 6 ss.). De lo cual hemos de sacar una saludable desconfianza en las soluciones humanistas (Jn. 2, 24 y nota) y en el “simpático optimismo”, que según la Biblia es la característica de los falsos profetas (Ez. cap. 3 y notas), que surgirán precisamente (Mt. 24, 11) cuando falte ese amor (Mt. 24, 12).

1. El Apóstol, que al terminar el capítulo anterior no ha vacilado en señalar su propia conducta para mostrar que ella no contradice lo que sus labios predican, se apresura a completar aquí su pensamiento con el Nombre del divino Maestro. Sólo Él es santo, y nadie puede serlo sino gracias a Él. Cf. 10, 17; Jn. 1, 16; Rm. 16, 27 y notas.

3. S. Pablo, que en las Epístolas de la cautividad nos presentará a Jesús como la Cabeza del Cuerpo Místico (Ef. 1, 22 s.; 4, 16, etc.) quiere aquí “que sepamos” que Jesús es Cabeza de cada varón, siendo éste para Cristo lo mismo que la esposa es para él, es decir, algo que, si bien le está sometido, no es una simple esclava sino el objeto de todo su amor, a quien él mismo se entrega totalmente. Este concepto del alma esposa de Cristo, que meditamos en el Cantar de los Cantares, es completado por S. Pablo en 2 Co. 11, 2, donde dice que nos ha presentado a Cristo para desposarnos con Él como una casta virgen. Dios es cabeza de Cristo: Véase en 3, 22-23 y notas, cómo este misterio de amor y sumisión de la mujer al varón y del varón a Cristo, es el mismo que existe entre Jesús y el Padre.

5 ss. Tomen nota las mujeres cristianas del celo con que S. Pablo señala esta conveniencia de velarse la cabeza en el Templo, cosa que hoy está olvidada o deformada por el uso de sombreros que nada cubren y que no son signo de dependencia como ha de ser el velo (v. 10). En tiempo de S. Pablo, sólo las rameras se atrevían a tener esa conducta.

7. “No se dice aquí que el varón sea la imagen y la gloria de Dios en atención solamente al cuerpo, alma y espíritu (1 Ts. 5, 23) puesto que a este respecto lo es igualmente la mujer … No debe el varón cubrir su cabeza, porque el velo es señal de sujeción” (S. Crisóstomo). En esta época de excesivo feminismo conviene recordar que la sujeción de la mujer no es doctrina de tal o cual escuela, sino que fue impuesta expresamente por Dios: “Estarás bajo la potestad de tu marido y él te dominará” (Gn. 3, 16). Véase Ef. 5, 22; cf. Ez. 3, 17-19 y notas. “La tesis desarrollada en todo este capítulo es que la mujer, siendo inferior al hombre, debe guardar su rango y llevar el signo de su inferioridad” (Buzy). Cf. v. 10; 14, 34-35 y nota.

10. Es decir por respeto a los ángeles de la guarda, y quizá también por los que asisten invisiblemente a las asambleas de los cristianos (S. Crisóstomo y S. Agustín). Cf. v. 5 y nota.

17. Con motivo de la “fracción del pan” (Hch. 2, 42) se organizaba una comida, el ágape que en griego significa amor, acto de fraternidad y que beneficiaba a los pobres. En esta hermosa institución, que S. Crisóstomo llama “causa y ocasión para ejercer la caridad”, el espíritu del mundo se había introducido, como siempre, mezclando las miserias humanas con las cosas de Dios. El Apóstol señala francamente esos abusos.

9. Menester es que haya entre vosotros facciones: esto es, disensiones. No es que sea necesario, sino que es inevitable, porque Jesús anunció que Él traería división (Mt. 10, 34) y que en un mismo hogar habría tres contra dos (Lc. 12, 51 s.) y a veces hay que odiar a la propia familia para ser discípulo de Él (Lc. 14, 26), porque no todos los invitados al banquete de bodas tienen el traje nupcial (Mt. 22, 14), y la separación definitiva de unos y otros sólo será en la consumación del siglo (Mt. 13, 47-49). Entretanto, en la lucha se manifiesta y se corrobora la fe de los que de veras son de Él (1 Pe. 1, 7; St. 1, 12). De ahí que el ideal de paz entre los que se llaman hermanos (Mc. 9, 49), no siempre sea posible (Rm. 12, 18) y que a veces los apóstoles enseñen la separación (cf. 5, 9-10). Véase 5, 11 ss. y nota; Hch. 20, 29; 1 Jn. 2, 19, etc.

23 ss. Yo he recibida del Señor: En este pasaje vemos una vez más que el Apóstol, cual otro evangelista, nos transmite verdades recibidas directamente del Señor (cf. 15, 3; Hch. 22, 14; 26, 16; Ga. 1, 11 y notas). En efecto, como hace notar Fillion, este relato “ha debido servir de fuente a la relación que S. Lucas (discípulo de Pablo) consignó en su Evangelio” (Lc. 22, 19 s.). Sobre la Eucaristía, Véase 10, 14 y nota. En este párrafo el Apóstol nos enseña las siguientes verdades como directamente recibidas del Señor (cf. 15, 3; Ga. 1, 11, etc.): a) la Eucaristía es realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo (24 s.); b) el Apóstol y sus sucesores están autorizados para perpetuar el acto sagrado (24-26); c) la Misa es un sacrificio (25); d) el mismo de la Cruz (26); e) la Eucaristía debe recibirse dignamente (27), es decir, con la plenitud de la fe y humildad del que severamente examina su conciencia (28-31).

26. Anunciad la muerte del Señor: Sólo en la Cena dijo Jesús que su Cuerpo se entregaría por nosotros. Antes, había tenido que revelar muchas veces, a los azorados ojos de sus discípulos, el misterio de su rechazo por la Sinagoga y de su Pasión, Muerte y Resurrección. Pero su delicadeza infinita lo apartaba de decir que esa muerte era el precio que Él pagaba por el rechazo de Israel y la culpa de todos (Mt. 16, 13-21 y notas), y que ella había de brindar a todos la vida (Jn. 11, 49-52). Sólo en el momento de la despedida les reveló este misterio de su amor sin límites, eco del amor del Padre, y, queriendo anticiparles ese beneficio de su Redención, esa entrega total de sí mismo (Lc. 22, 15), les entregó –y en ellos a todos nosotros, según lo dice Él mismo (Jn. 13, 1 y nota)– la Eucaristía como algo inseparable de la Pasión. Tal es lo que enseña aquí San Pablo, lo mismo que en el v. 27. Hasta que Él venga: Es decir que el Memorial eucarístico subsistirá, como observa Fillion, hasta la segunda venida de Cristo, porque entonces habrá “nuevos cielos y nueva tierra” (2 Pe. 3, 13; Is. 65, 17; Mt. 28, 20; Ap. 21, 1 y 5, etc.). Cf. Hb. 10, 37 y nota.

27. Quien comiere indignamente: “El que no piensa como Cristo, no come su Carne ni bebe su Sangre, aun cuando todos los días reciba para su juicio tan magno Sacramento. No piensa como Cristo el que, apartando de Él el afecto de su corazón, se vuelve al pecado; y bien puede llamarse miserable a este tal, a quien un bien tan grande es dado frecuentemente y de ello no recibe ni percibe una ventaja espiritual” (S. Agustín). Será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor: Se deduce de estas palabras que Jesucristo está presente bajo cada una de las dos especies (pan y vino). De no ser así, el Apóstol no podría decir que cualquiera por tomar indignamente alguna de ellas sería reo del Cuerpo y también de la Sangre del Señor.

28. Cf. 2 Co. 13, 5. Según Buzy, habría aquí una “alusión a la confesión pública o exomológesis practicada desde aquella época”. Véase St. 5, 16. En el Confiteor que hoy se recita al principio de la Misa y antes de comulgar, tanto el sacerdote como los fieles hacemos confesión pública de que somos pecadores, gravemente de corazón, de palabra y de obra, y sin descargo alguno, al decir, “por mí culpa… mi máxima culpa”. Véase Sal. 50, 6 y notas.

30. Muchos débiles y enfermos, etc. Vemos cómo S. Pablo observaba ese tristísimo fenómeno de las comuniones sin fruto que hoy notamos en los ambientes mundanos con apariencia de fe, que hallan compatible la unión eucarística con las desnudeces, las conversaciones, las lecturas, los espectáculos y las costumbres del mundo, el cual está condenado (v. 32) y cuyo príncipe es Satanás (Jn. 14, 30 y nota). San Pablo enseña también –cosa ciertamente insospechada– que tal es la causa de muchas enfermedades y aun de muchas muertes corporales y que en esto hemos de ver, no una severidad de Dios, sino al contrario, una misericordia que quiere evitar el castigo eterno. Cf. 5, 5 y nota.

1. En los capítulos 12, 13 y 14 responde S. Pablo a la consulta sobre los carismas o dones especiales del Espíritu Santo (el griego dice literalmente los pneumáticos) concedidos abundantemente a los cristianos por el divino Espíritu, según era visible en la Iglesia. Véase Hch. 2, 1 ss.; 8, 17; 19, 6 y notas. Fillion hace notar que esas manifestaciones espirituales “se han enrarecido [poco y poco] y aun desaparecieron casi completamente”. Dejan de mencionarse en la Escritura desde el final del tiempo de los Hechos.

2. A los que mirasen nuestra fe como un ciego dogmatismo gregario y servil, opone S. Pablo aquí un verdadero alarde de vida espiritual. Jesús es la luz, y no quiso que se le siguiera en tinieblas con “la fe del carbonero” (Jn. 12, 46), porque la vida eterna consiste en conocerlo bien a Él y por Él al Padre (Jn. 17, 3). De ahí que el gran Apóstol no quiere que los cristianos ignoren los misterios del Espíritu (v. 1), y opone la Ley de Cristo (v. 3) –que no es ídolo mudo, porque habló y sus Palabras son la verdad que hace libres a los que las buscan y conservan (Jn. 8, 31 s.)– a la oscura esclavitud de los paganos que, sin vida espiritual propia, se dejaban pasivamente conducir a la superstición por mentores semejantes a aquellos sacerdotes de Bel cuyos subterfugios descubrió tan admirablemente el profeta Daniel (Dn. 14, 1-21). Cf. 2 Co. 1, 23; 13, 4; Ga. 4, 8 y notas.

3. He aquí la regla general para distinguir los espíritus: todas las manifestaciones de palabra o de hecho que se oponen a Jesús, esto es, a su gloria o a su enseñanza, son malas. Nótese que el Espíritu Santo, que por voluntad del Padre es el glorificador de Jesús (Jn. 16, 14), es también quien nos anima y capacita para confesar que Jesús es el Señor (cf. Mc. 9, 38; 1 Jn. 5, 1 y 5; Fil. 2, 11 y nota). Las almas iluminadas por el Espíritu Santo se elevan a la espiritualidad propia de los hijos de Dios (Rm. 8, 14) merced a la mansión en ellas del divino Espíritu (2, 11 ss.; 3, 17 ss. y notas). “El Espíritu Santo es fuente de un gozo sin fin que consiste en la asimilación de Dios. ¡Convertirse en Dios! Nada puede apetecerse de más bello” (S. Basilio).

4 ss. Los mejores autores señalan en los versículos 4-6 la mención sucesiva del Espíritu Santo, del Verbo encarnado y del Padre, de donde se deducen preciosas enseñanzas sobre la doctrina de la Santísima Trinidad y la distinción de las divinas Personas. Véase 8, 6 y nota.

7. Es decir, no para Él sino para toda la Iglesia (vv. 12 ss.), lo cual comporta gravísima responsabilidad en quien recibe los dones, como se ve en la parábola de los talentos (Mt. 25, 14 ss.). Ello explica que haya habido profetas infieles a su misión, y nos muestra que la posesión de esos dones no es por sí misma un indicio suficiente de santidad.

8 ss. Trátase de los diversos carismas o inspiraciones y dones especiales, ministerios apostólicos y operaciones sobrenaturales. Véase vv. 28-30; Rm. 12, 6-8; Ef. 4, 11. Buzy hace notar cómo S. Pablo coloca por encima de la ciencia la sabiduría o conocimiento de los designios íntimos de Dios. Cf. 2, 10 ss. y notas.

9. Se refiere, como observan Fillion, Buzy, etc., no a la fe teologal sino a la fe que obra milagros, y cuyos efectos son enumerados a continuación (cf. Mt. 17, 20). Véase 3, 2 y nota.

11 ss. Como hay muchos miembros, pero un solo cuerpo, así hay también muchos carismas, pero un solo Espíritu. Ninguno se juzgue despreciado si otros están dotados de un don más apetecido. Cada uno guarde su puesto y el don que el Espíritu le ha concedido, pues que no se trata de dones personales (v. 7 y nota) y todos los carismas son inútiles sin la caridad (12-26). Véase Rm. 12, 3 y 6; Ef. 4, 7. No hay felicidad mayor que la de saber que, de toda eternidad, Dios tenía un destino elegido especialmente para cada uno, por su infinito amor, de modo que en ese destino estará para nosotros el máximum de la dicha que a cada uno conviene, tanto en la eternidad como desde ahora. Pretender cambiar esa posición por iniciativa propia sería, no solamente querer superar el amor de Dios y su sabiduría, sino también alterar el fin que Él mismo se propuso al crear a cada uno. Véase 15, 38 ss. Por lo demás, si bien las palabras según quiere se refieren al divino Espíritu, también es, en cierta manera, según quiere cada cual, es decir según acepta y desea. Porque el mismo Dios nos advierte que Él llena de bienes a los hambrientos (Lc. 1, 53) y nos invita a abrir bien la boca para poderla colmar (Sal. 80, 11 y nota). En un mercado donde todo se da gratis, el que pide poco es un necio (cf. Is. 55, 1 y nota). Sólo se trata, pues, de hacerse pequeño como un niño para recibir la que se niega a los sabios y a los prudentes (Lc. 10, 21). Tal es el sentido de las palabras de S. Agustín: “Si quieres ser predestinado, hazte predestinado”.

12. Admiremos cómo se ensancha aquí la visión al mostrársenos la Iglesia de Dios como un cuerpo orgánico, pero místico. Lo que el Espíritu Santo hace al distribuir así diversamente sus dones, no es sino edificar el cuerpo de Cristo que hemos de formar todos los cristianos (v. 13). De manera que si cada uno de nosotros tiene dones distintos, es porque somos miembros de ese Cuerpo y entre todos hemos de hacer la armonía del conjunto (v. 14). Y esto, lejos de obstar al bien de cada uno, según lo que vimos en la nota anterior, lo confirma de una manera nueva, haciéndonos comprender que la mano no está hecha para ser usada como pie, ni el oído para ser ojo, etc., ni la mano podría ser feliz cortada del cuerpo, como si fuera ella misma una persona (v. 19), por lo cual la plenitud de nuestro bien está en la armonía de ese Cuerpo, que es el Cristo total, cuya Cabeza o centro vital es el mismo Jesús (Ef. 4, 15 s.) de cuya plenitud lo recibimos todo (Jn. 1, 16). Esta alegoría del cuerpo humano, acerca de la cual suele recordarse imágenes semejantes de autores paganos (Menenio Agripa, Séneca, Marco Aurelio, etc.), no es pues, según vemos, sino el desarrollo de la alegoría propuesta por el mismo Señor sobre la vid y los sarmientos: algo vital y orgánico, e infinitamente más real y profundo que toda figura literaria, como que los cuerpos físicos y todas las cosas creadas son imágenes visibles de las invisibles realidades espirituales, según lo vimos en Rm. 1, 20 y nota, y como lo señala aquí el v. 24 al mencionar la expresa disposición de Dios. S. Pablo presenta aquí el concepto de cuerpo especialmente en cuanto a la solidaridad entre los miembros, de donde se deduce también la comunidad de bienes espirituales (cf. 2 Co. 10, 15). En las Epístolas de la cautividad esencialmente Cristológicas, explayó el gran misterio del Cuerpo Místico con relación a Aquel que resucitado de entre lis muertos, sentado a la diestra del Padre y puesto sobre la casa de Dios (Hb. 10, 21) como Sumo Sacerdote del Santuario celestial (Hb. 8, 2; 9, 11 y 4), es a un tiempo la Cabeza y la vida de toda “la Iglesia que es su Cuerpo” (Ef. 1, 20-23; 2, 6; Col. 1, 18, etc.). Cf. Mt. 13, 47 y notas.

23 s. Así como en este gráfico análisis del cuerpo físico –en que el Apóstol señala expresamente las deliberadas voluntades del Creador– sucede en el Cuerpo Místico de Cristo: los que hayamos estado más bajos, según el mundo, seremos los privilegiados de la gloria, los preferidos de Aquel que estuvo entre nosotros como un sirviente (Lc. 22, 27). Tal es lo que S. Pablo nos ha dicho antes sobre la posición siempre despreciada de los apóstoles (4, 9 ss.; 2 Co. 6, 4 ss. y notas), no obstante ser esa vocación la primera (v. 28), y la más deseable (v. 31). ¿Es que acaso no habrían de cumplirse las predicciones de Jesús sobre los apóstoles verdaderos? (Jn. 15, 18 ss.; 16, 1-4). He aquí una piedra de toque para saber encontrarlos.

25 s. El Apóstol quiere acentuar, con toda razón, que esa solidaridad existe entre los miembros como un hecho real, o sea que no se trata de un precepto que deba cumplirse en sentido moral, sino de algo que afecta vitalmente al interés de todos y de cada uno, tanto en un cuerpo espiritual como en el físico. “De ahí han tomado los sociólogos, no solamente la concepción orgánica de la sociedad humana, sino también el concepto de la solidaridad social que sirvió de base para demostrar la conveniencia y la necesidad de la armonía entre los hombres”.

27 ss. Miembros (cada uno) en parte. Es decir, no que unos seamos miembros de otros, según resultaría de la Vulgata, sino que nadie es más que una parte de esos miembros, o sea que necesita de los demás, según la solidaridad que antes vimos, y no puede pretender que él sólo es todo el Cuerpo de Cristo. Esas distintas partes son las que luego enumera (v. 28 ss.), y entre ellas hay que aspirar ambiciosamente a las más grandes (la Vulgata dice: mejores), que son el apostolado y la profecía (14, 1). El sentido de ésta se ve en 14, 3.

31. “Ya está Pablo ardiendo, llevado al amor”, dice aquí S. Ambrosio. El amor es más que todo, y es lo que valoriza todo, como veremos en el cap. 13, y lo es todo en sí mismo, como que se confunde con el mismo Dios puesto que Él es amor (1 Jn. 4, 8 y 16). Por eso el discípulo amado debió al amor su Evangelio y su gran Epístola, y en ellos hallamos la cumbre de lo que Dios reveló en materia de espiritualidad, así como en el Apocalipsis, del mismo Juan, está la cumbre de los misterios revelados en cuanto a nuestro destino y al del universo.

1. Todo el capítulo es más que un sublime himno lírico a la caridad; es un retrato, sin duda el más auténtico y vigoroso que jamás se trazó del amor, el más alto de los dones y de las virtudes teologales, para librarnos de confundirlo con sus muchas imitaciones: el sentimentalismo, la beneficencia filantrópica, la limosna ostentosa, etc., San Pablo fija aquí el concepto de la caridad según sus características esenciales, pues son las que cualquiera puede reconocer simplemente en todo amor verdadero. Si no es así no es amor. Mas para poder pensar en la caridad como amor de nuestra parte a Dios y al prójimo, hemos de pensar antes en la caridad como amor que Dios nos tiene y que Él nos comunica, sin lo cual seríamos incapaces de amar (Denz. 198 s.). Dios es amor (1 Jn. 4, 8); y ese amor infinito del Padre por el Hijo nos es extendido a nosotros por la misión del Espíritu Santo (Rm. 5, 15), el cual pone entonces en nosotros esa capacidad de amar al Padre como lo amó Jesús, y de amarnos entre nosotros como Jesús nos amó (Jn. 13, 34; 15, 12). Es de notar que S. Pablo usa siempre la voz griega agapé, que suele traducirse indistintamente por caridad o amor. Este último es el adoptado generalmente en las traducciones del griego para este capítulo y para pasajes muy vinculados al presente, como 16, 24; Rm. 12, 9 y 13, 10; 2 Co. 2, 4 y 8, 7; Ga. 5, 13; Ef. 2, 4; 3, 19; 5, 2; Col. 1, 4 y 8, etc.; y también, sobre todo, para las palabras de Jesús, como por ejemplo Jn. 5, 42; 13, 35; 15, 9, 10 y 13; 17, 26, etc., por lo cual hemos alternado en estas notas ambas voces, usando la última donde consideramos que contribuye mejor a la inteligencia espiritual del texto de acuerdo con los demás citados.

2. Como muy bien observa Fillion, la fe de que aquí se trata entre otros carismas, es lo que se llama “fides miraculosa” (12, 9) y no en manera alguna “la primera de las tres virtudes teologales”, que sobrepasa los límites de aquélla y que, siendo el “principio de la humana salvación, el fundamento y la raíz de toda justificación” (Conc. Trid.), es la base y condición previa de toda posible caridad, pues es cosa admitida que no pueda amarse lo que no se conoce. Según la expresión clásica, “el fuego de la caridad se enciende con la antorcha de la fe”, o sea que en vano pretenderíamos ser capaces de proceder como en el v. 4 si antes no hemos buscado el motor necesario entregando el corazón al amor que viene del conocimiento de Cristo, como lo dice la Escritura. En ella se nos revela el Amor del Padre que “nos amó primero” (1 Jn. 4, 10) hasta darnos su Hijo (Jn. 3, 16). Sólo ese conocimiento espiritual, admirativo y consolador (cf. Jn. 17, 3 y 17 y notas), es decir, sólo la fe que obra por la caridad (Ga. 5, 6; Jn. 14, 23 s. y notas), la fe en el amor y la bondad con que somos amados (1 Jn. 4, 16), podrá convertir nuestro corazón egoísta, a esa vida que aquí indica S. Pablo, en que el amor es el móvil de todas nuestros actos. Véase Col. 1, 9 y nota.

3. Esto es lo que ha sido llamado “lección formidable”, es decir terrible: Antes que las obras materiales. hay que cuidar la sinceridad del amor con que las hacemos; amor que sólo puede venir de una fe viva (Ga. 5, 6), formada en el conocimiento espiritual de Dios, que Él mismo nos da por medio de su Palabra (Jn. 17, 3; Rm. 10, 17). En 3, 10-15 y notas vimos, revelada por el Apóstol, la tragedia de las obras hechas sin amor, según parecerán en “el día del Señor” que debe juzgarlas y premiarlas.

5. No busca lo suyo: Nótese que esta admirable norma, sin la cual nuestro natural egoísmo viviría sembrando ruinas desenfrenadamente, no significa que hayamos de empeñarnos en buscar las cosas desagradables sino en cuidar ante todo que ninguna de nuestras ventajas pueda ser en detrimento de otro (10, 24). Hartas cosas agradables nos permite Dios que no son con daño ajeno. Más aún, todas nos las promete Él por añadidura si tenemos esta disposición, fundamental de caridad que no aceptaría nada que fuese con perjuicio del prójimo. ¡Qué paraíso de paz y bienestar sería entonces el mundo! Pero si no podemos hacer que lo sea para todos, nadie puede impedirnos que lo hagamos un paraíso así entre nosotros. Cf. 10, 31 y nota.

7. Apliquemos esto al amor que Dios tiene con nosotros y veremos hasta dónde llega su asombrosa bondad (Lc. 6, 36 y nota). Todo lo cree: a Dios (véase 1 Jn. cap. 5). En cuanto al prójimo, S. Juan nos da la regla en 1 Jn. 4, 1. Cf. Mt. 10, 16 ss.; Jn. 2, 4; Hch. 17, 1; 1 Ts. 5, 21 y nota.

12. Sólo por el espejo de la fe, perfeccionada por el amor y sostenida por la esperanza (v. 13), podemos contemplar desde ahora el enigma de Dios. ¿Cómo podríamos de otra manera ver las realidades espirituales con los ojos de la carne, de una carne caída que no sólo es ajena al espíritu sino que le es contraria? (Ga. 5, 17). De ahí el inmenso valor de la fe, y el gran mérito que Dios le atribuye cuando es verdadera, haciendo que nos sea imputada como justicia (cf. Rm. cap. 4). Porque, es necesario realmente que concedamos un crédito sin límites, para que aceptemos de buena gana poner nuestro corazón en lo que no vemos, quitándolo de lo que vemos, sólo por creer que la Palabra de Dios no puede engañarnos cuando nos habla y nos ofrece su propia vida divina, mostrándonos que aquello es todo y que esto es nada. De ahí que nuestra fe, si es viva, honre tanto a Dios y le agrade tanto, como al padre agrada la total confianza del hijito que sin sombra de duda le sigue, sabiendo que en ello está su bien. Él nos da entonces evidencias tales de su verdad cuando escuchamos su lenguaje en las Escrituras, que ello, como dice Santa Ángela de Foligno, nos hace olvidar del mundo exterior y también de nosotros mismos. Pero, sin embargo, el deseo de ver cara a cara, ese anhelo de toda la Iglesia y de cada alma, con el cual termina toda la Biblia: “Ven, Señor Jesús” (Ap. 22, 20 y nota), crece en nosotros cada vez más porque se nos ha hecho saber que ese día, al conocer de la manera en que también fui conocido, seremos hechos iguales a Jesús (Fil. 3, 20 s.; Rm. 8, 29; Ga. 4, 9; 1 Jn. 3, 2). El mismo S. Juan nos revela que esta anhelosa esperanza de ver a Jesús, nos santifica, así como Él es santo (1 Jn. 3, 3; cf. Ct. 8, 14 y nota). Y S. Pablo nos muestra que no se trata de desear la muerte (2 Co. 5, 1 ss. y notas), sino la transformación que él mismo revela nos traer Cristo en su venida. Cf. 15, 51; 1 Ts. 4, 16 s. y notas.

13. S. Agustín, previniéndonos contra la vanidad del culto puramente exterior, nos dice que el culto máximo que Dios recibe de nosotros es el de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor (cf. v. 1-3 y notas; Jn. 6, 29). La caridad es, como dice Santo Tomás, la que, mientras vivimos, da la vida a la fe y a la esperanza, pero un día sólo la caridad permanecerá para siempre y, como dice el Doctor Angélico en otro lugar, la diferencia en la bienaventuranza corresponderá al grado de caridad y no al de alguna otra virtud. Por esta razón, entre mil otras, ella es la más excelente de las tres virtudes teologales, si las miramos como distintas entre sí. Notemos que así cumplirá Él, de un modo infinitamente admirable y superabundante, aquella loca ambición de nuestros primeros padres (Gn. 3, 4), que Satanás les inspiró sin sospechar que en eso consistía el ansia del mismo Dios por prodigar su propia vida divina, mas no por vía de rebelión, que era innecesaria, sino por vía de Paternidad, haciéndonos hijos suyos iguales a Jesús y gracias a los méritos redentores de Jesús. Tal es la obra que hace en nosotros el Espíritu Santo. Cf. Ef. 1, 5; Rm. 8, 14 y notas.

1. Aspirad al amor: Fruto del grandioso capítulo precedente es esta norma que S. Pablo nos da a manera de conclusión y lema de toda vida cristiana. El amor es todo y sin él no hay nada. De ahí la audaz fórmula de S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras” (Dilige et quod vis fac). Véase 13, 1 ss.; Jn. 14, 23 s.; Rm. 13, 10; Ef. 5, 2 y notas. Particularmente el de profecía, es decir, el don de entender la auténtica Palabra de Dios y hablarla para edificar a otros, para exhortarles y consolarlos (v. 3). Los profetas son, pues, en primer lugar, predicadores. Cada predicador de la verdad sobrenatural revelada por Dios es un moderno profeta, cuya existencia en la Iglesia debe ser cosa normal, según enseña el Apóstol.

2. Hablar en lenguas, es decir, predicar o alabar a Dios en una lengua que los oyentes no entienden (glosolalia), según el Apóstol no es de provecho para el prójimo, porque así no se puede edificar ni estar unido a los oyentes (v. 16 y 19).

10. Notable observación que nos hace admirar las maravillas de la naturaleza no obstante haber caído ella también cuando pecó el hombre (Rm. 8, 21 y nota). Vemos, pues, que todo en ella es un lenguaje expresivo, desde el grito de los animales y el canto de los pájaros que alaban a Dios, hasta los ruidos que nos parecen puramente materiales como el trueno, en el cual la Biblia nos señala muchas veces la voz de Dios (Sal. 28, 3 ss.; 18, 4; 103, 7 y notas). El Apóstol se vale de este vigoroso contraste para mostrar cuánto más inteligible ha de ser el lenguaje de la oración, puesto que debe entenderse con la mente (v. 14).

11 ss. Insiste el Apóstol sobre la necesidad de edificar a la comunidad, y no a sí mismo; lo cual nos muestra cuánto desea S. Pablo que el pueblo esté unido a la oración litúrgica de la Iglesia. Así lo manifiesta el “Orate fratres”, en que el sacerdote se dirige al pueblo diciéndole que la Misa es un sacrificio de él y de ellos (“meum ac vestrum sacrificium”).

16. Tal fue precisamente el origen de la adopción, por la Iglesia Occidental, de la lengua latina, que entonces era la vulgar. Las Iglesias griegas vinculadas a la Sede romana continuaron usando el griego, y en los países orientales usan también el árabe, el armenio, siríaco, etc. De tiempo en tiempo se manifiesta, por parte de teólogos, liturgistas o canonistas, alguna tendencia, deseo o súplica en favor de los idiomas vernáculos. La Santa Sede ha accedido a dispensar del latín en el caso de algunos países, teniendo en cuenta diversas circunstancias particulares.

19. S. Pablo quiere decir: Lo que uno no entiende, no puede servir para la edificación. Por eso no debe omitirse ninguna diligencia para poner a los fieles en estado de tomar parte en las oraciones públicas, ya sea explicándoselas de viva voz, ya sea poniendo en sus manos versiones fieles y exactas que ilustren su entendimiento, sostengan y fomenten su atención (Conc. Trid. Ses. XXII, cap. 8).

26. La intervención de los fieles en la Iglesia, como se ve, era frecuentísima. El orden resultaba de la caridad del Espíritu Santo, que a todos los llenaba. Véase Hch. 13, 15. Hoy desgraciadamente la actitud de los fieles en el templo es demasiado pasiva.

32. Obedecen a los profetas: es decir, según bien explica Santo Tomás, que los profetas no se ponen fuera de sí (como aquellos a quienes un demonio enfurece con movimientos violentos y extraordinarios para decir sus falsas revelaciones) sino que saben moderar sus transportes según las conveniencias del auditorio. Cf. 2 Co. 5, 13 y nota.

35. ¡Cuán lejos estamos de esta normalidad! En vez de que los hombres instruyan a sus mujeres, éstas suelen verse obligadas a catequizar a sus maridos. Pero el Apóstol deja firmemente constancia de que tal es el plan de Dios, para que lo conozcan quienes busquen agradarle según Él nos enseña y no según la ocurrencia propia. Cf. 7, 14; 11, 7 y notas.

36. Grave advertencia a los predicadores para que no crean que es palabra divina toda palabra que sale de sus labios, sino que busquen su inspiración en las Palabras reveladas por Dios, aunque éstas no les conquisten el aplauso del mundo. Cf. 16, 4 y nota; 2 Co. 2, 17.

1. En este capítulo nos ilustra S. Pablo sobre lo que más nos interesa en nuestro destino eterno: el gran misterio de nuestra resurrección corporal, que es consecuencia de la de Cristo Redentor, y nos descubre arcanos de inmenso consuelo, tristemente ignorados por muchos.

5. De esta aparición de Jesús a Cefas nos habla S. Lucas (24, 34). San Pablo recibió su Evangelio de boca del mismo Jesús, y no por otros conductos (Ga. 1, 1 y 12; Ef. 3, 3). Por eso su testimonio sobre la Resurrección vale tanto como el de los demás apóstoles. Véase Lc. 24, 34-43; Mc. 16, 14.

10. Santo Tomás, siguiendo a S. Basilio, nos explica los efectos de la gracia empleando la imagen del hierro: de sí rudo, frío e informe, se vuelve ardiente, luminoso, flexible, cuando se lo coloca en el fuego y éste lo penetra. La gracia es el fuego que nos transforma.

12. El siguiente párrafo quiere decir que, en Cristo Jesús, Él y los fieles son un mismo místico cuerpo, cuyos miembros participan del destino de la Cabeza. Niegan, pues, su propia resurrección quienes no creen en la del Señor.

21. Ese segundo hombre es Cristo. Nuestro Señor Jesucristo, dice S. Ambrosio, es la vida en todo; su divinidad es la vida, su eternidad es la vida, su carne es la vida, y su pasión es la vida… Su muerte es la vida, sus heridas son la vida, y su resurrección es también la vida del Universo. Cf. Ez. 16,6 y nota.

23. S. Pablo toca el gran misterio de la Parusía o segunda venida del Señor, objeto de nuestra esperanza. Buzy traduce: “los que serán de Cristo en el momento de su venda”. El Apóstol revela aquí un nuevo rasgo de la Escatología que se refiere a la resurrección. Muchos expositores antiguos y también muchos modernos niegan el sentido cronológico de las palabras “primicia”, “luego” y “después”. Según ellos no se trataría de una sucesión sino de una diferencia en la dignidad: los de Cristo alcanzarían más felicidad que los otros. Por su parte S. Crisóstomo, Teofilacto, y otros Padres interpretan que los justos resucitarán en el gran “día del Señor” antes que los réprobos en cuyo juicio participarán con Cristo (6, 2 s.). Cornelio a Lapide sostiene también el sentido literal y temporal: Cristo el primero, según el tiempo como según la dignidad; después los justos, y finalmente la consumación del siglo. Véase 6, 2 s.; 1 Ts. 4, 13 ss.; Ap. 20, 4 ss. y notas. Como expresa Crampon en la nota al v. 51, también S. Jerónimo admite que este capítulo se refiere exclusivamente a la resurrección de los justos. La Didajé o Doctrina de los Apóstoles se expresa en igual sentido, citando a Judas 14 (Enchiridion Patristicum nº 10).

24. Derribado: Véase Sal. 109, 5 s. y nota.

25. Hasta que ponga, etc.: Después de haber triunfado completamente de todos sus enemigos, Jesucristo cambiará esta manera de reinar, en otra más sublime y más espiritual (S. Tomás). Cf. Sal. 9 A, 17; 109, 1 y notas; Hb. 1, 13; 10, 13; 2, 8.

26. Véase vv. 51-55 y notas. Cf. Mt. 27, 52 y nota sobre la resurrección de los justos del Antiguo Testamento junto con Jesús. S. Ambrosio, S. Jerónimo, S. Cirilo Alejandrino, Rábano Mauro, Cayetano. Maldonado. etc., sostienen que aquella resurrección fue definitiva.

29. De aquí se deduce que algunos corintios se bautizaban en lugar de los difuntos que no habían recibido el Bautismo. El Apóstol no dice que apruebe tal cosa, antes señala el absurdo de practicarla si no se cree en la resurrección.

36. Con imágenes tomadas de la naturaleza explaya San Pablo, en lo que sigue, la doctrina de la resurrección del cuerpo, explicando a la vez la glorificación del cuerpo mediante la vida que hemos recibido de Cristo.

41. Esta diferencia entre los destinos de las almas no significa que cada persona tenga su religión, como si adorase a distinto Dios, pero sí que cada uno tiene su religiosidad, es decir, su espiritualidad característica. Algunos oscilan entre la superstición y la fe, según el grado de conocimiento que tienen de Dios. Jesús nos muestra muchas veces estas diferencias, presentándonos tipos de esa distinta religiosidad y señalándonos cuál es la mejor, principalmente en el caso de Marta y María. (Lc. 38 ss.). Véase también los paralelos que Él hace del fariseo con el publicano (Lc. 18, 9 y ss.); de los dos hermanos (Mt. 21, 28 ss.); de la pecadora con el fariseo (Lc. 7, 36-47) y hasta de Sodoma y Gomorra o de las ciudades paganas de Tiro y Sidón, con las ciudades elegidas de Betsaida y Cafarnaúm (Mt. 21 ss.) y aún de los publicanos y las rameras, mejores que los orgullosos maestros y dignatarios de la Sinagoga (Mt. 21, 31 s.), que se habían apoderado de la llave del conocimiento de Dios que está en las Escrituras, sin explicar a los demás su sentido (Lc. 11, 52).

42 ss. Destaca el Apóstol las cualidades de incorruptibilidad, inmortalidad y espiritualidad o sutileza de los cuerpos glorificados, y nos revela que nuestro cuerpo así transformado tendrá un esplendor semejante al del mismo Cristo glorioso. Cf. Fil. 3, 20 s.

44. Cuerpo natural: el texto griego dice literalmente psíquico, como en 2, 14. Véase allí la nota.

47. “Mirabilius reformasti”, dice la Misa. Cristo no sólo nos volvió, con su Redención, a la imagen y semejanza divinas en que fuimos creados y que perdimos por el pecado, sino que nos elevó más alto, hasta hacernos como Él, verdaderos hijos de Dios, si creemos en su nombre (Jn. 1, 12; 1 Jn. 3, 1). Ante semejante prodigio dice S. Crisóstomo: “Os ruego y os suplico que no permitáis que los más bellos dones, si los descuidamos, aumenten, a causa de su misma grandeza, nuestro pecado”.

51. No todos moriremos, pero todos seremos transformados: Esta verdad expresa S. Pablo también en la primera carta a los tesalonicenses (1 Ts. 4, 17). S. Agustín y S. Jerónimo siguen esta interpretación, según la cual se librarán de la muerte los amigos de Cristo que vivan en el día de su segunda venida (cf. v. 23 y 53 s.). Así lo indica también S. Tomás (I-II, Q. 81, art. 3 ad 1) y muchos teólogos modernos. El P. Bover dice al respecto: “Existen varios textos del Apóstol que parecen afirmar que los fieles de la última generación serán gloriosamente transformados, sin pasar por la muerte… Tratándose de textos suficientemente claros y de una interpretación hoy día corrientemente admitida por exégetas y teólogos, bastará citarlos”. Y cita a continuación el presente pasaje con 1 Ts. 4, 15-17 y 2 Co. 5, 1-4. Cf. la expresión “vivos y muertos” en el Credo, en Hch. 10, 42; Rm. 14, 9 y 1 Pe. 4, 5. Cf. también Mc. 13, 27.

52. Véase el pasaje paralelo en 1 Ts. 4, 3 ss. Cf. Fil. 3, 11; Hch. 4, 2; Lc. 20, 35; Jn. 5, 25 y 28; Ap. 20, 4.

53. O sea la resurrección gloriosa de los muertos y Jn. 11, 25 s.

54. La muerte es engullida en la victoria: Esta cita suele atribuirse a Os. 13, 14, que alude al mismo misterio. En realidad corresponde a Is. 25, 8, que en la Vulgata dice “abismará la muerte para siempre” pero que en los LXX y algunas versiones del hebreo corresponde textualmente a la cita del Apóstol.

55. Es decir: tu victoria sobre los que ya mataste, y tu aguijón para seguir matando en adelante. Así se entiende lo que dijo en el v. 26.

56. Es decir: “en cuanto el pecado se aumentó por la Ley y así alcanzó el máximum de su poder” (S. Tomás).

1. Los santos o cristianos a que se refiere el Apóstol, son los pobres de la Iglesia de Jerusalén. Cf. Hch. 24, 17; 2 Co. cap. 8 y 9; Rm. 15, 26.

2. Como se ve, ya los primeros cristianos santificaban el primer día de la semana, o sea, el domingo, sustituyéndolo al sábado del Antiguo Testamento. Cf. Jn. 20, 1 y nota.

6. El Apóstol pasó el invierno en Corinto (Hch. 20, 1-3).

15. Estéfanas, Fortunato y Acaico eran los mensajeros enviados por los corintios a San Pablo.

19. Aquila y Priscila le habían dado hospedaje en Corinto y están ahora con él en Éfeso. Véase sobre estos cónyuges ejemplares, Hch. 18, 2 y 26 y notas; Rm. 16, 3 y 5.

21. Véase 2 Ts. 3, 17. La firma de propio puño era sello de autenticidad

22. Maran-atha, palabras arameas que significan: Nuestro Señor viene. Así se saludaban los primeros cristianos para prepararse a la segunda venida del Señor. Véase Ap. 22, 20: “Ven, Señor Jesús”. Según la Didajé o Doctrina de los Apóstoles esta palabra formaba parte del rito de la Eucaristía. Cf. 10, 17 ss. y nota. El escritor judío Klausner ha hecho la siguiente observación a este respecto: “Para los primeros cristianos esta parusía de Jesús y su palabra de saludo era Marana tha (¡Ven, Señor nuestro!), y no Maran atha (Nuestro Señor ha venido)”.